25.9.21

Propina de verano

[Dietario]

Peyró en el Tano. Decido despedir agosto en el Tano y convoco a la peña. Solemos ir al del parque de Huelin, que es uno de los santuarios de nuestras catacumbas. Entonces nos avisa Ignacio Peyró de que se encuentra en Málaga y nos propone cenar. Peyró, además de excelente escritor y director del Instituto Cervantes de Londres, es un gourmet. Tiene un libro delicioso sobre los placeres de la mesa: Comimos y bebimos. En Madrid he comido con él en estupendos restaurantes. Pero para mí es fundamental esta noche tomar alitas de pollo con picante y tarta al whisky "bautizada", así que le sugiero que venga a esa terraza de barrio en vez de a un sitio más sofisticado. Acepta y nos regocijamos todos: ¡Peyró en el Tano! Es una combinación asombrosa, y la consagración gourmetística de nuestro entrañable Tano. La conversación luego fluye maravillosamente. Peyró luce ahora bigote: "Exigencia de la novia. Sé que me da aspecto de torturador de la brigada político-social, pero bueno, tampoco he aspirado nunca a parecer el rey del reguetón". Celebra las alitas cuando llegan: "¡Qué grandes! ¿Pero qué son, de pollo o de cóndor?". Agosto se despide con felicidad.

Vienen a vernos. Unos días después me cruzo con Peyró en un paso de cebra de la plaza de la Marina. Va con su maleta de ruedas, en busca de un taxi al aeropuerto. Lo acompaña Alfredo Taján, que me dice: "¿Te das cuenta, Montano? ¡Ahora vienen a vernos a Málaga! El mes pasado Jorge Freire y ahora Ignacio Peyró". Le repito mi broma de que me deje organizar un ciclo sobre los años en que el cuerpo donado a la ciencia de Gerald Brenan permaneció en la facultad de Medicina: Los años del formol. Taján dirige la Casa Brenan y no puede reírse por motivos institucionales. Peyró y yo recordamos con alegría la cena del Tano. Me dice: "Nunca te había visto disfrutar tanto comiendo". Y yo: "Es que siempre me habías llevado a sitios con clase".

Cefalea coital. A un amigo le han diagnosticado una dolencia que desconocía: cefalea coital. Es un intenso dolor de cabeza que sobreviene cuando se está en plena faena. Sin duda se trata de una enfermedad selectiva: muchos no la conocerán, o la conocerán muy poco. Y ese es su quebradero de cabeza.

La mejor frase. Oigo en el Rastro de Fuengirola la mejor frase de vendedor de la historia. Una mujer mira un puesto. "Qué", le dice el vendedor". "Aquí mirando". "Pues mirando es más caro".

Propina de verano. Vuelvo a Torrequebrada dos fines de semana de septiembre. Me doy una propina de verano. Como muchos malagueños y bastantes extranjeros: las playas están llenas. Solo entre semana –alcanzo a ir un lunes a las once– se nota el mes. Sigue haciendo calor, pero en la atmósfera se presiente el otoño: es más ligera, como más de cristal. Apunta a una especie de melancolía feliz. Un cruce de nostalgia y de promesa. En Madrid ha empezado la feria del libro pero la feria está aquí, en la arena: lectoras en topless, bocabajo. A última hora de la tarde pasan aviones amarillos: vienen del incendio de Sierra Bermeja. Muy lejos hacia aquella zona hay manchas negras en el cielo que podrían ser restos de humo. "Pirocúmulos", me dice Nadales que se llaman, según un amigo experto. En el agua, mientras me baño, veo trocitos negros, como tizoncillos: ¿vendrán del bosque quemado?

Outlet. Nádia, mi ex brasileña y mi anfitriona en Torrequebrada, me lleva al Outlet de Las Lagunas para que me compre ropa moderna (una crítica implícita a la que llevo). Me dejo arrastrar y me veo en un probador al que no para de alargarme camisas, jerséis y pantalones. Me los pongo, me los quito, acepto unos, descarto otros y pierdo la noción del tiempo. Suena una musiquilla agradable, que me da la sensación de estar dentro de un videoclip. Todo está pensado para que me abandone y me abandono. Cuando salgo, Nádia me dice: "Has estado una hora y veinte minutos". Se pasa el resto del día riéndose y mandándose audios con sus amigas brasileñas, que aplauden lo que les cuenta y las fotos de la compra con modulaciones enfáticas, teatrales: "Nossa, você já é sua personal shopper, menina!".

Bar de barrio. El escritor Joaquín Campos, malagueño que vive en Cabo Verde, me cita para darme su diario Ajuste de cuentas. Da la casualidad de que el barrio de sus padres, donde se aloja estos días, está al lado del mío. Quedamos en un bar que él conoce, al que llego antes con mi Inspiración para leer (¡si me da su libro, le doy mi libro!). Le digo al camarero que no me ponga nada aún, que estoy esperando a un amigo. Al ver a Campos, suelta el camarero: "¡Ya sabía que eras tú! Cuando he visto a este con un libro...". "Viene aquí poca gente con libros, ¿eh?", le dice Campos. "¿Poca? ¡Ninguna!". Es divertido, incluso relajante. Pero supongo que es por estas cosas por las que no hago vida de barrio jamás. 

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