1.3.12

La España actual

Qué gustazo los hispanistas: la disección que nos hacen. El escalpelo anglosajón corta nuestra carne endurecida como si fuese manteca, y dibuja en ella un retrato que se nos parece. Da igual que sea el de la España del Siglo de Oro: se nos parece. Ahora, releyendo el segundo tomo de la Historia de la literatura española de Ariel, a cargo de R. O. Jones, me topo con pasajes que sirven de diagnóstico actual. De nuestro servilismo, por ejemplo:
La Inquisición vigilaba celosamente y muchos cristianos nuevos (o "conversos") sufrieron la muerte, dolores o vejaciones a sus manos; muchos más debieron sufrir silenciosas agonías por miedo a levantar sospechas. La presencia de estos cristianos nuevos tuvo un efecto subterráneo pero cuantioso en el conjunto de la sociedad. A los conversos les estaban vedados ciertos honores, cargos y profesiones, y, de cualquier modo, ser conocido como tal era, en sí mismo, algo vergonzoso. Muchos, por tanto, escondían su origen, y así se daba el caso de que muchas familias, aparentemente de cristianos viejos, trataban de ocultar su pasado. La cuestión de la "limpieza de sangre" se convirtió en estas circunstancias en una fuente de secreta ansiedad que llegó a adquirir dimensiones de neurosis nacional, que sólo algunas mentes privilegiadas fueron capaces de superar.
En cuanto a nuestra mentalidad económica, que básicamente consiste en un cóctel de ineficacia y fatuidad, todo está aquí:
El dominio de la aristocracia dejó su impronta en las formas e ideales del conjunto de la sociedad. Se consideraba que la nobleza era incompatible con el trabajo o el comercio, y el desprecio de estas actividades (asistido por el miedo a que se pusiera en duda la limpieza de sangre de los que las practicaban) desempeñaron un desafortunado e incalculable papel en la España de los Siglos de Oro. La aspiración a ser noble o ser considerado como tal se convirtió en una manía nacional, y el fenómeno fue especialmente agudo en Castilla, donde el espíritu mercantil encontró terreno menos propicio para desarrollarse. Era una España nutrida de ideales aristocráticos la que se entregó entusiasmada a la política guerrera de Carlos V y Felipe II. Los españoles no fueron a América a trabajar en la tierra o en las minas –eso quedaba para los indios–: fueron a vivir como hidalgos en la tierra que pudieran conseguir.