14.6.11

Borges oral

Borges murió hace veinticinco años. Se estaba terminando mi primer curso en Madrid, que fue el curso en el que me aficioné a la poesía de Borges. Había leído con diecisiete años El Aleph, pero de sus poemas sólo conocía tres de Los conjurados que recitaron en un programa radiofónico cuando se publicó el libro: "Cristo en la cruz", "Un lobo" y "Son los ríos" ("Y sin embargo hay algo que se queda / y sin embargo hay algo que se queja"). Yo los había grabado por casualidad y pude escucharlos varias veces. Me gustaban, pero la revelación se produciría después, en el primer otoño madrileño, una mañana creo que de domingo en que empecé a leer sus poesías completas, los poemas de Fervor de Buenos Aires. Aquellos versos solemnes: "Convencidos de caducidad / por tantas nobles certidumbres del polvo"... Cuando murió Borges yo ya era borgiano. Al saberlo mecanografié y coloqué en el tablón de anuncios del colegio mayor dos poemas suyos, "El remordimiento" y "Lo perdido", y otro de José María Álvarez que le estaba dedicado. De este sólo recuerdo que aparecía El Aduanero Rousseau, y pienso en la última aduana. Con sus poemas y sus cuentos, y sus ensayos, y sus prólogos, leí los libros de conversaciones con Borges, que son igual de buenos. Hablo, naturalmente, desde el punto de vista hedónico. Años más tarde sacaron en DVD las viejas entrevistas de Soler Serrano a Borges, que eran deliciosas como un libro de conversaciones sin libro. Están enteras en internet (la de 1976 y la de 1980) y he vuelto a verlas. Es un Borges sonriente y parece feliz; pero hablan de "El remordimiento", en que lamentaba no haberlo sido. Al fin y al cabo, felicidad e infelicidad valen para la página: "Yo creo que un escritor debe pensar que todo le ha sido dado para su obra".

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Una buena cauda en los enlaces de Camino de Santiago.