31.12.13

La motosierra

De la Navidad me gustan solo las luces, las mudas luces, y el plus de calidez en los encuentros con los conocidos; esa “costumbre de calor” de que hablaba Jaime Gil de Biedma. El resto (su estética, su música, sus petardos, sus multitudes, sus gastos, sus atracones, sus babas) me produce entre irritación y melancolía.

Entre los motivos de esta última están las felicitaciones que se curran los amigos dedicados a las artes plásticas y al diseño, quienes parecen quemar las naves para que nadie los contrate el año que entra. Por fortuna, no son castigados y siguen facturando. La tarjeta más delictiva de este año es una que representa un árbol de cuyas ramas penden, como frutos, palabras de excelso rollo: Tolerancia, Cultura, Esperanza, Sentimiento, Respeto, Apoyo, Camaradería, Equilibrio... y así hasta treinta y tres (sin duda, una cifra estudiada). Dan ganas de coger la motosierra y podarlas todas.

A mí el pensamiento positivo me deprime, mientras que el negativo me estimula. Con el primero parece que le toman a uno por tonto, o por niño. Ya decía Kant que la Ilustración era la entrada del hombre en la mayoría de edad. Y una de las cosas de las que hay que desprenderse es de ese intento de hacer con las palabras magia simpática. Como si la mera enunciación convocara a la cosa, sin hacer nada efectivo por que la cosa se realice. Algo muy propio, por cierto, de nuestros políticos (socialdemócratas y no). Baste recordar aquellos “brotes verdes”, cuya maceta era la boca de la ministra y su único riego ser mencionados ante los micrófonos. Hoy seguimos teniendo estiércol sin nada.

Para animarse, definitivamente, hay que recurrir a los pesimistas. No para ser tan pesimistas como ellos, sino para que nos saneen el árbol. Ellos son nuestra motosierra. Mi favorito, como el de muchos, es Cioran. Picoteo en un libro suyo –Desgarradura– y encuentro justo lo que necesitaba:
¡Huir de los embaucadores, no proferir jamás un sí!

Imaginar únicamente cosas que nos gustaría rumiar en una tumba.

Todo proyecto es una forma encubierta de esclavitud.

Existir es un plagio.

Ser es estar acorralado.

¿Qué es el dolor? Una sensación que no quiere pasar inadvertida, una sensación ambiciosa.

En el Zoo, todos los animales se comportan decentemente salvo los monos. Se nota que el hombre no anda muy lejos.

Fundar una familia. Creo que me hubiera sido más fácil fundar un imperio.

Ese hombrecillo ciego de apenas unos días que mueve la cabeza en todas las direcciones buscando no se sabe qué; ese cráneo desnudo, esa calvicie original; ese simio ínfimo que durante meses ha residido en una letrina y que, olvidando sus orígenes, pronto escupirá a las galaxias...

Mi misión es matar al tiempo, la suya matarme a mí. Se está perfectamente a gusto entre asesinos.
Y me encuentro también (¡esto sí que es magia simpática!) con el siguiente, sobre nuestro asunto del principio: “Un poeta español me envía una tarjeta de felicitación en la que aparece una rata, símbolo, me dice, de todo lo que podemos esperar del año. De todos los años, podría haber añadido”. Ahora sí puede venir ya el 2014: ¡estamos preparados!

[Publicado en Zoom News]

26.12.13

La superioridad moral de la derecha

Esta posición mía transversal, tan incómoda (¡y desamparada!) como divertida, me permite juegos retóricos que para los que se encuentran acoplados en su sectarismo particular serían imposibles. Casi me atrevería a decir que impensables. El efecto (que añade incomodidad, desamparo y diversión) es el de un teatro de títeres en que los personajes se dan cachiporrazos acusando a los otros de sus propios defectos.

Yo, que soy de izquierdas (¡aunque no lo parezca!) pero picoteo gustosamente en la derecha, me regocijo al ver a esta pillada en ese circuito. Suelo estar de acuerdo con las críticas que la derecha le hace a la izquierda, y me enfada que la izquierda se mantenga impermeable. Pero a la vez percibo cuantísimos de los defectos que la derecha le atribuye a la izquierda los padece la derecha misma. La pulsión estalinista, por ejemplo.

Nunca olvidaré los días en que hizo campaña unánime contra Fernando Savater cuando este apoyó los planes sobre ETA de Zapatero, al principio de su mandato. Ya entonces creí que Savater se equivocaba, como él mismo reconocería más tarde, pero me pareció obscena la denostación de que fue objeto. Recuerdo que se repetía en las tertulias: “Todo su prestigio se ha derretido como la mantequilla”. Los supuestamente antiestalinistas demostraron ser unos virtuosos del estalinismo.

Ahora con el aborto nuestra derecha ha demostrado ser también (¡déjenme jugar!) zapaterista. En efecto, si quitamos el contenido concreto y nos quedamos con lo que más importa, es decir, la estructura, ¿qué es la nueva ley del aborto de Gallardón y Rajoy sino eso tan de Zapatero de introducir, por fe ideológica, un elemento de discordia en la sociedad donde no lo había? Algo que la sociedad tenía resuelto (llámese guerra civil o llámese aborto) llega el gobernante, mete el palitroque y lo estropea. ¡Ya tenemos entretenimiento (y derroche absurdo de energía) por otra temporada!

La reacción de la izquierda, por supuesto, ha sido patética. ¡Pedir unidad a estas alturas, ella! ¡Y que el PSOE llame incluso a “las mujeres del PP”, con lo que ha demonizado al PP (incluidas sus mujeres)! La credibilidad que la izquierda ha perdido ella solita se echa en falta justo en casos como este: cuando se presenta una lucha no quimérica ni falaz, como casi todas las otras, sino realmente progresista.

Y a nuestra derecha le ha brotado además, con el zapaterismo, algo que le provocaba mucha risa visto en la izquierda. Un ejemplo inmejorable es el artículo de Cayetano González en Libertad DigitalEl aborto y la ‘superioridad moral’ de la izquierda”... que no se equivoca del todo en cuanto se refiere a la izquierda pero que está escrito con una superioridad moral tan autoblindada y ciega como la otra. Es el ping-pong sectario interminable. (¡Y me adelanto al lector reconociendo que mi tonillo es también de superioridad moral!).

[Publicado en Zoom News]

24.12.13

El discurso de la Corona

Esta noche habla el Rey, pero mi impresión es que el discurso de la Corona lo he venido dando yo todo el año. Quitando mis pullas y mis denostaciones, que, aunque dicharacheras, difícilmente podrían encuadrarse en la campechanía borbónica, lo que suele haber por debajo de mi discurso es una defensa prioritaria del Estado de Derecho y la democracia (¡formal!). Algunos amigos se burlan diciéndome que mis artículos tienen a veces un tono entre de editorial de periódico importante y de negro de don Juan Carlos. Y reconozco que puede ser verdad. Siempre y cuando se precisara que ese negro toma a veces como blanco también al Rey.

La gran carencia en las llamadas de atención institucionales de la Corona es la llamada de atención institucional a la propia Corona. Algo que yo me tomo gustosamente la libertad de suplir. Parece que hoy, según anuncia la prensa, asistirán a la cena de Nochebuena en el palacio de la Zarzuela la infanta doña Cristina e Iñaki Urdangarin. Con ello quedará refutado el discurso de Su Majestad de hace dos Navidades y deja bastante tocado, antes de que se pronuncie, el de la presente. Diga lo que diga, que será sensato en su mayor parte, quedará lastrado por ello. Una grave irresponsabilidad, a mi juicio. En el sentido general, y no constitucional, de la palabra.

Últimamente se ha hablado mucho de la irresponsabilidad que el artículo 56 de la Constitución le otorga al Rey. Se trata de un blindaje que trata de salvaguardar el carácter simbólico de su figura, cuyo valor no está en la potestas (el poder efectivo, del que carece) sino en la auctoritas (la dignidad y el prestigio). Había un pacto implícito ahí, a mi manera de ver, y es que esa irresponsabilidad reconocida por la Constitución exigía un comportamiento sumamente responsable, impecable diría, del hombre que encarnara a esa figura. La irresponsabilidad vendría a ser la protección externa para que el beneficiario concreto de ella actuara, sin interferencias, con alta responsabilidad. Cuando no es así, el invento completo queda estropeado.

Leo que tras el discurso del Rey reaparecerá en TVE, tras su largo ostracismo, Fernando Esteso. El bellotero pop de la Ramona, el zurriagazo, los niños con los niños y el ajo era un picador. Me temo que no va a ser lo menos llevadero de la noche.

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19.12.13

Vísperas del 14

Ya se vence diciembre hacia el lado de allá. En nada estaremos en el 2014, un año que terminará teniendo sus contenidos específicos pero que empieza siendo el año de los centenarios. Aquí en casa, o en un rincón de casa, el centenario cejijunto de 1714. Y en la dirección opuesta, es decir, la de Europa y el mundo, el de 1914. Están relacionados, porque una de las causas incuestionables de la Primera Guerra Mundial fue el nacionalismo. Qué papelón van a hacer nuestros catalanistas en la escena internacional del año que viene: algo así como si en una conmemoración por los muertos en accidente de tráfico se presentaran dos juerguistas disfrazados de Ortega Cano y Farruquito.

Han salido ya varios libros que analizan la Primera Guerra Mundial y/o sus causas. El que yo recomiendo es 1914. De la paz a la guerra, de Margaret MacMillan, en cuya edición española (de Turner, casi simultánea a la inglesa) he participado, lo que me ha permitido leerlo intensamente. El libro se ocupa de las causas –desde la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, los primeros trece años y medio del XX–, y termina cuando comienzan los cañonazos. Su tema no es propiamente la guerra, sino la paz que se acaba.

Impresiona cuando se pone la lupa en un determinado periodo histórico que teníamos en la cabeza en forma de párrafo y se aumenta hasta las ochocientas páginas. Aflora de todo (personajes, anécdotas, sucesos, planes, informes, detalles de la vida cotidiana) y aquello se convierte en un mundo. Un mundo cargado de tensión –narrativa y vital– porque sabemos que va a ser destruido. Pero dentro de aquel mundo, como transmite con precisión Margaret MacMillan, estaban vivas todavía las posibilidades de que se evitara. Hasta el ultimísimo momento, incluso después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, los europeos descartaban que fuese a haber guerra. Y esta confianza, este optimismo, terminó siendo otra de las causas de la guerra.

Aunque yo, sin duda sugestionado por lo que pasó al final, he hecho una lectura catastrofista, sin dar crédito a la locura de aquella Europa. Lo único esperanzador es ver cómo aquello no acabó en guerra antes. Por seguir con mi obsesión antinacionalista (¡el lector se tendrá que resignar!), es como si nos imagináramos a Arzalluz de káiser y a Mas de zar, en un contexto histórico que propiciara aún más sus delirios y con unos parlamentos que los contuvieran aún menos. El juego entre las naciones era salvaje, y todas estaban apoyadas por sus respectivos pueblos, auténticos hinchas futbolísticos de las suyas. El cóctel fatal que condujo a la Gran Guerra podría sintetizarse así: democracias imperfectas o absolutismos (según los países) + competición entre las naciones + nacionalismos (incluido el que terminó aflorando en la inicialmente internacionalista izquierda) + militares sin control civil + gran desarrollo de la tecnología bélica + opinión pública.

El papel de esta última no se puede dejar pasar. Uno de los escalofríos que produce el libro es el de la importancia de la opinión pública, azuzada sobre todo por la prensa y por los políticos. A partir de un determinado momento, las fuerzas desatadas eran incontrolables. La opinión pública de cada país terminaba restringiendo la maniobrabilidad de sus dirigentes... y por lo general para peor. El nuevo monstruo se aparece en la historia como un estómago sin cabeza. Y el resultado fatal es que, sin cabeza, luego hay menos que comer.

* * *
PD. De lo que ha venido apareciendo sobre 1914. De la paz a la guerra, enlazo la reseña de Óscar González y las entrevistas con la autora en el Abc y El Cultural (también con su reseña).

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17.12.13

Doble filtro

Ya se ha revelado el propósito de la extravagante formulación del referéndum que pretenden hacer los independentistas en Cataluña: se trataba, simplemente, de interceptar o de castrar el no. La doble pregunta es un sistema de doble filtro, mediante el cual el a “Estado” (catalán) da al salón donde se puede añadir “independiente”; mientras que con el no te dan con la puerta en las narices. “Estado” e “independiente” es lo mismo, por supuesto; pero al antiindependentista se le hurta el gustazo de plantarle un no a “independiente” en su propia cara. Ha quedado diáfano con las nuevas declaraciones de Marta Rovira, la secretaria general de ERC, con el presidente del partido, Oriol Junqueras, delante: “Contestar ‘no’ y ‘no’ constituiría voto nulo”.

Todo son especulaciones, porque quienes más entienden de estos líos aseguran que el referéndum no se va a celebrar. Y, aunque se celebrara, los partidarios más visibles del no ya están avisando de que no van a votar. Serían ellos los que le darían con la puerta en las narices al referéndum, antes de que este pudiera hacerlo cuando emitieran su no; ese no condenado a estar soltero y a no poder ir en parejita como el . Todo son especulaciones, como digo. Pero hay algo real por ahora, y es el diseño del referéndum en sí, y su engranaje. Que, como venimos viendo, dice ya bastantes cosas.

Es un prodigio el juguetito, a su manera. Se trata de un pasmoso artefacto que segrega ya desde el primer instante. Los electores son separados en la mismísima cabina electoral, permitiéndoseles a unos dar un pasito más que a otros. Esos unos privilegiados son, naturalmente, los que votan lo mismo que quienes han proyectado el referéndum. Los otros comienzan a ser discriminados desde la papeleta. La palabra fetiche, “independiente”, queda fuera de su alcance. Es una palabra que solo puede recibir el : se trata de un dios, o un ídolo, que únicamente puede ser adorado; jamás negado, y ni siquiera tocado por quienes no lo reverencian.

El referéndum se dibuja como el acto inaugural de una sociedad oscurantista y totalitaria, fundada en la aclamación. El doble filtro para desactivar el no es un doble filtro para desactivar la crítica.

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12.12.13

Negros nubarrones en el funeral de Mandela

Yo tengo el estómago político muy delicado y cuando me enteré de que el dictador Castro iba a tener protagonismo en el funeral de Mandela, se terminó para mí el funeral, y casi se terminó Mandela. Luego he sabido que el dictador Castro (Raúl, Fidel, ¿qué más da?) fue ovacionado a su llegada, por lo que la cosa pasó ya de castaño a oscuro. Por fortuna, llovió. De manera que las imágenes no parecían celebratorias, ni siquiera celebratorias de un gran hombre, sino desangeladamente burocráticas, soviéticas. Recordemos a Mandela olvidándonos cuanto antes de su funeral.

En España hemos hecho el duelo de una forma muy nuestra: arrojándonos Mandela a la cabeza. Las dos Españas han segregado dos Mandelas, cada huno en un lado de nuestro apartheid particular y dándole garrotazos al hotro como en el cuadro de Goya. Un duelo literal. La grandeza de Mandela se ha visto aquí empequeñecida hasta lo irrisorio por sus admiradores. Se ha pretendido homenajear a un hombre con altura de miras mediante ese enroscamiento made in Spain de la mirada en la cejijuntez. (Si se traspasan las cejas, todavía queda otro muro de contención que impide que la mirada levante el vuelo: la boina). Y esto fue sobre todo en el Día de la Constitución, una de las pocas ocasiones históricas en que España hizo sus pinitos mandelianos: los del Mandela bueno, el del consenso y el futuro.

Pero llegó el martes de funeral y fue francamente odioso ver a tantos impresentables reunidos; impresentables de la política (efectivamente impresentables) y del glamour (decorativamente impresentables). Y de entre todos, esos fabricantes de apartheids que son, por su naturaleza, los dictadores. Además de Raúl Castro (cuyo régimen mantiene al 28% de la población cubana en el exilio), estuvieron otros como Obiang y Mugabe; pero el que tomó la palabra fue Castro, y por lo tanto fue el que más ensució. El jefe de una dictadura racista que, como ha observado Félix Madero en Zoom News, mantiene en la cárcel a sus propios Mandelas.

Un elemento de melancolía es que no podamos recurrir al ya santificado Mandela para repudiar esa presencia. Él fue amigo de Fidel Castro y de la dictadura cubana, escapándosele ese mal entre tanto bien. Yo he querido, después del funeral, fijarme en los cubanos. Ha habido un artículo muy bueno, desolado, de Néstor Díaz de Villegas: “Contra Mandela”. Y otro, más comprensivo, de Carlos Alberto Montaner: “La grandeza de Mandela”. En Penúltimos Días, la imprescindible web dedicada a Cuba de mi amigo Ernesto Hernández-Busto hay artículos que se ocupan del racismo del régimen: por ejemplo, “Para los negros en Cuba la Revolución no ha comenzado aún”, de Roberto Zurbano (que sufrió represalias por publicarlo); o “Estado de sitio”, de Iván García Quintero. Recomiendo además el vídeo El racismo en Cuba.

Yo, al fin y al cabo, español como soy y con mi punto de cejijuntez y de boina, también tengo mi Mandela que arrojarle al prójimo. Le arrojo, pues, el Mandela de la libertad al dictador Castro. Y (¡lo siento!) a la parte castrista del propio Mandela.

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10.12.13

El nacimiento de una nación

Una de las cosas más bonitas de los nacionalistas catalanes es que están intentando crear una nación nueva y les está saliendo España. Cada paso de separación de España que están dando, es un paso de acercamiento a España. No a la España actual, plural, moderna (pese a sus lastres) y democrática (también pese a sus lastres); sino a la España antigua: la carpetovetónica y different.

Ya hasta están comenzando a atraer a aquellos a los que solo les interesaba de España lo folclórico: los franceses. Leí no recuerdo dónde que en los packs turísticos del siglo XIX, a los viajeros que venían a España se les ofertaba el asalto de un bandolero. Hoy no podría faltarles el contacto con un independentista.

Si los nacionalistas catalanes organizan un gran concierto por la independencia, actúan Peret y Dyango. Si se proponen crear una lotería independentista, les sale la Grossa, que es como el Gordo disfrazado de Mary Santpere. Si a su equipo de fútbol que es más que un club le ponen una camiseta patriótica, resulta ser la del Betis con los colores cambiados. Si escogen un referente moral, es una monja. Si se les ocurre un Servicio de Inteligencia, la cosa ya empieza directamente como Gila.

España es sin duda una unidad de destino en la imaginación independentista, porque no les viene a la cabeza otra cosa. Ya podrían tener ocurrencias que parecieran chinas, esquimales o maoríes. Pero no: parecen españolas. Es como si, para hacerse confortable la independencia, estuviesen llenando el país de elementos familiares, que les atenuara el trauma de la separación.

Ahora va a celebrarse el simposio España contra Cataluña, organizado por la Generalitat, que es de una españolidad absoluta. Porque siempre ha sido muy español el espectáculo del Poder pagando a intelectuales para que estos, en supremo ejercicio de servilismo, le laman las orejas. A veces me pregunto de qué independencia hablan. ¿Independizarse de qué? De España segurísimo que no, porque la llevan dentro. Se quieren ir de lo que son; del país que están metiendo en la maleta.

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5.12.13

Insultos a la patria

España es una cloaca sin cultura ni alma. España rocía con su inmunda pestilencia a toda Europa. España es un teatrucho podrido, putrefacto y en ruinas. España está representada por una caterva de sinvergüenzas que se odian entre sí. No quiero, ni vivo ni muerto, tener relación alguna con el Gobierno o el Estado español. Prohíbo que el Estado español me mancille con sus pezuñas chabacanas. En España no he encontrado nunca un hogar. Quiero denigrar a España hasta mi último suspiro.

Las anteriores palabras no las digo yo, sino que las dijo Fernando Arrabal. Aunque tampoco las dijo Fernando Arrabal, sino Thomas Bernhard. Y ni siquiera refiriéndose a España, sino a Austria. El 25 de febrero de 1989, poco después de la muerte del escritor austriaco, Arrabal publicó en El País el artículo “Insultos a la patria”, en que tomaba esas frases de Bernhard, pero cambiando Austria por España para que tuvieran un mayor efecto entre nosotros. Yo he hecho lo mismo, dejándolas incluso sin entrecomillar.

Al lector quizá le ha extrañado un poco, pero sin exagerar. Y, más que “sentirse ofendido” como español, habrá pensado que se me ha ido algo la pinza. Recuerdo que, con escasas excepciones, la reacción en 1989 fue parecida. No se resaltará lo suficiente que, tras el empacho franquista (y gracias a la Constitución que se conmemora desganadamente, y no por todos, mañana), en España hemos vivido años y años de una reconfortante relajación patriótica. Salvo en el País Vasco, Cataluña y un poco Galicia, en que se cambió un nacionalismo por otro, España ha sido una nación sin nacionalismo. Digan lo que digan esos fabricantes de nacionalistas que son los nacionalistas.

La gran ventaja que ha tenido España sobre las Españitas, que era como el libertario Agustín García Calvo llamaba a nuestras regiones autonómicas, es que se la ha podido insultar y se ha podido hacer mofa de ella con absoluta impunidad. Y eso ha resultado socialmente higiénico, oxigenante y liberador. Al contrario de lo que ha pasado con las Españitas, que te metías con ellas y te llovían palos por todas partes, uno ha podido meterse con España sin problema.

Era una cosa que estaba bien. Muy bien, incluso. Y ahora ha venido el Gobierno del PP a estropearla, con esa aberrante ley de Seguridad Ciudadana (anteproyecto por ahora) que, al multar “las ofensas o ultrajes” a España, le quita a España su maravilloso y lujosísimo hecho diferencial. No hay nada que no sea empeorable. Y con el presidente Rajoy y el ministro del Interior Fernández Díaz, a España va a pasarle lo peor que le podía pasar: convertirse en una plasta, en un peñazo. Como una autonomía cualquiera.

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3.12.13

La orla



El panel de terroristas que Libertad Digital viene sacando desde la sentencia del tribunal Estrasburgo me recuerda a las orlas estudiantiles, entre casposas y nostálgicas. Como en las universitarias, aquí las caras son de individuos que compartieron la misma carrera; en este caso, la del odio y el crimen. Para matricularse solo necesitaron ser los peores de la sociedad, los más crueles o los más cortitos; con frecuencia las dos cosas juntas. Había que ser muy ceporros para pasar la selectividad y lo lograron. Antes y después, se han complacido en llevar esas orejas de burro que es la boina patriótica.

Han segado y arruinado muchas vidas, incluida la de ellos mismos. Su sufrimiento, en cualquier caso, ha sido enormemente menor, porque iban anestesiados con el fanatismo y un entorno tribal que les masajeaba la conciencia. Esta orla es la derrota de ETA, que es una gran derrota moral. Siempre lo había sido, pero ahora resulta visible hasta para ellos. Va un abismo de las fotos de los terroristas más buscados, que daban miedo y se prestaban a la épica, a estas de terroristas que van siendo expelidos de la cárcel como cagarrutas.

Ahora la patata caliente está en sus pueblos. Acepto que los terroristas que hayan cumplido sus condenas, según la legislación y sin trucos, salgan a la calle. Otra cosa es la calle les haga fiestas. Pero a la calle le gusta a veces retratarse y mostrar su catadura. Qué asco el de esos cohetes homenajeando al etarra; cohetes que, por su parte, eran un eco en el cielo, para el que quisiera oírlo, de las bombas asesinas del regresado. Un pueblo sano sentiría el pestazo del terrorista que vuelve. Y si no nota nada incómodo en el olor, es que el pueblo también está podrido.

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28.11.13

El error de Rivera, el problema de Díez

Mientras UPyD y Ciutadans siguen subiendo en las encuestas, su situación se ha vuelto complicada. Cada uno tiene un problema y es el otro: se estorban mutuamente. Aspiran al mismo electorado, y si hasta ahora han crecido los dos ha sido porque en la práctica había un reparto del territorio: Cataluña para C's y el resto de España para UPyD. El salto a la política nacional de C's, como Movimiento Ciudadano, altera esta coexistencia. Las paralelas se tocan, y el roce solo puede tener tres resultados: el pacto, la victoria aplastante de uno sobre otro, o la derrota de ambos. Yo creo que, si no pactan, se producirá esto último. Se dividirá drásticamente el voto y la fuerza se malgastará.

Hay una cosa fea en cada uno. En UPyD su empecinamiento en rechazar el pacto, incluso destempladamente, como viene haciendo el diputado Martínez Gorriarán. Y en C's la agresividad con que lo está proponiendo. En la presentación del pasado sábado de Movimiento Ciudadano en Barcelona, Arcadi Espada lanzó una auténtica OPA hostil; hostil por la conminación, aunque fuese disfrazada de amistosa (y fuese realmente, en el fondo, amistosa). Lo que sostiene Espada lo suscribo al completo. Pero me rechina el lugar en que se dice. Esa reflexión en favor del pacto, lanzada de un partido a otro como una pedrada, va en la práctica contra el pacto.

En C's hay además algo raro: una especie de adanismo que lleva a la impresión de que las cosas empiezan desde cero. Me extraña que Movimiento Ciudadano se presente como una cosa absolutamente nueva, cuando Ciutadans tuvo al principio extensiones por toda España. Con el nombre de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía llegó a concurrir a las elecciones generales de 2008. Su fracaso entonces, que fue lo que le dio aliento al otro partido nuevo, UPyD, se debió al error de Albert Rivera de haberse centrado en Cataluña cuando aún no tenía competencia en el resto de España; junto con turbiedades que desactivaron en parte el impulso inicial. Esto posibilitó que UPyD ocupara electoralmente el espacio descuidado. Algo que reforzó en las elecciones europeas de 2009, con el nuevo error que cometió C's con sus asociaciones dudosas. Supongo que el adanismo es un recurso para olvidar estos tropiezos; pero implica una falta de respeto justo a los ciudadanos.

Sea como fuere, Rivera rectificó y se ha asentado como dirigente político. Y hoy su jugada pone en un brete, lo quiera o no, al partido de Rosa Díez. UPyD, en efecto, tiene un problema. Y aunque es inexorable como una bomba de relojería, hasta ahora UPyD, en vez de afrontarlo, se ha dedicado a ignorarlo o a refunfuñar. Lo malo es que C's, con su presión un tanto imperialista, no está contribuyendo a aliviarlo. Tal y como está planteando las cosas, solo podría lograrse algo exótico, imposible: un pacto con vencedores y vencidos.

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27.11.13

Woody con chica (y palomitas)

Esta vez no he ido solo a ver la película de Woody Allen, ni he ido el día del estreno. El ritual roto de los últimos diez años. Una especie de melancolía por el alejamiento de la melancolía. Pero, claro, es mejor. En el cine importaba la presencia de A., a mi derecha; y el paquetón de palomitas compartido. Caricias, una respiración al lado y masticaciones. La película la vi bien, con entretenimiento; pero fue un factor secundario. Me gustó más hablar de ella que verla: hablar caminando con A. por el descampado que hay fuera de los multicines, después. Noche de invierno con frío. Y calor.

Cinematográficamente, Blue Jasmine es mejor que las anteriores de Woody. Pero con dos inconvenientes: carece del encanto de estas y su calidad no es tanta como para compensarlo. El problema es que es solo mejor: no buena. Se habla de la gran actuación de Cate Blanchett y es verdad: desde el primer minuto se pone a hacer una gran actuación, y ya no la deja hasta el final. Acaba uno hasta las narices. El problema es de dirección de actores. Le falta gradación, crescendo; se percibe que su último estallido, cuando ya está definitivamente derrotada, tendría que haber sido un clímax, pero no lo es: resulta ser el enésimo, porque toda la película ha ido de clímax en clímax. Una especie de Santa Teresa (neoyorquina, en San Francisco) que no hace más que levitar (en este caso, en el mal rollo), sin bajar nunca a los pucheros. La película de todas formas yo no recomendaría que se dejara de ver: está bien, y es de Woody. Porque algo sigue teniendo de Woody. En realidad, la luz, el tono, y la facilidad de las situaciones: ese ir directo, sin esforzarse mucho. Por ese deslavazadamiento se colaba un poquito de lo que me gusta. (Más tarde A., a la que la película le pareció mejor que a mí, cayó en que Blue Jasmine es una versión libre de Un tranvía llamado deseo. Aparte del esquema clarísimo para el que conoce la historia, hay pistas suficientes, empezando por el título).

Y de pronto recuerdo que sí hay un gran momento en la película. De buen cine íntimo. Cuando el nuevo hombre llama al fin a Blanchett y esta siente que su pesadilla se va a acabar, que todo va a arreglarse. Al colgar aliviada, llora. Ahí ha estado Woody. Emoción y un instante de suspenso en la ingestión de palomitas.

26.11.13

Susana Díaz: nada con nada

La consagración de Susana Díaz, la unanimidad en torno a Susana Díaz, la alegría por Susana Díaz, solo prueban una cosa: el PSOE está aún peor de lo que se pensaba. Ese respaldo del 98,6 % que ha obtenido como secretaria general andaluza es un índice exacto de desesperación. Lo alarmante no es que haya salido ella, sino que no haya nadie más que ella. Hace unos meses recordaba Teodoro León Gross en el diario Sur la repuesta que dio el matador Guerrita cuando le preguntaron por el escalafón taurino de su tiempo: “Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes”. Ahora en el PSOE está Susana Díaz, después naide, y después naide, naide y naide.

Entiéndaseme, no es que Susana Díaz sea alguien (alguien con preparación, alguien con capacidad, alguien con mérito). Pero entre los nadies es la más destacada. Ha tomado la delantera en algo que necesita con urgencia el político indigente: la investidura del poder. Señalé en otra ocasión cómo todos nuestros presidentes han cobrado prestancia con el puesto, con la extraña excepción de Mariano Rajoy. Con Susana Díaz se ha operado también esa alquimia. Ahora es una nada radiante, frente a las nadas apagadas de sus competidores Madina y Chacón, por ejemplo. Frente a estos es también una nada limpia: una nada con nada, podríamos decir. La de Madina, en cambio, es una nada con zapaterismo; y la de Chacón, una nada con zapaterismo y PSC. Es verdad que la de Susana Díaz es una nada con Junta, pero si el votante del PSOE se fija en eso entonces no le va a quedar nada de nada.

Otro dato esperanzador es el carácter de esponja que todos le atribuyen (sin que aún se haya caído, por fortuna, en llamarla Boba Esponja), lo que ha incluido en estos meses que lleva como presidenta “de los andaluces y las andaluzas” su comprensión del beneficio electoral. Pese a su mala fama, el electoralismo no deja de ser un medio de sintonización del político con los ciudadanos: mediante su propuesta electoralista, el político refleja lo que la ciudadanía le demanda. Una de las causas inauditas del despeñamiento del PSOE es la de su autismo –a medias ideológico, a medias de clase– con respecto al electorado; algo especialmente visible en esa variante paródica del PSOE que es el PSC.

Algo distinto es lo que se sepa hacer luego con el beneficio electoral. La capacidad de absorción puede servir para llegar al poder y quizá para mantenerse en él; pero no para que las cosas funcionen, ni para que salgan las cuentas. Al final, a los otros nadies y las otras nadas que aspiran al liderazgo del PSOE solo les cabe esperar que Susana Díaz se estrelle en la gestión. Algo, lo de estrellarse, que sin duda sabrá hacer muy bien. Casi tanto como sabrían hacerlo ellos.

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21.11.13

Franco en salmuera

La diferencia entre nuestros franquistas y nuestros antifranquistas es que a nuestros franquistas nos los comemos un día al año, el 20-N, y a nuestros antifranquistas todos, incluido el 20-N. Cierto que algunos años traen extras, como este 2013 el del asalto de los zopencos de Falange a la librería Blanquerna de Madrid. Pero, aparte de los numerosos tics franquistas de la población (incluida la población que se llama de izquierdas), lo que sociológicamente se mantiene vivo del franquismo es el antifranquismo.

El antifranquismo ha venido a ser la salmuera que ha conservado el cadáver de Franco. Y no en tanto “memoria histórica”, sino en tanto industria que rinde réditos. ¿Cuánto tiempo llevan viviendo personajes como Wyoming del antifranquismo? En su día propuse un ejercicio revelador. Que el lector se diga para sus adentros, en tono fascistoide, “¡Viva España!”. Le sale indefectiblemente con la voz de Wyoming. En nuestra vida cotidiana, muy pocas veces hemos visto a un fascista diciendo “¡Viva España!”; a Wyoming, en cambio, lo hemos visto muchas. Hace lustros que es una parodia sin referente. Una maniobra masturbatoria que sería solo neurótica si no fuese también interesada: la paja antifranquista es su modelo de negocio.

Que treinta y ocho años después de la muerte del dictador el hashtag #20N fuese trending topic en España es otra prueba de que este es un país enfermo. Como el hecho de que en esta columna mía, que es de actualidad, aparezca el franquismo a menudo: precisamente por su (pesadísima) actualidad. Esta vez, no obstante, me había propuesto no decir nada. Pero he fracasado, como el personaje del sketch aquel sobre Chiquito. Quizá lo recuerden, porque fue memorable.

Eran los tiempos en que todo el país imitaba a Chiquito. Tiempos que, dicho sea de paso, son para mí la crema de la Transición: entonces sí fuimos felices colectivamente. En el sketch se presentaba un concurso llamado Intente no imitar a Chiquito. El concursante se situaba bajo un cronómetro y debía esforzarse por no imitar a Chiquito durante un minuto. El intento era agónico, y el concursante se contorsionaba en denodado esfuerzo por reprimirse, mientras el segundero avanzaba. Hasta que al final, cuando ya estaba a punto de lograrlo, estallaba: “¡No puídor, no puídorrrr!”.

No imitar a Chiquito era tarea imposible, como es tarea imposible no enfangarse un 20-N. Aquellos que descorcharon el champán cuando se murió Franco, en realidad estaban fletando un buque de largo porvenir. Un buque, el del antifranquismo, que ya ha durado tanto como el franquismo. Yo tengo en mi nevera preparado un Moët Chandon para cuando se hunda. Entonces sí que podremos celebrar, al fin, que estamos libres del franquismo.

[Publicado en Zoom News]

19.11.13

El espectáculo de la libertad

Mi consumo audiovisual consiste últimamente, en alta dosis, en vídeos de Antonio Escohotado. Del mismo modo que si uno pone al azar Canal Sur (ese Canal 9 que no muere) hay muchas probabilidades de que le aparezca Juan y Medio, en la pantalla de mi ordenador, si no me encuentro trabajando o en Twitter, suele estar Escohotado. Aunque Twitter no cuenta, porque mis tuits son ya también sobre Escohotado.

Reconozco lo que esta afición tiene de fascinación hipnótica. Voy tras Escohotado como los niños tras el flautista de Hamelín. Algo en cierto modo contradictorio, puesto que Escohotado exalta la razón y este seguimiento es un tanto irracional. Pero es que en él se dan dos seducciones raras, irresistibles: la de la inteligencia (unida al saber) y la de la libertad. Esta última, no en retahíla teórica, sino en acción: en Escohotado atrae ante todo el espectáculo de una libertad en ejercicio.

En nuestro país sectario y compartimentado hasta la asfixia, Escohotado es un sujeto ciertamente singular. Si no estuviera tan gastado, podríamos aplicarle el adjetivo poliédrico. Algunas de sus facetas le permiten ser apreciado por determinado sector; que no tarda en escandalizarse ante otras de sus facetas. Es uno de los suculentos componentes del espectáculo, en especial para los que, como yo, estamos entregados y simpatizamos con la totalidad de sus facetas.

Hace dos decenios la piedra de escándalo fue su Historia general de las drogas. Y muchos de los que se aproximaron a él entonces andan escandalizados ahora con su obra declaradamente anticomunista Los enemigos del comercio (cuyo primer título iba a ser Crítica de la razón roja). Al amor de ella se le han aproximado muchos jóvenes liberales de catecismo (esos de la libertad en retahíla teórica y no en acción), que se disgustan a su vez por la mirada compleja del filósofo y su defensa del Estado.

Debe de ser un gustazo para un librepensador de setenta y dos años verse reprendido por beatos de distinto signo (sean los anarcoindividualistas de la derecha o los neomarxistas de la izquierda, como ese César Rendueles que, en El País, le ha afeado la conducta desde la ortodoxia al heterodoxo). Escohotado se declara hoy en día liberal, y defiende la sociedad comercial frente a aquella otra que llama clerical-militar. Pero pertenece a una estirpe de liberal que vemos poco por estos lares, en que predomina el liberal episcopal: aquel cuyas conclusiones coinciden sospechosamente con las de los obispos.

Pero estos párrafos no son más que una invitación para que lean, o sobre todo escuchen, a Escohotado. Por eso me permito terminar con una pequeña selección de vídeos recientes (hay otros más antiguos que les recomiendo que busquen luego en YouTube, si se quedan con ganas):

–La entrevista en Periodista Digital. Una buena presentación.

–La conferencia "Los enemigos de la realidad". Un brillante recorrido histórico sobre “los enemigos del comercio”. No debe asustar la duración del vídeo: tiene tres horas porque se repite por error técnico; su duración es de hora y media.

–La presentación de Los enemigos del comercio en el Instituto Juan de Mariana. Una charla más divagatoria, que sirve de excelente complemento a la anterior. En el turno de preguntas (muy bueno) aparecen algunos de esos jóvenes liberales de catecismo que le regañan a Escohotado por no demonizar el Estado (sin terminología religiosa, claro: tienen un concepto demasiado elevado de sí mismos).

–Y, por último, algo que no es un vídeo, sino el audio de la entrevista en Carne Cruda (cadena Ser). Un ejemplo divertidísimo de cómo lo de las drogas le permite meterse en el corral disfrazado de oveja, y una vez dentro destaparse como lobo. Impagable la sorpresa (¡el soponcio casi!) del entrevistador Javier Gallego ante los datos contra el comunismo de Escohotado y su defensa del capitalismo.

* * *
PD. Existe una web dedicada a Escohotado.

[Publicado en Zoom News]

14.11.13

Hable inglés

Qué paradójica es la política. El día en que todos pedían la dimisión de Wert (hasta sus compañeros del PP parecían estar pidiéndola sin hablar, como esos secuestrados que deben comunicarse por gestos) fue el día en que se había convertido en el mejor ministro de Educación de la historia de España. Es cierto que por una lección involuntaria; pero a un educador hay que juzgarlo por el resultado, y no recuerdo que ningún otro haya logrado una proeza como la suya: enseñarnos a los españoles una palabra en inglés.

La palabra, pronunciada adecuadamente por un nativo, fue rubbish, que como sintetizó Zoom News (¡haciendo gala de su nombre anglosajón!), puede significar “basura” o “chorrada”. Al principio se utilizó mayoritariamente la primera, en parte por desconocimiento y en parte porque era ideal para zurrarle al ministro (“no la toques ya más, que es basura”). Pero en cuanto se supo que había dos acepciones, cada una de las dos Españas optó por una, como en todo lo que permite la bifurcación. Asistimos así al espectáculo de los progubernamentales defendiendo que lo dicho por Wert había sido calificado de “chorrada”: un mal menor con mucha coña.

Pero la verdad es que este rubbish no está solo. Antes tuvimos el relaxing cup de Ana Botella. Esto indica un plan. Tenemos argumentos para afirmar que el PP se ha marcado un objetivo aún más ambicioso que el de salir de la crisis económica: coger el toro de nuestro déficit idiomático por los cuernos. Y lo está haciendo con una efectividad pedagógica absoluta. No solo nos va mostrando las piezas del idioma, sino también el modo de combinarlas. Y nos anima a esto último diseñando realidades en que sean pertinentes tales combinaciones. Así, la huelga de limpieza de Madrid no es más que un escenario concebido para que digamos: A relaxing cup of rubbish (en la primera acepción).

De la España que va a dejar Rajoy no sabemos con certeza ni si seguirá siendo España, pero sí que habrá hecho sus pinitos en inglés.

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12.11.13

Fracaso de audiencia

Yo trabajaba en una teleserie que más o menos fracasaba en el tiempo en que triunfó Gran Hermano. Entonces el creador y productor nos reunió a los guionistas: “Tenemos que aprender la lección. ¡Ahora ya sabemos lo que la audiencia quiere!”. A los guionistas se nos despertó la esperanza. Al fin el jefe comprendía que no podíamos seguir con nuestras historias poco creíbles ni nuestros personajes acartonados. Debíamos volver a la veracidad, a una cierta espontaneidad. A esas alturas casi podía asegurarse que teníamos la desgracia de estar en una serie y no en un reality; pero nos cabía al menos camuflar la teatralización.

La lección que nuestro jefe había sacado, sin embargo, era otra: “Ha quedado claro que al público le gustan las bajas pasiones, las traiciones, las reconciliaciones, los navajazos, la emoción a flor de piel, la intriga”. En consecuencia, reforzamos justo aquellos elementos que debíamos atenuar o eliminar. “Hay que hacerlo todo más culebrón”, era la consigna. La serie siguió cayendo y fue suprimida en un mes.

Con la Conferencia Política del PSOE ha pasado algo parecido. No parecen haberse dado cuenta aún de en qué ha consistido, y sigue consistiendo, su fracaso: en su huida, con aire de teleserie (de teleserie española, naturalmente; no de la HBO), del principio de realidad. El estado del bienestar, por ejemplo, no se defiende con eslóganes, sino con políticas que lo hagan viable. Si una política merma o hunde el estado de bienestar, esa política va contra él, por más que sus eslóganes lo defiendan. Quizá una de las cosas que están retrasando la comprensión sea que la presidencia de Zapatero tuviese dos fases: esto les ha permitido a muchos socialistas refugiarse en la ficción de que una de las dos fue buena; precisamente la peor. (Puede que hoy en día al PSOE le vaya más la vida en ser antizapaterista que antifranquista).

La impresión, desde fuera, es que no han salido más lúcidos, sino más engañados. Algo que volverá a traducirse en un fracaso de audiencia. Aunque si el objetivo era venderse la burra a sí mismos, la Conferencia ha sido un éxito.

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7.11.13

Franquismo francés

A todo niño franquista, aquel “niño de derechas” del que hablaba Umbral, le estaba reservado un estupor: cuando descubría que la moneda de Francia se llamaba igual que el viejecito que salía en la tele y mandaba. Yo no me lo podía creer. ¿Entonces –preguntaba con la implacable lógica simétrica de los niños– el Franco de Francia se llama Peseta? Pero unos vecinos que habían regresado de la emigración decían que Pompidou. Este nombre me evocaba las pompas que hacíamos con los chicles, y me imaginaba a los niños franceses pagando sus bazookas y sus cosmos con muñequitos de Franco. Después de todo, ¿por qué nuestras pesetas no se llamaban francos también, si tenían su cara?

Tiempo después, cuando las pesetas llevaban la cara del rey Juan Carlos y nosotros ya no éramos niños franquistas, sino adolescentes de la Transición (este pleonasmo quizá sea lo mejor que hayamos tenido), nos fijábamos en franco como adjetivo. Tanto en su significado de francés, como en aquellos otros que nos gustaban: sincero, claro, libre, exento... Pensábamos ya, a esas alturas, que qué contrasentido que Franco se llamase Franco. El vocablo pasaba entonces a ser para nosotros equivalente de afrancesado, que es lo que hemos querido ser siempre los españoles con simpatía por la Ilustración.

He pensado en esta genealogía ahora que el jefe de estudios del Liceo Francés de Barcelona, Richard Buty, nos ha echado un capote afrancesado (capote de Nîmes, supongo) con su impecable carta de respuesta a la antiilustrada madre catalanista que quería imponer su capricho ancien régime, acostumbrada como está a poder hacerlo en su terruño. Cómo corta el sentido común, cuando se usa tal bisturí racionalista. Monsieur Buty ha venido a decir, por traducirlo castizamente (¡la emoción afrancesada me pone burro!): “Pienso, luego no me toquéis las pelotas”.

El español es nuestra lengua común, sin perjuicio del catalán; y los que firmaron el manifiesto que lo proclamaba en 2008 fueron tachados de franquistas. Supongo que a nuestro buen francés se lo habrán llamado ya (esta vez ni me he molestado en hozar en las pozas del nacionalismo). Pero yo me lo tomaré como relativo a franco, en la acepciones que me gustan: francés (redundantemente) y sincero, claro, libre, exento... Esto ha sido salud pública y lo demás son tonterías.

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5.11.13

Los otros

UPyD y C’s son los otros de la política española. PP, PSOE, IU y los nacionalistas son los unos: los que han venido repartiéndose el bacalao en la democracia y representan, por tanto, el establishment. Pese a los beneficios que esto les reporta, una parte considerable de ellos (el segundo parcialmente, y el tercero y los cuartos de manera decidida) quieren acabar con él: serían unos unos con vocación de hunos. La hache unamuniana se quedaría en este caso aquí, sin traspasarse a los otros.

Una de las curiosidades de nuestra política es que UPyD y C’s, siendo los más excéntricos, resultan algo así como partidos institucionalistas: ponen su acento en la defensa de la Constitución, y lo que con ella se constituye. Por ello son despreciados y acusados, como no podía ser menos en este corral, de “fachas”. Mi opinión es justo la contraria: tengo para mí que son nuestros dos únicos partidos antifranquistas de verdad. Los únicos que han normalizado su relación con España, libres de las determinaciones (en un sentido o en otro) de la momia del dictador.

Mi pecado en política es el intelectualismo, y quizá mi falta de sentido práctico. Para mí UPyD y C’s son, ante todo, partidos fundados por intelectuales a los que admiro: Fernando Savater el primero; y Arcadi Espada, entre más, el segundo. Son fundadores que luego no han estado en el día a día de sus partidos; como yo tampoco lo he estado, desde fuera. Quizá por ello perciben y percibo –intelectualmente– que los dos partidos deberían aliarse. Algo que rechazan los que sí están en el día a día de ellos.

Habrá razones, sin duda. Y es posible que sean convincentes desde dentro. Pero no puedo dejar de pensar que tienen más que ver con el tipo de politiqueo que rechazan que con la gran política que proponen. Resulta paradójico (y también sangrante) que los que comparten el juego de hablar continuamente del PPSOE, no sean capaces de jugar a ser UPyC’s.

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1.11.13

Especial Libertinaje



Ha salido el Jot Down nº 5 en papel, especial Libertinaje. Colaboro con un artículo de cuatro páginas titulado "Libertinaje mental", en que hablo de las mentes sucias de Marcel Duchamp y Billy Wilder.

31.10.13

La columna 106

Zoom News cumple un año. Recuento en mi sección A ver qué pasa y resulta que tengo 105 columnas. Esta es la 106. Nunca había hecho nada tan seguido en mi vida, después de perder el tiempo. A una amiga que no suele gustarle lo que escribo le he dicho que me impresiona, al menos, la labor de albañilería. Haber tendido un acueducto a lo largo de cincuenta y tres semanas, por el que corren las aguas de la actualidad, habitualmente turbias.

El que mis columnas salgan los martes y los jueves implica que mis lunes y mis miércoles sean días de fracaso. Así este año entero. Cuando las picoteo tiempo después, la sensación se atenúa. Pero en el momento del envío, cada columna escrita lleva adosada, de manera abrumadora, la columna que no se pudo escribir. Porque no se supo o porque (como sucede en el periodismo) no hubo tiempo. Esto último fastidia bastante, pero al cabo se acepta como justo: que la escritura se vea aquejada de lo mismo que la realidad... Aquello que secretamente anda estropeado en la columna es lo que nos da materia para escribir.

El tono tampoco termina de dejarme satisfecho, porque me debato entre la indignación universal (de la que no se salvan ni los indignados) y el convencimiento de fondo de que es bueno mantener las formas; tanto más en los periodos de descomposición como el que vivimos. Pero tengo la sangre caliente, siento urgencia por las síntesis y me lo paso pipa faltando. Fernando Savater, en su artículo “Dando caña” de hace unos días, reflexiona sobre esta actitud, con acierto. La única salida que yo he encontrado, de momento, es la de no dejarme emborrachar por ese impulso; y la de autodesactivarme de alguna manera mediante la exageración. Lo que digo no dejo de decirlo, efectivamente; pero quisiera que se apreciase que va teatralizado.

La incomodidad de escribir, por último, ha ido acompañada de la felicidad de leer. Al final, este año de columnista me ha servido para admirar más a los columnistas a los que ya admiraba; y para reconocer el mérito, siquiera fabril, de los demás. Haberme enfrentado a la misma actualidad de todos y haber comprobado, desde dentro, cómo la han ido despachando. Qué limpias, como mínimo, las columnas de los otros: en ellas no se ve la sombra de lo que no fueron.

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29.10.13

Crímenes caducados

La manifestación de anteayer de la Asociación de Víctimas del Terrorismo fue un error, como es un error toda convocatoria contra la resolución de un tribunal democrático. Más aún, cuando su planteamiento es falaz. Aunque para abreviar hemos solido repetir que la resolución del tribunal de Estrasburgo ha sido “contra la doctrina Parot”, en realidad lo ha sido solo contra su aplicación retroactiva. Los que no estamos muy puestos en temas jurídicos pero hemos querido enterarnos de esto, nos hemos enterado. Por ello ha resultado un tanto exasperante el desbocamiento de algunos columnistas que lo ignoraban; casi diría yo, que han decidido ignorarlo. La AVT siempre cuenta con un plus de excusa y comprensión por mi parte; pero me temo que en este caso ha decidido ignorarlo también. Lo cual es particularmente grave en lo que a la lucha contra el terrorismo (y sus simpatizantes nacionalistas) se refiere, puesto que esta lucha es a la vez a favor de otra cosa: las instituciones democráticas. Cuestionarlas, de un modo que ha recordado un poco a los faroles del 15-M, socava la causa principal. Las víctimas, como todos los ciudadanos, solo cuentan con una cosa sólida: el Estado de derecho. Hay que ser extremadamente cuidadoso con él.

Pero, si no soy ciego, tampoco soy equidistante en este asunto. Por encima de mi desacuerdo con la manifestación y de mi enfado con los columnistas tendenciosos, han venido indignándome estos días las palabras del fiscal superior del País Vasco, Juan Calparsoro, sobre la volatilización de la condición de asesina de la etarra Inés del Río. El hombre ha rectificado luego y, más que cebarme con él, prefiero tomarme sus palabras como el síntoma de una mentalidad generalizada: que es la que explica el mosqueo de las víctimas del terrorismo; y que es para mí, en realidad, lo grave. Más allá de los asuntos penitenciarios de los etarras –a los que a mí, en vez de que permanezcan en la cárcel, casi me hace más gracia verlos salir metafóricamente de la mano de violadores y asesinos comunes–, es ese impulso de olvido blando y fácil de la sociedad el que me preocupa. Ese intento de escamotear el mal mediante el ilusionismo. Lo que ha pasado en el País Vasco durante cuarenta años ha sido una tragedia, con verdugos y con víctimas. Las prisas que tienen algunos por pasar página podría interpretarse como el reverso de una culpa simultánea a la de los crímenes: la de tibieza (acompañada en ciertos casos de la de aprovechamiento). Las víctimas, aunque se equivoquen, son en sí mismas el recordatorio de que los criminales no caducan, porque sus crímenes lo fueron para siempre.

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24.10.13

El teniente Colombo en Estrasburgo

Estos días, con la resolución del tribunal de Estrasburgo en contra de la “doctrina Parot”, las reacciones posteriores y la suelta de la primera etarra, me he acordado del teniente Colombo. Ahora es fácil revisitar los capítulos de aquella serie de los setenta, porque están en internet y además los reponen de vez en cuando. Alguna que otra madrugada insomne me he encontrado en la tele al inolvidable Peter Falk enfundado en su gabardina, y he vuelto a admirar cómo, según cantaba Pepe da Rosa (el padre, por favor), “se mete por el ojo de una aguja, / se fija en una simple tontería / y da con el granuja”.

Pero en estas recuperaciones de adulto he pillado algo que se me escapaba antes. Cuando Colombo desenmascara al asesino, no se alegra. Al contrario, baja o rehúye la vista y se queda como triste; casi se hunde en una pequeña depresión. Se percibe que hay algo más fuerte en él que su triunfo personal y el imperio de la ley (a cuyo servicio está sin ambigüedades): el pesimismo por la condición humana; la constatación de que un ser humano más ha incurrido en el crimen, y que lo ha hecho por una causa indigna. El trabajo de Colombo ha permitido que se esclarezca la verdad, y que la Justicia pueda hacerse cargo a partir de entonces. Pero queda un resto, que ensombrece a Colombo: el hecho mismo de que el crimen se hubiese cometido. La Justicia debe limpiar, pero no lo absorbe todo: siempre queda algo sucio. Y con esto ya no podemos hacer nada.

Este es uno de los equilibrios, difíciles, de la vida democrática. A propósito de la “doctrina Parot” lo han expresado bien Agustín Valladolid y Rafael Latorre (director y subdirector de Zoom News: ¡concuerdo con las alturas!). Este párrafo de Latorre, en concreto, acierta a formular el núcleo de la cuestión: “Entiéndase, lo que yo le deseo a los criminales etarras supera con creces al Código Penal. Pero quiero vivir en un Estado que sea mejor que yo. Es decir, un Estado capaz de ver ciudadanos donde yo solo alcanzo a ver escoria. Y cuya aplicación de la ley no esté condicionada por los deseos, siquiera mayoritarios, de su población”. En ese cruce está, para mí, la salud cívica: en el cruce entre el asco estomacal por el crimen y la defensa cerebral de la ley, que es la que debe predominar. Aunque luego se prolongue en nosotros el asco por los que se precipitan en las celebraciones, manifestando así su desequilibrio.

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22.10.13

Que no pare la fiesta

En la fiesta del antizapaterismo, a la que me sumé gustosamente, resulta que nos encontrábamos dos tipos de antizapateristas: los que veíamos en Zapatero una serie de incompetencias e irresponsabilidades que, por lo que fuera, se habían encarnado en él; y aquellos otros que, aunque parecían atacar lo mismo, en realidad solo atacaban el nombre y la adscripción política. Con la victoria de Rajoy se produjo el deslinde. De pronto muchos de aquellos antizapateristas, literalmente nominales, pasaron a convertirse en algo así como “zapateristas rajoyanos”. Hoy defienden las incompetencias e irresponsabilidades que antes criticaban; únicamente porque el que las que las protagoniza ya no se llama Zapatero, ni pertenece al PSOE.

El domingo nos trajo la cumbre, hasta hoy, de esta tendencia, con la apabullante portada del Abc. El dibujito del brote aureolado con la bandera española, y el titular: “Brotes verdes, esta vez sí”. Con ese “esta vez” delator, enraizado en aquellas “otras veces” en que los perpetradores del titular se rasgaron teatralmente las vestiduras. Se cachondeaban del presidente Zapatero y de la ministra Salgado, y hoy se han zapaterizado y salgadizado. En cuanto ganaron los suyos, se acabó para ellos la diversión. Para los demás, por desgracia, sigue. Como si esto fuera un after interminable, la fiesta del antizapaterismo se ha prolongado en la fiesta del antirrajoyismo. Es la misma fiesta con distinto dj. Los que llevamos en ella desde el principio ya estamos machacados, y con ganitas de volver a casa.

Pero no hay manera. Por la noche seguíamos bailando al son de la portada del Abc, cuando nos topamos con la entrevista en La Sexta a Zapatero. Qué conmoción. No sé si estábamos preparados para semejante ejercicio en bruto de memoria histórica reciente. Parecía un episodio desgajado de aquellas Historias para no dormir que nos asustaban de niños. Ahora tampoco podemos dormir, pero porque para el que no encuentra acomodo en ninguna de las dos Españas esto es un no parar.

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17.10.13

Estadista a destiempo

Para mi gusto Aznar tiene una gran ventaja sobre los otros expresidentes del gobierno: es decididamente antipático. Lo cual me lo hace más simpático, en comparación. Sobre la antipatía en un político solo hay una cosa que yo aprecie más: la sosería. Aunque esto es algo que me vale ahora, cuando en la lista de expresidentes sosos está Calvo-Sotelo en solitario. Quizá cambie cuando se incorpore a ella Rajoy. (Estoy hablando en todo momento no de la vida, sino de la higiene democrática).

El antipático Aznar, cuánto nos reímos con él. En este caso, sin la habitual prevención, de él. Los dos mejores chistes se referían a su cara, como no podía ser menos. Alfonso Guerra soltó en un mitin (hay que regresar mentalmente al Aznar con bigote para visualizarlo): “Cuando está serio parece Hitler, y cuando se ríe parece Charlot”. Pero fue mejor aún lo de Fernán-Gómez en uno de aquellos programas de Hermida: “Desde un punto de vista actoral, pasa con él una cosa muy interesante: cuando está serio parece el malo de la película; pero cuando se ríe no parece el bueno, sino el tonto”. ¡Grandes risas con Aznar! Yo me reí como el que más; pero mantuve mis reservas. Me parecía sano reírse de Aznar; pero insano, como hicieron tantos, reírse solo de Aznar. (En el humor sectario hay siempre un reverso de seriedad –algo programático– que me incomoda).

Ahora disfrutamos de un Aznar estadista, que por desgracia no coincidió en el tiempo con el Aznar presidente: el estadismo le ha sobrevenido a posteriori. Por lo visto, es de esos seres que tienen el Estado en la cabeza. Y también en la lengua, incluida su peculiar variante del inglés. Si me atengo a sus palabras más recientes, las del lunes en San Sebastián, estoy bastante de acuerdo con el contenido (no tanto con las conceptualizaciones de catecismo ni los énfasis). Pero da igual. Como presidente no estuvo a la altura de su discurso de hoy; y como este es el único sobre el que le cabe operar ya, quizá haría bien en rebajarlo. Para no desautorizar al presidente del gobierno legalmente constituido (al que podemos criticar todos menos él). Y, sobre todo, para no dejarse a sí mismo en evidencia.

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15.10.13

Dialéctica de las banderas

Es un latazo el empeño de los nacionalistas en llamar franquista a la bandera española y en acusar de franquistas a quienes la sacan. El diálogo es imposible con los que se enroscan en semejante ceporrismo, treinta y cinco años después de que esa bandera solo simbolice (si no lleva el aguilucho, como no suele llevarlo) a la España constitucional. Para que haya diálogo, en efecto, es necesario manejar el mismo código y discriminar entre los distintos significados. Si los nacionalistas no distinguen entre la España de Franco y la de la Constitución, ¿de qué se puede hablar con ellos? Podemos sentarnos a la misma mesa y comer butifarra (¡o jabugo!) civilizadamente, ¿pero dialogar?

Ellos puentean, sin más, a la España democrática; y pretenden vencer en ella al franquismo con el que no pudieron (y al que ni siquiera combatieron siempre). Su obcecación en identificar lo español con lo franquista refleja, sin duda, esa culpa. Pero también alberga autoconocimiento. En el fondo del fondo, los nacionalistas saben que es impresentable lo que le están montando a la España democrática. De ahí el furor con el que le niegan esta condición: para ellos es urgente, porque sería la premisa de su pataleta; la coartada que les excusaría de su impresentabilidad. El nacionalista necesita enfrente alguien de su nivel. La España democrática les queda demasiado arriba, así que buscan por abajo y se encuentran con alguien de su talla: el nacionalista español de hace cuarenta años.

La Historia tiene la fastidiosa costumbre de cambiar. Y con ella cambia el significado de sus símbolos. La bandera que durante cuarenta años fue el símbolo de una dictadura es hoy, sin aquel escudo, el símbolo de una democracia. Guste o no guste, es la que representa hoy el principio de legalidad y la salvaguarda de los derechos de todos los españoles. A los que no somos nacionalistas, nos dan un poco de pudor las banderas, incluida la nuestra. Pero ya va siendo hora de señalar, impúdicamente, ciertas superioridades. Hay una objetiva en la española: su hospitalidad. Donde hay banderas españolas, pueden ondear otras sin problema. Lo pudimos ver una vez más el 12 de octubre en Barcelona. En las fiestas patrióticas del independentismo no ocurre así. Y con esto debería bastar para detectar por dónde corre hoy el aire y dónde está la asfixia.

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10.10.13

Molino de patanes

La prueba de que somos un país de ignorantes es que nos dicen que somos un país de ignorantes y seguimos como si nada. No tenemos luces para comprender lo devastador de la noticia. Que, por lo demás, tampoco nos pilla por sorpresa: llevamos con esto siglos, y así estamos. Según el informe PISA para adultos, fallamos en lectura y matemáticas. Y eso porque no han preguntado por más materias. Pero con esas dos basta. Yo incluso las proyectaría más allá del ámbito libresco: fallamos en la lectura de la realidad y en las cuentas con lo real. Nuestra situación educativa se acopla, con una precisión que no deja de ser bella, con nuestra situación económica.

Con la perspectiva de estos años, vemos en qué se fundaba el “milagro económico” español. El país funcionó de repente porque, para la burbuja inmobiliaria, solo hacía falta que cada sector implicado pusiese toda su ignorancia en el asador, y la coordinara con la de los demás. El resultado tuvo la precisión de un reloj suizo. España se convirtió en un auténtico molino de patanes, en el que cada cual dio su do de pecho en la ópera de la zafiedad. Los políticos recalificando terrenos y llevándose mordidas, sin más consideración que la de alimentar la horterada. Los constructores refocilándose en sus ademanes de tratantes de ganado y eructando en los restaurantes de lujo. Y el humilde pueblo llano, carne de albañilería, forrando sus salones con surround (“zurrón”, oír decir por aquí); y, si estaba en edad de estudiar, abandonando los estudios y gastándose un pastón en tunear el buga. ¡Ah, y los compradores! Convencidísimos de que la inversión era segura y que el precio del piso solo podía subir. Todo ello, financiado y alentado por los bancos. Esto parecía una contrarreloj por equipos: todos pedaleando a tope, como un engranaje, en la misma dirección.

Supongo que no nos volveremos a ver en otra igual: en una situación en que, para prosperar, lo que se nos pida sea justo lo que nos sobra. La ignorancia no suele tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

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8.10.13

Pagar el pito

Siempre hay morbo cuando una señorita (¡así las llamaban los articulistas antiguos!) habla del pito de su ex. Por Madrid, la decadente Madrid, corren historias de hombres importantes con micropene, y de otros igual de importantes que tienen un solo huevo. La fuente es siempre una exnovia, en funciones de cronista despechada; o de enviada especial de vuelta. Pero se da un alivio: ninguna de las historias que yo conozco adjudica las dos taras a un mismo hombre importante. Lo cual puede deberse a que el destino prefiere no cebarse en este negociado; o a que la señorita en cuestión posee un gran sentido de la economía narrativa.

En Barcelona parece que se saltan esto último y despilfarran narrativamente. Así, Victoria Álvarez, la exnovia de Jordi Pujol Jr., habla, sin medirse, no del pito, sino de los cinco mil pitos de su ex. Si no estuviéramos jugando (¡como los articulistas antiguos!) con el sentido doble, ahora podría venir un ditirambo sobre ese titán de la fecundidad catalanista que sería Junior, con sus cinco mil vergas prestas a disparar semen cuatribarrado (¡y estelado!). Pero, según cuenta El Mundo, y sabemos por Libertad Digital, se trata de pitos en el sentido de silbatos; aunque no menos cuatribarrados (¡y estelados!), puesto que se les dio un uso (¡y un abuso!) independentista.

A falta de que aparezca una factura –que sería homérica– por cinco mil pitos, yo me lo voy tomando como una prolongación del Ubú president de Albert Boadella. Que el hijo del ex president (pero no ex Ubú) Jordi Pujol pague cinco mil terminales de una pitada al Rey, es decir, al jefe de ese Estado que le ha permitido hacerse su fortuna, vía papá, es de un impacto dramatúrgico subyugante. Ahí está todo, de hecho: el niñato rico financiando la gamberrada, y los borreguitos soplando. Andando el tiempo, los sopladores estarán probablemente en un país en ruina, con la misma cara de tonto que cuando sale positivo en un control de alcoholemia. Mientras que el pagapitos seguirá disfrutando de sus millones, no se sabe si en México o en ese otro país que tampoco pertenecerá a la Unión Europea, pese a estar en Europa. Serán otros los que paguen el pato.

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3.10.13

Cortocircuitos

Un amigo psiquiatra me contaba hace unos meses que la vida es tensión, una corriente eléctrica, y que el suicida lo que busca es provocar un cortocircuito. El aquietamiento definitivo de la tensión que es la muerte, adelantarlo. No soporta estar en medio, en el curso del vértigo, y se lanza para extinguirlo.

La tensión usual de la vida se recrudece con las dudas, con lo desconocido, con lo asimétrico, con lo inconcluso. El instinto tanático late siempre y tratamos de completar lo que falta, de limar las aristas, de precipitar respuestas. Hay una tendencia gravitatoria que nos empuja a efectuar el cierre, la conclusión: a tender lo que está erguido; a cesar en el esfuerzo de la verticalidad y abandonarse a la horizontalidad.

En los sucesos trastornadores, como el crimen de la niña Asunta en Santiago, la tensión se extrema. La herida de lo ocurrido, en su particular contexto, provoca un desequilibrio difícil de aguantar. El vacío hostil de las preguntas trata de ser llenado con sospechas, especulaciones, designación rápida de culpables: algo que nos ponga un suelo. El periodismo, por lo general complaciente con sus lectores, se presta al servicio de habilitarles dónde caer.

Pero a veces hay excepciones, que constituyen el honor del oficio. En el reportaje de Manuel Jabois que apareció el domingo pasado en El Mundo (aquí el comienzo y el resto aquí), se vence el impulso de eliminar las tensiones y desactivar los interrogantes. Es un relato que mantiene la herida abierta, porque abierta está por el momento, y que no será desmentido cuando se sepa la verdad, porque no esboza ninguna que vaya más allá de lo que hay.

El final lo resume todo. La madrina que, en el duelo, se acuerda de la pared en que ha venido marcando la estatura de su ahijada desde que nació. Y su impulso es ir a borrarlo. No se soporta esa verticalidad truncada.

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1.10.13

El Rey en la habitación de Pascal

Está previsto que el rey don Juan Carlos salga hoy martes del hospital, con lo que terminará, por ahora, un género al que me estaba acostumbrando: los partes médicos leídos por la directora del Quirón, la doctora Lucía Alonso. Durante estas jornadas todo podía fallar, menos ese momento: flor (¡madurita!) de los Telediarios. Ha sido una experiencia adictiva, pero agridulce. Me gustaría explayarme sobre la parte dulce, pero nos llevaría muy lejos (y de manera un tanto improcedente). Así que señalaré solo lo agrio.

A veces las noticias caen en una cabeza predispuesta para ciertas asociaciones. Justo el día de la hospitalización del Rey me habían recordado la célebre frase de Pascal: “Todas las desgracias le vienen al hombre de que no sabe quedarse quieto en una habitación”. Pensé que su confinamiento obligatorio quizá supusiese, por ello, una pausa en sus desgracias, que son las nuestras. Me dispuse a atender los partes fijándome en ese particular, como si el reino dependiese de su quietud. ¿Estaría Su Majestad a la altura del reto pascaliano?

No había caído en que, debido a la naturaleza de la operación, el modo de demostrar su mejoría era justamente no estándose quieto. Se trataba de poner en marcha la prótesis de la cadera cuanto antes. Por eso en cada parte médico, al que no he faltado ni un solo día, se me juntaba el deleite por la presencia de la doctora (¡y directora!) con la conciencia angustiada de que todo estaba fallando. “¡No era eso, no era eso!”, me repetía en un salto de Pascal a Ortega.

La apoteosis llegó con el parte número 4, según el cual el Rey “ha intensificado sus paseos por la habitación”. Ahí lo di ya todo por perdido. La prótesis va fenomenal, sin ninguna duda, pero, según mi premisa, intensificar los paseos era intensificar las desgracias. No solo en Pascal: en cualquier novela, el que un personaje intensifique sus paseos por la habitación es muy mal síntoma. Aunque puede que exista una alternativa. Hay un clásico que no he leído, el Viaje alrededor de mi habitación de Xavier de Maistre. Podría informarme acerca de su contenido antes de terminar este artículo, pero prefiero hacerlo después. Para dejar abierta la posibilidad de que los pronósticos sean mejores. Por si son peores.

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26.9.13

Cuervos en el quirófano

Creíamos que la Transición, como su nombre indica, era ir de un estado a otro. En tiempos de estabilidad pensábamos que ya habíamos llegado, y dudábamos si seguir usando la palabra. Nos sonaba raro hacerlo, pero la seguíamos usando. Esta insistencia ha demostrado que nuestro instinto sabía más que nosotros. Transición es esto en lo que andamos todavía, y camino de algo peor. No peor que lo que teníamos antes, pero sí peor que lo que hemos estado teniendo. Al cabo, echaremos de menos este transcurrir, con su provisionalidad y sus libertades. No estaremos mejor en ningún sitio que en este de paso.

La Transición fue fruto de un hacer, pero subsidiariamente. Lo principal no lo hizo nadie, sino la naturaleza: el “hecho biológico” de la muerte de Franco. Al leerle a Santiago González la expresión “hecho quirúrgico”, aplicada a la operación de don Juan Carlos, me he dado cuenta de que alienta en nosotros una especie de épica de las camas. No las del amor, sino las de la enfermedad y la muerte. Una épica en la que nosotros no estamos. Débiles como sujetos históricos, confiamos en aprovechar los empujones de fuera.

Solo así se explica un artículo tan chocante como el publicado por Isaac Rosa antes de la intervención, “¿Y si el rey muere en el quirófano?”. Nuestros apóstoles de la ruptura, que quisieron romper aunque después de Franco, parecen fantasear con lograrlo esta vez, con la nueva generación: en cuanto la Parca les dé un segundo pistoletazo de salida. Puede ser comodidad, o cobardía; pero también hay un esfuerzo analógico por equiparar a los dos jefes de estado, como siempre quisieron. Por otra parte, se me ocurre que el empeño de otros en favor de la abdicación del rey proviene también de aquella impotencia: para evitar que este se nos muera en la cama. Quitarlo por lo menos un momentito antes.

No es normal que un país no sepa lo que quiere, y que esboce sus chapuzas dependiendo de la frágil biología humana. Es cierto que tanto una dictadura como una monarquía, aunque sea democrática, ensartan el sistema en el cuerpo de un hombre. Pero habría que tener energía para albergar una idea más clara y más sólida. Quienes aprovechan el quirófano para debatir sobre el “modelo de estado” no son estadistas, sino cuervos. Jaime Gil de Biedma hablaba de “España entre dos guerras civiles”. No habrá tal. Pero estos pájaros de mal agüero nos hacen sospechar que la Transición va a ser lo que tuvimos entre dos “hechos biológicos”.

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24.9.13

El coñazo del antinacionalismo

El sábado me puse a dar saltos con el espectacular artículo (¡maravilloso!) de Antonio Muñoz Molina en Babelia, “‘Kitsch’ nacional”, donde le da el repaso definitivo a la horterada estética de los nacionalistas. Me encontraba en pleno baile de celebración, perdiendo (¡lo reconozco!) los estribos, cuando la persona que me acompañaba me espetó: “¡Qué pesado estás con el antinacionalismo!”. Me cortó el rollo, pero me hizo pensar; que es una de las cosas que pueden hacerse cuando le cortan a uno el rollo.

Es verdad. Estoy muy pesado con el antinacionalismo. Tan pesado, que me he convertido en una especie de nacionalista del antinacionalismo. Pero reconocerlo, en vez de calmarme, me irrita más: porque el antinacionalismo es otra de las mierdas que ha ido expeliendo el nacionalismo. Este es un énfasis segregador de pringue, y es muy difícil no chapotear cuando el magma se ha adueñado de todo el espacio. Hay excepciones sabias, como la de Iñaki Uriarte, en cuyos Diarios ha logrado no ser ni nacionalista ni antinacionalista; aunque su mérito no está en la equidistancia, sino en la manera limpia, sin pelusa, en que no es nacionalista. (No ser antinacionalista sería en su caso no haberse dejado marear, ni alterar, por el discurso).

Los que sí entramos en el juego reconocemos haber perdido la batalla inicial con los nacionalistas, que es la de hacerles caso. Con los adolescentes, ahí está todo perdido. Aunque lo damos por bueno (una vez que nuestra impaciencia nos ha sacado de la sabiduría) por lo espléndidamente que nos lo pasamos pinchando a tontorrones. Y es también, qué diablos, una de las pocas luchas incuestionables que pueden ejercerse hoy en favor de la ilustración y de la libertad, y en contra del oscurantismo. El hecho de que vengamos resultando repetitivos nos molesta, claro está (¡somos coquetos!). Pero esta molestia no es nada comparada con el regocijo de matar moscas, aunque sea a coñazos.

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19.9.13

¡Silencio, se rueda!

Esa frase habitual del mundo cinematográfico parece haberse instalado en la vida catalana. ¡Silencio, se rueda! ¡No entorpezcan con sus voces la superproducción del independentismo! Aquí solo es admisible lo que viene en el guión. Lo que se salga de él no es bienvenido, sino repudiado. Improvisadores o discordantes: go home! Ah, ¿que esta es ya su casa? Pues entonces, cállense.

Fernando Savater suele repetir que “los intelectuales son como las putas: viven de gustar”. Y en contextos tan abrasivos como el que se da hoy en Cataluña, los que saben que no van a gustar procuran no disgustar al menos. Algo que les estropearía considerablemente la vida. Uno a uno, están en su derecho de preservar el confort, y desde luego no se trata de afearle la conducta a nadie en particular. Pero cuando la opción del silencio es tan unánime, cabe sospechar del ambiente que empuja a ella: restándole desenvoltura. Convirtiéndose, casi, en coacción.

Recientemente ha habido dos artículos espléndidos que señalaban el problema, cuyos títulos lo dice todo: “Un silencio elocuente”, de Elvira Lindo, y “Mejor calladitos”, de Manuel Cruz (continuación de otro también espléndido: “Teoría de la olla a presión”). Un ejemplo de lo que puede pasarle al que estorba en el rodaje es la respuesta a la sensata reflexión de Javier Cercas en “Democracia y derecho a decidir”. Un cenutrio de El Punt Avui se aprestó a indicar, como los antiguos inquisidores, que su sangre no es limpia: “catalá d’origen extremeny”, le llama. Y aquí asoma el tema del que va este bodrio.

Es una auténtica desgracia que la que fuera nuestra región más avanzada, la que nos abría a Europa, tenga desatadas las semillas que pueden convertirla en la más retrógrada. La consecuencia del nacionalismo, por lo pronto, está siendo convertirla en la cepa hispánica más recalcitrante. Se ríen mucho del Nodo, pero lo que hacen ellos es lo que más se le parece, con sus niñitos patrióticos y el ahogamiento de las voces discrepantes. “¡Silencio, se rueda!”, sí. Pero no solo una película: también se rueda cuesta abajo.

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17.9.13

Autorrecorte

Un país que recorta en educación se está recortando a sí mismo. Le está metiendo la tijera al presente, pero también al futuro. Sobre todo al futuro. Ese futuro que queda más allá del horizonte electoral y que los políticos desprecian. (Y me permito hablar en general de “los políticos” porque a estas alturas no merecen otra cosa: quienes deseen escapar individualmente del género, que se esfuercen, que se les vea; entre tanto, me complazco en apelotonarlos, lo mismo que van apelotonados en las listas electorales y lo mismo que se apelotonan para seguir las consignas de su partido).

De economía sé muy poco; apenas que hay que contar con lo que se tiene, sin fantasías, y que si se pone aquí hay que quitar de allá. Y sé que se puede quitar de otros sitios, pero no de educación. Por el mismo inexorable principio de realidad por el que la economía se rige. Este Gobierno del PP, con sus recortes en educación, está cercenando el país al que nos dirigimos: la España del mañana, cuya ruina empieza hoy. La que tenemos hoy es la que arrastramos.

Pero a nuestros políticos no les interesa el futuro. El plazo más largo con el que se han manejado últimamente ha sido el de 2020, y por los Juegos Olímpicos. Sin duda se veían en esa foto; como no se ven en la del nivel cultural medio del país dentro de veinticinco años. Precisamente, mientras nos enterábamos por José Ignacio Wert de los datos y cifras del curso 2013/2014, podíamos leer un artículo del ministro de hace veinticinco años, con el PSOE, José María Maravall. Se trata de un artículo erudito, académico, por encima del barro, en el que no se aprecia que su autor es uno de los responsables del catastrófico estado actual de la educación española. Tampoco dentro de veinticinco años Wert, al que deseamos larga vida para que pueda verlo, se reconocerá en el desastre que ahora está sembrando.

Maravall, por cierto, parece responder en su artículo, avant la lettre, a mi uso del genérico “los políticos”. Pero en el propio asunto de la educación nos encontramos con un rasgo unánime, de clase, entre ellos: ninguno tiene a sus hijos en la escuela pública.

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12.9.13

Esperando a los fascistas

Menos mal que los fascistas aparecieron al final en la Diada, y justo donde tenían que aparecer: en Madrit. Espero que los nacionalistas catalanes se fijaran bien, porque esos son fascistas. A diferencia de todos aquellos a los que los nacionalistas catalanes tachan continuamente de fascistas y no lo son. Uno de los problemas del nacionalismo catalán –y también del vasco–, lo que hace que el diálogo resulte en realidad imposible, es que su interlocutor ha muerto.

Ellos no se están dirigiendo, en solicitud de diálogo, a la España de hoy, a la institucional y mayoritariamente democrática, sino a la España del franquismo: una España que no puede hablar porque está muerta; por más que del cadáver rebroten de tarde en tarde veinte descerebrados como los de ayer. Paradójicamente, estos impresentables que aparecieron con gritos de (¡en efecto, por una vez!) “nacionalismo español”, echando al suelo la bandera catalana, zarandeando, insultando y lanzando gases, son los verdaderos interlocutores de los nacionalistas. Y tanta necesidad tienen de ellos, que nos los superponen a quienes no lo somos: echándonos, literalmente, el muerto encima.

Condenamos (¡faltaría más!) a los mastuerzos, y nos solidarizamos con los asistentes al acto de ayer que se llevaron el susto. Pero no podemos olvidar la cantidad de veces que los nacionalistas catalanes y vascos han saboteado actos públicos con sus rebuznos y sus amenazas. Y ya que Blanquerna es una librería, tampoco está de más recordar la campaña de ataques que sufrió la librería Lagun de San Sebastián, llegando ETA incluso a pegarle un tiro en la cara al marido de la librera. Ahora habrá mucha rasgadura de velo por los veinte fascistas de Madrid, pero el Ayuntamiento de San Sebastián, en manos de los correligionarios de los fascioabertzales de aquellos atentados, se sumó a las celebraciones independentistas catalanas. Sin que nadie de la cadena –que se sepa– reprobase tan sucio apoyo.

Pero los independentistas esperan a los fascistas, como los griegos decadentes de Cavafis esperaban a los bárbaros. Los fascistas, al fin y al cabo, serían una solución. Ellos podrían darles la épica que, en su ausencia (o en su escasez: porque algunos, como se ve, terminarán apareciendo) va a faltarles. La independencia catalana se producirá probablemente, pero sin guerra (¡por fortuna!). Será más bien algo oficinesco y gris, como los expedientes que caducan, y que va a quedar prosaico en las estatuas. La única alternativa que les queda para la emoción es tirar por lo infantil: poner a adultos jugando a boy scouts y montar cadenas chupis, en plan Walt Disney.

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10.9.13

Decadencia borbónica

No entiendo a quienes critican a nuestra delegación olímpica por su falta de espíritu deportivo; por haber traicionado, tras perder, aquello que cinco minutos antes promocionaban. Yo creo que, al contrario, rindieron un sentido homenaje al olimpismo después de la derrota, poniéndose a practicar de inmediato un deporte que, aunque no es olímpico todavía, resulta tan antiguo como la humanidad: salvar el culo. Fuesen o no dopados, tal velocidad solo es asequible hoy para Usain Bolt. El oro fue para ese Alejandro Blanco, al que habíamos contratado para que ganara y que nos salió con que lo importante era participar. La plata para Ana Botella. Y el bronce para Mariano Rajoy y todos los demás, ¡menos el príncipe! A día de hoy, todos son títeres con cabeza, gracias al urgente salvamento del culo.

A estas alturas de la semana, el pescado olímpico ya huele un poco (los japoneses lo sabrán conservar mejor). Pero quiero resaltar todavía algo, que tiene que ver precisamente con la excepción mencionada. Ese “¡menos el príncipe!” que me ha salido de mi alma jacobina, porque él fue el único que dio la talla en aquella especie de parada de los monstruos, o de los sosos. Hace tiempo que me vengo fijando en una cosa: que el príncipe Felipe se está preparando con rigor, como un presidente de república; mientras que nuestros políticos llevan tiempo abandonándose como monarcas. La endogamia de los partidos, esa perpetua autofrotación de los aparatos, produce ya especímenes propios de dinastías decadentes. El criterio de “selección adversa” del que hablaba Félix Bayón ha alcanzado una suerte de apoteosis, de manera que ya solo asoman en los partidos individuos que podrían colarse sin que desentonaran en el retrato deGoya de la familia de Carlos IV.

La conclusión casi no podía ser otra que esta moda sucesoria que empieza a proliferar en los partidos. En la presentación de Buenos Aires había dos beneficiarios de la misma: Ana Botella, alcaldesa de Madrid, e Ignacio González, presidente de la Comunidad. Y hay dos más: Alberto Fabra, presidente de la Comunidad Valenciana, y Susana Díaz, recién nombrada presidenta de la Junta de Andalucía. Los tres primeros son del PP, y la cuarta del PSOE; y los cuatro han heredadosu cargo. De manera legal, naturalmente, pero un poco impresentable. Botella, además, por ser esposa de quien es (¡después de las matracas liberales por el “mérito”!). Solo ha aparecido en dos ocasiones importantes desde que es alcaldesa: cuando la desgracia del Madrid Arena y ahora. Y en las dos lo ha hecho mal, sencillamente porque no sirve. La decadencia borbónica no hay que buscarla hoy solo en el rey.

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