Tal vez lo más atroz de lo que le pasa no esté en el estómago ni en ninguna otra experiencia crudamente sensorial. Es el tiempo. Con 15 dólares en el bolsillo el tiempo no pasa; de tal modo que uno tiene la conciencia constante de que se va muriendo.Sí, existe ese tiempo del momento, de la jornada. Pero hay otro más importante: el que no se termina. En este tipo de reportajes el autor puede introducirse en todos los aspectos de la vida que ha ido a investigar; salvo en uno: la conciencia de que esa vida es una condena sin plazo. Symmes sabe que su experiencia lo tiene. Tal día se terminará: su tiempo es un tiempo con horizonte. Hemos leído historias de príncipes, o de actores de Hollywood, que han decidido pasar unos días a la intemperie, para saber "cómo vive" el que vive a la intemperie. Pero de ese safari se le escapará la pieza más importante: el machacamiento de todos los días que ya fueron así, y de todos los que seguirán siendo así; sin posibilidad posterior de palacio o de jacuzzi. No se puede, pues, como se presenta el reportaje de Symmes, "vivir un mes en esas mismas condiciones": porque esa acotación del tiempo elimina la condición principal.
[Publicado en Penúltimos Días]