3.11.22

Feijóo y Sánchez son mis enemigos

El líder de la oposición Feijóo y el presidente del gobierno Sánchez han tenido la cortesía de recordarnos quiénes son y cuál es su nivel. Nada grave para casi nadie (¡pueden votarles tranquilos!), pero sí para unos pocos entre los que me cuento (¡y que no les votaremos jamás!). Somos estos los últimos mohicanos de la palabra escrita, de la cultura literaria, que nos encontramos en disposición de repetir lo de Lugones a los ultraístas según el poemita, así titulado, de José Emilio Pacheco: "Hablo una lengua muerta / y siento orgullo / de que nadie me entienda".

Como quedó de manifiesto en el foro en el que participó en Santander la semana pasada, Feijóo ignora la existencia del célebre libro 1984. Un libro que no hace falta ni haber leído: basta haber leído cualquier otro, o haber frecuentado la prensa o escuchado la radio o visto algún programa cultural de televisión (y no cultural) o asistido a debates, cursillos y conferencias en el último medio siglo. Al menos durante 1984, en que Feijóo cumplió veintitrés años. ¿Qué hacía un joven de veintitrés años en 1984 para no enterarse de la novela de Orwell? ¡Pero si hasta hay película!

Sánchez, por su lado, también presumió de lo que no sabe en la celebración en Sevilla del cuadragésimo aniversario de la victoria socialista de 1982; celebración llevada a cabo –en presencia de un Felipe González sonriente pero opacado (y en ausencia de Alfonso Guerra)– a mayor gloria de Sánchez. El presidente, desde el pináculo de su engolamiento, citó estos versos de Jaime Gil de Biedma atribuyéndoselos a Blas Otero (ni siquiera a Blas de Otero): "De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal". Y los citaba el que más se está aproximando a que se cumpla la maldición; al menos el que se apoya en aquellos que la propugnan.

Los dos (y los demás políticos, cada uno de los cuales ha protagonizado pifias equivalentes) son dignos representantes del electorado español, a cuya inmensa mayoría ni le sonará Orwell (¡aunque haya película –y Gran Hermano!), ni sabrá de Gil de Biedma ni Blas de Otero. Son nuestros enemigos cotidianos, los que convierten en intransitable y hostil nuestro día a día: lo que nosotros amamos, ellos lo desprecian; lo que para nosotros es la vida, a ellos ni les consta. Casi nunca se lo recordamos, pero que no se olvide.

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