26.6.14

Lucha de derechos

Se tiene de las bicicletas una visión idílica. Se presentan como la gran solución ecológica para las ciudades, y los políticos cuyas barrigas se lo permiten no dudan en dejarse filmar montados en una. Las políticas también. Ahora vuelve a hablarse de ellas por el recién inaugurado servicio BiciMad de Madrid, que en dos días ya ha pinchado simbólicamente las dos ruedas (una y otra). Algo por otra parte previsible, puesto que Ana Botella y los munícipes del PP parecían Verano azul en su vueltecita inaugural. Y ya se sabe lo que pasó después de la muerte de Chanquete: prácticamente, solo se salvó el Piraña.

Pero todo lo idílico cuesta. Lo que se vende como paraíso deriva de inmediato en lucha darwinista: esa ha sido, al fin y al cabo, la ley de la naturaleza, a la que se añora volver. La suelta de ciclistas en Madrid, como las sueltas de vaquillas, traerá conflictos. Habrá una pugna inevitable por el espacio, una guerra soterrada entre ciclistas, conductores y peatones, hasta que cada uno entienda cuál es su sitio y, entre esta conciencia y la costumbre (hecha de repeticiones y escarmientos), se imponga una cotidianeidad llevadera.

En Málaga ha pasado algo parecido, aunque después de varios años nos mantenemos en la fase de pugna. Yo he estado observándola, porque es muy interesante ver cómo luchan los derechos entre sí, cuando irrumpe uno nuevo. El uso más visible que tuvo aquí el Plan E de Zapatero fue la construcción de carriles bici, por lo general robándoles sitio a las aceras y no a las calzadas. Este origen parece haberse incrustado en el cerebro de los ciclistas, que suelen ir como locos: abusando de los peatones como los coches abusaron de ellos (y siguen abusando en las carreteras). No hay compasión: el hombre es un lobo para el hombre, y aprovecha en lo que vaya montado. La cosa está siempre entre Hobbes y Cioran, quien dijo: “Por las víctimas hay que tener una piedad sin esperanza”.

Ahora, con el equivalente malagueño del BiciMad, el MálagaBici, hay más ciclistas aún. Y yo, que amo el ciclismo, me he pasado estos años maldiciéndolos. Pero hace unos meses volví a meterme en la piel de uno y probé también su perspectiva. Mi cuñado tuvo una caída cerca de casa y dejó aquí su bici. Tuve que atravesar la ciudad para llevársela, unos días después. En un paseo de media hora me pasó de todo: peatones que se cruzaban, carritos de bebé, ancianas que se lo tomaban como una alfombra por la que caminar, y hasta un taxista que estaba parado encima del carril con su taxi... A este lo increpé y él me increpó: “¡Que ya está bien la que estáis montando!”. Yo me volví entonces y le dije: “¡Eh, eh, pero si yo soy de estos! ¡A mí también me tienen frito!”.

Fue como meter el brazo en una olla de alacranes: un ámbito caliente, sin duda. Como en los primeros tiempos del Far West. Se percibe cómo detrás de todo derecho hay una conquista por la que se ha tenido que sudar, y que de la lucha entre los derechos han salido los equilibrios, siempre inestables.

[Publicado en Zoom News]

25.6.14

Hotel Florida

Hoy llega a las librerías Hotel Florida, de Amanda Vaill, un libro que ha traducido mi amigo Eduardo Jordá y en cuya edición (de Turner) yo he participado. Hace un recorrido por toda la Guerra Civil española por medio de seis personajes, que forman tres parejas: Arturo Barea e Ilsa Kulcsar, Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, y Robert Capa y Gerda Taro. Se trata de una narración, sin análisis ensayístico pero sin ficción tampoco; en realidad, es un gran reportaje, con todas sus afirmaciones documentadas en las casi ochocientas notas del final. Como lectura de verano estará muy bien, porque su montaje es dinámico y la perspectiva es la biográfica, la de la historia captada por la vivencia; aunque se sale triste. Demasiado dolor. Nuestro desastre.

El Hotel Florida, donde se alojaban los corresponsales extranjeros durante la guerra, se construyó en 1924 y se demolió cuarenta años después, para poner en su lugar Galerías Preciados. El edificio lo ocupa hoy el Corte Inglés de Callao, junto a la Fnac.

24.6.14

Actuación en el Ritz

Cómo ha degenerado el Ritz: de prohibirles la entrada a los actores ha pasado a ser el escenario de uno de ellos, Pablo Iglesias, inexpresivo como Victor Mature. De este ya se conoce la anécdota. La repito para los nuevos (y por el placer de repetirla). Cuentan que en el Ritz tenían prohibida la entrada los actores, desde una noche en que Ava Gardner llegó borracha y se orinó en la alfombra. Tiempo después quiso alojarse en el hotel Victor Mature, y para que lo dejaran pasar mostró en recepción una selección de recortes de prensa en que los críticos sentenciaban que él no era un actor en absoluto.

Mi amigo Palomo ilustró una vez el dictamen. Extrajo dos fotogramas en que Mature tenía exactamente el mismo careto estreñido. En uno hacía de pianista frívolo en un bar; en otro se estaba jugando la túnica de Jesucristo a los pies de la cruz. El totémico Robert Mitchum al menos presumía de tener dos registros: “con caballo y sin caballo”. Victor Mature, por desgracia, no disponía del único que le hubiese permitido ser un actor aceptable: “sin Victor Mature”. Así que hicieron bien en dejarle entrar en el Ritz.

Ahora ha entrado también, como digo, Pablo Iglesias, el querido líder de Podemos, que protagonizó ayer un desayuno informativo en sus lujosos salones. Es mejor actor que Mature, aunque su estilo se basa precisamente en la inexpresividad. En este país de sangre caliente, Iglesias es un reptil que usa en las tertulias los cabreos de los otros en su propio beneficio. Pareciera que se ha adiestrado en las técnicas orientales (norcoreanas o no). Para los que sabemos lo que Iglesias significa, resulta irritante. Pero hay que reconocerle el mérito: logra mantenerse siempre en su burbuja fría.

A los sentimentales suele quedarles del primer comunismo, como a Gil de Biedma de su infancia, una “costumbre de calor”. Pero siempre han estado al lado, y en cabeza, los comisarios gélidos. A estas alturas no se puede consentir ya el recurso a las buenas intenciones: esta historia ha acabado en todos los casos como ha acabado, y de ninguna otra manera. Y no ha acabado de acabar: en Cuba sigue acabando así, y en Venezuela, y en Corea del Norte. Ahora parece de mal tono repetir esta retahíla: algo que podríamos excusar si no la llevaran ellos como estandarte.

Hubo un pequeño fallo en la actuación. El dominio escénico, que comenzó con las gracietas que refiere Zoom News (“como veis, no he llegado con los milicianos para expropiarlo”), se quebró un instante tras la intervención del ciudadano que le increpó por su apoyo al chavismo. Iglesias lo escucha con su estudiada impasibilidad; consciente, entre otras cosas, de que se encuentra ante un individuo suelto, y no ante un sabotaje como los que él mismo organizaba en la universidad. Luego le responde con su habitual exhibición de calma, tan dulzona que parece mermelada sacada de la nevera. Se agarra inicialmente a precisiones casuísticas, como las que haría un teólogo (que no “asesoró” a Chávez, cuando en su partido sí hay quien le asesoró y él mismo, en cualquier caso, es chavista hasta las cachas). Parece que lleva encarrilada la respuesta, en su línea; pero entonces flaquea, hace un quiebro impaciente: “ni tampoco [he asesorado a nadie] para que muerdan el cuello a los niños y les saquen la sangre” (m. 2:00).

Una debilidad. Tan abrupta que deja a la vista el cartón. Así que también estaba calentito por debajo. Que estaba pensando su jugada de ajedrez, pero no se le ocurrió otra cosa que hacer un movimiento brusco. Se le transparentó que lo único que pretendía era desacreditar al oponente. Acusándole de que sus críticas eran caricaturescas, exageradas, fantasiosas; no pertenecientes a la historia sino a los relatos de terror. Como si el ciudadano le hubiese dicho eso. Y más aún: como si la ideología que Iglesias defiende no hubiese convertido demasiadas veces la historia en un relato de terror.

[Publicado en Zoom News]

19.6.14

Pompa de circunstancias

Tengo sentimientos encontrados ante esta coronación sin pompa, o con una pompa de circunstancias, que se presenta hoy. A mí la pompa no me gusta, y cuando la hay la rehúyo. Pero el que no la haya me escama un poco. Es como empezar la rebeldía desde arriba, lo que siempre deja descolocado al que busca ser rebelde desde abajo. El Estado y la Academia tienen que ponerse serios y engolados; para que, en quienes no comulguen, conserven su atractivo la risa y la desenvoltura.

Por otra parte, lo saludable es hablar el lenguaje simbólico de los acontecimientos. Cuando toca coronación, los protagonistas tienen que ponerse trascendentes. Como en el chiste de las setas y los rólex, hoy hay que estar a rólex. Se trata de una actuación, pero hay que hacerla bien. Hay que impostar. No puede colarse la ironía en esta obra de teatro. Las ceremonias tienen que ser ceremoniosas. Y las concesiones en este sentido son signo de debilidad.

Aunque ¿cómo no vamos a simpatizar con el rebajamiento del tono? Al fin y al cabo es lo que entendemos. Si se trata de un error, es nuestro error. El de este país de patriotismo relajado, civilizado en su decadencia ante las hordas de los bárbaros nacionalistas: ellos sí pomposos y enfáticos y enfangados en sus banderas. Podría ser, se me ocurre ahora, la elegante coronación de nuestro último rey; el último jefe de Estado quizá de la España que conocemos. Habría belleza entonces en esta discreción. El capitán sin aspavientos de un barco que se hunde.

También tiene su grandeza que sea una jornada normal. Este relevo aséptico con aroma administrativo. Tal vez no estemos ya para la Historia. Había una figura en días así que no sé si aparecerá hoy: la del padre que le señala al hijo que se trata de un acontecimiento histórico y que debe prestar atención. El niño se ponía entonces trascendente para mirar, en la calle o por la tele, las carrozas y los fastos. Y en el futuro conservaría siempre, junto con el recuerdo del acontecimiento, el de su padre que se lo señalaba.

[Publicado en Zoom News]

18.6.14

Retrato



Mañana, día de coronaciones, se cumplen veinte años del retrato que me hizo mi amigo Miguel Gómez Losada en Madrid. Hoy mismo lo he fotografiado para el blog. Aquella noche anoté esto:

(19-VI-1994) Por la tarde en el sótano de Santa Casilda, donde Losada me ha hecho un retrato al óleo mientras escuchábamos a Caetano Veloso y a Stevie Wonder. La sensación de estar frente al artista es muy parecida a la de estar frente al médico –aunque en este caso se trataría de un médico de almas, capaz de verlas en el rostro. Uno se siente analizado, y el dictamen de ese análisis se va plasmando en el oculto lienzo, que no podrá ver hasta el final –con inevitable sorpresa. Pero también el modelo observa al pintor que lo mira. Y va conformando, en su mente, un retrato que no podrá ser visto por el otro.

17.6.14

Pierde España

He estado muy metido este año en la Feria del Libro de Madrid, con mi amiga Pilar Álvarez, editora de Turner, para la que también trabajo. Hacía siete años que no iba y la he encontrado espléndida. Como ya no vivo en la capital, me he fijado con ojos de viajero. No es tan común meter casi cuatrocientas casetas en un parque para vender libros y que se llene de gente. Hasta en las tardes de diario había mucha. Otra cosa son las ventas, que aunque este año han aumentado un 5%, mantienen preocupado al sector.

Entre tanto, comenzó el Mundial de Fútbol. Como una realidad paralela. La noche en que debutaba la selección española Pilar me invitó a una cena de editores, casi todos de editoriales independientes: La Uña Rota, Satori, Delirio, Pepitas de Calabaza... Éramos como treinta personas y me llamó la atención que la convocatoria fuese justo a la hora del partido. Como si las aguas del fútbol y las letras volviesen a separarse, como lo estaban antes de aquel Moisés a la contra que fue Vázquez Montalbán.

Nuestra mesa, larga y en ele, como la de una comunión, estaba en el sótano de un restaurante de la calle Narváez. Arriba, en el bar, sí veían el fútbol; pero abajo no había tele, y como éramos muy ruidosos solo nos llegaban las explosiones de la multitud futbolera. Cuando entramos, España le ganaba a Holanda por uno a cero. Más tarde oímos la celebración de otro gol. Dos a cero. Pero alguien lo miró en su iPhone: el gol había sido anulado y en realidad perdíamos por uno a tres. Al término de la cena supimos que España había perdido por uno a cinco.

El episodio tiene algo de parábola. Si nuestra única fuente de información hubiese sido el ruido de los aficionados, solo nos habríamos enterado de los dos goles de España. No de que uno de esos dos goles fue anulado. Ni de que Holanda nos metió cinco. Se me ocurren varias interpretaciones, pero las parábolas no se explican.

Unos días después pasamos ante el nuevo Ayuntamiento de Madrid, el palacio al que algunos llaman Ambiciones, y unas luces componían en sus fachadas inmensas la bandera de España. “Ah, mira, esto debe de ser por el Mundial”, le dije a Pilar. “O por la coronación del jueves”, sugirió ella. Es verdad, la coronación. Pero el que pensara primero en el Mundial resulta sintomático. Y (lo escribo antes de comprobarlo) tampoco descarto que sea este el motivo. Al fin y al cabo, en estos treinta y nueve años la bandera española solo se ha sacado abundantemente por el fútbol. Ya hay algunas en las ventanas, de hecho. Pero a ver si siguen el jueves, que el miércoles juega otra vez España.

[Publicado en Zoom News]

14.6.14

Al raso en la página

Acaba de salir el libro-catálogo de la exposición AlRaso en Palacio, que ha tenido lugar en el Palacio de los Condes de Gabia de Granada entre marzo y mayo de este 2014. La Diputación de Granada me invitó a escribir el texto de presentación, que ofrezco aquí ahora. Quiero dar las gracias a Francisco Baena por su amabilidad y sus atenciones; y a Víctor Borrego, responsable de las becas alRaso, que han sido el objeto de esta exposición.

* * *
1. Tábula rasa

Otros saben de esto, pero yo he sido escogido porque no sé; porque no sabía. Se trataba de ir sabiendo. Y de contarlo. Una experiencia desde cero. Aunque el cero no existe. Siempre hay algo. Arrastramos un mundo. Pero ese mundo se renueva al entrar en contacto con lo desconocido. A lo desconocido le echamos nuestras redes. Y lo desconocido nos echa las suyas.

Así el artista que sale de su ámbito para pasar un mes en otro distinto. Así el transeúnte que atraviesa una puerta y entra en un palacio donde hay obras de arte. Así el escritor que debe escribir sobre algo de lo que no sabía. Lo sabrá luego, lo irá sabiendo. Pero entre su aceptación y el saber hay un vacío. Tábula rasa. La página por escribir como intemperie.

2. El tiempo encima

Por circunstancias de la vida, que dejo en elipsis (como yo mismo estoy en elipsis: soy el sujeto elíptico; salvo por lo que vaya apareciendo), no pude ocuparme antes de este encargo. Se me echó el tiempo encima. Había recibido un paquete del Valle con doce catálogos, y una lista de teléfonos y direcciones electrónicas. Pero pasaron días, semanas, casi dos meses, sin que pudiera ocuparme de ellos.

El aplazamiento, cuando hay fecha límite, segrega una sustancia que se llama angustia. Yo debía escribir sobre algo que no sabía lo que era. Y eso que no sabía se iba impregnando de tensión. Era un cero neurótico. Un sentir la expresión “el tiempo encima” en toda su solidez. El aplazamiento como aplastamiento. Por el tiempo. Y como hundimiento. La esclavitud de Barton Fink.

3. La película de alRaso

Tomé una resolución súbita. Apagué el ordenador, lo quité de la mesa y puse en ella los catálogos, y una libreta y un bolígrafo. Había oscurecido. Estaba a la luz del flexo. Al poco de sumergirme, tuve dos sensaciones.

La primera, la del momento. El momento sin ordenador, el limpio momento (a estas alturas) desenchufado; con la madera de la mesa: madera, materia; y las manos haciendo algo diferente de teclear.

La segunda, la de que los catálogos desempeñaban, en mi angustia, la misma función que la foto de la mujer en la playa que hay en el cuarto de Barton Fink. Una promesa de verano y libertad; una ventana de luz y calidez; un enigma erotizado; un horizonte.

Perdí la noción del tiempo. Me liberé del plazo. Al pasar las páginas, picotear en los textos y ver las imágenes, me sentí dentro de algo vivo. Terminé con todo un mundo en la cabeza. Un universo de incitaciones. Miré el reloj: había pasado una hora y cuarenta y cinco minutos. Lo que dura una película.

4. Extensiones

En los días siguientes he dedicado más horas a repasar los catálogos. Y a buscar por internet, donde hay más información, algunos blogs y páginas, imágenes, vídeos. Pero ha sido ya un desmenuzamiento, unas derivaciones o extensiones del momento fundacional, de esa hora y cuarenta y cinco minutos a la que he llamado “la película”.

Por eso, por preservarla, he sentido una resistencia a usar los teléfonos y las direcciones electrónicas que guardaba. He querido mantener la separación, como la que se tiene con los personajes del cine o de la literatura. Figurármelos, reconstruirlos, a partir de los indicios, de los fragmentos en que se me han presentado.

Una separación, además, equivalente a la del espectador que se asome a sus obras. He querido mantenerme en el sitio del espectador.

5. El argumento

Hay que detenerse un poco para explicar el marco; el argumento de la película. Las becas de verano alRaso se vienen concediendo desde 2001. Según su impulsor y coordinador, el profesor de escultura Víctor Borrego, son:
una propuesta docente y cultural que surge en la Facultad de Bellas Artes de Granada como un medio para que los estudiantes de arte puedan continuar desarrollando sus actividades creativas, una vez concluido el curso, en un entorno natural y rural que favorezca la concentración, el intercambio de ideas y un contacto más directo entre el arte y la sociedad.
Cada año son seleccionados, por concurso público, diez estudiantes, que pasan el mes de julio entero en el municipio granadino de El Valle (en el valle de Lecrín), compuesto por los pueblos de Melegís, Restábal y Saleres. El objetivo es ofrecer a los estudiantes las condiciones básicas para que tengan ocasión, en palabras de Borrego, “de poder desarrollar su trabajo creativo con plena dedicación”:
-Cubriendo sus necesidades básicas de alojamiento y manutención.
-Proporcionándoles un estudio adaptado a sus necesidades.
-Estimulando el intercambio creativo en la cotidianeidad.
-Invitando a artistas y profesionales de reconocido prestigio a impartir talleres, conferencias, visitas a los estudios y, sobre todo, a convivir con los propios becarios.

6. Los catálogos

La memoria de las distintas ediciones de alRaso –memoria en sentido extenso: registro, recuerdo y experiencia de vida– se encuentra en los catálogos anuales. El formato varía de uno a otro, pero todos contienen textos –del coordinador, de los invitados, de los jóvenes artistas–; imágenes de las obras creadas durante la beca; y fotografías de los pueblos, los paisajes, los habitantes, los visitantes, las actividades, el ambiente.

Por lo que se ve, por lo que se lee y por lo que se proyecta con la mente (completando e imaginando), se reconstruye algo de lo ocurrido en El Valle durante los meses de julio. Cada convocatoria lleva un lema, que sirve de eje conceptual. Hasta hoy han sido los siguientes:
2001: Al raso.
2002: Paraíso-inferno.
2003: Abismos.
2004: Compas_os.
2005: En juego.
2006: Circunloquio.
2007: Naturaleza muerta.
2008: A la luz.
2009: Virtus-virtual.
2010: Tú espía, yo secreto.
2011: ¿Qué habrá en esa esquinita?
2012: Tierra.
2013 (de la que aún no hay catálogo): Convivio.
El de este 2014 debe de andar fraguándose. Y estará además en el corpus el de esta exposición, donde escribo.

7. Poética del diccionario

El apoyo en la expresión al raso, cuyas definiciones ofrecen una poética, una filosofía: “en el campo, a cielo descubierto”; “partir de cero, sin título, enrasado, que parte del origen”; “dícese de la atmósfera cuando está libre y desembarazada de nubes y nieblas”; “libre de impedimentos”.

Raso viene de la palabra latina rasus, participio pasado de radĕre: raer. Entre los significados de raer están: “raspar una superficie quitando pelos, sustancias adheridas, pintura, etc., con un instrumento áspero y cortante”; y “extirpar enteramente algo, como un vicio o una mala costumbre”.

Se llega al Valle como a un raspado o a una extirpación. Un raspado y una extirpación de lo que sobra, de lo que le sobra al artista: adherencias en la superficie; vicios o costumbres que le distraen de lo esencial. Hay una tradición clásica de viaje a lo rural como huida o compensación de lo urbano. Del beatus ille de Horacio a la “vida retirada” de Fray Luis de León. Decisiones hacia la sabiduría.

Aunque para mí la mejor descripción de raso, de cielo raso, es la que da Luis Cernuda en uno de los primeros poemas:
Ninguna nube inútil,
Ni la fuga de un pájaro,
Estremece tu ardiente
Resplandor azulado.
Esa nube o ese pájaro que no están pero se evocan, en su trazo ausente; esos restos por medio de los cuales definimos la pureza, son aquello con lo que –como diría un psicólogo de la Gestalt, o un maestro zen– hay que trabajar.

8. Vidas cruzadas

Me interesa la experiencia vital, junto con la artística. O la artística integrada en la vital. De los estudiantes-artistas que llegan cada julio al Valle, me interesa que sean artistas, pero también (casi más) que sean estudiantes; es decir, jóvenes en una determinada etapa de su vida.

Me interesa asomarme a lo que se puede saber de ellos: por medio de esos fragmentos, de los que son una parte fundamental sus creaciones. Lo que dicen, lo que hacen, cómo aparecen en las fotos o en los vídeos. Seguirles el rastro después de su experiencia en El Valle, por internet. Vidas cruzadas que se descruzan, y prosiguen.

Hay un elemento añadido de tensión: la vocación artística. Que también me interesa vitalmente. Yo tengo un amigo artista, pintor: Miguel Gómez Losada. Su recuerdo ha estado presente en mi percepción de estos jóvenes artistas de alRaso. Y ha estado presente otra cosa, quizá dura.

Una vez me enseñó fotos de cuando estudiaba Bellas Artes (lo hizo en Granada y en Sevilla; él es de Córdoba). Hubo una foto que me llamó la atención, porque transmitía una intensa felicidad. Lo mostraba a él con un grupo de compañeros y compañeras, todos mirando a cámara, brillantes e ilusionados.

“Las ilusiones perdidas”, supe pronto. Le fui preguntando a mi amigo qué había sido de cada uno de ellos. Habrían pasado unos diez años. Ninguno, salvo él, se dedicaba ya al arte. (Me dolió en especial uno que era dependiente en una tienda de ortopedia.)

9. El mes de julio

Pero entre el antes y el después, estuvo, estará, ese mes de julio en El Valle.

Julio es para mí el mes del Tour: el mes duchampiano de las bicicletas y de los ciclistas éticos; los aprendices al sol. Aunque los digo en plural cuando sus empeños son siempre en solitario. La alquimia del esfuerzo. Me gusta pensar que los días de alRaso tuvieron una correspondencia ciclística. Dos carreras paralelas, no necesariamente competitiva la segunda.

Julio es también el verano con una estela de actividad todavía, antes de agosto. Además del Tour, están los cursos de verano y los conciertos. Cursos como de universidades tropicales; conciertos preferentemente (para mí) de música brasileña.

Es el mes también en que muchos siguen trabajando, antes de irse de vacaciones. Pero las ciudades como Madrid (donde he pasado algunos meses de julio) empiezan a desalojarse, a reducir el ritmo: se aproximan a pueblos. Se produce un atisbo extraño de vida rural sobre el asfalto; aunque esto se acentuará sobre todo en el mes siguiente.

10. Tiempo vacío

Otra conexión es con uno de mis directores de cine favoritos: Eric Rohmer. Suele ambientar sus películas, parcial o totalmente, en los periodos vacacionales (no solo julio), por unos motivos, o con unos efectos, que tienen que ver con el propósito de las becas alRaso. Lo explican muy bien Carlos F. Heredero y Antonio Santamaría en su libro sobre el director (Eric Rohmer, Cátedra, Madrid, 1991):
En todos los casos, la inmersión de los personajes en el espacio natural coincide con la apertura de un tiempo suspendido (de ocio, de descanso o de vacaciones), que sería equiparable al “tiempo vacío” hitchcockiano y durante el cual [...] las diferentes criaturas se ven sumergidas en experiencias decisivas.

Tiempo de relajación o de exilio, de disolución de las certidumbres y de relatividad inesperada en las reglas y principios, es también la ocasión para que los personajes se manifiesten con mayor autenticidad, para que se liberen (o así lo crean, aunque no sea del todo cierto) de ataduras profesionales, familiares, sociales, morales o ideológicas. Tiempo, por consiguiente, de inseguridad o desconcierto, de provisionalidad inestable, de tentaciones y de oportunidades para el pecado.
Una sugerencia también de reality show televisivo resulta inevitable, aunque sin cámaras permanentes. Pero con esto como presencia irónica, sobre la que sin duda habrán bromeado los becarios en alguna ocasión, la experiencia se habrá decantado más hacia el lado de Rohmer.

A propósito del cual, por cierto, el cine estadounidense emitió su veredicto (en La noche se mueve, de Arthur Penn): “Es más aburrido que ver crecer una planta”.

11. Los pueblos

Mi experiencia rural es también de verano. Yo soy de ciudad, nací ya en Málaga, pero toda mi familia procede de un pueblo que está a unos veinticinco kilómetros hacia el interior: Almogía. Y en él he pasado las vacaciones de mi niñez y de mi adolescencia. Mi evocación de la vida de los pueblos de El Valle (Melegís, Restábal y Saleres) la he hecho a partir de mis vivencias.

El día a día en ellos no debe de ser muy distinto; ni lo deben de ser sus gentes, más allá de los matices provinciales. Por eso he podido imaginarme cómo eran recibidos los artistas: con una hospitalidad apacible, con una mezcla de curiosidad y extrañeza, y una guasa suave, comunicativa.

Hay un vídeo en YouTube en que el alcalde, Juan Antonio Palomino, en la inauguración de un monumento en Restábal, cuyo autor es Víctor Borrego, hace una alusión significativa a los becarios anuales de alRaso; en un tono cordial, simpático, dice
Los diez niños que están aquí durante el mes de julio [...] Esos peludos, esa gente que anda por ahí preguntando, haciendo fotos, haciendo cosas raras en la era, durante las fiestas. En fin, esos que alguna vez han hecho algún escándalo, pero con mucha gracia. Bueno, muy poco escándalo, la verdad. Pero que han traído un aire nuevo a nuestro pueblo.
Esta percepción de los artistas desde fuera es el reverso, quizá trivial, pero saludable, de sus mundos interiores. Y un anclaje además: aquello que puede hacerles esos mundos habitables. O lo que les puede permitir no perderse, no hundirse; salir a flote. Brindarles una superficie para la inmersión.

Como espectador me resulta muy atractivo el contraste, y el puente, entre los dos mundos. La incrustación de un arte radicalmente contemporáneo en ese entorno rural. Dialogando con él o tensándolo. Con fuerza, pero sin violencia.

12. Los visitantes

Pero hay una mirada más; una relación más en ese juego de relaciones. La de los visitantes –conferenciantes, artistas– que acuden al Valle algunos días de julio para las actividades complementarias. Estos se encuentran ya a los becarios instalados en su nuevo ámbito: para ellos ese ámbito se aparece ya con los becarios. Es un mundo al que los becarios pertenecen (aunque se tiene conciencia de su provisionalidad).

Las pinceladas que dejan escapar, en sus recuerdos para los catálogos, son valiosas. Así, Luis Bisbe, dice primero, medio en broma, que lo que más le ha gustado del Valle es “la piscina, los desayunos en la terraza del hostal”. Y añade:
Los contrastes, la mezcla de aridez y fertilidad. Los valles son húmedos y fértiles, mientras las cimas están secas y polvorientas. Me gusta esta transición, las laderas se inclinan abruptamente y una vegetación exuberante nace de golpe. El paisaje es lo que más me ha gustado.
Por su parte, Manuel Bouzo: “El valle es una continuación ya suavizada del paisaje agreste de Las Alpujarras”. Y Javier Pérez:
Para mi sorpresa, el Valle de Lecrín es una especie de oasis verde en medio de un entorno de naturaleza más bien seca. Un lugar cuyas coordenadas de espacio y tiempo parecen desplazadas.

El lugar ideal para desaparecer.

En este entorno me encuentro con un grupo de estudiantes de la Facultad de BB.AA. de Granada que, a primera vista, también parecen desplazados de sus coordenadas, y a los que se les ha propuesto reflexionar en torno a esa idea del juego y la relación con sus actividades artísticas. El reto es doble, ya que no solo implica un mes de convivencia en este nuevo entorno con nuevas personas, sino que además se pretende que lleven a cabo una reflexión de la que quede algún residuo artístico que justifique dicha experiencia, y que además interactúe con la población del Valle...

[...] Creo que algo parecido está pasando por sus cabezas y me gusta observar cómo responden de maneras muy diferentes y con mayor o menor capacidad para romper con la inercia del curso recién terminado. Buscando en los sonidos o jugando con ellos; buscando nuevos lenguajes a través de las luces nocturnas; cuestionándose sobre la animalidad del ser humano o humanizando animales [...]. Una cosa está clara, todos están buscando, como si se tratara de encontrar un tesoro escondido en los lugares más insospechados.
Y Bartolomé Ferrando:
Calor intenso que contrasta con el viento fresco de la terraza del hotel de Lecrín. Oasis de agua y verde. Conocimiento del grupo de becarios. Voces, miradas, haces de gestos, densidades, cruces, reservas.

[...] Botellón nocturno en el que participé. Nunca había ido de botellón. Fue toda una experiencia. No comenté nada al respecto. Solo miraba y escuchaba.

Visita a algunos talleres, por la mañana, en el pueblo de al lado. Escuelas, Casas de Cultura, espacios para el aprendizaje de adultos, que habían sido cedidos como lugares de trabajo para los becarios de alRaso. Claridad en las ideas de unos, y encrucijada de dudas en otros. Algunos trabajos sorprendentes; otros, apenas esbozados.
Y Mikhail Karikis
Ubicado en la región perfumada de azahar justo al sur de Granada, con sus pueblos donde nada sucede, sus complicadas políticas y sus dedicados trovadores (las chicharras de día y las ranas de noche), era un excelente lugar para la exploración artística, la práctica y la reflexión creativa.
Y Llorenç Barber:
De entre las conversaciones que los paseos, reuniones, y otros placeres [...] que la situación veraniega propiciaba, pronto surgió un chorro de alusiones, preguntas, disquisiciones, etc., sobre la posibilidad real de montar en un futuro verano un Concierto de valle y noche, utilizando de orquesta básica los bronces de las campanas de los diversos campanarios y espadañas que una orografía como la de Lecrín ofrece. Y no podía ser de otro modo, pues estuviéramos donde estuviéramos, ocupados o contemplativos, siempre acabábamos tocados por el sonar de alguna campanada, cercana o lejana, identificada o no, y que cuando menos lo esperábamos se hacía súbitamente un hueco en el mullido colchón del rico espacio sónico en el que todo el valle se mece.

13. Cuestionamientos

En el arte actual, y la experiencia de alRaso no es una excepción, observo un gran potencial discursivo. Un aluvión de palabras usadas filosófica, poética e incluso materialmente (en su materialidad fonética o escrita).

Repasando los catálogos, encuentro citados, entre otros –algunos desconocidos por mí–, estos autores: Paul Celan, William Blake, Strindberg, Pasternak, Beckett, Baudrillard, Cortázar, Kant, Cirlot, Jung, Kristeva, Eugenio Trías, Lévi-Strauss, Joyce, Gombrich, Hannah Arendt, Pessoa, Boris Vian, Pasolini, Sloterdijk, Michaux, Morin, Goethe, Bergson, Hegel, Zizek, Lacan, Plinio, Giorgio Colli, Georges Perec.

Son munición para los cuestionamientos. Herramientas, más que de afirmar, de dudar y de indagar. Percibo un doble estirarse simultáneo, hacia el primitivismo y hacia la sofisticación. Como un intento de alimentar el cerebro con cuerpo, y de alimentar el cuerpo con cerebro. Con la conciencia –cerebral y corporal– de que en verdad no existe separación.

Y hay también cuestionamiento sobre el mundo y sobre el arte; y sobre el lugar del arte en el mundo. Y sobre las incidencias del mercado, de la política, de las modas, de la cultura establecida. Son cuestionamientos en realidad interminables. Pero que generan el espacio y el desequilibrio imprescindibles para las obras. Estas, más que una respuesta, son una prolongación de la pregunta por otros medios.

14. La estela de las obras

No he dicho el nombre de ninguno de los becarios de todos estos años, ni he citado ninguna de las obras concretas. Es una decisión. Cada artista se funda en su individualidad. O mejor, en su singularidad; por usar la hermosa expresión del citado Trías: en su “ser sensible singular en devenir”. Pero la experiencia de alRaso es plural, colectiva, y he preferido dejar esa impresión.

Yo mismo, en tanto me iba quedando con algunos nombres, lo que tenía era una sensación general de la estela de las obras. Como el que hace un recorrido y unos sitios le gustan más y otros menos, pero con lo que se queda es con el recuerdo o la emoción del recorrido en sí, en el que todos los elementos han colaborado.

Son obras –esto no puede soslayarse– que no he visto en vivo, sino solo en reproducciones. Pero estas son capaces de producir una emoción estética primaria. Como la que me produjeron la noche que me sumergí en ellas, dos semanas antes de escribir estas líneas. Con el tiempo encima. Y ayudando a liberarme del tiempo.

15. Al raso en palacio

Ahora las obras creadas al raso se reúnen en un palacio. Aunque están entre paredes y bajos techos nobles, conservan su intemperie. El visitante, soberano, puede contemplarlas en sí mismas. Pero puede contemplarlas también con su aventura. Buscando en ellas el aroma o la vibración de un mes de julio, en que su autor estaba ocupado únicamente en conocerse, en reflexionar, en tener nuevas experiencias, en convivir con otros, y en crearla.

(Málaga, 20 de febrero de 2014)

12.6.14

Brasil tiene la pelota

Los que amamos Brasil no estamos eufóricos ante el Mundial que hoy empieza, ni ante el protagonismo que nuestro país favorito va a adquirir durante los próximos treinta días. Estamos preocupados. No pesimistas, porque puede resultar una preocupación vana. Pero sí inquietos. Dependerá de Brasil. Escribo esto justo antes de que empiece a rodar el balón. Porque esa es la incógnita que queda: qué pasará desde ese instante.

Hasta ahora, hasta ayer mismo, ha habido motivos de alarma. Brasil puede tirar por la borda el “futuro” del que nunca ha estado tan cerca. Desde que Stefan Zweig escribió en 1941 Brasil, país del futuro (que editó en España la colección Austral y ahora ha reeditado Capitán Swing), el término ha actuado como un estímulo pero a la vez como una maldición. Los brasileños, pueblo exquisitamente autoirónico, no han dejado de hacer bromas en todas estas décadas sobre ese futuro que se marchita sin haber terminado de nacer. Como decía Caetano Veloso en Verdad tropical, es un futuro que ya es pasado sin haber logrado ser presente.

Ahora, sin embargo, se acercaba con pasos que parecían firmes pero que muestran ser frágiles. El progreso indudable del país, tras las presidencias de Cardoso y Lula, y ahora apuntalado más precariamente por la de Dilma, tiene signos de ser el fruto de una burbuja como la que estalló en España y medio mundo. No sé de economía y soy incapaz de hacer análisis directos, pero observo que quienes saben están alarmados.

En los países ricos en recursos, pero empobrecidos por los malos gobiernos y violentados por las desigualdades, hay siempre motivos para la protesta y razones para la impaciencia. Pero a estas alturas sabemos que las revoluciones solo conducen a un empeoramiento de la situación. El único camino es el del reformismo, porque es el que conjuga los dos factores imprescindibles: el afán de mejora junto con la conciencia de la realidad; es decir, de que esta es compleja, de que tiene su ritmo y de que para cambiarla en la dirección adecuada se requiere habilidad e inteligencia.

El pueblo, por otro lado, se ve presa siempre de un chantaje. Brasil no necesitaba el Mundial para nada. Los recursos que se han destinado a él hacían falta en otros sitios: en sanidad y educación, principalmente. La plutocracia ha impuesto las circunstancias una vez más. Pero ya que el Mundial está en marcha, lo único bueno para el pueblo es que salga bien. Porque si sale mal va ser el primero en pagarlo.

[Publicado en Zoom News]

10.6.14

Prolongación de la derrota

Lo último ha sido ya leerle a un escritor joven argentino –que vive en España desde hace unos años y que en España ha prosperado– la expresión “el Estado español”. Algunos aprenden muy pronto que para prosperar en España intelectualmente viene bien no decir mucho “España”. Y mejor si se dice la fórmula de “el Estado español”, habitual entre quienes se llenan luego la boca, parafascistamente, con el nombre de las que ellos consideran sus naciones. ¿Cómo hemos llegado a esto? Mi única explicación es que por estricta obediencia al dictador Franco.

He venido leyendo últimamente sobre la Guerra Civil y he recordado cómo la palabra “España” era entonces de los buenos. España era el país que se defendía del fascismo, por más que los fascistas se lo pretendieran apropiar. Proliferaba su uso en los discursos de Azaña, de la Pasionaria, de todos. Neruda tituló su libro de la guerra España en el corazón, César Vallejo le puso al suyo España, aparta de mí este cáliz. W. H. Auden publicó Spain en 1937. Joris Ivens y Hemingway titularon The Spanish Earth su documental de apoyo a la República. La mejor revista republicana de la guerra se llamaba Hora de España...

Cuarenta años de franquismo no pudo con la palabra. Los exiliados regresaban diciéndola con emoción. Me acuerdo de María Zambrano, de Rafael Alberti, de Ramón J. Sender. España era lo que había usurpado Franco. Lo que había malversado Franco. Los exiliados habían conservado su oro patriótico, frente a la hojarasca inflacionaria franquista. La democracia, que les permitía volver, era una restitución. Y para los que murieron en el exilio la ausencia de España fue una herida que nunca se terminó de curar. Así Luis Cernuda: “‘¿España?’, dijo. ‘Un nombre. / España ha muerto’”. O Arturo Barea: “La patria se siente como un dolor agudo, al que no llega uno a acostumbrarse” (minuto 1:10 de aquí).

Los poetas antifranquistas del interior también la usaban sin melindres. Así Gabriel Celaya en el poema “España en marcha” de Cantos iberos (1955): “España mía, combate / que atormentas mis adentros, / para salvarme y salvarte, / con amor te deletreo”. O el título de Blas de Otero Que trata de España (1964). O el “Y qué decir de nuestra madre España...” del poema de Gil de Biedma (1966) que cité el otro día. La izquierda española nunca tuvo problemas con la palabra, sino al contrario, como prueba su inclusión en los nombres mismos del PSOE o del PCE.

No sé en qué momento exacto se torció el asunto. Pero hoy, el espectáculo patético de la izquierda que no dice “España” sino “el Estado español”, y que le ríe todas las gracias al nacionalismo, es, aunque no lo perciba, el espectáculo de su rendición póstuma ante Franco. Presumen de ser antifranquistas, pero han aceptado la visión de España que el dictador tenía. Esa es la que han dado por válida, rechazando la de los republicanos y los antifranquistas que se la jugaron cuando Franco era de verdad y hacía pupa.

El franquismo nos produjo, es verdad, un empacho de su “España”. Pero la palabra ya ha sido suficientemente purgada, y está lista para que usemos, sin énfasis, pero también sin complejos, contra la izquierda remilgada y los nacionalismos abusones. Quizá sean estos, al cabo, los que hayan empezado a fabricar españolistas. En este sentido, me parecen impecables los dos artículos que ha publicado en los últimos tiempos Juan Claudio de Ramón en El País: “Déjense fotografiar con la bandera española” y “La idea de España como valor”. Suscribo lo que dice en ellos y encarezco su lectura.

Uno de los ídolos de la izquierda remilgada que digo es Antonio Machado, de cuyos restos querían apropiarse los que han montado esa televisión de charanga y pandereta que es Canal Sur. Pero, como nos recordó espléndidamente Fray Josepho, el Juan de Mairena de Machado no estaba con las tonterías regionalistas:
De aquellos que se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.
–Según eso, amigo Mairena –habla Tortólez en un café de Sevilla–, un andaluz andalucista será también un español de segunda clase.
–En efecto –respondía Mairena–: un español de segunda clase y un andaluz de tercera.
Hay una tradición de izquierdas, la mejor, que refuta a la de ahora. Aquella fue antifranquista de verdad, porque perdió la guerra pero no le entregó a Franco “España”, como la de ahora le ha entregado.

[Publicado en Zoom News]

5.6.14

Dos falsos problemas y un problema real

Vuelve a citarse a Jaime Gil de Biedma estos días, como siempre que nos pica el gusanillo destructor: “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”. Por primera vez en esta triste historia llevamos treinta y nueve años en que no terminamos de terminar mal, y puede que probablemente sigamos sin hacerlo. Pero es indisimulable la impaciencia en muchos. Como si no se hubiesen enterado de nada. Como si los habitasen los “demonios” de que hablaba ese mismo poema.

Tras el anuncio de abdicación del Rey se han adueñado de la escena dos problemas que son falsos; pero que son también síntomas de un problema verdadero.

El primer problema falso es el de que el sector de la población que no tenía edad para votar la Constitución en 1978, o que nació después, debe poder manifestar si acepta esa Constitución y el régimen monárquico que determina, o si prefiere una república. Es un problema falso porque nada les impedirá a las generaciones nuevas cambiar la Constitución y establecer una república cuando conformen una mayoría abrumadora que lo reclame. Podrán organizarse, decidirlo y votarlo. Limpiamente. ¿Dónde está el problema? Si no se hace ahora, es porque esa mayoría abrumadora (la representada en el Parlamento) no existe. Los tiempos, por otro lado, parece que van en esa dirección. Solo tienen que esperar.

El segundo problema falso es el de considerar que vivir en una monarquía constitucional es peor que vivir en una república. Lo que podría justificar la prisa por la república. Pero a estas alturas sabemos que lo que determina la vida en un país es la democracia, la libertad, la paz, el imperio de la ley y el progreso. La forma de gobierno no garantiza ni entorpece, de manera sustancial, ninguna de estas cosas. La república, ciertamente, supone una culminación más racional; y dispone de más medios para prescindir de un jefe del Estado que no funcione. Pero en tanto el rey de turno funcione, la urgencia desaparece.

El problema real, el que está por debajo de los falsos problemas anteriores, es el de que quienes están en ellos consideran que la Constitución de 1978 es ilegítima. Y están en el primer falso problema porque quieren legitimarla. Y están en el segundo porque para ellos lo prioritario no es la vida en un régimen democrático, en el que quepan todos. Si así fuera, el régimen resultante, aun siendo una república, resultaría muy parecido al consensuado en 1978. Por lo que, como he indicado, lo único que tendrían que hacer es esperar a que una mayoría abrumadora los apoyara.

Pero la urgencia, el ruido, los gritos de exigencia, denotan otra cosa: que utilizan la república como una herramienta de exclusión. Pretenden saldar con ella viejos rencores históricos, como los que han movido siempre la historia de España. Volver a las andadas, como si en 1978 no hubiésemos conseguido que el poema de Gil de Biedma dejara de tener razón.

[Publicado en Zoom News]

3.6.14

Renovación desde arriba

Uno de los problemas de la monarquía es el lote de años que, si la salud le acompaña, se tira un rey. Don Juan Carlos ha estado treinta y nueve, la duración de un franquismo. En estos tiempos de aceleración es mucho. Lo estuve pensando en marzo, cuando murió Adolfo Suárez. Este ya era una figura limpia de actualidad, situada correctamente en nuestra memoria junto con su periodo histórico. El Rey no ha podido gozar de esta ventaja. Ha estado siempre ahí, desde aquella época hasta la actual, y nos hemos cansado de él como nos cansamos de nosotros mismos.

A efectos biográficos, pasamos de ser niños de Franco, como podría haber dicho Umbral, a ser niños del Rey. En nuestra propia infancia hay ese corte en aquellos pocos días. Pero luego el Rey ha seguido durante nuestra adolescencia indolente, nuestra juventud burra y nuestra primera madurez inútil. Ha sido una presencia a lo largo de toda nuestra trayectoria reprobable. Los presidentes del gobierno, en cambio, han otorgado un cierto dinamismo. Los años de Suárez (con su propina de Calvo-Sotelo), los de Felipe, los de Aznar, los de Zapatero, incluso estos de Rajoy: la cosa parece que se va moviendo y el autoaplastamiento de uno parece menor.

La monarquía constitucional, en realidad, es una república con doble engranaje, uno más rápido y otro más lento. El precio es financiar a una familia y dejar incompleto en la punta el proyecto racionalista. Pero se puede ir aceptando mientras funcionen los monarcas. Hoy por hoy, desde mi punto de vista republicano, encuentro más solvente una monarquía constitucional con un rey preparado y sensato como don Felipe que una república encabezada por nuestro republicanismo oficial: que me parece histérico, folclórico, sectario y un tanto oscurantista.

Por lo pronto, introduce un corte en nuestra madurez (ya postinútil). Se termina una época. Hay escasa ilusión, pero sí una cierta curiosidad por el nuevo aire. Por la mañana, de repente, había un montón de cosas que parecían viejas. Aunque por la tarde han vuelto a salir del asilo. Pienso en Mas, en Urkullu, en Cayo Lara, en Pablo Iglesias incluso (que, como Lao-Tsé, ha nacido viejo). El nuevo rey necesitaría que un sector de la clase dirigente se hiciera el harakiri. Tiene algo de Suárez ahora. Pero estará también mucho tiempo; quizá demasiado. En el mejor de los casos.

[Publicado en Zoom News]