21.11.11

Primera jornada del zapaterismo

Yo estaba entonces con Cristina. La tarde antes de los antentados nos habíamos dado un precioso paseo por el centro, por las calles que hay entre el teatro Albéniz y la plaza Mayor. Iba guapísima y olía a primavera. A la mañana siguiente me alarmé cuando no respondió al móvil. Ella tomaba el cercanías en Atocha para ir a su universidad. Pasé dos horas de angustia, hasta que al fin llamó: estaba bien, en su casa; aquel día no tenía clase y se había quedado durmiendo.

Los días siguientes fueron oscuros, lluviosos. Me recuerdo con el paraguas por el templo de Debod, bajo un cielo opresivo. Se respiraba suciedad. La violación de la jornada de reflexión me pareció abyecta, pero pensé que un cambio resultaría beneficioso: solo por la catarsis del relevo facial. Quizá hubiese votado a Zapatero; pero me encontraba fuera de mi circunscripción.

Cuando el domingo empezaron a salir los resultados, bajé a asomarme a Ferraz, que quedaba cerca. Había poco movimiento aún. Volví a mi casa y el resto de la noche lo pasé con internet y con la tele: primero la programación electoral y luego el programa de libros de Sánchez Dragó, sobre el que escribí al día siguiente.

A Cristina volví a verla aquel lunes. Fui a recogerla a Cuatro Caminos y nos dimos un largo paseo hasta la Fnac. Hacía una tarde espléndida. Caminábamos de la mano, charlando sobre los acontecimientos de los últimos días, como después de un sueño. Se me ha olvidado todo menos eso: su mano, la complicidad, que era una tarde apaciguada, luminosa, y que íbamos charlando.