El aprendiz al sol
José Antonio Montano © (jamontano@gmail.com)
8.6.23
4.6.23
2.6.23
Sánchez: un Trump antitrumpista
[La Brújula, 1:24:58]
Hola, querido Rafa Latorre. En España tenemos un problema politológico endiablado. Casi parece un koan, una de esas preguntas enigmáticas del zen sin aparente respuesta. Lo podríamos formular así: ¿Cómo se combate el trumpismo si aparece un Trump que dice ser antitrumpista, que es alto y guapo y se llama Sánchez? Nuestros politólogos han optado por no combatirlo, sino adherirse a él: son trumpistas antitrumpistas, como su pastor Sánchez. El electorado español, en cambio, sí parece haber encontrado una solución: no votarlo. El gran error de Sánchez ha sido pensar que le iba a resultar tan fácil convencer a los votantes como a los politólogos. En su ya tristemente célebre discurso del pasado miércoles al grupo parlamentario socialista, Sánchez habló de los Trumps de enfrente, cuando nuestro Trump es él. Y no solo nuestro Trump: él es también el que se disfraza de bisonte. Dijo unas cosas tan extremadas y tan irresponsables que me dieron miedo. Ningún presidente de la democracia se había colocado nunca ahí. Literalmente dijo: "Hablarán de pucherazo y de que hay que detenerme". Y evocó las "turbas enloquecidas asaltando el Capitolio". Es algo que, por supuesto, no va a pasar en España. Pero Sánchez, al en teoría prevenirlo, parecía estar alentándolo. Yo creo que tiene que ver con ese anhelo suyo de pasar a la historia del que han hablado algunas personas cercanas. Ya que no va a pasar a la historia como un gran presidente respetado por su pueblo, ahora fantasea con pasar a la historia como un presidente derrocado y detenido. Pero me temo que su salida del poder será tranquila y gris: tras unas tristes elecciones democráticas. La épica tal vez le aguarde cuando sea jefe de la OTAN. Ahí sí que puede pasar a la historia. Aunque, bueno, ya no quedaría historia.
1.6.23
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27.5.23
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26.5.23
Los fantasmas del PSOE
[La Brújula, 1:25:25]
Buenas tardes, querido Rafa Latorre. Los últimos días de campaña de las elecciones municipales y autonómicas de pasado mañana han sido una pasarela por la que han desfilado todos los fantasmas del PSOE. En un tono de momento menor, local, pero con fuerte carga representativa. Representativa en el sentido de teatral: es como si por esa pasarela hipotética hubieran desfilado actores que encarnaban la vieja corrupción y el clientelismo del PSOE, por la compra de votos en Mojácar y Murcia; y hasta los GAL, por ese extraño caso de secuestro en Maracena. A esto habría que sumarle lo de Tito Berni de hace unos meses, o sea, las putas y las gambas, y ya estaríamos todos. Es como si el PSOE se hubiera tomado tan a pecho la memoria histórica que hubiese necesitado empezar por la memoria de sí mismo. Aunque la maniobra habría sido involuntaria, puesto que se trata de un retorno de lo reprimido en toda regla. Tal vez ese fondo oscuro, esa culpa latente, explique su afán acusatorio de los últimos tiempos. Al fin y al cabo, si uno acusa es porque el culpable es el otro y no uno. En el PP, por cierto, también debe de existir esa culpa latente. El bipartidismo fue, entre otras cosas virtuosas, la cosa viciosa del reparto de la corrupción. Con el primer caso de la compra de votos en Melilla, hubo un momento inicial de silencio en el PP. No fuera a ser que saltara algo que le afectase. Solo cuando han cundido los casos que afectaban al PSOE es cuando el PP se ha desatado con la crítica. Al final lo que importan son los controles democráticos. En último extremo casi da igual quiénes ganen las votaciones: lo decisivo es que se mantenga fuerte el Estado de derecho.