26.6.25

Como insectos en su ámbar las frases

Vengo de una experiencia inmersiva en veinte años de vida petrificada. La ocupación de mi cuenta de correo se me puso en el 96% y amenazaba con colapsar. Le ocurrió a una amiga, que me dijo que en un momento dado ya no pudo hacer nada, ni siquiera borrar mensajes para liberar espacio. Así que me puse a borrar mensajes cuando todavía me era posible.
 
Llevaba casi veinte años con la cuenta y no volvía a los primeros mails desde entonces; en realidad, nunca se vuelve a ningún mail, salvo para alguna consulta ocasional. El empuje del presente no nos deja tiempo para el pasado. Me ha sobrecogido toda la vida que había ahí enterrada. Como es una vida hecha solo de palabras, se conservaba tal cual. Con una espontaneidad que no tenían las antiguas correspondencias en papel. Son casi diálogos, más aún en los intercambios privados de Twitter, cuyas notificaciones permanecían también.
 
Es, como he dicho, una vida petrificada, pero petrificada con su fluir del momento: dinámico en sí mismo pero ya aquietado. Como insectos en su ámbar las frases. Empecé repasando cada mensaje minuciosamente, y considerando su borrado. Pero así no avanzaba. Decidí ser tajante y borrarlo todo, salvo los intercambios con una persona. Era el juicio, en fin, a veinte años. Inmisericorde. Amputación total (salvo esa única excepción). No quise conservar nada.
 
Me ha sorprendido la cualidad de gusanera de los buzones. No sospechaba lo que pueden guardar. Es en cierto modo monstruoso. Uno va haciendo su vida analógica en 2025 y no es consciente de que la internética de 2006 o 2008 sigue ahí, intacta. Es abrumador. Me acordé de las dead letters de Bartleby, el escribiente, que provocaron su nihilismo y su pasividad. Aunque las cartas de mi archivo sí fueron entregadas y estuvieron vivas, y llenaron días y noches.
 
No me pude resistir a echarles un vistazo a muchas; un último vistazo, antes de borrarlas. Las más perturbadoras son las de personas a las que nunca llegué a conocer y de las que no sé nada. Su existencia también se limitaba, para mí, a estos cruces verbales y algunas pueden que estén muertas. Sí sé que murieron Félix Bayón, Chema Cobo y Mar de Marchis, pero ahí se mantenían con sus complicidades conmigo. Bayón diciéndome una madrugada que brindáramos en la distancia por un amigo suyo al que le había salido bien un diagnóstico médico. Al final se murió él antes.
 
Hay amigos y examigos. Novias: con estas se ve el proceso completo de la relación, hasta una estela de comunicaciones posteriores, tiernas a veces, que va languideciendo. Hay jovencitos que me adulaban hasta que triunfaron. Personajes con los que no recordaba haberme escrito jamás; por ejemplo, un escritor que me cuenta (a propósito de un tuit mío) lo tontos que son otros dos escritores (en realidad, eran tontos los tres). Los mails escrutadores del personaje de Cicatriz (corté el contacto, pero me lo crucé justo cuando salió la novela). Los mails con la escritora célebre de la que luego me distancié (no recordaba que hubiésemos sido tan amigos). O la amiga puramente virtual (nunca llegamos a encontrarnos) con la que durante varios años estuve hablando todas las noches; años oscuros pero entrañables en esas conversaciones: ¡cuánta intensidad! ¡Y humor!
 
Es una vida paralela, volcada por los dedos: ¡la vida digital! Da vértigo pensar en todo lo pulsado y tecleado, en todo lo leído y mirado. Los miles o millones de microgestos. Aunque seguían ahí almacenados, se cumplieron en su instante, en su relampaguito electrónico. Los míos (casi todos) ya no están.
 
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