16.9.11

Crispación

Me preguntó una amiga que con qué lecturas pensaba "satisfacer mi crispación". En ese momento me hallaba con unas cuantas opciones sobre la mesa: Kafka, Céline, Cioran, La información de Martin Amis, El lamento de Portnoy de Philip Roth, Salidas de tono y El aprendizaje de la decepción de Félix de Azúa... Estos dos últimos los disfruté mucho en su día, pero ayer solo releí un ensayito del segundo: "El escritor como hombre insoportable". A Kafka, Céline y Cioran los descarté también: no me apetecían ahora. Hice una cala en El lamento de Portnoy; su comienzo es magnífico, autosuficiente:
Estaba tan profundamente incrustada en mi consciencia que parece como si durante mi primer año de escuela yo hubiera creído que cada una de mis maestras era mi madre disfrazada. Tan pronto como sonaba la última campanada, yo corría hacia casa, preguntándome mientras tanto si podría llegar a nuestro apartamento antes de que ella hubiera conseguido transformarse en sí misma. Invariablemente, ella estaba ya en la cocina para cuando yo llegaba, preparándome la leche y las pastas.
Sin embargo, me dio pereza continuar. Abrí La información:
De noche en las ciudades, lo noto, hay hombres que lloran en sueños y luego dicen Nada.
¡Me quedé con esta! Por la noche, en la cama, la empecé propiamente. Las líneas que siguen mantienen el empaque:
No es nada. Sólo una pesadilla. O algo parecido... Desciendan en la nave del sollozo, con analizador de lágrimas y sondas de llanto, y darán con ellos. Las mujeres –ya sean esposas, amantes, musas demacradas, niñeras gordas, obsesiones, devoradoras, ex, némesis– se despiertan y, con femenina urgencia de saber, se vuelven hacia esos hombres y preguntan: "¿Qué te pasa?". Y los hombres contestan: "Nada. No es nada, de verdad. Sólo una pesadilla".
Pero después se barroquiza y banaliza, se le nota demasiado la escritura. Leí unas páginas, me dormí, tuve un sueño intrigante; esta mañana he leído algo más antes de ponerme de pie, pero –antes de ponerme de pie– he decidido abandonarla. He dudado si releer Tala de Bernhard, o quizá Maestros antiguos; pero entonces me he acordado de los poemas de Álvaro de Campos.