29.8.13

Capricho andaluz

Cuando Griñán se despedía anteayer de la presidencia de la Junta de Andalucía, con porte filosófico y canosa barba, me acordé de otro personaje que juntó filosofía, poder y barba: el emperador Marco Aurelio. Es una evocación improcedente por mi parte, pero así funciono. Entre sus Meditaciones (las de Marco Aurelio) hay una que quiero colar aquí, porque es buenísima y porque deja un mensaje perfecto –entre vitalista y melancólico– para el síndrome posvacacional: “Aunque los años de tu vida fueran tres mil o diez veces tres mil, recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales”.

Pero no es por la sabiduría de Marco Aurelio por lo que me acordé de Griñán, cuyas meditaciones, aunque de tono acogedor, tenían un vuelo más bien gallináceo. Me acordé por lo que dijo de Marco Aurelio el poeta Ausonio: “En solo una cosa perjudicó a Roma: en haber engendrado”. Se lamentaba así del nefasto sucesor del prudente gobernante, su hijo Cómodo, cuya calaña pudimos apreciar en la película Gladiator. (Quizá la decadencia de Roma sea esto: que ya solo la entendamos por el cine). Puede que Griñán haya perjudicado a Andalucía en más de una cosa, pero no parece que ninguna vaya a tener un calado más perjudicial que la sucesora que nos deja: esa mujer a la que Teodoro León Gross llama “la Eredera” y yo “la Bella Deaso”, y que no parece saber de nada, salvo de maniobrar en el partido y entorpecer sus frases con el cansino sonsonete del -os/-as.

Antes de empezar, el gobierno andaluz de Susana Díaz ya tiene nombre: “el Susanato”. Llevamos todo el verano viéndolo venir, y llegaremos al primer día molidos. No soy fatalista, y bien pudiera producirse el milagro de que Díaz resultara una buena presidenta. Pero sería eso: un milagro. Los pronósticos no apuntan en esa dirección, sino exactamente en la contraria. Sé también que soy descortés por no concederle los cien días de rigor, ni siquiera los días previos a los cien días. Pero es que no son cien días sino treinta años, más un zapaterismo. El PSOE sigue adentrándose en la peor de las sendas posibles; la misma que le ha conducido a su desastre actual: políticos sin formación y retórica hueca, falsamente progresista; concepción del partido como salida laboral para mediocres. Me recuerda al viaje sin retorno de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que fue en el que se inspiró Coppola para Apocalypse Now. Apocalipsis ahora, en la rentrée. Y al final, ya saben: “el horror... el horror”.

[Publicado en Zoom News]

27.8.13

'Manu' en bolas

Otra lectura deliciosa de agosto, esta vez en una playa nudista: el Manu de Manuel Jabois, editado, como su Irse a Madrid, por Pepitas de Calabaza. Leerlo en bolas, y rodeado de gente también en bolas, con el mar cerca y la brisa, y los bocadillos de jamón y el mojito, y las interrupciones por la charla con los acompañantes (¡Curro, Almudena, Lelé, Araceli!), y las zambullidas desembarazadas, me instaló en una felicidad que aguanta: en este apagamiento del verano.

Jabois, que escribe sobre las noticias en El Mundo, se ocupa en Manu de una importante: la de la espera y el nacimiento y los primeros meses de vida de su primer hijo. Y también, de algún modo, de la de su propio renacer. Esto lo cuenta con un desnudo pudoroso, con frases tremendas que, sin embargo, no abruman. Como un Scott Fitzgerald que supiese pararse a tiempo: hay un atisbo de crack-up, pero desde el lado de la salvación. Y aromado con humor y ligereza; lo que hace del libro (por decirlo con pesadez) un homenaje a la vida.

Supongo que todas las épocas han estado saturadas, y la nuestra lo está indudablemente. Leer un libro como Manu es desvestirse por dentro. (En mi caso, el otro día, además por dentro). La de Jabois es una mirada nueva, hecha de cosas viejas, o de cosas de siempre. Se trata de agarrar la experiencia y animar con ella las palabras: y de elaborar con las palabras la experiencia. Es un oficio antiguo, que solo requiere dos cosas, una fácil y otra difícil: el talento y el trabajo. De este último, que no suele dejar ver el deslumbramiento del primero, hay saludables muestras en Manu. Yo leía el libro en la playa como una invitación a soltarse. La época está saturada, pero aún hay operatividad. La página sigue siendo un sitio donde sintetizarlo todo, y donde pasarlo bien.

La gracia viene y se va, pero Jabois lleva mucho en estado de gracia. Esto somete a una extraña tensión a sus lectores, que se preguntan (nos preguntamos): ¿esto cuándo va a acabarse? ¿se acabará? Por el momento se mantiene, en cada columna y en Manu.

[Publicado en Zoom News]

22.8.13

Mi único éxito en bricolaje

Con mis inutilidades podría hacerse una enciclopedia, y en ella el tomo más abultado sería el del bricolaje. De entre todas las cosas que no sé hacer, la que menos sé es hacer cosas. Decía Cioran: “¿Fundar una familia? Me sería más fácil fundar un imperio”. A mí me sería más fácil fundar un imperio, y una familia incluso, antes que arreglar el grifo, poner un enchufe o construirme una estantería. Esta última, aunque la hubiese traído de Ikea. Para mí las instrucciones de esta empresa de muebles rápidos (tan claritas, según muchos) son como crucigramas en sueco. Habría más probabilidades de que la estantería la montara el mono ese que escribe el Quijote al azar, si se le da un tiempo infinito, que yo, aunque se me dé un tiempo el doble de infinito. Por lo demás, no tengo nada en contra de este landismo de las tablas que se ha adueñado de los españoles. Me limito a constatar que, si fuera por mí, la república independiente de mi casa estaría tan manga por hombro como nuestra monarquía.

La toalla del bricolaje la tiré, pues, hace mucho tiempo. Di por terminada la carrera de fracasos que empezó con la asignatura de Trabajos Manuales en la escuela. Pero de pronto me encuentro con que hay algo que sí me sale, con lo inútil que soy: fabricar independentistas. Es algo que me vienen repitiendo en los últimos años, así que debo de llevar bastantes. Aunque solo ahora me he parado a pensarlo, con emoción. Me los imagino como soldados chinos de terracota, y si existiera la máquina del tiempo se los llevaría a mi maestra para que me aprobara por algo más que por lástima. O puede que me diese un aprobado raspado, porque esta rama del bricolaje en realidad es sencilla. Resulta llamativo lo fácilmente que los independentistas se dejan fabricar. Son como las palomitas del microondas, que basta calentarlas un poco. O como si un ropero se montara solo únicamente con agitarlo.

De todas formas, me gustaría saber qué independentistas en concreto he fabricado yo, para ponerles una firmita: al fin y al cabo, el independentismo de ellos es obra mía. Como es obra de España, por lo visto, el independentismo catalán en general. Algo con una consecuencia suculenta, que no suele resaltarse: la Cataluña independiente sería un producto de fabricación española, que debería llevar en algún rincón de la bandera la frase Made in Spain. Algo que, de paso, les vendrá de perlas a los independentistas para seguir ejerciendo el victimismo después: lo mal que les vaya será culpa nuestra. Por defecto de fabricación.

[Publicado en Zoom News]

20.8.13

Empieza la Liga: se acabó

El presidente Rajoy puede respirar aliviado (con o sin puro): ya ha pasado el periodo más complicado del año, esas semanas mortales que van de la última pedalada del Tour al primer balón de la Liga. Complicadas para él y para la mayoría de los españoles. A mí aún me queda una semanita, porque, como el fútbol me la suda, debo esperar al comienzo de la Vuelta. Yo tengo unificado mi modo de salvamento, y va de pedalada a pedalada, sin que se cuelen balones. Aunque, como la tiranía del fútbol es tan atosigante, también me alcanzan inevitablemente, en forma de balonazo.

El último ha sido la noticia misma de que la Liga empezaba. Iba yo despistado y me ha caído, no como un jarro de agua fría, que en esta época se agradece, sino como una olla de agua hirviendo. ¿Ya? Pero si no hace ni... El fútbol es ese pesado del que, alucinantemente, el público siempre pide más. Los antifutboleros llevamos años soñando con que un día aburra y se agote, que se le fundan los plomos. Pero no hay manera. Aguanta y antes nos fundiremos nosotros. Me produce hastío póstumo saber que moriré y el balón seguirá rodando. (Que lo sigan haciendo las bicicletas no está garantizado).

Una de las grandes paradojas de nuestra izquierda (¡y son ya tantas!) es la de haber prestigiado el fútbol: es decir, el verdadero opio del pueblo. Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano y muchos otros decidieron pasar el “mientras tanto” marxista (ese periodo de espera de la revolución) cantando goles e insultando al árbitro. Nuestros nacionalistas hacen igual: quieren romper España, pero no la Liga. Y la única opción que le queda ya a la unidad nacional de ganar el referéndum es que se incluya clarito el tema en la pregunta. Pero a los que nos fastidia el fútbol nos da igual. Nuestro destino no es otro que el de ser apátridas: nunca tendremos la patria sin fútbol que anhelamos.

[Publicado en Zoom News]

15.8.13

El corazón de agosto

Me había reservado esta fecha, en pleno corazón de agosto, para hablar de agosto (y de Agosto), y no voy a permitir que la actualidad me desvíe. ¡La actualidad, que ya no para ni en agosto! No sé si habrá calentamiento global, lo que sí que hay es calentamiento informativo. Los periódicos de papel adelgazan, y será por inercia, o porque los periodistas se han ido de vacaciones: pero el mundo sigue rugiendo. Matanzas en Egipto. Visitas al juez de Cascos, Arenas y Cospedal (que parece nombre de trío de Eurovisión). La recesión que remite... Cuando me quedé de columnista este mes soñaba con serpientes de verano que no se presentan. Pero hablaré de agosto (y de Agosto).

Agosto es una novela que ha publicado mi amiga Txani Rodríguez, que es vasca de Llodio (Álava), pero hace mucha vida en Bilbao y agosto lo pasa en un pueblecito de la serranía de Ronda. Es una hija de emigrantes andaluces en la que no hay conflicto, sino enriquecimiento por los dos flancos. Escribe habitualmente en castellano y lee, entre muchas más cosas, todo lo que se publica en euskera. En una entrevista, en fin, se autodefine como “euskaldún y flamenca”. En su novela aparecen estos elementos; no de un modo autobiográfico, sino en la ambientación y en la trama. Aunque la autobiografía se cuela también, inevitablemente: en los matices, en las observaciones, en la sensibilidad; en la escritura entre analítica y emocionada.

Yo recomiendo Agosto para los doce meses, y por muchas más de las cosas que contiene, pero quiero recordar aquí la que tiene que ver con agosto. Eric Rohmer solía decir que le gustaba situar sus películas especialmente en las vacaciones, porque los personajes son más ellos mismos, están más abandonados a sí mismos (supongo que también en lo malo). Este es el mes en que las noticias, por muy abundantes y estridentes que sean, pasan como por detrás. (Quizá, después de todo, tiene razón el adelgazamiento de los periódicos). El agosto de Txani Rodríguez va unido al sur: es el agosto de una mujer del norte en el sur, que incluso de adulta encuentra allí las vacaciones y la infancia. Para ella, agosto en el norte no es lo mismo; ni el sur en invierno.

Lo cierto es que yo, que soy del sur, veo mejor el sur gracias a la mirada de Txani Rodríguez; como me pasó en su día con la película El Sur, de Víctor Erice. Pero le dejo la palabra a ella. Uno de los personajes de Agosto, Manuela, se despierta de la siesta y se concentra en el sonido del ventilador: “El verano era eso: el murmullo incansable de las aspas. También el olor a gazpacho y sandía al abrir la nevera, el tacto frío de las baldosas al ir al cuarto de baño de madrugada, los susurros de una joven pareja junto a la ventana, las dos puertas abiertas de par en par cuando planchaba a la fresca, la vieja mecedora, el recuerdo casi palpable de los muertos, una vieja maleta en una absurda hornacina que recordaba a un sarcófago egipcio, la luz reventando en los umbrales, la noche perfumada y coqueta, el estrépito veloz de la música de los coches, el camión que traía el pescado, los helados de corte, la visión de la escuela, el santuario de la infancia, la tumba de los padres y de la hermana, el dolor y la alegría intercambiando sus alientos: eso era el mes de agosto”.

Mientras transcribía lo anterior he pensado que parecía un teletipo: el teletipo de las noticias que nos importan en agosto.

[Publicado en Zoom News]

13.8.13

Apocalipsis en la piscina

Los libros tienen su momento y el de Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina, me ha llegado ahora, al borde de una piscina. Muchos han hablado ya de él, entre ellos el director de Zoom News. Yo he pasado estos meses con la intención de leerlo, pero postergándolo, quizá porque suelo estar de acuerdo con el autor y ya lo he leído mucho sobre política, y lo sigo leyendo los sábados en El País sobre temas culturales. Pero este fin de semana largo lo he pasado en una casa ilustrada y con piscina, en la que estaba el libro. Me lo llevé el primer día a la tumbona y me atrapó. Ahora no cambio el haberlo leído en un ambiente civilizado, de sosiego, con árboles, gatos y el sonido del agua (y caricias). Me veía como el último romano leyendo en su villa un informe sobre la caída del imperio.

Muñoz Molina no quiere ser apocalíptico (“a no ser que uno sea un cínico o un desalmado, tener hijos lo cura de tentaciones apocalípticas”), y hace hincapié en las cosas buenas que hemos tenido y que aún conservamos; y refuta el fatalismo señalando cómo fueron posibles en España avances que solo unos lustros antes parecían imposibles. Pero esto vale como boya final, para no hundirse del todo. Lo que relata el libro es un hundimiento. Quizá lo menos convincente sea el recurso literario de la sorpresa, porque para bastantes se veía venir (y recuerdo advertencias del propio Muñoz Molina); pero funciona para potenciar la sensación de delirio. La burbuja inmobiliaria era una burbuja mayor, que abarcaba a la sociedad entera, a los partidos políticos, a las instituciones, a las televisiones, las radios y los periódicos. La burbuja inmobiliaria se presenta en realidad como un efecto de lo que era este país. Aunque no sé por qué empleo el pasado. Quizá porque ya no hay burbuja inmobiliaria; pero este país sigue siendo el mismo.

Hay un elemento de desasosiego posterior, que rebaja la esperanza. Muñoz Molina termina así: “Después de tantas alucinaciones, quizá sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón”. Todo lo que era sólido se escribió hace casi un año, pero observamos que las aluciones siguen. A veces me metía en la piscina, con lo leído en la cabeza. Dentro del agua, junto a los árboles, con el jugueteo de los gatos no lejos, pensaba que esas páginas son también una tabla de salvación, siquiera personal. Pase lo que pase, cada uno puede hacer lo mejor para sí y para los otros: no embrutecerse.

[Publicado en Zoom News]

8.8.13

La Marca es el último refugio de los canallas

Parece que la terminología lo arregla todo. O esa es la ilusión de nuestros gobernantes, que al tiempo que nos desilusionan no cesan de hacer ilusionismos. Zapatero, tras dejar España hecha unos zorros, impuso en la propaganda institucional el latiguillo de “Gobierno de España”, que le ha sobrevivido. A veces pienso que era una manera sarcástica de firmar su obra. Y Rajoy, cuando el país ya no había quien lo comprara, se sacó lo de “Marca España”. Yo me imagino que el presidente supervisó en persona la elección del nombre, puesto que incluye un término friendly para él: Marca.

Pero lo que está pasando con ella es fabuloso. La Marca España pretendía quitarle emoción al patriotismo y poner el acento en lo comercial. O establecer, en todo caso, una suerte de patriotismo comercial, que sería una modalidad más posmoderna aún que aquel “patriotismo constitucional” de Harbermas. Pero en sus pocos meses de vida lleva segregados tantos atributos patrióticos, que la Marca España apenas se distingue ya de España. Esto lo apreciaron los miserables de El Punt Avui con la viñeta-basura que publicaron tras el accidente del tren de Santiago, con la que ya ajustamos las cuentas. Pero también los políticos del Gobierno, que son los que tienen la sartén de la patria por el mango y, en consecuencia, los que pueden beneficiarse de sus frituras. Así, esgrimen la Marca España como refugio canallesco para protegerse de las críticas, exactamente igual que se ha esgrimido siempre el patriotismo, según Samuel Johnson.

Aunque el Gobierno, con su abuso de las protecciones, está relanzando en la práctica la única marca que aquí ha vendido siempre: la de la España retrógrada, que es la que ha tenido más salida comercial en el mundo. A la vez que chapoteaba en la crisis (tanto la económica como la institucional), ha ido activando todos los elementos del kit carpetovetónico. Nos faltaba Gibraltar y ya lo tenemos. Del cascarón de la Marca está saliendo lo que de verdad vende. Y la recomendación del FMI y Bruselas de que nos rebajemos los salarios debe de ser su manera de ayudar a que nos despeñemos hacia la boina. Todo esto apunta a un clímax emotivo, como los culebrones: a España la va a reconocer al fin la madre que la parió.

[Publicado en Zoom News]

6.8.13

El poli bueno

El artículo que habla de otro artículo no elude necesariamente la actualidad, puesto que la actualidad se manifiesta también en forma de artículos. Uno de los empeños más brillantes de Arcadi Espada (mi maestro en algunas cosas y mi antimaestro en otras) es el del análisis de la actualidad por medio de sus manifestaciones periodísticas: la consideración de la prensa como síntoma del mundo, y por lo tanto como uno de los sitios por el que mirarlo. Hoy voy a ocuparme, como buen y mal discípulo simultáneamente, de un artículo del propio Arcadi Espada.

El sábado, dos días después de la comparecencia de Rajoy en el Senadocongreso, a propósito del caso Bárcenas, Espada publicó en El MundoUn compromiso de Estado”. Fue saludado por todos (por ejemplo por Hermann Tertsch, por mi amiga Berta González de Vega, o por el mismísimo Pedro J. Ramírez) como un artículo discrepante con la línea editorial del periódico. Y en efecto lo parecía. Yo mismo estuve opinando que Espada se había marhuendizado, que su elogio de Rajoy venía a ser una portada de La Razón sofisticada y con ideas; lo cual, ciertamente, marca una distancia sideral con las portadas de La Razón. Pero el efecto es el mismo, y resulta pernicioso: simplemente, no se puede saludar la excelencia parlamentaria de un presidente que elude todo lo que puede el Parlamento. En cuanto a los discursos en sí: tienen ya poco valor. Espada elogiaba el que pronunció Rajoy en el debate sobre el plan Ibarretxe. Yo también lo elogié; dije, de hecho, que era uno de los discursos más saludablemente democráticos desde la Transición. Pero aquel día hubo otro a su altura: el de Rubalcaba. La melancolía no puede ser más acuciante: nuestros políticos son las sombras de sus discursos; son esa cosa oscura que maniobra por debajo de la luz de sus palabras.

En esto andaban mis consideraciones sobre el artículo, cuando Alfredo Rodríguez me señaló el último párrafo. No le había prestado la suficiente atención: lo cual es grave, teniendo en cuenta que es justo la que explicita lo anunciado en el título. Este se había quedado ahí arriba, invisible como la carta de Poe, entre los más atractivos trastos de la cómoda. Tan atractivos, que también atenuaban la visión del final. Pero este contenía, en cierto modo, una refutación. Y una posibilidad de cortesanía. Y a la vez una trampa (osada, puede que suicida).

En efecto, esas últimas líneas cargan de pólvora los elogios precedentes. Resaltan su peso y enuncian, de algún modo, su contraprestación. Rajoy ha adquirido un “compromiso”, y sería muy grave que un “hecho probado” lo desmintiera. Desde esta óptica, Espada no estaría siendo discrepante en absoluto con su periódico. El artículo no haría más que reforzar su trabajo contra el presidente: habría habilitado una espléndida bandeja sobre la que su cabeza rodara. Se habría comportado, pues, como el policía bueno de las películas, que se opone solo en apariencia al malo, que en este caso sería su director.

Pero con Espada siempre hay un plus, que hace que el placer intelectual se estire. El artículo es también una trampa: una trampa para Pedro J. Ramírez. Si no aparece ese “hecho probado”, será contra él contra el que se vuelva el “compromiso”. Este afecta, de hecho, tanto al presidente como al director del periódico: el caso puede ser un Watergate reversible. Cabe preguntarse si Espada sabe lo que hay y juega sobre seguro. O si simplemente confía, saboreando el riesgo (sería un poli bueno y atrevido), en que no nos fijemos en todo lo que nos pone delante.

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4.8.13

Savater-Anasagasti: melancólica conversación

Veo en YouTube aquel programa de Dragó que se emitió en TVE la noche electoral del 14 de marzo de 2004, cuando ganó Zapatero, con Savater y Anasagasti como invitados. Lo inserto aquí, y copio a continuación lo que escribí al día siguiente (15 de marzo) al respecto, con el título que le he puesto al post.



No sé cuántos vieron anoche la charla entre Savater y Anasagasti en el programa de Dragó, pero fue el colofón perfecto para una jornada en que el retorno de los socialistas al poder nos dejó en el ánimo una esperanza reticente. Esperanza porque el país sin duda necesitaba un cambio; reticente porque pesan dos sombras: la del pasado del PSOE y la de la inexperiencia de sus actuales dirigentes. Por otra parte el PP asumió la derrota con elegancia, y el propio Rajoy deberá alegrarse de que se haya visto prolongada en cuatro u ocho años su biografía. Así que la jornada desembocaba en la medianoche con una dulzura imprevista, cuando aparecieron Iñaki Anasagasti y Fernando Savater.

El programa, advirtió Sánchez Dragó, había sido grabado el 20 de febrero, de modo que era una conversación como en el limbo, ajena al estruendo electoral. Savater y Anasagasti fueron compañeros de pupitre en la escuela, aunque la vida y la política los separó después. A pesar de las discrepancias queda entre ellos un juego de medias sonrisas y bromas privadas que resulta verdaderamente entrañable (aunque, claro, produce melancolía recordar que uno de ellos lleva una pistola permanente en el cogote). Dijo Savater que le unían más cosas a una persona en sus antípodas ideológicas, pero con la que compartió la infancia, que a un joven que le diese la razón en todo pero con el que no tuviese esas vivencias en común. Cada uno expresó lo que quería sin dogmatismo, en tono suave; contundente pero al mismo tiempo juguetón. Savater se mostró más razonable que nunca. Anasagasti, que pretendía jugar como siempre al victimismo ("yo soy el indio, Fernando el cowboy"), se vio liberado de pronto de sí mismo, de su pesado rollo, y se comportó con una levedad que no le conocíamos. Pensé entonces que los energúmenos se fabrican mutuamente, y que cuando uno que suele serlo tiene enfrente a alguien que no lo es, él mismo deja de serlo y se convierte en una persona con cierto encanto. En cuanto al tema en sí, Savater dijo lo único que puede decirse, y que todos parecen empeñados en emborronar: que diálogo sí, claro; pero que primero han de crearse las condiciones para que tal diálogo sea posible.

Era ya la una y los espectadores habíamos asistido a algo insólito: un encuentro civilizado en la televisión. Faltaban tres minutos de programa y entonces Dragó la cagó sublimemente. Soltó sin venir a cuento una loa a Aznar que, en vista de los resultados electorales, lo llevarán a la cola del paro junto a Urdaci. Fue muy divertido.

1.8.13

Grandeza y miseria

Hay una manera trágica, perturbadoramente luminosa, de conocer a una persona: y es hacerlo justo después de que se haya muerto. Conocerla por el vacío que ha dejado en quienes sí la conocieron. Esa expansión de su existencia, cuando ya no está, mediante el rebote en quienes la recuerdan y se esfuerzan por sacar lo que de ella albergaban. Se produce así una suerte de reanimación, pero de reanimación triste: porque el fallecido recobra una vida que no puede ser ya para sí, sino que es para los demás.

Esta semana ha pasado eso con una de las víctimas del accidente del tren de Santiago. Yo no la conocía, pero sí bastantes de mis contactos de Twitter. Cuando conocieron la noticia, y yo con ellos, me acordé de estos versos de Pere Gimferrer, pertenecientes a La muerte en Beverly Hills: “Yo, que fundé todos mis deseos / bajo especies de eternidad, / veo alargarse al sol mi sombra en julio / sobre el paseo de cristal y plata / mientras en una bocanada ardiente / la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles”. Desde entonces ha sido emocionante asistir al esfuerzo de los amigos de Juanan, de @van_Palomaain, por retenerle. Menciono (y enlazo) a Hughes, Gistau, Jabois, Bustos, Ampudia, Hechizada y –aquí mismo en Zoom NewsMatamoros.

Pero en la vida, y particularmente en la vida española, las emociones altas no van sueltas. En medio de las elevaciones, siempre hay escupitajos que rebajan. Tampoco se ha librado de los mismos la desgracia del descarrilamiento. De entre todos ellos, destaca la viñeta-basura que publicó El Punt Avui, una de las hojas parroquiales (e inquisitoriales) del nacionalismo catalán. La mala baba no oculta en ellos el esfuerzo que tienen que hacer para desafectarse. Una cabronada así no surge espontáneamente, sino después de una prolongada aplicación en el autoembrutecimiento. El nacionalismo, que en otras ocasiones históricas quizá tuvo su razón, hoy no es más que una pugna por escapar de la naturalidad, y de paso de la humanidad: con los resultados asquerosos que vamos viendo. Al contrario que los amigos de Juanan, trabaja para la muerte.

[Publicado en Zoom News]