30.8.11

Un viejo calor

A veces se vuelve a un libro para recuperar un calor, una temperatura. De Los ensayos de Montaigne llevaba ya cien páginas, iba por el XIX, "Que filosofar es aprender a morir", que es el primero grandioso: los anteriores están muy bien, pero aquí Montaigne da un salto, crece. Es un ensayo fluctuante, contradictorio, que refleja a la perfección las oscilaciones del pensamiento; y lleno de ideas, de metáforas, de citas enriquecedoras. Pero, una vez más, voy a dejarlo aquí. Retomaré el libro más adelante, empezando por releer este ensayo. Ahora he sentido la urgencia de regresar a otro: los diarios de Ernst Jünger (solo los tomos 1 y 2 de Radiaciones, los correspondientes a la Segunda Guerra Mundial). Por cuestiones de trabajo tuve que buscar este pasaje, último párrafo del 6 de abril de 1941:
Hoy domingo lluvia ininterrumpida. Por dos veces he ido a la iglesia de la Madeleine, cuyos escalones estaban salpicados de hojas de boj; a mediodía y por la noche en el restaurante Prunier. La ciudad es como un jardín conocido de antiguo, que ahora está abandonado, pero en el que uno reconoce, sin embargo, los caminos y los senderos. Es notable el estado de conservación, helenístico, por así decirlo; seguramente intervienen en eso artes especiales de la superintendencia. Chocantes las placas blancas de señalización con que el ejército ha cubierto la ciudad – incisiones en un conjunto orgánico antiguo.
Entonces recordé que el primer tomo de Radiaciones lo leí hace justo veinte años, en el verano de 1991. Y he necesitado volver. Jünger ejerció un efecto físico en mí: un efecto de calor. Por eso siempre me sorprendo cuando se le acusa de frialdad; lo máximo que puedo admitir es que se trate de un hielo que quema. Aquel invierno fue entrando y yo seguía teniendo dentro la brasa: una estufa alimentada directamente con el calor de mi lectura estival.

* * *
Del prólogo de Sánchez Pascual y del Prólogo de Jünger (tantas veces releído este último) decido repasar solo mis subrayados, para entrar cuanto antes en materia diarística. Copio del primero:
Pero lo decisivo de este primer diario es la visión de la guerra desde una perspectiva nueva, la del sufrimiento. Ahora el soldado no es ya para Jünger, como lo era en Tempestades de acero, el hombre de acción, el lansquenete lanzado a dar muerte al adversario. Ahora el soldado no es el hombre que mata y que triunfa –o que sucumbe gloriosamente–, sino que es el individuo sometido a la disciplina, amenazado por la muerte, expuesto al dolor. Y el uniforme militar no es ya una distinción propia de señores, sino que encarna una obligación ética, es un manto con el que cubrir y proteger a los débiles y amenazados. Jardines y carreteras, uno de los libros más leídos por las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial en las bibliotecas de campaña, enseñó a millares de soldados que también en aquellos años y en aquellas circunstancias era posible cuando menos la caballerosidad.
Y del Prólogo de Jünger:
Radiaciones – el autor capta luz, que luego se refleja en el lector. En este sentido lo que el autor realiza es un trabajo preliminar. Lo primero que ha de hacerse es armonizar la muchedumbre de las imágenes y luego valorarlas – es decir: dotarles, conforme a una clave secreta, de la luz que corresponde a su rango. Aquí luz significa sonido, significa vida que está oculta en las palabras. Esto sería entonces un curso de metafísica realizado entre parábolas: la ordenación de las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible.
Eso es: "un curso de metafísica realizado entre parábolas".