6.1.21

Sebastianismo portátil

Con el frío volvieron a empañarse las gafas, que habían permanecido limpias con el calor. Las mascarillas son fábricas de nieblas unipersonales y en uno de mis paseos de otoño, con la calle nublada solo para mí, caí en la profecía sebastianista: el rey don Sebastián volverá en un día de niebla. Así que los que tenemos niebla en las gafas llevamos un sebastianismo portátil. Tal vez anhelamos un advenimiento exclusivo para nosotros.

“Don Sebastián volverá –dice Pessoa que dice la leyenda– en una mañana de niebla, en su caballo blanco. [...] La mañana de niebla indica, evidentemente, un renacimiento nublado por elementos de decadencia”. En el último poema de Mensaje, “Niebla” (lo canta con hondura Gal Costa), Pessoa caracteriza esa decadencia: “...Nadie sabe lo que quiere. / Nadie conoce qué alma tiene, / ni lo que está mal ni lo que está bien. / (¿Qué ansia distante cerca llora?) / Todo es incierto y postrero./ Todo es disperso, nada es entero...”.

Pessoa habla de la nación: “Oh Portugal, hoy eres niebla”, concluye el poema. Y en el texto que cité antes, ¿Qué es el sebastianismo?: “En sentido simbólico don Sebastián es Portugal: Portugal, que perdió su grandeza con don Sebastián y que solo volverá a tenerla a su regreso”. Don Sebastián murió (o desapareció) en la batalla de Alcazarquivir de 1578, junto al poeta español Aldana (siempre me ha dado rabia que no le constara a Pessoa). Por falta de heredero, el trono portugués pasó a su tío Felipe II.

Pessoa habla de la nación, pero el anhelo excede a la nación, y eso es lo que nos interesa ahora, lo que nos llega: es un anhelo existencial, metafísico. De tal calibre que la nación, en realidad, es una anécdota. Si lo despojamos del infantil nacionalismo, el sebastianismo podría considerarse una suerte de mesianismo adulto. Siempre que sea un anhelo sin cumplimiento: un anhelo que se estrella contra sí mismo, en su insaciabilidad.

Se me ocurre en este día que don Sebastián es otro rey mago, al que le pedimos regalos no materiales; mejor dicho, imposibles. O ni siquiera se los pedimos: nos limitamos a desearlos infinitamente. Y en estos días horribles de la pandemia, cuando se nos enturbian las gafas, nos da por pensar que a lo mejor está a punto de traérnoslos. A punto, siempre a punto (solo a punto). Después de cualquiera de nuestros pasos nublados.

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