22.8.11

Montaigne y Poirot

Ya va la lectura de Montaigne: ya se me ha metido el sonsonete de su voz y voy a buscarlo (a buscarla) cada vez que tengo un rato. Además, he encontrado la postura. Voy, pues, ciclísticamente disfrutando de la montaña...

Por otra parte, estoy frecuentando un entretenimiento más este verano: los capítulos de la serie televisiva sobre el Poirot de Agatha Christie, interpretado por David Suchet. Magnífica interpretación: Suchet es ya a Poirot lo que a Holmes Brett. Qué maravillosamente lejos está del relamido Peter Ustinov, ese actor pringoso a causa del cual siento un desprecio irrecuperable por los cocodrilos egipcios, puesto que no se lo comieron en Muerte en el Nilo. Albert Finney, el de Asesinato en el Orient Express, no estaba mal, era una cosa intermedia: pero la perfección poirotiana llegó con Suchet. Encuentro ahora que Finney se pasaba de sobrio: le restaba a Poirot ese toquecito ridículo que ha de tener. Suchet se lo da; sobre la gravedad, obviamente, de quien se maneja en el crimen. Suchet posee además una virtud interpretativa que no puede enseñarla Stanislavski: la cabeza de huevo. Es prodigiosa la cabeza de huevo de Suchet. Recuerdo lo que decían nuestros padres para valorar a un gran actor: "¡Qué bien trabaja!". Pues yo digo: ¡qué bien trabaja la cabeza de huevo de Suchet! Los lectores de Agatha Christie hemos soñado siempre con esa cabeza de huevo, y es una gloria verla materializada.

La serie, más allá de Suchet, está muy bien: bien rodada, bien contada. Con intriga y delicia. Poirot es el extranjero, como no se privan de resaltar los personajes firmemente ingleses. Y el extranjero es el filósofo: el que, por debajo de las volutas de las circunstancias, atiende a la lógica; a la razón común de Heráclito. Aunque Poirot, más que filósofo, se declara psicólogo, como Nietzsche: sus "células grises" trabajan en el conocimiento del ser humano. La premisa es que cualquiera puede ser el asesino y solo la mente del detective descarta todas las posibilidades menos una.

De los capítulos que llevo vistos, yo destacaría Cinco cerditos y El misterio de la guía de ferrocarriles; después, La muerte visita al dentista. Digna sin más es Sangre en la piscina, que releí el año pasado. Pero aún me quedan muchos capítulos por ver, y muchos ensayos de Montaigne: los primeros sentado, los segundos en la cama; ambos con el ventilador cerca. Hasta que llegue el frío.