12.12.25

Jorge Ilegal contra los cantautores

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:42

Buenas noches. Entre tantos muertos, el mío es Jorge Ilegal, probablemente el único español que quedaba que no fuese un funcionario. El anterior, según mis cálculos, fue Poch, el cantante de Derribos Arias, que murió en 1998. Derribos Arias e Ilegales tuvieron las mejores letras de la Movida. Poch cantaba: "Branquias bajo el agua es el baile de actualidad, / branquias bajo el agua: ideales go-gós". Y Jorge Ilegal: "Tengo un problema, un problema sexual, / un serio problema, problema sexual: / soy una bicicleta". Estas genialidades vanguardistas devolvieron la modernidad a España tras el franquismo, mientras que los lloriqueantes cantautores arrastraban su peñazo: en realidad, suponían una continuación del régimen. Siempre he sostenido que en los ochenta España progresó estéticamente contra los cantautores. El propio Jorge Ilegal tiene un vídeo memorable en que se ríe de los ripios de Serrat y cuenta cómo los parodiaba. Y compárense los versos citados antes con las ramplonerías de Víctor Manuel, tipo: "Hey, solo pienso en ti, / juntos de la mano se les ve por el jardín". Los que "cuidaban" las letras, contra lo que suele decirse, no eran los adocenados Víctor Manuel y Serrat, sino los indómitos Jorge Ilegal y Poch. La democracia y la alegría de vivir vinieron con estos, contra aquellos. La Movida traía el espíritu de la democracia. Los cantautores, mezcla de tunos y de monaguillos posconciliares, prolongaban la pesadez del franquismo. En fin, no renuncio a mi teoría, pero la vida te da sorpresas y, por la extraordinaria necrológica de Jorge Ilegal que ha escrito Carlos Marcos en El País, me entero de que el primer disco de Ilegales salió gracias a la ayuda precisamente de Víctor Manuel, que los recomendó al ver el potencial del grupo. A veces me digo que no tendría que ser tan ultramontano. ¡Pero así funciono!

11.12.25

El corazón de las tinieblas

La sentencia del Tribunal Supremo en contra del Gobierno es la mejor noticia para el Gobierno. Que Sánchez mantuviese a su dependiente García Ortiz daba un poco lo mismo. Se quita un fiscal general del Estado y se pone otro u otra. Lo importante es el lío, el desprestigio de la institución. De toda institución. Así que el Gobierno ha ganado una vez más.

Lo importante es que algunos ministros, con el presidente incluso, y toda la prensa del régimen, encabezada desde la televisión pública por la torturadora de la verdad Intxaurrondo, hablen de lawfare, de golpismo judicial, de la vuelta al franquismo con el PP y Vox, de la pérdida de derechos, del fin de la democracia. Y esto se promueve mejor con sentencias adversas que con sentencias favorables. Salvo que las sentencias favorables socaven igualmente la institucionalidad, como las de Conde-Pumpido al mando de la Constitución.

Antes de escribir El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad escribió Una avanzada del progreso, novela corta que de algún modo la prologa. La palabra "progreso" está empleada ahí con ironía: la avanzada (en el Congo) es de explotación, de devastación.

También cuando Sánchez habla de "Gobierno de progreso" hay que entender la palabra "progreso" con ironía. Nada hay más progresista que el Estado de derecho. De manera que si lo violentas, lo desnaturalizas o lo mangoneas, serás todo menos "progresista". Yo podría haberle puesto a esta columna el título (naturalmente irónico), referido al Gobierno Sánchez, de Una avanzada del progreso. Pero tiene más pegada, y más pertinencia aún, El corazón de las tinieblas. Sin ironía, aunque tal vez con tremendismo.

Pero lo que está pasando es tremendo. Y tenebroso. Yo tengo miedo. Hablan del amor los que odian. "Somos los del amor", dicen (todos los lunes escribe variaciones sobre este tema el coplero del partido García Montero). La frase únicamente quiere significar: "Vosotros sois los del odio".

Hablan de "golpismo judicial" cuando casi son ellos los que lo están practicando. Hablan (¡un saludo, Iglesias!) de "reventar a la derecha". Hablan de meter en la cárcel a la oposición (¡otro saludo!). Hablan de no convocar elecciones porque las ganaría la derecha (y la extrema derecha). Gobiernan sin el Parlamento.

En su denodada lucha por la democracia están destruyendo la democracia. ¿Qué arbitrariedad, qué despotismo van a dejar que estrene la derecha?

El corazón de las tinieblas es lo que sustenta este discurso, esta política. ¿Qué hay detrás, o dentro? ¿Cuál es ese corazón? Es la idea de que el Estado de derecho no existe. La idea de que la Constitución no garantiza nada. La idea de que la democracia no vale si gobiernan los otros. Dado lo cual (es decir, dadas estas mentiras), se deduce que tiene que gobernar Sánchez. Porque el Estado de derecho no existe: el derecho lo otorga Sánchez. La Constitución no garantiza nada: lo garantiza Sánchez. La democracia solo es tal si gobierna Sánchez.

Si el Estado de derecho existiera, no sería catastrófico que gobernara la derecha o la ultraderecha, porque la legalidad democrática se mantendría. Lo mismo si la Constitución garantizara los derechos y si en la democracia pudieran gobernar unos y otros. La fortaleza de las instituciones haría prescindible a Sánchez. De ahí el empeño de Sánchez en debilitar las instituciones: Sánchez ha de ser imprescindible.+ Su política es la descomposición. Y ella será su legado. Porque también Sánchez pasará y lo que nos va a dejar es la descomposición del Estado de derecho, la Constitución y la democracia. Lo de menos será que el siguiente se comporte o no como Sánchez. ¡El horror! ¡El horror!

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7.12.25

El sueño vano del 'PSOE bueno'

[Montanoscopia] 

1. Yo era de los que escribían su articulito constitucional por estas fechas. Pero la Constitución se ha terminado para mí. ¿Qué Constitución puede haber cuando el presidente del Tribunal que supuestamente la garantiza actúa a las órdenes del Gobierno? Los que defendíamos el patriotismo constitucional hemos de reconocer que lo que hay en España, propiciado por la letra de la Constitución (aunque obviamente no por su espíritu), es un despotismo constitucional. Resulta patética la pelea anual en nombre de la "convivencia" que la Constitución propugna. La "convivencia" no se puede imponer. Ese empeño es ya la constatación de un fracaso. El fracaso de España, inútil siempre salvo en el paréntesis de la Transición. Esta, desengañémonos, no fue el producto de una súbita lucidez entre los españoles, sino el producto del miedo y el dolor histórico en las propias carnes. En cuanto las carnes han dejado de sentirlo, vuelta a las andadas. Lo peor es que ya no serán posibles Constituciones para todos, sino solo Constituciones de parte. Como siempre ocurrió en España. Constituciones de fracaso para una España de fracaso. 

2. Estuvo bien lo que dijo el exministro socialista Sevilla, contra Sánchez, en el programa de Alsina. Pero a estas alturas da igual que haya por ahí escondido un "PSOE bueno": porque ya tenemos el triste conocimiento de que sus votantes, y no digamos sus militantes, son malos. Es decir, seguidores a machamartillo del líder, haga lo que haga, sin crítica ni autocrítica; oscurantista, antiilustradamente. 

3. En Arcadi Espada es habitualmente loable su freno en la tendencia a la horda. Ante las acusaciones a Paco Salazar por acoso pide prudencia, por más apetecible que le resulte ese bocado al antisanchismo. Y señala que aquellos mismos que reclamaban precaución ante las denuncias a Plácido Domingo se lanzan ahora sin más trámite contra Salazar. Lo que me ha llamado la atención es su ingenuidad (confesada en su podcast) de pensar que un comportamiento como el que le achacan a Salazar, ese de salir del baño con la bragueta abierta y cerrársela a la altura de la boca de una de sus empleadas, es imposible. Me he acordado de aquel dictum de Borges: "No hay nadie que sea imposible". Al final, el desprecio por la ficción, como lo tiene Espada, limita la imaginación de la ciertamente inagotable realidad. 

4. Tampoco es imposible la mujer que denuncia falsamente a un hombre, disponiendo de ese arma proporcionada por la ley en su arsenal, en las cruentas batallas que se libran en algunas parejas. Constatar esto no es negar (no es ser "negacionista") de la violencia de hombres contra mujeres, como se le está acusando a Soto Ivars por haberse ocupado de las primeras en su libro Esto no existe. El histerismo inquisitorial que se ha desatado contra él ya es grave en sí; pero lo es más por cuanto se funda en imputaciones falsas. 

5. En mi ejemplar de La muerte únicamente de Villena tengo la dedicatoria que me puso hace cuarenta (¡cuarenta!) años. Nos citó a dos amigos y a mí en la barra del Café Gijón y luego fuimos al Nuevo Oliver, donde nos sentamos en unos sofás tras bajar la espiral dantesca: "He bajado las escaleras que he bajado / (muy en penumbra, a menudo)", decía en La vida escandalosa de Luis Antonio de Villena. Él tenía treinta y cuatro años y nosotros dieciocho y diecinueve. Pidió un "raf de Beefeater", cuando aún le llamábamos "cubalibre" o "pelotazo". Qué velada tan de época: se había estrenado la noche anterior Los abrazos del pulpo de Molina Foix en la Sala Olimpia, con Gurruchaga en el elenco, y los amigos y amigas que se acercaban a saludarlo destrozaban la obra, con la anuencia de Villena. Nos deslumbró con sus anécdotas de la Generación del 27, los Novísimos y todo lo demás. Y después volvimos a su poesía. Ahora he abierto el libro, en homenaje. "Las primeras ilusiones que se pierden / (y hablo de sentimientos) / mueven mucho aparato de tragedia". O: "Soy de los que ardientemente detestan la injusticia, / de los que creen que es indigno casi cualquier privilegio, / y al tiempo soy clasista y amo la diferencia". Y el que le dedica al final de Raymond Roussel: "El sol de Palermo después de tantos viajes, / el sabor helado del Pernod en un balcón abierto...". Con sus dos versos últimos: "Hay una sombra siempre detrás del espectáculo. / Y si no es nuevo morir, vivir tampoco es nuevo". 

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4.12.25

Escapada a Cádiz

 
Me disponía a hablar de la atosigante política, que embrutece fatalmente (y con el sanchismo rebaja, también a los antisanchistas), cuando me han venido los aires de Cádiz, y por ahí me escapo. Estuve hace un mes justo y no había escrito nada.
 
Cádiz lo conocía mal. La conexión con Málaga no es buena. La primera vez, hace veintiún años, fui con Marquitos, pero estuvimos solo una tarde y una mañana, más la noche de hotel (el Playa Victoria). La segunda fue una curiosa expedición. Berta González de Vega debía entrevistar a Elvira Lindo, que estaba allí con su marido por unas jornadas literarias, y nos agregamos en el coche Pepe Carleton, la viuda de Félix Bayón y yo. Tuvo algo de proustiano, porque Carleton conocía historias de los aristócratas de todo el recorrido. Tras la entrevista, se sumó Antonio Muñoz Molina, que había terminado La noche de los tiempos. Regresamos sin pisar la ciudad: fue un Cádiz apenas entrevisto desde el coche. Por último, el año pasado hice una excursión con Losada desde Sevilla. Nuestra idea era mirar el mar por la mañana y callejear por la tarde. Pero nos topamos con el chiringuito Tirabuzón y allí echamos todas las horas, hasta que el sol se puso en el Atlántico.
 
Esta vez tuve una semana libre y, en lugar de pasarla entera en Madrid, que ya me da un poco igual, se me ocurrió estar en Madrid solo el fin de semana y el lunes bajar a Cádiz. Necesitaba una inyección atlántica, esa es la verdad. La asociación con La Habana es correcta (aunque nunca he estado en La Habana), pero hay otra más cercana para mí: Salvador de Bahía (donde sí he estado). La aproximación en el tren fue una aproximación a la luz.
 
Al salir del hotel, que era el Parador (¡pillé una oferta!), no sabía para dónde tirar. Así que llamé a Mármol, que es de Sevilla pero pasa temporadas en Cádiz. "¿Pisha, Cai cómo funsiona?". Traté de camuflarme fonéticamente entre los indígenas, pero me temo que fui descubierto por los que pasaban a mi lado. Mármol me dio una lección magistral en cinco minutos y con ella me manejé toda la semana.
 
Una semana simple: noches de lectura (Cuadernística de Cristóbal Polo, las cartas de Cioran), desayunos con vista a la bahía, callejeo por la mañana, comidas en terrazas (salvo un día en el restaurante El Faro, donde me pusieron unas tortillitas de camarones de orfebrería) y tardes solo para el mar, caminando por su borde con el sol a mi derecha y la última hora tomando palo cortado de cara al mar, que se iba poniendo del color rojo de mi copa. Cacé un rayo verde el jueves. Los días fueron fantásticos de sol, para ir en manga corta a principios de noviembre; salvo el miércoles de temporal, con su belleza inhóspita. Esa tarde me tumbé en la cama del hotel con el ventanal abierto y el viento marítimo me llegaba a las sábanas con promesas de algo que no se cumplía. Había, no obstante, felicidad en la pura inminencia.
 
El sábado invité a Losada y el circuito lo hicimos juntos. Comimos y pasamos la tarde en el Tirabuzón. Cenamos en el Mentidero. En el hotel abrimos el Talisker que me trajo de regalo y bebimos mirando la piscina con iluminación azul y los fogonazos del faro, mientras sonaba Mtume. La mañana del domingo visitamos el faro, en el castillo de San Sebastián: enclave despojado, entre geométrico y decadente, al que iría a menudo si viviera en Cádiz.
 
Sí, viviría en Cádiz. Calles habitables, sin tensión en la gente, frecuentes placitas y jardines, la catedral, las iglesias, las librerías (en Quorum me compré la biografía de Pessoa que ha traducido nuestro Vidal-Folch), los edificios nobles comidos por la humedad y el mar por todos lados. Una tarde caminé hasta el confín, hasta la Cortadura. Pero fueron los paseos de todas las tardes, más largos que en Málaga, más agrestes por el Atlántico, más ensanchados. El sol continuo y las olas amplias, marcando un compás metafísico. Días para limpiarse. Y me limpié.
 
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30.11.25

Corrupción a la vista de todos

[Montanoscopia]  
 
1. Han pasado por la cárcel todos los hombres del presidente, los del profético Peugeot. Pasó Cerdán y ahora pasan Ábalos y Koldo. "Tres sinvergüenzas" los ha llamado la ministra Morant. Sin embargo, la mayor corrupción del PSOE no es esa, sino la que está a la vista de todos, como la carta de Poe. Solo esta semana: los ataques del Gobierno al Tribunal Supremo, los ataques con su consentimiento de sus socios vasquistas (Bildu y PNV) al Rey, la ausencia del homenaje póstumo al socialista Lambán. Esta es la corrupción mayor; lo otro (lo de las mordidas y las putas) es calderilla.  
 
2. Del PNV se sabe que intentó pactar con los nazis (¡tan pactista siempre el PNV!), así que es risible que exija perdón por el bombardeo de Guernica a alguien que no sea él mismo. Pero las ínfulas de Bildu son todavía más repulsivas, ya que ellos son los herederos y partidarios de ETA, la segunda mayor "bombardeadora" del País Vasco después de los nazifranquistas. 
 
3. Me conmueve que Cerdán, aun en los sótanos de la corrupción, respetase el acuerdo de investidura. Sus comisiones eran del 2%, para no hacer de menos a Junts, que cuando era Convergencia las pedía del 3%.  
 
4. Puigdemont publicó un delirante artículo en El País. Se lo publicó su director, al que, por ser digno heredero de Pepa Bueno (tras la ilusioncilla inicial), yo llamo Pepa Ahrens. Lo terrible, con todo, fue que ese artículo no desentonara en el periódico.  
 
5. Hablan en La Cultureta de la serie Anatomía de un instante y dice Guillermo Altares, periodista de El País: "Me interesa mucho cómo la historia de España que he vivido se convierte en ficción". Pero hombre, ¡si eso es lo que lees en tu periódico todos los días!  
 
6. Los títulos de Borges en Historia universal de la infamia se prestan a la imitación jocosa. Por ejemplo: "El abominable adjetivador Antonio Lucas". 
 
7. No sé cómo resultará la convocatoria de este domingo en el templo de Debod hecha por Feijóo. Me parece un error, aunque con un acierto alusivo: la consideración faraónica de Sánchez. Estéticamente me molesta, porque el templo de Debod es uno de mis enclaves madrileños. Vivía muy cerca e iba casi todos los días. Y en mis viajes a Madrid me asomo siempre. Hoy me gustará ver las imágenes, pero no por la gente sino por el sitio.  
 
8. Málaga, verso en azul, escrito por Rafael Porras con ilustraciones de Salvador Moreno Peralta, es desde el momento de su publicación en Tintablanca la mejor invitación a la ciudad que conozco. Es difícil combinar la emoción, la mirada y los datos con la maestría con que el autor lo hace. En este libro uno va paseando por Málaga en tres dimensiones a la vez: la de la Málaga presente, con las sensaciones desnudas, determinadas por la luz y el mar; la del pasado, con su historia y sus personajes; y la irisada por la cultura, esa especie de aura que la completa y trasciende. Yo que tiendo a ser poco localista y que, aunque amo el Mediterráneo, llevo en Málaga una vida un tanto atlántica (¡pessoana!), he sentido el impulso de salir a callejear y a fijarme mejor en todo. Málaga, verso en azul es un libro de viajes hecho desde aquí (que incluye estupendas citas tanto de malagueños como de españoles de otros lugares y de extranjeros), que me anima a viajar por mi propia ciudad. Y a los visitantes, además de animarles a venir, les ofrece claves para que disfruten de una vivencia más rica cuando vengan. 
 
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28.11.25

Vicent es el Pemán de las ensaladas

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 1:25

Buenas noches. Antes que nada quiero adherirme desde estas Opiniones ultramontanas al Alguien tenía que decirlo del pasado martes, en que José Ignacio Wert vindicó la denostada Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen. ¡A mí también me gusta! Dicho lo cual, paso a lo de hoy, en lo que puede que me encuentre más solo aún, sin ni siquiera la compañía de Wert: la crítica a Manuel Vicent. Sé que Vicent es amigo de esta casa, en la que Carlos Alsina le ha hecho estupendas entrevistas, que por otro lado yo no me he privado de disfrutar. En realidad, siempre escucho con gusto a Vicent. Desde que, a principios de los ochenta, dijo en televisión que su cabeza (ya calva) tenía forma de pene. Ese gamberrismo captó la atención del gamberro que yo era y que en buena medida sigo siendo. Luego empecé a leer la columna de Vicent en El País y me hice fan de su escritura sensorial, mediterránea y con algo de diamantino, como tallada en la hoja del periódico. Lo que ocurre es que han pasado más de cuarenta años y la columna es idéntica. Esto le ha permitido mantenerse cómodamente en el Establishment mientras otros, más arriesgados, han pagado sus osadías. Así Félix de Azúa, Fernando Savater o nuestro Andrés Trapiello. La otra noche homenajearon a Vicent en el Café Varela y entre los asistentes estaba el turbio presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. Esto significa que el Establishment le da a Vicent su certificado de buena conducta. También acudieron numerosos columnistas, que quieren ser como Vicent. Claro, su sueño es tirarse cuarenta años escribiendo la misma columna del aceite que se derrama en la ensalada, refulgiendo al sol. ¡El cara al sol del aceite en la ensalada! Vicent es el Pemán de las ensaladas.

27.11.25

Disección del zapaterismo, fase inferior del sanchismo

Si el imperialismo, según Lenin, era la fase superior del capitalismo, no cabe duda de que el zapaterismo es la fase inferior del sanchismo. Todo lo de este estaba ya en aquel, agazapado o desplegándose. El zapaterismo le puso el suelo al sanchismo, que desde ahí se ha expandido. La presencia actual de José Luis Rodríguez Zapatero revoloteando alrededor de Pedro Sánchez rubrica la continuidad. Por eso es oportunísimo el análisis de los gobiernos de Zapatero que hace Julio Ponce Alberca, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, en un libro recién publicado: La ilusión traicionada. El principio del fin de la socialdemocracia española (Sr. Scott).

La primera vez que el expresidente apareció en un libro de historia fue, si no estoy mal informado, en la Historia mínima de España (Turner) del prestigioso Juan Pablo Fusi en 2012, justo un año después de que dejara el poder. Lo hace en estos términos: "El nuevo socialismo español, el socialismo de Zapatero, era un vago sentimentalismo progresista, asociado más a valores morales comunitarios que a grandes reformas económicas o sociales". Entre otras políticas (como las de "igualdad de género y de ampliación de derechos cívicos"), estuvo la del "entendimiento con la izquierda y con los nacionalismos, como fundamento de un nuevo orden democrático". Más adelante: "La ley de Memoria Histórica (2007) abrió de nuevo la polémica sobre la Guerra Civil, un debate que España había superado admirablemente desde 1975 y que había quedado ubicado ya en el ámbito de la historia académica". Por último: "Zapatero supuso, pues, la ruptura de consensos básicos vigentes, tácita o explícitamente, desde la transición".

La investigación de Ponce Alberca prosigue esta línea y la enriquece. Se nutre de documentación de y sobre el periodo 2004-2011, de estadísticas y cuentas oficiales, de la prensa de la época, de estudios, biografías, memorias y ensayos, algunos de carácter periodístico, y hasta recurre para ilustrar determinadas situaciones al hilarante Diario de un presidente del gobierno, de Ángel Ruiz Ayala (Renacimiento), humorístico y de ficción pero de notable agudeza verosímil. El tono es el de un historiador, objetivo, con cierta distancia, aunque sin privarse de emitir juicios, a modo de conclusiones al paso; por lo general críticas con el personaje y su desempeño político. El resultado es una disección. Con un doble efecto: además de comprender lo que fue y supuso el zapaterismo, logramos atisbar desde aquella perspectiva lo que está siendo el sanchismo.

En el origen global estaría la crisis de la socialdemocracia en Europa, a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el hecho de que el centro-derecha había asumido ya algunos de los postulados socialdemócratas, como la combinación de Estado y mercado. Como alternativa particular, el PSOE propuso en España, para diferenciarse de la Tercera Vía de Anthony Giddens acogida por el laborismo británico, la llamada Nueva Vía, que recogió el llamado "republicanismo cívico" del profesor Philip Pettit. A este se le ensalzó como gurú, pero aquí la palabra "republicanismo" se deslizó un tanto castizamente hacia la reivindicación de un régimen explícitamente republicano, con nostalgia del anterior nuestro y la propugnación más o menos abierta de uno futuro.

Una vez que Zapatero alcanzó el poder en su partido, de manera implacable, y tras una fase inicial en que cultivó su imagen de sosegado y dialogante en la oposición, la del célebre "talante", dio paso a otra cuyo objetivo era el desgaste del gobernante PP de José María Aznar. Esta política la mantuvo una vez en el Gobierno, a partir de las elecciones de 2004 (tras los atentados del 11-M). Según el autor, Zapatero se acogió a la inercia de la bonanza económica heredada, incluso en lo que dependía de la burbuja inmobiliaria, al tiempo que impulsaba políticas simbólicas de gran impacto social (como las del matrimonio homosexual, la de paridad, la antitabaco, la de memoria histórica o la de dependencia) y (salvo esta última) de poco coste.

Ponce Alberca señala las consecuencias del énfasis puesto por Zapatero en los aspectos emocionales e incluso morales sobre los racionales. Aparte de la ineficacia fáctica, con leyes cuya viabilidad no se estudiaba y decisiones no basadas en el pragmatismo, servía para trazar una línea que excluía a la oposición. Si la emotividad y también la bondad estaban del lado del presidente, quienes se le oponían lo que hacían era "crispar" y, como se proclamó en la campaña electoral de 2008 (la de "defender la alegría") ser "unos cenizos". En estas disputas también se resalta la torpeza del PP a la hora de sortear las trampas que le ponía el PSOE. Por lo general caía en todas de mala manera.

El repaso es exhaustivo, y abarca asuntos en los que no me puedo detener en este apunte: por supuesto, incluye la política internacional, la relación con los nacionalismo catalán y vasco, la cuestión de ETA, etc. Hasta llegar al final, el de la crisis primero negada y después sufrida. Muy significativa la actitud, antes y después, del ministro de economía Pedro Solbes: terminó arrepintiéndose de las mentiras a que le obligó el presidente. La conclusión del autor es que la política de Zapatero se resumió en humo: no hubo avance en igualdad socioeconómica y ni siquiera en igualdad de género, no se abordaron reformas, empeoró la integración territorial, la sociedad se dividió. Todo fue una gran representación que terminó en el agujero de la crisis. Pura España (añado yo): puro barroco. 

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23.11.25

Franco fue nuestro primer Chanquete

[Montanoscopia]  
 
1. Cincuenta años después, España está desatada y bien desatada. ¡Qué insufrible polarización! Nuestra derecha también se las trae, pero la clara culpable es nuestra izquierda. Ella empezó la presente deriva y la está llevando a unos extremos delirantes. Lo sentencio desde mi atalaya moral, que es de aúpa. Y desde mi ya irreversible abstencionismo. Vivimos, qué le vamos a hacer, en un país muy tonto. Qué manera más estúpida (¡más española!) estamos teniendo de irnos al guano.  
 
2. Durante la crisis me refugiaba de los problemas de España en los de Argentina: viendo Periodismo para todos, de Jorge Lanata. Ahora aquellos problemas se parecen a los nuestros. Los peronistas hablaban de "golpismo mediático" y de "golpismo judicial", como aquí estos días. Al propio Lanata lo llamaban "golpista" por investigar la corrupción de los Kirchner. Aquel refugio mío era una anticipación de esta intemperie.  
 
3. En su 25° aniversario, el diario Página 12, que se había vuelto kirchnerista, ni mencionaba a Lanata, que lo fundó en 1987 y lo dirigió hasta 1994. "Soy el primer desaparecido de Página 12", bromeó. En España, en el 50º aniversario de la proclamación como rey de Juan Carlos no ha estado Juan Carlos. Nuestra memoria histórica se hace a tajo limpio. 
 
4. El día en que comenzó su reinado, el sábado 22 de noviembre de 1975, pensé que a mis nueve años iniciaba yo una prometedora vida habilidosa. Mi padre nos había dicho que estuviéramos pendientes de la tele, que era un acontecimiento histórico. Pero mi hermana y yo correteábamos por la casa y en uno de los vaivenes, al dar un portazo en el cuarto de mis padres, se desplomó el manillar y me quedé encerrado. Al estupor siguió un uso inédito de mi inteligencia. Cual chimpancé de documental, evolucionado en homo habilis, recogí el manillar del suelo y, con un ligero trasteo, lo logré encajar. ¿Funcionaría? Lo accioné y la puerta se abrió. En el salón estaba la ceremonia real, pero yo me encontraba en mi propio reino, recién conquistado. Ahora podría escribir que fue el primer acierto práctico de toda una serie de aciertos prácticos. Pero aquel fue el único acierto práctico de mi vida. Hizo medio siglo ayer.  
 
5. Alguna vez he escrito que la de los nacidos en los sesenta es una generación tanática. Se nos murieron demasiados. Además de Bambi: Nino Bravo, Cecilia, Fofó, Félix Rodríguez de la Fuente y Chanquete. Franco está en el conjunto. Fue nuestro primer Chanquete: Verano ¡azul!, "No nos moverán" (canto al inmovilismo)... Aunque a Chanquete sí lo lloramos. 
 
6. Mercedes Cebrián, que escribió un libro maravilloso sobre aquella serie, Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición (Alpha Decay), ha publicado este año Estimada clientela (Siruela), en que nos lleva de tiendas por cantidad de países, sacando filones de oro literario a cada paso. Nada hay más delicioso que leer a Mercedes Cebrián. Su mirada singular se torna aquí un poco melancólica, por los tiempos: "Un libro sobre ir de compras es un libro nostálgico: hay que aceptarlo". En un momento dado, mi lectura adquirió aires de thriller. Pasaban las páginas y no aparecía el sitio de Madrid con el mejor nombre del mundo, absolutamente acorde con aquello en que la autora se va fijando: Bobo y Pequeño, la tienda de telas situada en Atocha 20. "¡No puede ser que no hable de Bobo y Pequeño!", me decía. Pero claro que habla: en la página 202, casi al final. Y con premio. Cuenta Cebrián que una compañera de clase, cuando se enfadaba con su hermano menor, lo llamaba "Atocha Veinte". 
 
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20.11.25

Intento formular mi experiencia del franquismo

Yo tenía exactamente nueve años y medio cuando murió Franco, pero ni siquiera fui un niño de derechas: el franquismo ni me rozó. Mi bloque estaba en uno de los sitios en que terminaba la ciudad y hacíamos vida tanto en la barriada como en los descampados con un indeleble espíritu anarquista, por no decir gloriosamente salvaje. Tuve la suerte de no padecer adoctrinamiento ni político ni religioso, ni en la familia ni en la escuela.
 
La tele nos lo daba todo y Franco solo aparecía en la tele en los aburridos Telediarios, que ni mirábamos. Sí teníamos que mirar el Nodo, a la espera de la película en el matinal o el cine de verano, y allí salía un Franco algo más dinámico, que asistía a eventos deportivos e inauguraba cosas, a diferencia del viejecillo estático de las noticias, un abuelete un tanto insípido que, sin embargo, tomábamos como un personaje más de la tele, solo que uno al que no teníamos ganas de ver como a Locomotoro, Pippi o la perrita Marilín.
 
Su verdadera presencia cotidiana para nosotros era en las monedas, que nos quemaban en las manos porque en cuanto nos caía una corríamos al kiosco a cambiarla por poloflanes, soldaditos, chicles bazookas o cromos (en Málaga decíamos "estampas") de futbolistas. Sí nos sorprendía que aquel perfil un tanto regordete se correspondiera, nos decían, con el viejo escuálido de la televisión. No lo reconocíamos.
 
Solo vi fotos del Franco joven en el primer fascículo de la colección que mi padre empezó a comprar: Los españoles. Colección en que también aparecieron El Cordobés, Picasso, Massiel y Dalí. De este salía un dibujo de niño con una rata en la boca. Franco era eso: el primero de toda colección de ese género que, por el espíritu de la época, derivaba en pop. Sabíamos, claro, que era el que mandaba. En este sentido, algo nos debieron de inocular; o tal vez fue por inercia. El efecto en todo caso era de carácter familiar: ya digo, Franco nos parecía una especie de abuelo. Entrañable pero sin calor: ni lo queríamos ni lo dejábamos de querer.
 
Entonces se puso malo. Se abrió un tiempo eterno, como todos los del niño, en que se me entremezclan ya los partes médicos reales con las fotos posteriores del Interviú. Sí son inequívocamente de los últimos días los chistecillos de mis padres y mis tíos. Los pequeños nos sumábamos a las risas, aunque no entendíamos muy bien de qué iba aquello. Solo me acuerdo de uno en que el personaje cantaba una sevillana famosa (veo ahora que es justo de 1975): "No te vayas todavía, no te vayas, por favor". Algo regocijaba a los adultos y no entendíamos qué.
 
Aquel periodo acabó la mañana del jueves 20 de noviembre, hace hoy cincuenta años. Mi madre me llevaba a la escuela y, al ir a bajar las escaleras de los eucaliptos, nos cruzamos con otra madre que subía con su hijo. "Que no hay colegio, que se ha muerto Franco". En la tele salían grabaciones de desfiles y música militar, imágenes de Franco en la guerra (¿cuándo nos habían hablado de la guerra?), y en mi memoria hay también dibujos animados y cine cómico, pero esto tuvo que ser ya cuando las elecciones de 1977. Lo de Arias Navarro no lo recuerdo en directo. Luego salí a dar una vuelta con el Antoñito y las calles estaban vacías. Nunca habíamos hecho la piarda, pero la sensación era de estar haciendo la piarda. Mi amigo me habló de "los regimientos" que habían salido en la tele, y en ese instante aprendí la palabra “regimiento”.
 
Después vino el entierro y la coronación del príncipe (de este había otro fascículo, el segundo, de Los españoles). A mi abuelo le impresionó aquello que le decían a Juan Carlos al final de la ceremonia: "Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande". Repitió, como hacía a veces, lo último: “que os lo demande”. No recuerdo emoción, ni mucho menos lágrimas, por la muerte de Franco. Era algo como irreal, aunque con una dimensión histórica que estaba en el ambiente. Nada que ver, desde luego, con la muerte que nos golpeó un mes y cinco días más tarde: la de mi abuela, que llevaba semanas ingresada. Por esta muerte, y porque mi abuelo se vino a vivir con nosotros y en la casa faltaba una habitación, nos mudamos en el verano de 1976.
 
Mi pequeño reino afortunado se quedó así encerrado en una burbuja: aquella barriada de Las Flores, un espacio con un tiempo específico, a la que regreso muy de tarde en tarde para que no se disipe el elixir.
 
Solo unos años después, atando cabos, me di cuenta de algunos indicios de la dictadura (tampoco recuerdo cuándo se empezó a decir esta palabra). Unos estudiantes universitarios corriendo, huyendo de algo que no llegamos a ver. Los adultos hablando en el rincón de alguna reunión familiar de un conocido de ellos al que la policía le había metido la cabeza en un cubo de agua. Una frase del abuelo del Antoñito después de que este dijera, en una discusión, que podía decir lo que le diera la gana: "Si uno pudiera decir lo que le diera la gana...".
 
La Constitución de 1978 se construyó contra Franco y el franquismo. Mienten los que dicen lo contrario. No se ocultó nada. Se habló abundantemente de la dictadura y de la guerra civil. Otro coleccionable de mi padre fue el de Hugh Thomas, que empezó a publicarse en 1979.
 
Los niños de entonces llegamos a saberlo todo. Pero de la triste dictadura se pasó a la alegre democracia y esta fue la que se impuso anímicamente. Ayudó que la alegría ya la traíamos. Nuestra niñez alegre se hubiera topado en la adolescencia, como las generaciones anteriores, con el anticlimático franquismo. Por fortuna nos acoplamos a una exaltante democracia, en la que mantuvimos la corriente de nuestra alegría.
 
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16.11.25

Sánchez ha calcinado a Rosalía

[Montanoscopia]  
 
1. Sánchez ha calcinado a Rosalía. Inescuchable ya. La ha convertido en la Estrellita Castro de su franquismo.  
 
2. Un amigo me había dicho: "Rosalía es la Sor Citroën del pop mundial". Lo cierto es que ninguna de las monjas de esta insufrible avalancha tiene la modernidad de Gracita Morales en ese papel. Nuestro tríptico insuperable de monjas (dos españolas y una mexicana): Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Citroën. Las de ahora ni las rozan.  
 
3. Algunos (no muchos) somos tan visceralmente antifranquistas que nos revuelven el estómago los actos que, aunque se presentan como antifranquistas, atufan a franquismo. Así la visita del presidente a Radio 3, con la sumisión de su jefe de propaganda Joseph Paulus y todos los empleados, que se abalanzaban (¡con sus looks tan guays!) para la genuflexión. En otros tiempos Radio 3 era sinónimo de libertad (¡y de buscar la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo!). También me eduqué con ella. Quienes señalan que Sánchez no está cumpliendo con los eventos prometidos del Año Franco no se dan cuenta de que lo está celebrando a lo grande: por suplantación.  
 
4. David Uclés se ha enfadado porque ha habido uno (¡uno!), el tuitero Basi, que ha leído su novela y la ha estado comentando en Twitter. Me ha llamado la atención lo mortalmente mala que es. No tenía pensado leerla porque me suscitaba perezón, pero daba por hecho que tendría algún valor literario. Las reseñas han sido elogiosas y se ha vendido como rosquillas. Ahora estos datos son un síntoma del estado catastrófico de nuestra cultura. El autor y los medios oficialistas hablan de odio. Pero lo que ha habido ha sido crítica literaria. Como la que los medios oficialistas han ejercido contra Juan del Val. Una vez más, los hunos y los hotros hablan de lo mal que escribe el autor de enfrente. Y, una vez más, todos tienen razón.  
 
5. He leído Astérix en Lusitania, por Astérix y por Lusitania. Es flojísimo, pero me lo he pasado bien. Como hacía tanto que no leía a Astérix, sobre el menesteroso volumen se han posado los volúmenes grandiosos. El primero que leí, con ocho o nueve años, fue Astérix y el caldero. ¡Qué gustazo entonces! Luego fueron cayendo los demás. Mis favoritos: El escudo arvernoLa Vuelta a la Galia por Astérix, Astérix en los Juegos Olímpicos y Astérix gladiador. Del de ahora solo está realmente bien el fatalismo que inyectan los fados. Entona uno Obélix y los romanos que los persiguen entran en depresión. 
 
 6. Gloriosa la reaparición de Rubiales. La finta que hace para ir a por el que le lanza los huevos es un prodigio. Este hombre es un portento de elasticidad. Por su ballet gestual en aquel palco junto a la reina y la infanta lo llamé "el Nadia Comaneci del tocarse los huevos". No me cansaba de ponérmelo. Ahora no me canso de ponerme esto otro, con otros huevos. Siempre huevos con Rubiales: parece que su arte lo desencadenan los huevos.  
 
7. Magias de la fisonomía: personas que te caen mal o que te caen bien porque se parecen a otras. Me cayó mal el escritor mexicano Xavier Velasco cuando se plantó en España como enfant terrible, diciendo que le gustaba dar besos con la boca llena de wasabi, sin saber que su cara ya estaba repartida entre nosotros: la tenía Milikito. Y me cayó bien Xabier Azcargorta, que se acaba de morir, porque tenía la misma cara que mi adorado Eugenio Trías. Incluso me parecía que hablaba filosóficamente de fútbol. 
 
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14.11.25

El aspecto lidibinoso de la Transición

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:47]
 
Buenas noches. No he leído las memorias de Isabel Preysler ni las del exrey Juan Carlos, porque yo (¡excusadme!) soy un lector hedónico. Pero sí las he rastreado, cruzándolas, con un propósito: atisbar si hubo hueco para que la reina de corazones y el rey de España tuvieran algo, un alguito. Preysler sí menciona varios encuentros con el monarca, pero en ocasiones públicas, cacerías y cosas así. Él, en cambio, no la menciona. Aunque tampoco menciona a Bárbara Rey. En fin, que no hay nada, pero a mi imaginación le habría gustado que sí. ¡Soy un sentimental! Ya que estoy aquí me gustaría hacer un comentario sobre el aspecto libidinoso de la Transición. Esto me lo hizo ver hace tiempo el novelista Juan Francisco Ferré, quien acaba de publicar en Anagrama Todas las hijas de la casa de mi padre, en que los personajes se ven afectados por las transiciones, también eróticas, de la Transición. Su narradora es una chica que transita maravillosamente hacia el lesbianismo; pero desde el punto de vista de un chico como yo (heterosexual, qué le vamos a hacer) se daba algo delicioso, aunque lo supimos más tarde. Resulta que nuestro objeto de deseo era el mismo que el de don Juan Carlos: Bárbara Rey. En mi caso, ella fue la primera mujer que vi desnuda, en algún Interviú distraído a los adultos. Pese a la democracia, se observaba una rígida jerarquía, digna de un bajorrelieve asirio. Los adolescentes le dábamos salida a nuestra pulsión con "la manito", mientras que nuestro rey lo hacía con toda su realeza. Pero era bello pertenecer a una misma comunidad de intereses sexuales. Sí, la Transición tuvo un indudable componente libidinoso... y eso engrasó (¡lubrificó!) la maquinaria democrática, dando aquella hija de penalty y al mismo tiempo querida: ¡la Constitución!

13.11.25

Savater para exaltar el corazón bumano

El nuevo libro de Fernando Savater, Ni más ni menos (Ariel), es estupendo en sí mismo, pero tiene un valor particular para los lectores de The Objective, ya que recoge los artículos publicados en este periódico digital. Aquí se leyeron bien, plenamente; pero verlos en papel, con el ritmo más pausado que este propicia, y todos juntos, potenciándose unos a otros, produce una mezcla de placer y emoción. Es como si el trasiego del día a día hubiese dado un fruto noble, perdurable.
 
Esta mezcla la percibí cuando cayó en mis manos el primer libro de artículos, precisamente de Savater (con él descubrí el género): Sobre vivir, que es uno de mis favoritos junto con Instrucciones para olvidar El Quijote, Sin contemplaciones o A decir verdad. A partir de un determinado momento, eran los artículos que ya había leído en la prensa, sobre todo en El País, pero en su paso al libro siempre ganaban. La escritura de Savater, la mejor en español desde que él escribe para mi gusto (punzante y ligera, entretenida, limpia, lúcida, juguetona, elegante, con encanto y gracia), funciona tanto en el periódico como en el libro, pero en este se cumple mejor. Al fin y al cabo, lo que escribe en prensa son ensayitos: visiones de la actualidad con un toque de literatura y otro de filosofía.
 
En lo que a mí respecta, no me abandona el regocijo de publicar en el mismo periódico que él y mi otro articulista preferido absoluto: Félix de Azúa. Este honor me lo dio esporádicamente Jot Down y ahora me lo da todas las semanas The Objective. Al principio tuve el sueño de estar en El País, el periódico con el que me formé y el único con el que he mantenido una relación sentimental. Pero, claro, El País era para mí el periódico de Savater y Azúa. Sin ellos es otra cosa que ya no quiero.
 
Quién nos iba a decir que para mantener un discurso ilustrado en España sería indispensable criticar a El País, el beato boletín del oscurantista sanchismo. No haberlo hecho es lo que le faltó, por ejemplo, a Mario Vargas Llosa, impecable en todo lo demás. La salida de El País y el paso a The Objective les ha permitido a Savater y Azúa ejercer la crítica completa de un modo abierto. Como dice nuestro director Álvaro Nieto en el epílogo del libro, Savater escribe ahora "más desatado que nunca". A veces es bronco, como quizá no lo había sido antes. Pero es lo que le corresponde a nuestro embrutecido momento. Al igual que la claridad, responder a la realidad es una cortesía del filósofo. Y nuestra realidad es hoy la que es.
 
Ni más ni menos recoge solo los artículos políticos y de abrupta actualidad (es "una obra de combate", escribe Savater en el prólogo). Los personales y culturales, los consagrados a sus aficiones, que cultiva Savater con fruición, darían para otro libro suculento. En este hay un apartado especial al final con artículos sobre el nacionalismo, el independentismo y los restos del terrorismo, con el título de uno de sus libros gloriosos en los años duros de ETA: Perdonen las molestias. Pero el resto son artículos sobre la podredumbre desencadenada por el presidente Sánchez, ese "ególatra apasionado por el poder", y sus obedientes servidores; es lo mismo que decir que sobre la decadencia y el envilecimiento de la izquierda. Impresiona asistir a este desfile de fechorías... de las que aún no nos hemos librado.
 
A estas alturas lo único que me separa de Savater es la pujanza, que él tiene y yo no. Yo celebro su activismo, pero desde mi pasividad (salvo en la escritura). Quizá con esto no he aprendido su principal lección, pero carácter es destino. Eso sí, aunque no sirva en la práctica, estoy de acuerdo con la cita de Stendhal que aparece en el libro: "Sirve para exaltar el corazón humano". Savater me lo lleva exaltando más de cuarenta años ya.
 
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9.11.25

Presumen del Watergate pero apoyan a Nixon

[Montanoscopia] 
 
1. El que en esta semana informativamente tan loca el emérito Juan Carlos I haya tenido su parte de protagonismo, con la publicación de sus memorias y sus indiscreciones, hace pensar que él, y no Felipe VI, era el rey que le correspondía al sanchismo. Como ha dicho Teodoro León Gross, el exrey se está comportando más bien como un expresidente de república. De haberse mantenido en el trono, España tendría hoy una definitiva unidad de estilo (bajo). Solo cuatro años mediaron entre su abdicación y la llegada de Sánchez al Gobierno. Imagínense que hubiese aguantado: Sánchez sería hoy el dueño de todas las piezas.  
 
2. El aplauso de los fiscales subalternos al fiscal general del Estado, en un receso del juicio en el que es el acusado, aunque no se sienta en el banquillo porque sigue ostentando su pompa, me parece el acto más logrado hasta ahora del Año Franco. Los españoles que no lo conocieron se habrán llevado una impresión muy exacta de lo que fue el franquismo. 
 
3. La épica del periodista, cuando él mismo la exhibe, resulta un tanto sospechosa (además de embarazosa). Máxime si, como ocurre ahora, nuestro autoproclamado héroe del Watergate local por quien se desvive es por Nixon. 
 
4. La otra noche confesó José Ignacio Wert en La Brújula que le gustaba Vicky Cristina Barcelona. Así que somos dos, porque a mí también me gusta. Rafa Latorre y los demás contertulios se reían de esa película, y Daniel Gascón contó algo gracioso que dijo David Trueba cuando la vio: "Woody Allen ha podido comprobar por sí mismo lo difícil que es hacer cine español". Pero a mí me gustó: tenía un toque almodovariano con un cierto aire neoyorquino, más derivaciones landistas, no sé. A todo aquel cine de postal de Woody (París, Roma) en el peor momento de la crisis yo lo llamé "el verdadero rescate de Europa". Se prolongó en San Sebastián (un San Sebastián idílico, sin nacionalistas) y ahora Ayuso pone dinero (de los madrileños) para que Woody ruede en Madrid. Quiero ver esa película, naturalmente. Sería ideal que sacara el jardincito del príncipe Anglona, aunque es improbable. Más probable es que salga el templo de Debod, tan Central Park al atardecer...  
 
5. Al templo de Debod precisamente le quieren meter mano, como a todo lo perfecto. La excusa es su conservación, cuando un encanto del templo es el tiempo pasando por la piedra milenaria. Es también una nube de las de Borges: "No habrá una sola cosa que no sea / una nube. Lo son las catedrales / de vasta piedra y bíblicos cristales / que el tiempo allanará...". Lo que tienen que hacer con el templo de Debod es volver a llenar el estanque, para que la piedra se refleje en el agua. Y para que en la sección que da al horizonte vuelva a manar el surtidor, el ónfalos de Madrid.  
 
6. He tenido la precaución de no escuchar aún el disco de Rosalía. Me libro así (¡provisionalmente!) del riesgo de entrar en éxtasis orgásmico como el de la beata Albertona (así llamábamos jocosamente en el instituto a la escultura de Bernini) y que se me derrame en la columna.  
 
7. Le han dado a Miguel Gomez Losada el I Premio Internacional de Pintura Ciudad de Sevilla por La mesa de Rosa (Sehnsucht). Rosa era su madre. Sehnsucht es una palabra del romanticismo alemán que significa "un incontrolable deseo en el corazón humano hacia no se sabe qué". Veo al jurado apreciando la pincelada. Conozco a Losada desde hace 32 años. Hace ya muchos que es un maestro de la pintura. 
 
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6.11.25

Ilustración lenta contra el nacionalismo

En La pulsión nacionalista (Debate), que llega hoy a las librerías, Manuel Arias Maldonado se propone una "ilustración lenta" no tanto contra el nacionalismo, como sobre el nacionalismo. Se ocupa del fenómeno de un modo amplio y ecuánime, con un intento de comprensión que no desdeña sus aspectos positivos, sobre todo en su origen; lo que pasa es que los negativos son tan abrumadores a estas alturas, y han sido tan devastadores, que el efectista contra de mi título no deja de resultar pertinente. El carácter lento de la ilustración, por otro lado, asume la dificultad de promover la razón en un ámbito dominado por una arraigada irracionalidad.
 
El ideal que alienta este libro es el cosmopolita, así como el de la democracia liberal. Para ambos, relacionados entre sí, corren malos tiempos: por los populismos y extremismos en boga, por el identitarismo y el nacionalismo. "El protagonismo recobrado por el nacionalismo político en las últimas décadas", escribe el autor, "constituye uno de los fenómenos más desconcertantes de la historia reciente". En efecto, pensábamos que "los desastres del siglo XX seguirían funcionando como una advertencia eficaz contra las tentaciones de la pertenencia agresiva en un mundo cada vez más globalizado".
 
En las poco más de cien páginas de La pulsión nacionalista, Arias Maldonado logra articular este estupor, con un estudio sobre el origen histórico del nacionalismo (y lo que sean las naciones), un análisis de la "psicopolítica" de la nación (es decir, la psicológica necesidad de pertenencia y sus efectos políticos), una disección del derecho a la autodeterminación y sus reivindicaciones debidas e indebidas, y una propuesta para un horizonte "posnacional" y justamente cosmopolita.
 
Mientras que el concepto de nación es antiguo y ha ido mudando con el tiempo, el nacionalismo es un fenómeno moderno surgido de la Revolución francesa. Se trataba de arrebatarle la soberanía, es decir, la legitimidad del poder, al monarca en favor del pueblo, lo que explica el carácter liberal que tuvo el nacionalismo inicialmente. El asunto se complica con la diversidad de elementos en juego: por un lado, los Estados nación que se apoyan en el nacionalismo como aglutinante, que en los casos más flexibles impulsan una idea de nación cívica y en los más rígidos una idea de nación étnica; y por otro lado, las naciones o etnias sin Estado, que tienden a suscitar tensión o provocar conflictos en el Estado o los Estados a los que pertenecen.
 
De entre todos los asuntos de que Arias Maldonado se ocupa, destacaría el hecho de que el nacionalismo crea en buena medida la nación que ensalza y a la que se entrega. Más allá de elementos reales que puedan componer una nación, como la lengua, la religión o las tradiciones, su carácter unitario suele ser fruto de una mitificación (y mixtificación) con participación violenta. Por eso está bien traída esta cita de Ernest Renan (autor de la célebre caracterización de la nación como "un plebiscito diario"): "El progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad". En la misma línea, Ernest Gellner afirma que "el nacionalismo se inventa las naciones".
 
La claridad admirable de la exposición, presente en todas las obras de Arias Maldonado pero en particular en aquellas en que hace hincapié didáctico, como en la precedente Abecedario democrático (Turner), junto con el estilo elegante y conciso, que se deja espacio para toques humorísticos e irónicos, hace que la lectura de este prontuario, además de provechosa, resulte placentera. La pulsión nacionalista constituye así un ejemplo del ideal que pretende. Ese mundo cosmopolita trabajado por la "ilustración lenta" sonaría de un modo parecido.
 
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2.11.25

En un ataúd de Halloween, para llorar o reír

[Montanoscopia]  
 
1. Digan lo que digan las encuestas, a la baja en cualquier caso, el PP parece ya un Javier Arenas colectivo, personificado en el cada vez más arenesco Feijóo. Cunde el miedo al gatillazo: miedo que, como sabemos, es un certero factor del gatillazo. Hay tantos fallos a la vista que no se entiende cómo no los ven ellos mismos. Por ejemplo, que el ominoso Mazón siga pululando por ahí. Su jeta debería haber desaparecido hace un año de la vida pública española. También el espectaculito del Senado, con el meritorio Miranda disparándole epiléptica e infructuosamente al cínico Sánchez, quien se puso gafas de mafioso de Casino. Yo tenía la ilusión de que el PP llegase (¡sin mi voto!) al Gobierno. Primero por el fin del sanchismo. Segundo por ver a amigos míos como subsecretarios de Estado. Pero estos amigos van envejeciendo y nada. Amenazan con ser los sempiternos príncipes Carlos de las subsecretarías de Estado.  
 
2. En su artículo sobre la sesión de escenificación, que no de investigación, del Senado, suelta esta perla Jabois: "el antisanchismo es una enfermedad que está destruyendo a las mejores mentes de la derecha". Está claro que un peligro del antisanchista es convertirse en un sanchista del antisanchismo: el envilecimiento (así como la pesadez) amenazan siempre. Pero que hable de destrucción de mentes ajenas uno que se reboza cotidianamente en las de El País y la Ser, y que además se mira al espejo, es para meterse en un ataúd de Halloween y no parar de llorar, o reír.  
 
3. De todos los giros en curso, el católico (como bien lo ha formulado Garrocho) es el que me resulta más simpático. Es una prueba de la astucia de la Sinrazón. Y también, por cierto, de la implacable vigencia de Nietzsche, cuya "muerte" proclaman ahora Gomá y Ana Iris. En cuanto a la moda monjil, era casi una consecuencia lógica del feminismo puritano de moda. Aunque lo de hoy no pasa de ser un revival ingenuo de lo que ya se ofreció de un modo más avisado en la Movida: de la película Entre tinieblas de Almodóvar a la canción Quiero ser santa de Parálisis Permanente.  
 
4. La clave de Morituri, de Sanz Irles, que acaba de editar Sr. Scott, podría ser: muerte con vidilla. Es una profunda novela sobre la muerte (sobre el envejecimiento y la muerte), pero recorrida (¡animada!) de tal modo por la electricidad literaria que uno lo que quiere es permanecer en la vida para seguir leyendo novelas como esta. La combinación de tema lúgubre y expresión jocosa es en cierto modo medieval, lo que entre nosotros remite a las danzas de la muerte y a obras como el Libro de buen amor o La Celestina; por la misma razón, podría decirse que es joyceana. El desparpajo verbal del narrador, que por estar fuera de la historia puede no solo contarla sino reflexionar sobre el contar, con extremada autoconciencia de las palabras y los procedimientos que utiliza, convierte cada página en un festín para el lector hedónico. Está bien que el contrapeso sea grave, porque así el juego resalta más. De algún modo, se habla de la muerte (y de la eutanasia y el suicidio, con consideraciones médicas, políticas y filosóficas) desde el chisporroteo de la vida: como para ilustrarnos lo que se pierde. La trama, que contiene elementos de la novela picaresca, con un crescendo casi berlanguiano, esperpéntico, humorístico, punteada a la vez de erotismo y de crepúsculo, es, como escribió Jaime Gil de Biedma sobre los poemas de su amigo Gabriel Ferrater, tras su suicidio, una añagaza para retenernos. 
 
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31.10.25

A favor del cambio de hora

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 2:08
 
Buenas noches. Yo estaba rabiosamente en contra del cambio de hora, pero en cuanto Sánchez se ha manifestado también en contra, yo me he vuelto un fanático en favor del cambio de hora. ¡Así funciono! De pronto me he puesto a verle virtudes formidables al cambio de hora y ya no concibo mi vida sin el cambio de hora. La vida, de hecho, suele ser un tostonazo, un río monótono en el que nunca pasa nada... ¡Salvo el cambio de hora! El cambio de hora nos da vidilla dos veces al año y está bien que al menos nos pase eso. Por otra parte, los ingenuos que se oponen al cambio de hora (yo mismo hasta que habló el presidente) dan por hecho que el horario que se quedará será el de verano. ¡Quiá! Los gobernantes nos quieren con horario de invierno. Por la mañana temprano a trabajar y por la noche en casa recogiditos. Hay un dato que nos permite deducir esta preferencia del Estado por la opción más triste. ¿Qué es lo que hace el Estado ahora que cambia la hora? Pues robarnos una gloriosa hora de primavera para devolvernos, cinco meses después, una marchita hora de otoño. El Estado no engaña a nadie: nos roba oro y nos devuelve ceniza. Pero, aun así, está bien el cambio. A partir del pasado fin de semana, nos comeremos infinidad de tardes tristes, en que a las seis ya es de noche. Pasaremos muchísimas semanas con el ánimo por los suelos, que no levantará ni el suplemento de las luces navideñas. Pero el sacrificio merecerá la pena solo por la primera tarde larga que nos aguarda a finales de marzo, cuando el horario de verano regrese. Sí, solo por ese golpetazo de luz, intenso y deslumbrante (¡cosquilleante!), merecerá la pena.

30.10.25

Nuestra política mata

En el fondo soy optimista. Justo por ser catastrofista. Hago mío este aforismo, tan bernhardiano, de Cioran (lo tradujo en su día Savater): "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro". No deja de maravillarme que las cosas funcionen más o menos: que salga agua del grifo, que haya fruta en la frutería y carne en la carnicería, que los coches se paren en el semáforo y se pueda pasar, que no andemos a garrotazos por la calle (aunque sí en Twitter), que se encienda la luz.
 
Es cierto que un día no se encendió la luz, durante horas. Y que ya no puedes asegurar tu tiempo de llegada si coges un tren de The Puentete. La catástrofe se insinúa, está siempre como fondo o posibilidad, amenazante. En el caso del ministrete, altísima la posibilidad. Pero por el momento son excepciones: la vida marcha aproximadamente. Para mí, en verdad, es milagroso.
 
El engranaje del funcionamiento resulta complejísimo. Es un artilugio de relojería que se diría que funciona de chiripa si no funcionase tan persistentemente. Debe de deberse a unos ajustes y reajustes ancestrales, que vienen de muy atrás y que se mantienen en buena medida por una prodigiosa inercia. Pero nada está garantizado y, en el fondo, todo es frágil. Basta eso, un ministrete, para que los trenes (¡por los que, junto a las fábricas, se inventó la hora común!) vayan de estropicio en estropicio y aparezcas a las nueve de la noche cuando tu cita (¡de vida o muerte!) era a la una de la tarde.
 
Para lo que se sale de la normalidad es para lo que hace falta pericia, fruto de la preparación y la experiencia. Pero los que están al mando carecen en la actualidad de pericia, preparación y experiencia. Son gente que estaba ahí para otra cosa, para el lío político. Como estaba Illa de ministro cuando la pandemia, que le pilló sin tener ni idea de nada. Cuando la cosa va por sí sola, hay poco problema. Ahora, si la cosa se tuerce, se acabó.
 
Recuerdo que un amigo se apuntó a un curso de conducción deportiva en el circuito del Jarama. Le enseñaban maniobras para momentos de apuro. En su vida diaria de conductor no le hacían falta. Pero tuvo que recurrir a ellas en un par de ocasiones en las que, sin ellas, se la habría pegado. Esa es la cuestión.
 
La invasión de los políticos en todas las esferas de la vida pública española es la invasión de los inútiles. Por el procedimiento de selección adversa mediante el cual suben (cual mecanismo de retrete aberrante, regurgitador de heces, lo peor de la sociedad sin lugar a dudas; estarían los delincuentes y ellos, que también son delincuentes), no hay nadie en un puesto clave que esté a la altura. Así se puede afirmar que nuestra política mata. Cuando adviene una catástrofe, la irresponsabilidad se cuenta en muertos.
 
En el primer aniversario de la dana (237 muertos), todos deberían estar tendidos boca abajo en el suelo pidiendo perdón; o mejor, no estar. De Mazón a Sánchez, pasando por el resto, como aquella encargada de las emergencias que no sabía cómo se activaban las emergencias. No hay diferencia entre los partidos porque todos se nutren del mismo tipo de inútiles desaprensivos. Incluidos, naturalmente, los que se presentan como alternativa radical y serían aún peores.
 
Pero la situación no debe de estar tan mal, en realidad. Exceptuando las catástrofes, en el día a día vamos tirando, pese a nuestros políticos y pese a todo. Es un milagro increíble. 
 
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26.10.25

Héroes de anécdotas triviales

[Montanoscopia]  
 
1. En homenaje a Diane Keaton revisité Misterioso asesinato en Manhattan. La había visto dos veces y las dos me pareció una película buena y entretenida. Solo ahora he apreciado que también es perfecta. Woody Allen en su plenitud: ¡ametralladora de chistes mientras avanza la trama! Para mí fue además importante porque desde que la vi en el cine en 1994 me sumé al ritual de ver todas las de Woody en la primera sesión del día de estreno (o la más próxima a esa que pudiera). Un ritual que se terminaría, pensaba, cuando Woody muriese. Pero se ha terminado antes, por la nueva Inquisición.  
 
2. Leído el Primer cuaderno Borges de Roberto Alifano (Renacimiento). Anoté aquí que iba a ser un libro para todo el verano, pero pasó agosto, pasó septiembre y seguía con él. Lo he acabado solo ahora, a finales de octubre. Al devolverlo melancólicamente a la estantería caigo en que mi propósito se ha cumplido: el verano se ha venido arrastrando, como mi lectura, hasta esta fecha.  
 
3. El Borges de Alifano no es un libro imprescindible, pero sí interesante. Asistimos a la cotidianidad de Borges en tiempos turbulentos, la Argentina de 1974 a 1976: los últimos meses de Perón, el gobierno de su viuda, el golpe militar; en la vida privada de Borges, la enfermedad y la muerte de su madre, al borde de ser centenaria. Una noche está cenando Borges y el restaurante tiembla: ha estallado una bomba en el edificio de enfrente. Por esos episodios, dice el escritor argentino: "Nos estamos convirtiendo en un país latinoamericano". Pero él sigue dictándole a Alifano sus cuentos y sus poemas. Todos son buenos, algunos son obras maestras. Quizá no hay que olvidar que aquel mundo murió, pero no su obra.  
 
4. Llevo doscientas páginas de las setecientas de la biografía Jorge Luis Borges. Un destino literario de Lucas Adur (Cátedra) y este sí es un libro imprescindible. He pasado por su juventud vanguardista, por sus trifulcas y polémicas. Borges diría maravillosamente de entonces, pasados muchos años: "Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales". Y continuamente hallazgos. A un amigo que se suicidó le dedica un poema (recogido en Cuaderno San Martín) que tiene este verso: "si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo".  
 
5. Una información preciosa de la biografía. Resulta que Lorca, sobre el que Borges siempre hizo chanzas, le influyó: le enseñó a combinar lo popular con la vanguardia. ¡Nunca hagan caso de las chanzas que hacemos los escritores!  
 
6. El usual Lucas y el acomodaticio Del Molino se han confabulado para rebajar el nivel de la cultura española. ¡Juntos componen una genuina pinza jibarizadora! Lucas fue el que propuso a Byung-Chul Han, el Murakami de la filosofía, para el premio Princesa de Asturias, con lo que el premio ha tenido este año menos categoría que el Planeta. Por su parte, Del Molino ha metido en el noble recinto de la Fundación Juan March, para hablar de libros, a Ramoncín y Víctor Manuel. ¡Se dice pronto! Doy por hecho que ya tiene en el cargador, para un próximo disparo goebbelsiano, a Milikito.  
 
7. Si quieren deprimirse con dignidad, elevación y limpieza, pónganse el vídeo de la charla de Manuel Arias Maldonado con Rafael Jiménez Asensio en el Centro Cultural La Malagueta de anteayer: España y su reforma inacabada. Jiménez Asensio habla, a partir de Galdós y Valera, de la incompetencia de España para construir un Estado liberal. Seguimos siendo un país de fanáticos (Valera). Entre las perlas, esta de Tocqueville: "No hay nada más difícil de gobernar que un pueblo de solicitantes". 
 
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23.10.25

Thomas Bernhard en el momento decisivo

Qué gustazo que Thomas Bernhard sea otra vez novedad editorial. Lo fue hace unos meses con Andar, en la traducción de Virginia Maza para Contraseña, y lo es desde hoy con la edición crítica en Cátedra de Maestros Antiguos, a cargo de Javier Aparicio Maydeu, en la traducción de Miguel Sáenz que ya estaba en Alianza. Antes de entregarle en 1985 esta novela a su editor Siegfried Unseld, le escribió Bernhard: "La producción literaria de hoy, en conjunto, ha llegado a su punto más bajo y alcanzado su peor gusto. [...] No se publican más que cursiladas y basura sin pies ni cabeza. [...] Los escritores son estúpidos sin arte y los críticos charlatanes sentimentales". Estas frases siguen vigentes cuarenta años después. Entonces como ahora una colosal excepción fue y es Thomas Bernhard.
 
Cada vez que me preguntan por qué libro de Bernhard empezar doy respuestas ligeramente distintas. Pero de un tiempo a esta parte se repite una: por Maestros Antiguos. Es quizá el Bernhard perfecto, el que alcanza la plenitud de su arte con el elemento que hace que todo arte vuele: la ligereza. El aparato bernhardiano, aparentemente (solo aparentemente) pesado, tiene en Maestros Antiguos una insólita levedad. La clave la da el autor en el subtítulo: Comedia. La tragedia de la vida, presente aquí como en todo Bernhard, se aligera de un modo casi entrañable: se diría que humano.
 
Maestros Antiguos contiene varios de los pasajes más memorablemente humorísticos de toda la obra de Bernhard: las páginas sobre el mal estado de los retretes vieneses ("los retretes más sucios de Europa"), sobre los Habsburgo o sobre el austriaco ("que es siempre un innoble nazi o un católico estúpido") y las andanadas contra Stifter, Bruckner, Mahler y Heidegger, que se saldan a carcajada limpia. De este último dice: "Lo veo siempre en el banco de su casa de la Selva Negra, sentado junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpidamente medias de invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas". Y: "Era totalmente poco inteligente, carente de toda fantasía, carente de toda sensibilidad, un rumiante filosófico superalemán, una vaca filosófica constantemente preñada, que pastaba en la filosofía alemana y durante decenios dejó caer sobre ella en la Selva Negra sus coquetas boñigas".
 
En The Nihilism of Thomas Bernhard, Charles W. Martin observa dos grandes periodos en la obra narrativa bernhardiana, con la pentalogía autobiográfica como eje o transición. El primero, duro, radical, asfixiante, lo compondrían las novelas Helada, Trastorno, La Calera y Corrección. Cada una de ellas con una novela corta con la que haría pareja; respectivamente: Amras, Ungenach, Jugar al watten y Andar. Tras la pentalogía autobiográfica, entreverándose inicialmente con ella, vendría el segundo periodo. Al principio, novelas más breves, menos densas, marcadamente irónicas: , Los comebarato, Hormigón y El sobrino de Wittgenstein. A continuación la llamada "trilogía del arte": El malogrado, Tala y Maestros Antiguos. Por último, el testamento: Extinción. Se ha venido diciendo (Maydeu lo repite) que esta, última en publicarse, fue en realidad la penúltima en escribirse y que la verdaderamente última es Maestros Antiguos. Pero J. J. Long deshace el malentendido en The Novels of Thomas Bernhard: el orden de publicación es acorde con el de escritura.
 
Lo cual no quiere decir que Maestros Antiguos no sea otra especie de testamento. Ante todo, un testamento literario. Es la novela del segundo periodo formalmente más parecida a las del primero, con un personaje monologante (aquí Reger) de cuyos monólogos da cuenta otro (aquí Atzbacher) y con uno más en liza (aquí Irrsigler). El prodigio de Bernhard es haber logrado que ese tipo de novela, que ya era valioso en su primera fase, con sus cuatro novelas maestras más sus cuatro novelas cortas también maestras, fluya con una naturalidad fuera de serie. Es la consumación maravillosa de un arte.
 
El esquema argumental, como ocurre habitualmente con Bernhard, es sencillo: Reger, octogenario crítico musical del Times, ha quedado con su discípulo Atzbacher en el Kunsthistorisches Museum de Viena ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto. Reger se sienta ante ese cuadro tres o cuatro horas, a veces cinco, "un día sí y otro no, salvo los lunes", desde hace más de treinta años. Para ello cuenta con la complicidad del vigilante del museo, Irrsigler, que a veces le cierra la sala para él solo. En esta ocasión, de manera excepcional, Reger ha vuelto a citar allí a Atzbacher por segundo día consecutivo, con un propósito que se revelará en la última página. Atzbacher ha aprovechado para ir una hora antes y poder espiar a Reger desde otra sala. Naturalmente, en este esquema Bernhard introduce evocaciones del pasado, historias en diferentes planos y, sobre todo, las elucubraciones verbales de Reger sobre asuntos filosóficos, literarios, artísticos, históricos, políticos, vitales y (¡sorpresa!) amorosos.
 
Bernhard escribió Maestros Antiguos justo tras la muerte de su mujer, Hedwig Stavianicek, treinta y cinco años mayor que él y a la que llamaba a veces "mi tía" y a veces "el ser de mi vida". Llevaba con ella desde los diecinueve años. Reger ha perdido también a su mujer y hacia el final de la novela se cuenta su duelo, en las que quizá sean las páginas más intensas y emocionantes de Bernhard. Tiene que ver con el asunto, con el título. Los Maestros Antiguos de la pintura, a los que por otra parte Reger les encuentra defectos ("un cuadro genial al ciento por ciento, eso no lo consiguió nunca ninguno de esos, así llamados, Maestros Antiguos; o fracasaron en la barbilla o en la rodilla o en los párpados, así Reger"), nos dejan solos en el momento decisivo.
 
Así lo escribe Bernhard, y no encuentro conclusión mejor: 
Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada y más elevada y elevadísima, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. [...] Cuando uno ha perdido a su ser más próximo, todo le resulta vacío, ya puede mirar adonde quiera, todo está vacío y uno mira y remira y ve que todo está realmente vacío y de hecho para siempre, así Reger. Y uno comprende que no son esos Grandes Ingenios ni esos Maestros Antiguos los que lo han mantenido vivo durante decenios, sino solo ese ser único, al que quiso más que a ningún otro. 
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19.10.25

Ser español es lo más pesado que hay en el mundo

[Montanoscopia] 

1. El pobre PP, después de tropezar con las mamografías y el aborto, tropieza con la inmigración. "La nacionalidad española no se regala, se merece", ha dicho Feijóo. ¡Jóo, macho! Yo solo firmaría la frase si se entendiese el último verbo en su sentido de merecer castigo. La nacionalidad española es una formidable condena. Ser español es lo más pesado que hay en el mundo. Y no digamos en sus variantes catalana y vasca: las maneras más pesadas, de entre las pesadas, de ser español. García Calvo caló muy bien a estas Españitas. El gran problema español, no me canso de repetirlo, es la incapacidad para el pensamiento abstracto. Incluido el pensamiento político abstracto. No se comprende la limpia noción de ciudadanía universal, vacía, sin adherencias. Hay una pulsión fatalmente falangista por introducir contenidos espurios. También (ninguna facción española se libra) en nuestra malbaratada izquierda. 

2. Me ha hecho gracia el revolcón al gañán Aroca por ponerse a cloquear en la cadena Ser mientras hablaba la perla Harbour. El feminismo ha empezado a criticar el machismo de la izquierda. Ha tardado, pero está llegando. Lástima que no le alcanzase, porque ya murió, a un celebrado mago de la literatura. Este no dejó pruebas escritas, a diferencia de Neruda con su "me gusta cuando callas", contra el que ya espabilaron también. El de Luisgé fue un episodio anterior a este de Aroca. El feminismo no duda ahora en meterse en el corazón del sanchismo para afirmar su hegemonía. 

3. Escribe Del Molino una simpática columna sobre Antonio Famoso, el hombre que pasó quince años muerto en su casa sin que nadie lo advirtiera. Como sus cuentas estaban automatizadas, "era el ciudadano perfecto, siempre al corriente de pago". Añade el columnista de El País: "Ni siquiera votaba, para no estropear las encuestas ni exacerbar la polarización". Esto último es particularmente simpático. Más simpático aún, aporto yo, es que Famoso superase a Ábalos en el número de años sin pasar por el cajero (quince a seis). Pero lo que convierte a Famoso en el ciudadano definitivamente perfecto es que jamás dijo ni mu sobre Sánchez, como cualquier simpático columnista de El País

4. El nombre sórdido de Rodríguez Menéndez no me evoca sordidez, sino felicidad. Al leerlo en la noticia de su muerte me ha llegado el inconfundible aroma. La felicidad es por la tertulia que tenía entonces en Madrid con el escritor Fernando Marías y otros amigos. Es la única vez que he tenido una tertulia fija y era estupendo, porque te arreglaba la semana. Nos reuníamos en el Café del Prado, en la mesa del altillo. Había un piano cerca. Entonces no sabía que en aquella calle del Prado (no confundir con el paseo) vivía el narrador de El malogrado de Thomas Bernhard, una historia de pianistas. Pero en la tertulia nunca hablábamos de literatura. En aquel tiempo le dieron el premio Nadal a Fernando por El niño de los coroneles y en las entrevistas le oímos hablar de libros por primera vez. "Nos hemos tenido que enterar por la prensa de que te gusta Joseph Conrad", le dijimos. De lo que hablábamos era de cine y de cotilleos. Rodríguez Menéndez salía todas las semanas. Era nuestro héroe negativo. Nos reíamos con sus exabruptos. Uno de nosotros supo un suceso terrible del abogado en un piso de Atocha y lo contó una tarde. (No lo puedo revelar.) Me lo crucé una sola vez, mientras me dirigía a un concierto de Bebel Gilberto. La vida es así de rara. Un tipo como ese formaba parte de un paisaje en que fui feliz. 

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17.10.25

El más distinguido club de escritores

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:03
 
Buenas noches. ¡Semana de premios! Merecidísimo el Antena de Oro para nuestro Rafa Latorre (¡felicidades, jefe!). Merecidísimo también el Nobel de la Paz para María Corina Machado. Sobre el Planeta no digo nada, porque es de esta casa. En cuanto al Nobel de Literatura, me da buena espina el húngaro de nombre raro. Pero tengo que decir una cosa: respetar este premio después de que se le negara a Borges me parece mucho respetar. Los suecos se hicieron ahí los suecos de manera irreversible y se autolesionaron mortalmente. Cada año entramos en el juego de valorar al premiado, y me parece bien, porque con algo hay que llenar la vida; pero no debemos olvidar que es eso, un juego. El Nobel de Literatura hay que verlo al revés. El verdadero premio es no ganarlo. El escritor sin Nobel pertenece a un club del que forman parte –además de Borges– Proust, Joyce, Jünger, Salinger, Lispector, Pessoa, Vallejo, Onetti, Galdós, Kafka, Rulfo, Nabokov, Greene, Highsmith, Ginzburg, Cavafis, Rilke, Chesterton, Svevo, Simenon, Piglia, Marías, Conrad, Cioran o Bernhard. Los escritores pertenecemos de entrada a este club tan distinguido. Pero cada mes de octubre uno de nosotros es expulsado. La ejecutora de la patada en el culo es la Academia Sueca, que, aunque malvada, al menos se compadece de los pequeños y escoge a los más envalentonados. Fue maravilloso cuando expulsó a Saramago, por ejemplo. Es cierto que a los no poseedores del Nobel nos da pena que ya no podamos contar con Mann, Faulkner, Beckett, Bellow, Jiménez, Paz, Varguitas, Coetzee, Szymborska, Glück o Jelinek. Sin ellos, el club es algo menos distinguido, ciertamente. Pero lo que jamás le perdonaremos a la Academia Sueca es que haya mantenido entre nosotros a Tolstói, quien, como saben los asiduos de estas opiniones ultramontanas, es un piernas.

16.10.25

De la imposible persuasión

Hay columnistas que intentan persuadir. Ofrecen argumentos y datos, se fundamentan en los hechos y en la razón. Yo los admiro sin ironía, pero no estoy entre ellos. Su encomiable esfuerzo inútil me noquea melancólicamente. Porque se trata de un esfuerzo inútil en este corral; tal vez (ya vemos cómo va el mundo) en todos los corrales. Su única utilidad será, valga la paradoja, estética: ilustrarán a los lectores del futuro sobre las iniquidades del presente y les mostrarán que algunos no estuvieron del todo embrutecidos. Se salvarán ante ellos. Ya ocurrió con nuestro Jovellanos o nuestro Larra. Los cuales tuvieron (conviene no olvidarlo) cárcel o pistoletazo.

Descartado el afán de persuadir (quizá porque, además de impacientarme y aburrirme, tampoco sé hacerlo), me queda dar un poco de espectáculo, dispensar vidilla, juguetear con las noticias, soltar alguna ingeniosidad (si se me ocurre, cada vez es más complicado), marear (con cierto ritmo) la perdiz hasta llegar a las seiscientas palabras, propinar mandobles verbales, emitir diagnósticos abruptos (me temo que sin terapia), endilgar algún lirismo, captar o transmitir estados de ánimo, acompañar (¡desde mi misantropía!), vengarme, reaccionar, señalar, encomiar si toca y, en resumidas cuentas, expresarme. Haciendo de la necesidad (o de mi limitación) virtud, añadiría que tratar de persuadir es una vulgaridad.

En realidad, les tengo un respeto último a mis detestados y despreciados: prefiero que sigan en sus (¡detestables y despreciables!) trece antes de que me hagan caso a mí. Si me hicieran caso, no sabría cómo manejarme con ellos. Y sin duda los detestaría y despreciaría el doble. Y me darían pena. De la detestación y el desprecio pasaría a la pena, lo que sería un mal negocio para todos. Con semejantes pulsiones estoy condenado al fatalismo dialéctico. Esta mezcla de una visión conflictiva del mundo con el convencimiento de que en el fondo todo da igual (o de que no hay nada sustancial que se pueda hacer) sería mi salsa.

Si los persuasores ilustrados, que como he dicho admiro desde fuera, me producen melancolía por la inutilidad de su esfuerzo, entre mis detestados y despreciados se encuentran en un alto lugar los predicadores. Estos vendrían a ser unos persuasores oscurantistas, que tratan de persuadir con la mentira y la sinrazón. Además de unos pesados, son peligrosos. Y son los que abundan y los que tienen éxito. En este setido malo, la persuasión sí que es posible. Lo comprobamos todos los días. Aunque como funcionan mejor es oralmente, no por escrito.

Las redes sociales están llenas de tales predicadores o propagandistas. Desde mi carácter dubitativo (una duda real que me inutiliza y arrasa, no esa duda cosmética que algunos se ponen de adorno), me llama la atención la firmeza de tales predicadores (o propagandistas o vendemotos): la tajante ejecución de sus movimientos de manos, como encajonando el aire, como cortando quesitos, la emisión potente de la voz, hábilmente modulada, las jetas impávidas, de piedra pómez, aunque con su estudiada coreografía de boca, ojos y cejas. Cada uno es emisor de un mensaje contundente. La única esperanza es que la batidora universal haga una papilla con todas sus contundencias.

Como decía el Ricardo Reis de Pessoa: "Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo". Intervenir no deja de ser una obscenidad. Con los años uno va adquiriendo una única enseñanza sobre los seres humanos, nuestros entrañables congéneres; o mejor dicho, una enseñanza doble: que cada uno hace lo que puede (con la acumulación de lo que arrastra) y que todos somos unos desgraciados. No dar la tabarra puede ser la conclusión moral que se deduzca de este aprendizaje. 

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13.10.25

Que alguien la meta, aunque sea Ábalos

[Montanoscopia] 

1. Entre tanta sordidez, solo Ábalos me parece digno. Un hombre dominado por su pizarrín, ese pajarillo al que continuamente había que darle alpiste. El alpiste se compraba o con dinero público o con dinero turbio del PSOE. El que el partido antiputas (supuestamente) le pagara las putas a su secretario de Organización es más bello que la Victoria de Samotracia. Eso por la parte del partido. Pero por la parte de Ábalos, ¡qué bicoca! Todo se lo ha llevado o llevará el río. Ábalos puede que termine en la cárcel. Pero aquellas fornicaciones, aunque venales, ya nadie se las quita. La sabiduría popular lo sabe: "De la vida sacarás / lo que metas, / nada más". Es una rima puramente para hombres, o para seres con pizarrín, sean hombres o mujeres. (Que los seres sin pizarrín inventen la suya.) Me hace gracia que, en el contexto torrentiano de Ábalos, hay una frase que tenía que salir fatalmente y que por fin lo ha hecho: "He dejado el pabellón muy alto". En cuanto a si fue con dinero público, este contribuyente ya ha declarado que cede gustosamente su cuotaparte. Como buen socialdemócrata, quiero que mis impuestos financien la sanidad y la educación. Pero que unos eurillos se deriven a la alegría de vivir no me parece mal. Que alguien la meta, aunque sea Ábalos. 

2. Entiendo la decepción de la izquierda española: es un fastidio que las matanzas en Gaza no se hayan prolongado al menos hasta los Goya. ¿Qué son los miles más de muertos que habría habido de aquí a febrero comparados con el fabuloso escenario de la exhibición moral con lentejuelas? En los alrededores del cine está Barbie Gaza, de bajona también: ¡han frenado en seco su incipiente carrera de famosa! Y ni siquiera está ya Interviú para que le hubiese dado tiempo a inmortalizar sus tetas. La flotilla ha sido el gran símbolo festivalero de este espíritu. Me ha recordado a aquella foto que descubrió Trapiello en que Alberti se refería a la guerra civil como la belle époque. Así la vivieron. Así lo viven. No dejan de ser también homenajes a la vida, sobre un fondo de muerte. 

3. Hay que admirar la coherente relación de esta izquierda con la democracia. Si a la democracia española la acusa de no ser una democracia, es lógico que una dictadura como la de Maduro cuente con su aprobación. Y que desapruebe rabiosa y hasta sarnosamente el premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, luchadora por la democracia en Venezuela. Pablo Iglesias la compara con Hitler, clavando su autorretrato político. 

4. Ya que esta Montanoscopia cae en 12 de Octubre, traigo de nuevo una canción que para mí indica cómo hay que tomarse esta fecha histórica: justamente por el lado de la alegría de vivir. Es Las tres carabelas, compuesta por nuestro Augusto Algueró, en la versión maravillosa para el disco Tropicália (1968) de Caetano Veloso, Gilberto Gil y Os Mutantes, con la orquestación de Rogério Duprat. Se habla del descubrimiento de América, pero lo que importa es lo que sigue: "Mira tú qué cosas pasan / que algunos años después / en esta tierra cubana / yo encontré a mi querer". Por lo tanto: "¡Viva el señor don Cristóbal, que viva la patria mía! / ¡Vivan las tres carabelas: / la Pinta, la Niña y la Santa María!". ¡La de cosas que no tendría sin el señor don Cristóbal! Algunas amigas, algunas músicas, algunos paisajes, algunas plantas, algunos alimentos, el ciclismo colombiano, el cine americano, la vidilla extra de nuestras calles, Venus Williams, Clarice Lispector, sor Juana, Borges, Darío, los dos Vallejo, Parra, Varguitas, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Elena Garro, Octavio Paz o Brasil. 

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