29.9.21

Salto a Madrid

La vida está en Madrid, por eso hay que ir a Madrid de vez en cuando. Lo que hay fuera de Madrid es el achirrarramiento regional y provincial. En algunos sitios, como en Málaga, atenuado por la brisa, amortiguado por el mar. Pero no es suficiente. Por eso hay que saltar a Madrid en cuanto se puede. Desde que se levantaron los cierres perimetrales lo he hecho ya en varias ocasiones. La última, el pasado fin de semana.

La excusa fue la presentación el viernes de la nueva etapa de The Objective en la calle Villanueva. "Un centenar de intelectuales" la arroparon, reza el titular. O sea, que estuvieron cien intelectuales y yo. Entré con Manuel Arias Maldonado y nos recibió amablemente el nuevo director, Álvaro Nieto. A continuación (con el paréntesis de la presentación propiamente dicha, con Paula Quinteros, Ignacio Peyró y Nieto), se sucedieron esas escenas tan de las novelas y las películas con presentaciones y conversaciones quebradas. Eso, con los vinos y las tapas distraídas de las bandejitas, produce un suave efecto euforizante. Sanz Irles me presentó a Luis Antonio de Villena, al que no le dije que ya nos conocimos cuando yo tenía diecinueve años y él treinta y cuatro, y estuvimos departiendo tan guapamente los tres, con la aproximación de Julio Tovar. Saludé a muchos y a muchas a quienes ya conocía o me presentaron, pero no me presenté a nadie, porque yo soy así. Sobre todo, no me presenté a Félix de Azúa, por el que siento veneración. Verlo deambular por allí era reconfortante. Luego nos fuimos a cenar algo y la noche se alargó en chisporroteos con Cristina Casabón (un aire a diosa egipcia: ¡Isis Casabón!), Arias, Irles, David Mejía, Claudia Preysler y Jorge del Palacio.

Amanecida del sábado en mi hotelito próximo a la Plaza Mayor, con visión de sus pináculos y la basílica de San Francisco el Grande al fondo destacando entre la tejadada. Desayuno en una terraza del Madrid viejo y visita ritual al jardincito del Príncipe de Anglona, con desenfundamiento de moleskine. Callejeo en la mañana radiante, con los transeúntes eléctricos (¡y las transeuntesas!). Cita con mi amigo Curro: visita a la librería Arrebato (con la rueda de Duchamp, que no me quieren vender, en la puerta) y cañas en Malasaña y Santa Bárbara, comida en un japonés de postín, también con Almudena, y copazo en la terraza del café Gijón, viendo la tarde pasar. Por la noche, cena en el cubano Zara (¡sus daiquiris!) con Arias, Del Palacio y mi amiga Dolores González Pastor. Los profesores se retiraron pronto y yo me quedé con Dolores tomando la última copa en la plaza de Santa Ana.

Domingo. Tras el desayuno en Puerta Cerrada, de librerías en la Fnac y La Central de Callao (¡solo compré un libro, El matrimonio anarquista!), paseo por Fuencarral y Chamberí, cañas con una pareja amiga y comida con Arias en una terracita de Santa Isabel. Él volvía a Málaga pronto. Yo regresé al hotel, recogí mi mochila y me di un paseo con Dolores por el Retiro. ¡Qué paseo! Se lo conoce como la palma de su mano y me llevó por senderos en los que no había estado nunca, zonas boscosas que en breve tendrán su explosión otoñal. Vimos el lago con los patos, la Rosaleda, las estatuas de Macho de Galdós y Cajal, y finalmente el estanque, ya multitudinario, con esplendor pospandémico. Por último, trazó una diagonal asombrosa y terminamos en la Cuesta de Moyano, donde no me compré ningún libro, aunque ella sí: los dos tomos del María Moliner en chollazo. Besos, enfilamiento de Atocha y Ave de vuelta. En el tren, ya nocturno, plenitud. 

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28.9.21

Jot Down 36


En el nuevo trimestral de Jot Down, el núm. 36, especial Mar, colaboro con el artículo "La absolución del mar", sobre la absolución que el mar propicia en quien lo contempla. La revista puede adquirirse en librerías o por la web de Jot Down.

27.9.21

El vulcanólogo impasible

Casi más que con el volcán, estoy fascinado con los vulcanólogos. Ninguno es volcánico. El gremio es de una impasibilidad admirable. La distancia con su objeto de estudio, la renuncia a toda mímesis, los diferencia brutalmente de nuestros politólogos, esos "científicos" de argumentario partidista. Si los vulcanólogos tuviesen la misma relación con los volcanes que los politólogos con la política, irían echando fuego por la boca como faquires.

Entre todos, habló un vulcanólogo poco después de la erupción con una frialdad y una parquedad que parecía Juan Rulfo en la entrevista de Soler Serrano. Había que sacarle las frases con sacacorchos. Sus respuestas eran cortas pero certeras, y quedaba siempre coleando un silencio hasta la siguiente pregunta que sí se cargaba de lava inquietante: esa lava transparente de los vacíos en la tele.

Entre las cosas que dijo, la mejor fue esta: "Ha sido de manual. El volcán ha hecho lo que tenía que hacer". Aquí sí se aprecia la satisfacción del especialista con la falta de previsibilidad de su materia. El volcán obediente de lo que el vulcanólogo había estudiado. El volcán, al fin y al cabo, plegándose a lo que han hecho siempre los volcanes.

Otro vulcanólogo dijo un símil que me conquistó: "Lo que sale es como la cabeza de un pelotón ciclista, no se sabe cuántos vienen detrás". Esa relación de los ciclistas con las montañas, aunque sean volcanes. En el Giro se llegó a subir el Vesubio, que era precioso. Dijo también: "La lava se mueve al paso de una persona". Y me imaginaba una mascota de fuego; gigante, naturalmente, y despiadada con su amo.

No me olvido de las víctimas, de esas personas que lo han perdido todo, como aquellas que tenían que abandonar su pueblo porque lo inundaba un pantano. Esta vez ha sido un pantano ardiente, y sin tiempo para la mudanza. Lo que pasa es que la realidad es insoportablemente múltiple. La devastación es compatible con el espectáculo. El fin del mundo como obra de arte, tituló un libro Argullol.

Todos lo perderemos todo algún día, y la Tierra perderá al ser humano. Y el universo perderá a la Tierra. Tal vez la impasibilidad de los vulcanólogos se deba a esta mirada del tiempo largo, en que ya lo dan todo por perdido. 

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25.9.21

Propina de verano

[Dietario]

Peyró en el Tano. Decido despedir agosto en el Tano y convoco a la peña. Solemos ir al del parque de Huelin, que es uno de los santuarios de nuestras catacumbas. Entonces nos avisa Ignacio Peyró de que se encuentra en Málaga y nos propone cenar. Peyró, además de excelente escritor y director del Instituto Cervantes de Londres, es un gourmet. Tiene un libro delicioso sobre los placeres de la mesa: Comimos y bebimos. En Madrid he comido con él en estupendos restaurantes. Pero para mí es fundamental esta noche tomar alitas de pollo con picante y tarta al whisky "bautizada", así que le sugiero que venga a esa terraza de barrio en vez de a un sitio más sofisticado. Acepta y nos regocijamos todos: ¡Peyró en el Tano! Es una combinación asombrosa, y la consagración gourmetística de nuestro entrañable Tano. La conversación luego fluye maravillosamente. Peyró luce ahora bigote: "Exigencia de la novia. Sé que me da aspecto de torturador de la brigada político-social, pero bueno, tampoco he aspirado nunca a parecer el rey del reguetón". Celebra las alitas cuando llegan: "¡Qué grandes! ¿Pero qué son, de pollo o de cóndor?". Agosto se despide con felicidad.

Vienen a vernos. Unos días después me cruzo con Peyró en un paso de cebra de la plaza de la Marina. Va con su maleta de ruedas, en busca de un taxi al aeropuerto. Lo acompaña Alfredo Taján, que me dice: "¿Te das cuenta, Montano? ¡Ahora vienen a vernos a Málaga! El mes pasado Jorge Freire y ahora Ignacio Peyró". Le repito mi broma de que me deje organizar un ciclo sobre los años en que el cuerpo donado a la ciencia de Gerald Brenan permaneció en la facultad de Medicina: Los años del formol. Taján dirige la Casa Brenan y no puede reírse por motivos institucionales. Peyró y yo recordamos con alegría la cena del Tano. Me dice: "Nunca te había visto disfrutar tanto comiendo". Y yo: "Es que siempre me habías llevado a sitios con clase".

Cefalea coital. A un amigo le han diagnosticado una dolencia que desconocía: cefalea coital. Es un intenso dolor de cabeza que sobreviene cuando se está en plena faena. Sin duda se trata de una enfermedad selectiva: muchos no la conocerán, o la conocerán muy poco. Y ese es su quebradero de cabeza.

La mejor frase. Oigo en el Rastro de Fuengirola la mejor frase de vendedor de la historia. Una mujer mira un puesto. "Qué", le dice el vendedor". "Aquí mirando". "Pues mirando es más caro".

Propina de verano. Vuelvo a Torrequebrada dos fines de semana de septiembre. Me doy una propina de verano. Como muchos malagueños y bastantes extranjeros: las playas están llenas. Solo entre semana –alcanzo a ir un lunes a las once– se nota el mes. Sigue haciendo calor, pero en la atmósfera se presiente el otoño: es más ligera, como más de cristal. Apunta a una especie de melancolía feliz. Un cruce de nostalgia y de promesa. En Madrid ha empezado la feria del libro pero la feria está aquí, en la arena: lectoras en topless, bocabajo. A última hora de la tarde pasan aviones amarillos: vienen del incendio de Sierra Bermeja. Muy lejos hacia aquella zona hay manchas negras en el cielo que podrían ser restos de humo. "Pirocúmulos", me dice Nadales que se llaman, según un amigo experto. En el agua, mientras me baño, veo trocitos negros, como tizoncillos: ¿vendrán del bosque quemado?

Outlet. Nádia, mi ex brasileña y mi anfitriona en Torrequebrada, me lleva al Outlet de Las Lagunas para que me compre ropa moderna (una crítica implícita a la que llevo). Me dejo arrastrar y me veo en un probador al que no para de alargarme camisas, jerséis y pantalones. Me los pongo, me los quito, acepto unos, descarto otros y pierdo la noción del tiempo. Suena una musiquilla agradable, que me da la sensación de estar dentro de un videoclip. Todo está pensado para que me abandone y me abandono. Cuando salgo, Nádia me dice: "Has estado una hora y veinte minutos". Se pasa el resto del día riéndose y mandándose audios con sus amigas brasileñas, que aplauden lo que les cuenta y las fotos de la compra con modulaciones enfáticas, teatrales: "Nossa, você já é sua personal shopper, menina!".

Bar de barrio. El escritor Joaquín Campos, malagueño que vive en Cabo Verde, me cita para darme su diario Ajuste de cuentas. Da la casualidad de que el barrio de sus padres, donde se aloja estos días, está al lado del mío. Quedamos en un bar que él conoce, al que llego antes con mi Inspiración para leer (¡si me da su libro, le doy mi libro!). Le digo al camarero que no me ponga nada aún, que estoy esperando a un amigo. Al ver a Campos, suelta el camarero: "¡Ya sabía que eras tú! Cuando he visto a este con un libro...". "Viene aquí poca gente con libros, ¿eh?", le dice Campos. "¿Poca? ¡Ninguna!". Es divertido, incluso relajante. Pero supongo que es por estas cosas por las que no hago vida de barrio jamás. 

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23.9.21

Bartleby redimido

Reseña de Inpiración para leer, por Manuel Alberca en la revista Clarín:
Bartleby redimido 
por Manuel Alberca 

José Antonio Montano, Inspiración para leer, Jot Down Books, 2021. 

Le ha costado a José Antonio Montano vencer la parálisis con que atenaza el miedo a publicar un primer libro, a pesar de que él escribe en la prensa desde hace más de quince años. En esta colección de artículos que forman Inspiración para leer flota el pánico escénico a dar forma sólida a lo que estaba destinado a la volátil prensa. Deducimos que no le ha sido fácil salir de su zona de confort: una vez esgrime en su defensa la temible culpa que algunos autores han experimentado de repudiar sus primeros libros. En otra, su resistencia a publicar se acoge al tópico dándole la vuelta: allí donde la mayoría experimenta el miedo a la página en blanco, Montano alude a la terrible carga de arrastrar de por vida la página ya escrita… La razón, en realidad, de este “bartleby”, finalmente redimido, tampoco era el pudor narcisista, la verdadera razón es la pereza lectora, porque, en el prólogo, él mismo se define lector. Un lector peculiar, zigzagueante, indeciso, compulsivamente caprichoso, con sus propios rituales de lectura simultánea de varios libros, con paradas y aceleramientos imprevistos. Es, como él mismo se confiesa, “un mal lector”: “Con los libros que no me gustan sencillamente no puedo; y con los que me gustan, debo esperar el momento adecuado. Soy un lector perezoso, esquivo, fácilmente derrotable”. En fin, si como escritor de libros resulta tremendamente pusilánime de manera que hasta este momento “ha preferido no hacerlo”, como lector y admirador de Borges, es manifiestamente mejorable, pues si el argentino se vanagloriaba de los libros leídos, Montano tiene sus limitaciones: “Siempre he necesitado inspiración para leer.”

Del millar largo de piezas que Montano ha publicado en la prensa, ha seleccionado un centenar justo de artículos: la mayoría de literatura, pero también de arte, filosofía, cine, música, etc. Son otras tantas pruebas de su crítica divertida, gandula, disfrutona e inspirada, pero sobre todo amistosa y generosa, pues este es el principio tácito de este crítico de prosa ocurrente, chispeante, ligera y alegre, que encuentra siempre en los libros y autores comentados algo de provecho, entrañable y alimenticio. En pocas ocasiones rompe este principio, casi me atrevo a decir que solo en una, justo en el único artículo seleccionado donde el componente político ocupa el centro. Lo que tiene Montano de carácter facilón, en fin, de tolerante y liberal, en literatura, en arte o filosofía, desaparece cuando aplica su fino estilete a las conductas políticas. En este artículo el damnificado es, sin acritud, Santiago Serra, con motivo de su renuncia al Premio Nacional de Artes Plásticas 2010: “El grado de subversión de un artista no lo decide el artista: lo decide el Estado. Si el Estado te premia, qué se le va a hacer, chico: serás lo que tú quieras, pero no subversivo…”

Me consta que Montano lleva diario desde hace casi treinta años. Acumula molesquines inéditos por decenas, que paciente y cuidadosamente va pasando a limpio con parsimonia, siguiendo los pasos de su admirado Andrés Trapiello. No sé cuándo se podrán leer estos diarios, pero quien tenga curiosidad por la persona que habita en el crítico encontrará en este libro un adelanto. Dice Ricardo Piglia, y lo dice en dos ocasiones con las mismas palabras: “La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas” (Formas breves y Crítica y ficción). Seguro que Montano conoce estas referencias, pero no sé si es consciente de que, escribiendo estos estupendos artículos, va dibujando, no una autobiografía, como defiende Piglia, sino un autorretrato de su bonhomía de lector dichoso, fiel a la alegría que la lectura de ciertos autores le produce e incondicional de la amistad. Para terminar una sugerencia al autor: le pediría que sacrificase su generosidad, que fuese un poco egoísta, que leyese un poco menos y escribiese esos libros que los lectores esperamos. Que se atreviese a hacerlo. ¡Que renaciese!

20.9.21

Zapatero, lector de Borges

Yo, que tantos hombres he sido (algunos lamentables), no seré nunca aquel en cuya lectura desfallezca el libro sobre Borges del expresidente Zapatero. He leído las entrevistas y el prologuito y ya tengo bastante: no necesito fatigar sus páginas para saber que ninguna iluminación borgiana, o borgeana, me deparará No voy a traicionar a Borges (Huso), un título muy de político haciendo promesas.

Cuando salió la noticia de este libro sentí una mezcla de estupor y malestar: como si su sola idea infamara el universo. La única relación de Zapatero con Borges que se me ocurría (juego con sus títulos y metáforas aparte) era lo decisivo que ha sido el expresidente en la argentinización de España, con la emergencia de diversos peronismos: lo que más detestaba Borges. Sin que hayamos sido recompensados con un Borges.

Por el contrario, tenemos No voy a traicionar a Borges. Si los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres, ¿qué es el hombre que multiplica el número de los libros sobre Borges? A los pies de las pirámides de Egipto, Borges tomó un puñado de arena y lo echó más allá. “He modificado el desierto”, dijo. Zapatero podría decir con igual propiedad: “He menoscabado una ingente bibliografía”.

Me imagino a Bioy leyéndole a Borges unas páginas del libro de Zapatero en una aplicada tarde de Buenos Aires. Al notar al amigo ensimismado, se interrumpe para demandarle un juicio. Con una melancolía no incompatible con la travesura, dice Borges: “Bueno, puede considerarse un nuevo capítulo de la Historia universal de la infamia, ¿no?”.

Podría seguir así hasta el final de esta columna, a la que le falta poco. Pero el columnista que era cuando la empecé se ha ido apagando en el transcurso de la mañana. En su lugar hay otro que se acuerda del otro Borges: no el aniquilador sino el que decía que no hay libro que no contenga al menos una línea feliz. Nunca lo sabré, pero seguro que el de Zapatero también la contiene.

En el soberano acto de la lectura, que Borges relacionaba con la filosofía del obispo Berkeley, para el que la realidad solo existe cuando la percibimos, hay un Borges singular, que tal vez no se parece a ningún Borges. Y es el Borges que existe en la lectura de Zapatero.

Acaso la gesta de Pierre Menard escribiendo el Quijote no sea superior a la de José Luis Rodríguez Zapatero leyendo a Borges. 

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En El Español.

15.9.21

Ilustración, corrosión, pasión

Para la otoñal Feria del Libro de Madrid voy a recomendar tres libros de tres amigos, naturalmente (¡el amiguismo es un excelente motor crítico, sobre todo cuando el trabajo lo ha hecho uno antes: solo consiente hacerse amigo de buenos escritores!): Abecedario democrático de Manuel Arias Maldonado, La muerte del hipster de Daniel Gascón y Mi ovni de la perestroika de Daniel Utrilla.

Escribo de esos tres porque son los tres últimos, pero antes hubo otros: los asteroides Ignacio Peyró y Jorge Bustos, con Ya sentarás cabeza y Asombro y desencanto, respectivamente; Ernesto Hernández Busto, con Cerdos y niños y Ariles; David Jiménez Torres, con 2017; Antonio García Maldonado, con El final de la aventura; Rafael García Maldonado, con Si yo de ti me olvidara, Jerusalén; Francisco Lapuerta Amigo, con Laura o el camino de la filosofía; Eduardo Jordá, con Anna Ajmátova; Javier Gomá, con Un hombre de cincuenta años; o Luís Pousa, con El cielo invisible. Además, Luis Sanz Irles con su traducción de La tierra baldía de T.S. Eliot (¡que estará el viernes 24, de 17:00 a 19:00 h., en la caseta 135: inexcusable ocasión de tener firmado un Eliot por su mejor traductor a nuestro idioma!).

"¡Pero cómo! ¿No hay mujeres?", me dirán. ¡Tranquis, que les traigo a trece de golpe, aunque no sean amigas! Estoy leyendo la extraordinaria antología de María Alcantarilla El cielo de abajo. La escritura del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas, que son Hanni Ossott, Alina Galliano, Ileana Espinel Cedeño, Esther Seligson, Blanca Wiethüchter, Diana Morán, Olga Orozco, Tatiana Oroño, Ana María García Silva, María Eugenia Brito, Mery Yolanda Sánchez, Carmen González Huguet y María Baranda. ¡Pero vamos al turrón!

Ilustración

Por una estupenda coincidencia, que no lo es tanto, Manuel Arias Maldonado publica su libro más didáctico justo tras obtener la cátedra de Ciencia Política en la Universidad de Málaga. Y no lo es tanto porque todos sus libros tienen esa vocación de comunicar al público culto las cuestiones de su área de conocimiento, con claridad que no elude el rigor. En Abecedario democrático (Turner) se sirve del orden alfabético para resumir en sus veintisiete entradas los aspectos fundamentales de la democracia liberal, el "sistema político que –pese a todo– mejor combina la defensa de la autonomía individual y la promoción de los intereses colectivos". Es un diccionario decididamente a favor de esta democracia que "es preferible a sus alternativas", sin por ello eludir sus conflictos y contradicciones. Cada entrada es un ensayo breve y completo sobre el término correspondiente ("Ciudadanía", "Estado", "Feminismo", "Igualdad", "Justicia", "Libertad", "Nación", "Populismo", "Soberanía", "Xenofobia", etc.) en que hay consideraciones históricas, aclaraciones conceptuales, repaso a los debates sobre el mismo y hasta notas de actualidad. Un buen apoyo, pues, en el últimamente menoscabado camino de la Ilustración; que Arias Maldonado pone al día, con su intelecto sofisticado y su mirada larga, que alcanza al Antropoceno.

Corrosión 

Daniel Gascón se ha destapado como un gamberro corrosivo, que ayuda también en el camino de la Ilustración por medio de la sátira: esa dinamizadora de los componentes apelmazados. Ha encontrado un instrumento de precisión descacharrante en su hipster, que tras Un hipster en la España vacía vuelve con La muerte del hipster (Literatura Random House). Su proceder es un tanto expeditivo: el de la mencionada corrosión; o sea, la demolición por adherencia tóxica a los materiales. Deslumbra el manejo de las referencias, que van de lo cazurro a lo cultísimo, de lo periodístico y lo pop a lo altamente intelectual. Por supuesto, en la novela no se da esta división, sino que todo está gloriosamente mezclado; aunque no en armonía, sino con fricciones de las que saltan jocosas chispas. En La muerte del hipster, además de entorno rural con lugareños y urbanitas, hay pandemia, confinamiento y hasta desafío secesionista. La crítica a las nuevas carcasas reaccionarias de una cierta progresía vigente sería el impulso –de efectos liberadores– de las entregas del hipster. Y además está el encariñamiento con los personajes, que les da vida. El formato fragmentario, diverso, plural, con retóricas distintas que se alternan, contribuye a la dinamización.

Pasión 

Lo de Daniel Utrilla es el exceso, la explosión pasional producida por palabras eléctricas que se conectan entre sí como están conectadas a su mundo, en un entramado de analogías en el que no se da puntada sin hilo. Como ya ocurriera con A Moscú sin Kaláshnikov, el también monumental Mi ovni de la perestroika (Libros del K.O.) comienza con un aluvión de citas. Concretamente, noventa y una citas: deja pequeña a su inspiradora Moby Dick. Aunque su gran inspirador es el excesivo León Tolstói, que es el núcleo magnético de su pasión por Rusia. El arranque del libro es la aparición de un ovni en Vorónezh, justo un mes antes de la caída del muro de Berlín. A partir de aquí, Utrilla entremezcla la ufología con la perestroika, en un juego poético-narrativo que incorpora sus otras pasiones: las palabras, la literatura, el periodismo, el Real Madrid, su infancia en San José de Valderas (por donde también rondaban los ovnis), la televisión, Rusia, las sincronías, los destellos metafóricos de la realidad. El vigor de la prosa de Utrilla lo empuja todo, llevándolo en una corriente vibrante en el que el mundo y el lenguaje están vivísimos: son pura vida pasional. 

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13.9.21

Diecinueve años del 11-S

Se han cumplido veinte años del 11-S y me acojo al rito de decirles dónde estaba. Pero también les diré dónde estaba al año siguiente, del que se han cumplido diecinueve y que para mí fue más importante.
 
La mañana del 11 de septiembre de 2001 la pasé limpio de noticias. Había decidido someterme a un ayuno informativo de unos días (o unas semanas o unos meses: lo que aguantara) por ver si recuperaba otro tiempo menos espasmódico. Lo había hecho cuando era estudiante de Periodismo, por pura rebeldía contra lo que se esperaba de mí, y descubrí que las noticias grandes llegan de todas formas, pero filtradas por la vida: ecos de la calle, comentarios de amigos, pantallas de bares o escaparates, portadas en los kioscos...
 
Aquel día no tuve que esperar a eso, porque me había dejado una ventanita. No podía perderme la Vuelta, así que me autorizaba a poner la tele para seguir las etapas. Y al ponerla, claro, no vi ciclistas, sino una torre gemela ardiendo. Y al rato el avión estrellándose en la otra. Era como un intento desesperado de la actualidad por impedir que dejara de prestarle atención. Lo consiguió con creces: no he podido desengancharme desde entonces.
 
Tres notas singulares de mi 11-S. Un amigo me contó que le había pillado comiendo con un conocido magnate madrileño, que llamó a Miami a ver si estaban bien sus rascacielos de allí. Otro amigo, psicoterapeuta, me dijo tiempo después que algunos de sus pacientes jamás mencionaron los atentados: eran justo los que tenían peor diagnóstico. Y la más personal: mi hermana y mi cuñado se encontraban de viaje por Siria y Jordania. Tenían el regreso la noche del 11 al 12 y pudieron volar, aunque con todos angustiados en el avión. Yo recordaba también la angustia de la espera, pero no lo que me dice ahora mi hermana: que en Madrid los llevé a probar los helados Palazzo.
 
Fue más duro al año siguiente. Mi amada (qué cursi y qué precisa esta expresión de los comentarios de textos) me dejó el 10-S de 2002 y el 11-S lo pasé aniquilado en el sofá. La tele estaba puesta, pero sin volumen. No dejaban de repetir las imágenes, en el primer aniversario, de las torres hundiéndose y para mí eran el hundimiento de la pareja. Solo que esta vez destruían también el Pentágono y el Capitolio. Y Madrid y todo el mundo. Yo era la zona cero.
 
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6.9.21

Pablo Iglesias hace sus cábalas

Confieso que solté una carcajada cuando el artículo de debut de Pablo Iglesias en Contexto, que avanzaba penosamente, con indigencia estilística e intelectual y vileza cívica, desembocó en un “hagan sus cábalas”. No me lo he puesto aún como tertuliano radiofónico (retrasaré todo lo que pueda el momento), pero no me extrañaría que haya gastado ya algún que otro “¡no es de recibo!” o “un órdago a la grande”.

Su anfitrión en la cadena Ser, por cierto, Aimar Bretos, al estrenarse como director de Hora 25, hacía una encomiable proclama “contra la polarización”. Se conoce que para ello nada mejor que invitar a guerracivilistas fijos. Al fin y al cabo, los que polarizan son los otros. La tercera nueva casa de Iglesias es la independentista Rac1, que es como si después del 23-F un exvicepresidente del Gobierno fichase por El Alcázar.

El artículo en Contexto, además de mediocre, es escalofriante. Esta cualidad la incrementa el aire de boxeador sonado de Iglesias: promociona una confrontación que ya resulta fofa, que retóricamente apunta a un futuro pero en realidad remite a un pasado. Su tiempo pasó y él solo puede presentarse como si estuviese por pasar. Esto sí resulta simpático: el empeño por salvar su modelo de negocio. Sin duda ha hecho las cábalas de que con ese rollo mantendrá su tren.

Ya ha guardado al Iglesias de la voz meliflua y la constitucioncita de bolsillo que sacaba en sus últimos debates nacionales. Ahora vuelve, aunque sin coleta, el amigo de los golpistas catalanes y los proetarras de Bildu: el bronco denostador de la Constitución en que se funda la democracia española y el progreso y la paz civil de los últimos cuarenta y tres años. Todo lo interpreta al revés y además está con los malos. Tacha de antidemócratas a los demócratas, siendo él un contumaz antidemócrata.

Cansa repetir lo de siempre, pero con sujetos como Iglesias estamos condenados a la repetición. Es un continuo volver a la casilla de salida. No tiene ni idea de lo que es un Estado de derecho y de ahí se deriva lo demás. Su énfasis en el carácter reaccionario de la España constitucional es la coartada para su impresentable discurso contra ella: desde su genuina reacción, que él llama progresista.

La estrategia la repite con todo. En el artículo expresa un temor a hipotéticas prohibiciones de partidos, cuando nada le pirraría más a él que prohibir partidos. La infame pistola nazi que le han puesto como ilustración, con las siglas PP-Vox y PRENS.A. 78, con el rabito diagonal de la R difuminado para que parezca otra P (parece un chiste de Echenique), indica a las claras dónde está la violencia: en esa ilustración está la violencia.

Ahora Iglesias agita el espantajo (¡yo también tengo mis frasecitas!) de un futuro Gobierno PP-Vox. “¿Y si gobernaran PP y Vox?” es el título de su artículo. Si finalmente se produce, pocos habrán contribuido tanto como Iglesias.

Sucede que los que de verdad hemos combatido a Vox somos los que hemos combatido a Iglesias desde el principio: combatiendo a Iglesias estábamos combatiendo a Vox, porque ese era el combate real contra Vox. Lo otro solo ha sido promoción de Vox.

Pero Podemos llegó al Gobierno como llegará Vox. Así que habremos perdido doblemente. (Lo nuestro, me temo, no es el combate.) 

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1.9.21

Vuelve el tiempo

Se ha disipado el oro de agosto, un mes con una relación curiosa con el tiempo: dentro de él no transcurre, pero se extingue. Se extingue ese tiempo sin tiempo. Como si solo tuviese un principio y un final, y en medio esa burbuja áurea.

Lo bonito son las concreciones. Lo que ha ocurrido (o se ha pintado) en esa especie de abstracción. En mi memoria se recortan ahora sobre un fondo de fracaso, porque ninguno de los tres propósitos que me hice (no diré cuáles) los he cumplido. Pero el placer que destilan es quizá, por ello, superior. Componen una postal, la postal de mi agosto.

Mis desayunos de cara al mar (“desayunando azul”, me decía; aunque este año ha habido muchas mañanas grises). En mi torre prestada de Montaigne. Aperitivos con ventilador y vino blanco. Caminatas por el paseo marítimo y días de playa. Comidas, espaciadas, con los amigos que han venido a visitarme (¡yo no he ido a visitar a ninguno!). Capítulos de media hora en el cine nocturno de la terraza: los de la primera temporada de En terapia (¡mi amor de verano ha sido Melissa George!) y los de Alfred Hitchcock presenta. Las presentaciones de este con un humor envidiable, hoy saludablemente corrosivo: “El final fue feliz: no se casaron”. Y en los últimos días dos películas: A pleno sol (¡Patricia Highsmith!) y Déjame entrar (¡vampirismo sueco!).

En cuanto a lecturas, aparte de Laura o el camino de la filosofía de Francisco Lapuerta (de la que escribí la otra vez): mi cuota diaria de páginas del fastuoso Kafka de Reiner Stach, El último apaga la luz de Nicanor Parra (¡chistes para espantar a la poesía!), ¿Dónde vamos a bailar esta noche? de Javier Aznar (llevado por sus podcasts, que he escuchado en mis paseos; antes de agosto agoté los de Víctor Lenore), Gabo y Mercedes: una despedida de Rodrigo García (llevado por su serie; emocionante, aunque los párrafos citados de Gabo me parecieron letra muerta), Diarios de viaje de Albert Camus (por Brasil buena parte; hay un encuentro con José Bergamín en Montevideo) y la antología Crónica de plata de Emily Dickinson, que encontré en un rastro de por aquí y acabo de empezar. Más seis libros de Peter Handke, el autor por el que me ha dado extrañamente: Ensayo sobre el Lugar Silencioso, La mujer zurda, Carta breve para un largo adiós, Ensayo sobre el día logrado, Desgracia impeorable y La doctrina del Sainte-Victoire. No me ha apasionado, pero llegaba a una librería y me traía otro. He apreciado el tono tal vez. O la ausencia de coacción: podía dejarlo cuando quisiera.

Pero ya está aquí septiembre. Vuelve el tiempo. 

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