28.6.08
Brújulas
24.6.08
Verano y morgue

Las dos guerras mundiales que le tocó vivir a Benn, con sus innumerables crímenes y sevicias, no le inspiraron un solo texto comparable a los de Morgue. No los necesitaba. Ya había escrito anticipadamente, en estos poemas juveniles, cuanto pensaba de la humanidad.
Al final de la playa empezaron las pruebas de sonido en el escenario preparado para la noche de San Juan. Enfrente, por detrás de los cuerpos semidesnudos, el mar. Me acordé del poema de Cernuda: "El mar, y nada más./ Insaciable, insaciable" (que reformulé así: "La muerte, y nada más. Insaciable, insaciable"). Y también de los versos que más me gustan de Gimferrer: "Yo, que fundé todos mis deseos/ bajo especies de eternidad,/ veo alargarse al sol mi sombra en julio/ sobre el paseo de cristal y plata/ mientras en una bocanada ardiente/ la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles". Me acordé del comienzo de Helada. Y de que Billy Wilder tuvo que quitar una secuencia inicial de Sunset Boulevard en que los muertos se contaban sus historias en la morgue, porque en los pases previos el público se reía. Pero en el libro de Benn el poema más crudo no sucede en la morgue, sino en un lugar peor aún para el que considera que "el delito mayor del hombre es haber nacido". En efecto, la "Sala de parturientas":
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en habitación y media,
putas, presas, parias—
aquí retuercen sus cuerpos y gimen.
En ningún sitio se grita tanto.
En ningún sitio dolores y pesares
se ignoran tan completamente como aquí,
porque aquí justamente siempre se está gritando.
"¡Empuje usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No ha venido aquí a divertirse.
No alargue usted el asunto.
¡Al apretar también salen excrementos!
No está usted aquí para descansar.
No viene solo. ¡También usted tiene que hacer algo!"
Al fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
Desde once camas con lágrimas y sangre
un único gemido lo saluda.
Sólo de un par de ojos brota un coro
de gritos de júbilo hacia el cielo.
Por este pequeño trozo de carne
pasará todo: desgracias y felicidad.
Y el día en que muera entre estertores y congojas
seguirá habiendo otros doce en esta sala.
Estos días, por cierto, se me olvidó citar la otra frase más conocida de Spinoza: "El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte". Yo no estoy de acuerdo. Hay que pensar en la muerte. Pero sin hundirse. Y deleitándose en los top-less...
20.6.08
Bossa nova en la madriguera

* * *
(23-VI) Además, columna de Manrique en El País.
19.6.08
Alusiones spinozianas

17.6.08
Poder filosófico

La más alta realidad, la realidad por antonomasia (la substancia, que no depende de nada) es, en el fondo, absoluta pluralidad e indeterminación: ninguna realidad determinada constituye su esencia, ya que los atributos —infinitos— no admiten jerarquía de importancia; nosotros conocemos dos (Pensamiento y Extensión) pero el concepto de Dios no se agota en ellos: nunca se insistirá bastante en que, para Spinoza, lo infinito desconocido es tan relevante para el concepto de Dios como lo conocido: privilegiar el Pensamiento, o la Extensión, o los dos, es falsear la noción que Spinoza ofrece de la substancia.
[...]
Como la virtud es potencia, se sigue también que el mundo "ético" de Spinoza permanezca muy alejado del cristiano: así, ni la humildad ni el arrepentimiento —por ejemplo— son considerados virtudes, pues son sólo conocimientos de la impotencia, esto es, conocimiento inadecuado. El consuelo que la lectura de la Ética pueda deparar va unido, en todo caso, a la idea de que también la moral es un hecho, y que ninguna conducta moral (incluida la racional, es decir, aquella que evalúa correctamente las utilidades y el juego de causas y efectos) puede prosperar si ella misma no se desarrolla como una fuerza con independencia de los "buenos sentimientos".
[...]
Spinoza remata su Ética poniendo en lo más alto el amor intelectual hacia Dios; alguien ha dicho, elocuentemente, que esa ascensión en el camino de perfección no tiene nada de subida al monte Carmelo. Ese Dios al que se ama —intelectualmente— no puede amarnos; el amor a la Naturaleza será siempre, para quien sabe que ella nos ignora, un amor no correspondido, y Spinoza habría entendido difícilmente el sentimentalismo ecologista, nutrido de esperanzas en la benevolencia de esa infinita potencia inconsciente. Conocer a Dios, entonces, no es refugiarse en el regazo del premio por nuestros sacrificios, ni esperar que el futuro traiga la cancelación de toda alienación, sino "permanecer muy consciente de sí y de las cosas", sabiendo que la salvación no está en otro mundo, ni en un mundo mejor, sino en lo que hay.
[...]
Podrá ser muy explicable que, en nuestro tiempo, el pensamiento de Spinoza resulte antipático (e incluso podrían buscarse explicaciones, más o menos psicoanalíticas, para esa complacencia en la antipática dureza), pero, con independencia de que pueda haber aún gentes que aprecien esa lucidez irreductible al halago, no parece correcto tergiversar ese pensamiento para volverlo simpático.
En fin, ya me iré leyendo más cositas (incluidas las obras del propio Spinoza, por supuesto). ¡Esto no ha hecho más que empezar!
16.6.08
Autopsicografía

12.6.08
Fórmulas de la longevidad

[Publicado en El Malpensante]
11.6.08
Yo me acosté con la doctora Melfi

10.6.08
Spinoza y Jarrett
Ayer me pasé el día leyendo a Spinoza, o sobre Spinoza. Cosas sin profundidad: meras introducciones. Pero el roce de su filosofía, las frases sueltas cazadas por aquí y por allá (desordenada, antigeométricamente) iban dejando una promesa de calma vigorosa: como una luminosidad seca, que merecería la pena esforzarse en alcanzar. Por la noche me puse un disco de Keith Jarrett que compré el mes pasado y que había oído varias veces sin demasiado efecto. Y anoche, de pronto, estalló: como si Spinoza me hubiera estado preparando para él.