19.6.25

Ricardo Reis, el mejor


Otra manera de combatir al Quemasangre, al sujeto que pertenece a la estirpe de los instigadores de enfrentamientos civiles, al embrutecedor y envilecedor y abaratador, es ocuparse de lo que lo excluye. Así hoy de Ricardo Reis, que es el heterónimo más pulcro de Fernando Pessoa. "Siéntate al sol. Abdica / y sé rey de ti mismo", dice en una oda. Una invitación a dignificarse.
 
Se acaba de publicar en Pre-Textos un volumen majestuoso, las Obras completas de Ricardo Reis, con las últimas correcciones de Pessoa, escondidas hasta 2008 en revistas que poseía su sobrina-heredera, y la ordenación cronológica de los textos. La única pega para mí es la traducción de los poemas, fallida; pero por fortuna se incluyen los originales, y además está la prosa, que ocupa la mitad del libro. Merece la pena pues.
 
Los lectores de Pessoa hemos ido cambiando de preferencias heterónimas según las épocas anímicas, o tal vez la simple edad. Dejando a un lado el Libro del desasosiego de Bernardo Soares (semiheterónimo), el primer impacto suele producirlo Álvaro de Campos con esta célebre fulminación: "No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo". El lector-artista adolescente pasa después a la limpieza pacificadora de Alberto Caeiro: "Yo no tengo filosofía: tengo sentidos", o "Bastante metafísica hay en no pensar en nada". Y a la autoconciencia extrañada del Pessoa ortónimo: "El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente".
 
Con paciencia aguardaba en nuestra vida Ricardo Reis, menos seductor y más difícil al principio, pero que se impone al final. Es el mejor, el más sutil, el más concentrado. Su esmero por la forma deja piedras poéticas (¡diamantes!) que atraviesan el tiempo sin apenas erosión.
 
Ricardo Reis fue, según la biografía que le concibe Pessoa, médico y latinista, librepensador y monárquico, pagano, con un exilio voluntario en Brasil. Acepto la carne (literaria) que le dio José Saramago en El año de la muerte de Ricardo Reis, una de las grandes felicidades lectoras de mi vida (¡aunque detesto al autor!). La cita inicial de la novela era un verso de Reis, fatalista y contemplativo: "Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo".
 
Para Reis la obra de arte ha de ser también filosófica: emoción y pensamiento van juntos. Su tono está entre el estoicismo al que aspira (adustez, disciplina, aceptación) y el "epicureísmo triste" que le diagnostica su hermano. Defiende el paganismo frente al cristianismo, aunque considera que la alegría y la sensualidad están más en el segundo que en el primero, que es, también, "una religión triste". Lo que define al paganismo para Reis es la objetividad, un criterio de realidad y verdad. La ausencia de pecado. Y la fe en los dioses. Propugna el regreso de los mismos, que consistiría en una operación de la mirada: "Los dioses no han muerto: lo que murió fue nuestro modo de verlos. No se han ido: dejamos de verlos". Su ideal, a diferencia del de Nietzsche, es apolíneo.
 
Sus odas, latinizantes, parten de las de Horacio, pero con esta vuelta enriquecedora: se trataría de un "Horacio griego que escribe en portugués". Pese a sus toques arcaizantes, es una poesía plenamente moderna. Mário de Sá-Carneiro le escribió a su amigo Pessoa al leerla: "Ha conseguido realizar una novedad clásica, horaciana. [...] Horacio multiplicado por alma, ¿no podríamos llamar así a Ricardinho Reis?".
 
Tengo desde hace años como libro de cabecera las Odas de Ricardo Reis en la antigua edición (también de Pre-Textos) de Ángel Campos Pámpano. De ella son los versos que cito. Últimamente me impresionan estos, en glorioso hipérbaton: "Cuidas, intransitable, que cumples, apretando / tus infecundos, trabajosos días / en haces de yerta leña / sin ilusión la vida. / Tu leña es tan solo peso que llevas / a donde no hay fuego que te caliente". Son poemas del tiempo que se escapa y el vacío, con sus placeres fugaces (pero placeres) y una noción tan exacta de la contingencia y la caducidad, que produce una serena euforia liberadora.
 
En una oda escribe, dirigiéndose a Caeiro: "Maestro, son plácidas / todas las horas / que nosotros perdemos, / si en el perderlas, / cual en un jarrón, / ponemos flores. // No hay tristezas / ni alegrías / en nuestra vida. / Sepamos así, / sabios incautos, / no vivirla, // sino pasar por ella, / tranquilos, plácidos [...]". Y la última estrofa: "Girasoles siempre / mirando al sol, / de la vida nos iremos / tranquilos, teniendo / ni el remordimiento / de haber vivido". Otra oda empieza: "Sigue tu destino, / riega tus plantas, / ama tus rosas. / El resto es la sombra / de árboles ajenos". Y termina: "Mas serenamente / imita al Olimpo / en tu corazón. / Los dioses son dioses / porque no se piensan".
 
No pensarse: truco olímpico. Lucidez y elegancia.
 

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