28.2.13

Hija de su padre

En esta pedrea de las patrias que son las autonomías, hoy es el día de la que me toca a mí, que es la andaluza. Lo vivo con la pereza de todos los años; una pereza equivalente a la del 12 de octubre, que es el de la patria grande. Aunque, conforme crecen los folclorismos locales, que al fin y al cabo son los que ves por la ventana (o por Canal Sur), entran ganas de transportar al lenguaje patriótico aquello que se decía en el religioso: "¿Pero cómo voy a creer en otra religión si no creo en la católica, que es la verdadera?" Pues con las patrias igual: ¿cómo voy a creer en la patria andaluza si no creo en la española, que es la verdadera?

Aquí, además, se da algo curioso. Se homenajea a Blas Infante, reconocido en 1983 por el Parlamento de Andalucía como "padre de la patria andaluza"; reconocimiento que figura también en el Estatuto de 2007 (más conocido –por su inspiración catalanista– como Estatú). Y digo curioso porque esa expresión de "patria andaluza" no se usa jamás sola, sino únicamente en el mencionado contexto de "padre de la patria andaluza". Lo sabe cualquier habitante de la región y lo sabe Google.

La "patria andaluza" solo es, pues, hija de su padre y nadie más. Es una patria ad hoc. Una patria que no vive fuera de esa filiación paterna: se trata, literalmente, de una parida. Y el hecho de que el establecimiento político andaluz la haya consagrado no dice nada acerca de "patria andaluza" alguna, pero sí lo dice todo del establecimiento político andaluz. (Me regodeo en traducir literalmente establishment, para que resuenen sus connotaciones en español).

Se trata de una voluta absolutamente retórica. De un constructo de la clase dirigente hecho de manera exclusiva para uso (y abuso) de la clase dirigente. Hoy nos lo recordarán otra vez, tan autosatisfechos como autorreferenciales.

[Publicado en Zoom News]

26.2.13

El hombre que no quiso ser florero

Hay una frase de Pascal que se recuerda a menudo: “Todas las desgracias le vienen al hombre de que no sabe quedarse quieto en una habitación”. Algunos casi lo consiguen, como Dominique Strauss-Kahn, que cumplió el 50%, lo de quedarse en la habitación; lamentablemente falló en lo de quieto y de ahí le vienen todas las desgracias. Hace unos días volví a recordar la frase, cuando Diego Torres declaró que su exsocio Urdangarin “no quería ser un florero”. Esta vez el destino lo había puesto fácil, porque no hay mejor sitio para ser un florero que palacio. Pero de nuevo se impuso la maldición de Pascal, que entre nosotros la formuló Azcona más campechanamente: “Como fuera de casa no se está en ningún sitio”.

Es un verdadero problema antropológico, que quizá tenga que ver con pasarse de frenada. Uno consigue algo y podría quedarse ahí, pero por lo general sigue adelante. Es difícil estarse quieto. Según el exsocio, Urdangarin quería tener “un desarrollo profesional”. No veo qué de malo había en desarrollarse como florero. La cuestión remite a esta mentalidad de hoy, tan utilitaria, que está todo el rato fomentando el emprendimiento y penalizando la contemplación. Urdangarin lo pilló a la primera y quiso formar un dúo dinámico, y no estático, con Torres. Aunque el repertorio se les fue a la Movida, y ahora andan cantando “¿fuiste tú el culpable o lo fui yo?” (Urdangarin, por cierto, con lo que se parece a Carlos Berlanga, da bien como pegamoide).

El caso es que hubiese sido un excelente florero, de esos que se enteran de todo, como los de Método 3. Y se me ocurre ahora si el avieso exsocio no estaría queriendo mandar un mensajito: los floreros no suelen aparecer en la prensa, y de pronto, en la misma semana, salen dos. ¡Qué raro! De todas formas, prefiero quedarme en la parte lírica del asunto, reforzándola incluso con una nota poética. Para esto nada mejor que el Ricardo Reis de Pessoa, que escribió: “Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo”. Y además tiene una apología directa de los floreros: “Son plácidas / todas las horas / que perdemos, / si en el perderlas, / como en una jarra, / ponemos flores”.

Pero he metido la pata al traer a Reis (como la metí antes, sin darme cuenta, al escribir “campechanamente”), porque tiene otro verso de connotaciones familiares para el hombre que no quiso ser florero: “Abdica y sé rey de ti mismo”.

[Publicado en Zoom News]

21.2.13

La democracia formal

El debate sobre el estado de la nación tapó ayer una espléndida noticia: la celebración misma del debate sobre el estado de la nación. Parecía una costumbre consolidada, pero el año pasado no hubo. Ese fue uno de los dos grandes errores del primer Rajoy (el otro fue aplazarlo todo hasta después de las elecciones andaluzas). Con aquella negativa, Rajoy se convirtió en el antisistema mayor del reino. Y yo, que soy un “sistema”, me enfadé muchísimo. “Con la que está cayendo” –por usar la frase de moda– no podemos permitirnos jugar con el paraguas.

Y el paraguas sigue siendo la cada vez más denostada (¡de nuevo en la historia!) democracia formal. Defenderla es hoy un ejercicio ascético, y más formal que nunca: porque parece que todo falla en el contenido y solo nos queda el marco. La amenazan, por un lado, quienes se creen mejores que los políticos; y por el otro, los propios políticos, que son ciertamente peores. Quizá va siendo hora de respetarlos aunque no se lo merezcan: solo por los aspectos formales. Más allá de gustos y disgustos, aceptar que son nuestros representantes, por definición.

En cuanto al debate entre Rubalcaba y Rajoy en sí, no dejó de tener por su parte un cierto juego formal: era el ping-pong de siempre pero más abstracto; con una simetría melancólica pero formalmente bella. Lo único sólido que tienen hoy PP y PSOE es lo malo. De manera que lo único sólido que podía hacerse era hablar de lo malo. Como no suele hablarse de lo malo de uno, cada cual habló de lo malo del otro. Pero yo, que había optado por despersonalizar la jornada, me imaginé que era Rajoy el que hablaba Rubalcaba, y que era Rubalcaba el que hablaba cuando hablaba Rajoy. Cada uno autorreprochándose sus males con crudeza. Como si estuviesen en una catártica terapia de grupo.

[Publicado en Zoom News]

19.2.13

La cloaca catalana

Supongo que los nacionalistas catalanes hubieran dado un 3% (lo comido por lo servido) a cambio de que Cataluña, su Cataluña, estuviera libre de corrupción en estos días españoles de corrupción. Ese sí que hubiese sido un hecho diferencial definitivo. Muchos españoles abogaríamos entonces por la independencia de Cataluña, tras habernos mudado en masa a Cataluña. Una regeneración geográfica, que nos pillaría ahí al lado, y con el mismo clima y costumbres, sin cambios apreciables más que la eficacia y la limpieza. Algo así como mudarse al propio país, pero mejorado. Lamentablemente no es posible: Cataluña ha demostrado su profunda españolidad también en esto. Hasta Artur Mas encarna hoy mejor que nadie al pillo español de toda la vida. La semana pasada afirmó que “la independencia facilitaría la lucha contra la corrupción”. Lo cual es sencillamente maravilloso.

Cómo estará la cosa que hasta en la SER se han hecho eco. Y de manera furibunda. El jueves pasado Carles Francino empezó La ventana hablando de que el mito del “oasis catalán” ha caído y que ahora habría que decir “cloaca”. El título de esta columna, pues, que parece de Losantos, es en realidad de Francino. Eso sí que es convergencia y unión. Aporto el audio como prueba documental.

Me permito transcribir la parrafada, que va desde el comienzo hasta el minuto 2, aproximadamente. Dice Francino: “Hubo un tiempo en que se puso de moda la expresión ‘oasis catalán’. Se miraba con envidia a Cataluña porque era sinónimo de muchas cosas positivas. ‘Allí se puede discutir de forma civilizada’, decían, ‘y no existe el nivel de crispación, ni tampoco de corrupción, que se aprecia en otros lugares’. Bueno, ese es otro mito que ha caído. Y, aunque estos días el caso Bárcenas, por derecho propio, se lleva la mayoría de titulares, hay que poner el foco también en Cataluña, que no se nos olvide, pero sobre todo en sus dos grandes partidos, que son Convergència i Unió y el PSC, nacionalistas y socialistas, que se hunden en el fango de los escándalos y el descrédito”. A continuación cita seis casos de los que están hoy vigentes, y concluye: “Son tantas cosas que esto, más que un oasis, parece una cloaca”.

Pero hay una coda sumamente interesante, que transcribo también: “Y conste que quien les habla no es sospechoso, por razones incluso antropológicas, de ser anticatalán, ¿eh?, ni de estar atacado por el virus de la catalanofobia. Eso para quien ya se esté ahora mismo rasgando las vestiduras al grito de ‘Ja estan atacant el país’. No, aquí no hay ningún ataque. Es simplemente un problema de nariz, ¿eh?, porque esto huele que apesta”.

Es sumamente interesante porque, en los últimos años, no ha sido raro oír en esa emisora la acusación de “catalanofobia” contra aquellos que criticaban, no a Cataluña, sino a los nacionalistas catalanes, o a políticas concretas como las que condujeron al Estatut. De hecho, la soltura con que Francino maneja la fraseología (“estar atacado por el virus de la catalanofobia”) resulta sintomática. El mensaje implícito es que solo ahora es pertinente la crítica: solo ahora, que la ejercen ellos, es cuando queda libre de aquella acusación... que ellos mismos solían hacer. Y que formaba parte del entramado de connivencias tácitas con la corrupción, gracias a las cuales esta ha podido engordar tanto. Después de todo, fueron estos los desiertos de la crítica los que conformaron aquel oasis. O mejor: su espejismo.

[Publicado en Zoom News]

14.2.13

Goya a la peor actuación

Parece que los actores ya están ensayando su actuación para la gala de los Goya del próximo domingo. Lo dicen El Mundo y El País: quieren aprovechar las ceremonia para denuncias extracinematográficas. Lo malo es que esa película nos aburre. Entre otras cosas, porque ya la hemos visto (y hasta la primera vez nos resultó cargante). La recaudación del cine español en 2012 ha sido buena: la mejor de los últimos tiempos. Diez años después del numerito del “No a la guerra”, en que los actores dejaron de ser actores para convertirse en cantautores, el público ha empezado a volver a las salas. Supongo que quieren echarlo de nuevo. El aficionado espera de estos señores profesionalidad: que actúen y se callen. No es muy agradable pagar una entrada y que no te pongan una película, sino una pegatina.

En cualquier caso, sería una pugna legítima, entre los actores y el público, si los primeros estuvieran dispuestos a asumir las consecuencias. Es decir, si por motivos ideológicos se sienten en la necesidad de darle la patada al cincuenta por ciento de los espectadores –como hicieron en la gala de 2003–, luego deberán asumir que ese cincuenta por ciento (y algunos más, por contagio) dejen de ir al cine. Lo que no se puede hacer es echarlos y luego quejarse de que no vayan. Pero los actores se quejan. Y es justo aquí donde se revela su naturaleza engreída. Lo quieren todo: la buena conciencia y el saldo económico positivo. Lo cual ya está, implícito, en el abuso que supone el utilizar la plataforma que les dejan para hacer una cosa distinta de aquella para la que se la han dejado.

Pero además está el sectarismo: la montan con unos, y con otros no. Contra Aznar hicieron aquella película, Hay motivo; y estoy seguro de que la harían contra Rajoy también. Con Zapatero, en cambio, no. Son motivos intermitentes, guadianescos, que tienen siempre en cuenta el semáforo ideológico. Por eso no nos creeremos su actuación.

[Publicado en Zoom News]

12.2.13

Habemus ex Papam

Benedicto XVI ha aprovechado el carnaval para quitarse el disfraz de Papa y volver a ser Ratzinger. Es una gran lección espiritual, si bien se mira. Saboreará en su retiro una sensación que no había tenido ningún hombre en seiscientos años: la de ser ex Papa. También, la de saber quién será su sucesor. Y la de leer, si le apetece, los balances sobre su pontificado. Es como si se hubiera sobrevivido a sí mismo; y en cierto modo ha sido así: Ratzinger ha sobrevivido a Benedicto XVI.

El papado le sentó bien físicamente. Recuerdo su alegría, su levedad, cuando salió con sus zapatitos rojos. El guardián de la fe relajó el rostro y se puso a prodigar sonrisas. Fue como si hubiera pasado por aquel programa de entonces, Cambio radical. Aunque le pilló ya muy mayor y ha podido disfrutarlo poco. Ahora se atreve a una experiencia más e ingresa, vivo, en ese territorio que está después de haber sido Papa.

Lo relevante históricamente, en cualquier caso, no es que Benedicto XVI sea el primer Papa que renuncia en más de medio milenio, sino que es el primero que lo hace en la era Twitter. Dicho de otra manera: es el primero que lo hace azotado por una plaga de chistes de dimensiones bíblicas. Yo he participado como el que más: confieso que me lo he pasado pipa con el Papa. Pero sin dejar de ser consciente de que, si los hacemos, es porque podemos hacerlos: sin el peligro ni las incomodidades que nos acarrearía si los hiciéramos, por poner, sobre los musulmanes, los nacionalistas o cualquier sector protegido por lo políticamente correcto.

Pero se me ocurre un chiste más, ya fuera de Twitter (¡aunque relacionado con Twitter!): quizá el Papa ha renunciado porque, después de haberse abierto una cuenta, no encontraba otro modo de quitarse. Ahora que caigo, puede que no sea ninguna broma. Justo hoy se cumplen dos meses de su primer tuit. Ni dos meses ha durado. ¿Habrá atisbado en el invento, él que era el máximo especialista, el rostro del Mal? La cuenta, por lo pronto, tendrá que heredarla el siguiente, junto con la mitra. ¡Lo que nos queda que tuitear con las fumatas!

[Publicado en Zoom News]

9.2.13

El origen de una frase

Me hace gracia, y me asusta un poco, la repercusión de la frase de Ana Mato que yo solía mencionar –como menciono siempre las grandes frases– y que ha difundido Jabois en su columna de El Mundo:
De Ana Mato contaba hace años Montano que era la autora de la frase más pija de la historia de España. Le preguntaron cuál era el momento preferido del día y contestó: “Por la mañana, cuando veo cómo visten a mis niños”.
Recuerdo bien quién me la dijo, dónde y cuándo. Fue mi amiga Luisa, en un sitio de cervezas que había por Ópera, en Madrid, en octubre o noviembre de 2003. Yo le había contado una anécdota de ese verano en Málaga, en la que se decía “la frase más pija de la historia”. Y ella me dijo que no, que la frase más pija de la historia era una que le había oído recientemente a Ana Mato en una entrevista, y que es la que cita Jabois. Ahora mi amiga no recuerda qué entrevista fue aquella, que pudo haberla leído en “un Vogue o similar”; aunque a mí me suena (vagamente) que aquella vez dijo que en televisión. A televisión, como mínimo, ha llegado ahora, porque el otro día me avisaron en Twitter de que la habían pronunciado en La Sexta. Y esto es lo que me ha hecho pensar de verdad en este asunto (la televisión que despreciamos y que aún concede –o hacemos que conceda– estatuto ontológico a las cosas).

Ahora es imposible rastrear el origen de la frase, porque hay ya más de once mil googles y más de dos mil meneos, todos referidos a la mención de estos días. Se ha reproducido a mansalva, y en algunos casos ni siquiera se especifica que fue en un artículo de opinión y que el contexto era conversacional, sino que se afirma: “Publicaba hace unos días El Mundo...”. Así se escribe la historia, le he escrito a mi amiga. Y ella me ha respondido: “La historia no, los bulos: así se crean los bulos. Vamos, que yo sé que esa frase la leí o la oí, y que la había proferido Ana Mato, pero con eso no debería bastar, y de hecho no basta, pero sobra...”.

Dado esto por sentado, déjenme jugar un poco. Y es que, con el tiempo, ha ido trasladándose en mi imaginación el aspecto de Ana Mato a aquella otra anécdota que señalé arriba, la ocurrida en Málaga en el verano de 2003 y que contenía la, hasta entonces, “frase más pija de la historia”, que dio pie a que mi amiga me contara la suya. Por la contigüidad de los relatos yo ahora me figuro a la hoy ministra protagonizándola, ¡pero está claro que no fue ella! Fue una pija malagueña, a la que yo nunca he visto, porque también me lo contaron. Entró con su novio en un tórrido bar del centro, un día de feria. Ambiente sobrecargado, ropas breves, calor, alcohol y vicio. La historia tiene algún recoveco, pero resumo para no alargarme. En un momento dado, mientras el novio ha ido al otro extremo a por copas, la chica se pone a chupársela al dj, sentada en el suelo tras su mesa. Regresa el novio, no ve a su chica, busca con la mirada, hasta que detecta su pierna saliendo en horizontal de la mesa del dj. Se asoma, la ve en plena felación y se queda pasmado. La chica se da cuenta, saca la boca y entonces le dice la que para mí era (¡y en realidad sigue siendo!) la frase más pija de la historia: “Pero no te enfades, jo. Excítateee”.

[Publicado en Jot Down]

7.2.13

Las viejas

Si hay una izquierda decente es la que representa Antonio Muñoz Molina. Por eso no es extraño que suela despreciarle la izquierda que no lo es tanto (además de –no hace falta decirlo– la derecha que tampoco lo es). Quizá les molesta la comprobación de que se puede ser decente en la izquierda, y claro, quieren dinamitar el vínculo. Es uno de esos ejemplos que resultan irritantes.

Muñoz Molina es moderado, y por supuesto que se puede ser más de izquierdas que él: más radical, o más impacientemente de izquierdas. Pero no se puede serlo con decencia sin sus mismas prevenciones. A estas alturas es casi tan urgente ser de izquierdas como serlo con prevenciones; es decir, con las lecciones de la historia bien aprendidas. Por esto, por la historia, no se puede ser ufanamente de izquierdas: solo se puede (y se debe) ser escarmentadamente de izquierdas. Es un ejercicio difícil, áspero y decepcionante (para uno mismo y para los demás). Hay que estar muy entero para sobrellevarlo.

Ahora se han juntado unos cuantos de esa otra izquierda para mandarle una carta chulesca a Muñoz Molina en la que le piden que no recoja el premio que le han dado en Jerusalén. Da un poco de grima la melosidad y la grasa del escrito; ese “ha decepcionado a muchos de sus lectores y lectoras” con que empieza, y el tono falsamente informativo (en realidad, más impositivo que informativo) con que sigue. Muñoz Molina les ha respondido con sosiego y sensatez; aunque sin hacerse ilusiones: “puede que sea vano dar explicaciones cuando está bastante claro que muchas personas favorables a uno no las necesitan, y otras, hostiles, no van a considerarlas”.

El asunto en este caso no es, desde luego, la política de Israel, sobre la que caben denuncias, defensas e incluso matizaciones. El asunto es que un determinado grupo decide autoerigirse en tribunal moral y establecer, no ya qué hay que denunciar (y qué no, por cierto), sino cómo hay que hacerlo; y afearle la conducta a quien desobedece. Como hacen las viejas.

[Publicado en Zoom News]

5.2.13

Un pez llamado Rajoy

La pasividad le fue útil a Rajoy para conseguir el poder. Y le está siendo útil también para perderlo. Hay que reconocerle, en este sentido, no solo coherencia en la estrategia, sino también ecuanimidad: de igual modo que dejó que se pudriera Zapatero, está dejándose pudrir él mismo. Ha mantenido idéntica marcheta, sin importarle que ahora el perjudicado sea él. Lo malo es que con él vamos los demás.

En una columna anterior manifesté la sospecha de que nos estaba gobernando un cadáver. Encuentro una inquietante simetría con el relato de Poe La verdad sobre el caso del señor Valdemar. En él se hipnotiza a un hombre, el señor Valdemar, en el momento de su muerte, y se mantiene durante meses un hilo de comunicación con el muerto. La corrupción natural del cadáver queda aplazada durante ese periodo, hasta que al fin, cuando la hipnosis cesa: “bruscamente su cuerpo, en el espacio de un minuto, se encogió, se deshizo... se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción”.

La sensación es que Rajoy está aproximándose peligrosamente a ese momento; como digo, junto con todo el país. El propio Financial Times hablaba, según tradujeron mis compañeros de Zoom News, de “putrefacción”. Algo huele a podrido, y Rajoy no está alejándose precisamente de ello, por su empeño en asimilarse a un pescado. No digo yo que esté envuelto en los papeles de Bárcenas (eso tendrá que determinarlo la Justicia), pero hay corrupciones inmediatas, que no necesitan más demostración porque se dan ante nuestros ojos. Lo de comparecer sin permitir preguntas, por ejemplo. Y encima (sus asesores de imagen se han lucido) por circuito cerrado de televisión; es decir, metido en una pecera.

[Publicado en Zoom News]

4.2.13

Noventayochismo y Twitter

Nos encontramos en el peor escenario posible: en pleno noventayochismo y con Twitter. No solo ahogados en una tremenda crisis, tanto económica como institucional, con todo resquebrajándose y desmoronándose, con todo pudriéndose, sino también con la compulsión de estar dando cuenta de ello a cada segundo. A veces, en Twitter, tengo la sensación de que somos los bichitos que dejan pelados los huesos. La realidad se ha descuartizado sola, pero nosotros cogemos los pedazos y los pasamos por la trituradora, para hacerla polvillo en paquetitos de 140 caracteres. La fórmula es sórdida: 98x140. Unamunos sin descanso: el sentimiento trágico del tuitear.

Hace años, y podría haber sido cualquier año desde, pongamos, principios de la década de 1990 hasta marzo de 2004 –en que, según Juan Pablo Fusi, terminó la Transición–, escribí esto en mi diario: “Impregnación de abulia al seguir con el tema de la generación del 98. Qué mediocridad hay en nuestros abatimientos actuales: ya todo este marasmo, esta zozobra de la voluntad la vivieron nuestros bisabuelos. Es cierto que la época ha podado en nosotros el ‘tema de España’ (¡y menuda poda!), pero en las cuestiones morales seguimos con lo mismo –si se quiere, de un modo más chic (aunque esto ya también lo hacían por entonces los modernistas). Si cansa la vida, más cansa esto de repetirse. Y cansados de cansancios, deberíamos evitar todo epigonismo barato, renovar nuestra escritura y nuestra mentalidad. La lejanía que hoy sentimos hacia los del 98 es la que debemos sentir hacia nosotros mismos. Mudarse, y mirar sin nostalgia el pellejo de la serpiente encogido en el suelo, ya seco y a punto de deshacerse en ceniza”. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: el noventayochismo parece hoy el único argumento de la obra.

Realmente, hemos perdido un imperio: el de la prosperidad, unida a una cierta impunidad. España ha resultado ser uno de esos pomposos edificios de Calatrava, de (falsa) modernidad que se agrieta y se desconcha. Podríamos decir que los arquitectos estrella –de todos los ámbitos– nos han estrellado. Con nuestra connivencia, porque nos estaba gustando, más o menos, lo que hacían; ignorando las condiciones técnicas de su sostenibilidad. En cierto sentido, cada uno ha sido el arquitecto estrella de sí mismo. Dentro y fuera, hemos montado chiringuitos que se cuarteaban. Mentalmente ha estado muy bien, la verdad, porque hemos descansado durante lustros del tostonazo de este “terrón maldito de España”, como decía otro noventayochista, Valle-Inclán. Pero el terrón era una planta carnívora, que no se aplacaba con solo no hacerle caso. Mi gran sorpresa biográfica ha sido verme enfangado en aquellas agonías de hace un siglo. La distancia (y la oxigenación) con que las estudiábamos y ahora esto.

Pero hay un hechizo, la famosa nostalgie de la boue, la nostalgia del fango, o del cieno. En Twitter nos sentimos sucios. Yo, al menos, me siento sucio. El ejercicio del sarcasmo (¡en el que soy campeón!) estraga. Siempre quiero quitarme: pero con “un arrepentimiento / que, por no ser antiguo” no invita “de verdad a arrepentirme / con algún resto de sinceridad”. El otro día, cuando salió lo de Bárcenas, cuando callaba Rajoy (luego habló, pero para seguir callando), alguien escribió este tuit: “En estos momentos el país es víctima de un fallo multiorgánico”. Twitter no es un refugio: es un envoltorio con pinchos.

[Publicado en Jot Down]