18.7.24

Obscenidad ideológica

El equipo de sincronizada (recurro una vez más a la fórmula de José Ignacio Wert, la mayor aportación politológica –y costumbrista– de nuestro tiempo) nos ha dado días maravillosos con la Eurocopa y sus celebraciones. La cintura que tienen todos los miembros del equipo, la precisión con que ejecutan las mismas fintas a la vez, como una auténtica falange acuática, solo puede provocar admiración.

El espectáculo ha sido un pelín pornográfico, pero la pornografía casa con el agua: las cálidas aguas de la piscina sanchista. Lástima que no se trate de la limpia pornografía del cuerpo, con sus fornicios y demás juergas carnales, sino de la vil ideología, ensuciadora y embalsamadora de la vida. Se ha exhibido con una obscenidad pasmosa, degradante. Ha sido una orgía sincronizada.

En el campo de fútbol, la selección española ha jugado divinamente, con una frescura y una espontaneidad admirables. Por momentos me acordaba de los partidos de Brasil en el Mundial de España en 1982. Decía un amigo brasileñista que la derrota de aquella selección le cortó alas lúdicas al fútbol, porque se vio que jugar así no garantizaba la victoria. El propio Brasil pasó a hacerlo de un modo más pesado. Pero esta España de 2024 a la alegría le ha añadido la efectividad. Es una alegría fulminante que gana títulos.

No es de extrañar que hayan caído como buitres sobre ella nuestros aprovechados, vendedores de crecepelo político. Aunque carecen de todo aquello que compone la selección (desde la capacidad al mérito y el esfuerzo), se han acoplado a ella para impostar que ella tiene que ver algo con ellos. Y lo han hecho de la única forma que saben: embadurnándola con su mierda ideológica. Una mierda estrictamente embalsamadora.

Han detectado un brote de vida y a por él han ido, a ver si lo mataban. Como algunos de los futbolistas españoles no eran de raza blanca, se han puesto a señalarlos con halagos baratos, como un Ku Klux Klan pastelero. Les negaban en el fondo la ciudadanía común, abstracta, universal, y les echaban encima una diferenciación; a la que, por supuesto, esos chicos tendrían que obedecer. Era un regalo, además de falso, envenenado. Se acabó la diversión para ellos: pasaban a ser piezas de la batalla partidista.

Lo divertido ha sido ver que los chicos estaban demasiado vivos como para dejarse embalsamar, y menos por semejantes zoquetes. En cuanto han guardado las distancias (en todo momento cortés, por otra parte) con el presidente que pretendía servirse de ellos, el equipo de sincronizada se ha puesto a atacar esa muestra de la España "diversa y plural", como decían, porque resulta que no se entrega al sanchismo. Actúa también aquí un mecanismo psicológico elemental: si tú te humillas hasta las heces, no les perdonas a los demás que no se humillen.

Ha sido obsceno, por la velocidad y la radicalidad del cambio (del elogio al insulto en un santiamén) y por lo nauseabundo del esquema. Cuando ponían de "buenos" a unos, no estaban más que dejando la casilla preparada para que la ocupara algún "malo". Casilla que podrían ocupar los mismos "buenos" si se portaban mal, es decir, de un modo distinto al que le dictaban. Lo nauseabundo, en efecto, era la coacción.

La cosa está en una situación interesante, dada la potencia popular del fútbol. Es difícil que la gente entre en la trampa de los políticos en este caso: lo que quiere es goles, títulos e identificarse con su selección. Pero los políticos ya han empezado a señalar a los "fachas". Ya han empezado a entristecer la chispa inesperada de la Eurocopa. 

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14.7.24

Desde mi ruinosa atalaya moral

[Montanoscopia] 

1. Dos ejemplos de la felicidad lectora que proporciona la poesía de José María Álvarez, muerto el domingo pasado. Son dos poemitas de dos versos cada uno; ambos, curiosamente, con un cóctel de otoño y alegría. El primero se titula The sacred wood y dice así: "Autumnales crepúsculos / Seamos magníficos". El otro, Cantando bajo la lluvia: "Ayer empezó el Otoño / Me ha salido una flor en el chaleco". 

2. Contra el columnismo y el tertulianismo patrios, Arcadi Espada ha vuelto a tener razón: el presidente Macron hizo bien en convocar elecciones fulminantes para mermar al monstruo LePenchon. Lo divertidísimo es que, ni siquiera después del resultado, parecen haberse enterado nuestros lepenchones, esos abrasivos hunos y hotros que tienen frita nuestra vida nacional, que pretenden solo política; sin duda, porque es su única vida. Pero hoy, fiesta nacional francesa, podemos gritarlo de nuevo: Vive la France! 

3. Sánchez sería un mal actor de sus emociones si tuviera emociones. Como no las tiene, es un mal actor sin más: un mal actor de la nada; un vendedor de enciclopedias sin enciclopedia, como lo caractericé cuando apareció en la política española hace justo diez años: nefasta efeméride. Lo enternecedor es cuando verbaliza una emoción y pone todo su dispositivo gestual a interpretarla. Esta semana ha sido la "alegría" por la ruptura de Vox con el PP. Pero su cara era un poema. De alegría nada. Estaba más bien jodido. Y es normal: se le desmoronaba el edificio de su mampostería retórica. Desmintiéndome en parte, reconozco que "estar jodido" es al fin y al cabo una emoción. Y esta sí que la estaba interpretando bien. 

4. Los peperos de convicción o de interés (¡todos los que están esperando un puestecito!) callaron cuando el PP pactó con Vox. Yo, que lo único que hago como columnista es arruinar mis posibilidades económicas (salvo el estipendio estricto que me llevo como columnista, hasta el día en que me lo deje de llevar), estuve desde el principio en contra de esos pactos. El PP estaba más que legitimado: lo legitimó el PSOE con sus, a su vez, pactos inicuos. Pero los que no estamos en el ping-pong los reprobamos a uno y a otro. Desde la (¡ruinosa!) atalaya moral que nos arrogamos. 

5. Nuestros estólidos (pseudo)izquierdistas, que están todo el día revolcándose como gorrinos en su ensalada de banderas, incluida la de la noble II República, que ellos envilecen al juntarla con las de dictaduras internacionales y las de las satrapías regionales más reaccionarias contra su auténtica heredera, por democrática y defensora del republicanismo político, que es la española constitucional, se ponen muy nerviosos (¡y no se privan de darnos la brasa!) cuando un éxito futbolístico anima a los indolentes españoles a sacar esta última y agitarla un poco o colgarla en su ventana. Le leo a Ana Iris Simón que el fraile ideológico Pablo Batalla habla de la "activación del nacionalismo español" cuando España ganó el Mundial de 2010. ¡Menuda alarma la del nacionalismo español, que tardó en activarse treinta y cinco años (por poner la muerte de Franco como referencia, tan cara a estos membrillos)! Ya entonces, en plena euforia mundialista, algún Ramoneda o similar habló del miedo que le daba la proliferación de banderas en los balcones. ¡Las banderas futbolísticas! Son gente que cree que está hablando de la realidad y solo está hablado, siempre, de sus propios fantasmas, de sus combates internos frecuentemente familiares, porque casi todos tuvieron padres falangistas (¡un saludo también a Lluís Llach!). Esta noche, por supuesto, debe ganar España la Eurocopa para que a todos estos les siga dando soponcios. 

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12.7.24

Contra los náuticos

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:29:45
 
Espero que ninguno de los presentes, ni ninguno de los oyentes, calce náuticos, porque mi última arremetida de la temporada será contra esos zapatos ridículos, esas patéticas alpargatas con pretensiones. La fobia que les tengo se ha recrudecido de un modo inesperado: por Juan Benet. La biografía del escritor que acaba de salir en Renacimiento, titulada El plural es una lata, de José Benito Fernández, lleva en portada una foto de Benet sentado en un banquito, tan elegante como siempre pero calzando unos improbables náuticos, algo que para mí no solo arruina su imagen, sino toda su literatura. El exigente creador del territorio mítico de Región parece un vulgar veraneante en Benidorm. Llamé de inmediato a mi amigo el novelista Rafael Maldonado, devoto de Benet, para recriminárselo. Maldonado, como Benet, defiende el gran estilo (¡el grand style!) en la literatura. Algo para mí completamente incompatible con esas sandalias de guadianescos cordones de cuero por los laditos, que ni siquiera son los que se atan: estos van aparte y con ellos se hace un lazo como corbatín de cantante de country en el pie. ¡Pero Maldonado me dijo que él también usa náuticos! Tiene gracia, porque mi amigo es el mangalarguista por el que escribí mi andanada contra el mangalarguismo. Así que el horror estético veraniego, me dije, está concentrado en los mismos sujetos: los que llevan en verano camisas de manga larga que orugan por el antebrazo son los mismos que calzan esos repelentes náuticos con los que van pisando por la ciudad como por la cubierta de un yate. ¡Y a eso le llaman grand style! ¡Los náuticos, esas menesterosas babuchas con ambición de zapato, esos mocasines entre de arapahoe y de torero, resulta que son grand style! ¡Y luego no quieren que me inrite y tenga opiniones ultramontanas!

11.7.24

José María Álvarez: felicidad lectora absoluta

Tener un poeta de cabecera es la felicidad lectora absoluta. La lectura auténtica es la relectura y lo que se relee de verdad, una y otra vez, son los poemas que nos apasionan. Gozan del mismo privilegio que las canciones. La lectura repetida, en espiral, va imantando las palabras y estableciendo relaciones entre ellas; y entre ellas y el mundo y la vida. La emoción y el gusto se reproducen, o nacen de nuevo mágicamente cada vez. Hasta que después de semanas, meses o años (el tiempo no se puede precisar, porque es más mítico que cronológico) salimos de ese círculo (literalmente enamorado), en el que se queda encerrada, preservada, una época de nuestra biografía. En adelante podremos asomarnos y evocarla, pero ya pasó.
 
El poeta de cabecera se cumple mejor si lo tenemos en un único libro; en realidad, es un libro de poemas de cabecera lo que tenemos. Yo tuve las Rimas de Bécquer, las Poesías completas de Antonio Machado, un poco Cántico de Jorge Guillén, La realidad y el deseo de Luis Cernuda, Las personas del verbo de Jaime Gil de Biedma, la Poesía 1970-1984 de Luis Antonio de Villena, la Poesía completa de Cavafis, la Obra poética 1923-1977 de Borges (y después La cifra y Los conjurados), los Poemas (1935-1975) de Octavio Paz (y después Árbol adentro), la antología Zona de Apollinaire, Tarde o temprano de José Emilio Pacheco, los Poemas de Álvaro de Campos y las Odas de Ricardo Reis de Pessoa, o más recientemente la Poesía no completa de Wislawa Szymborska. Y, por supuesto, Museo de cera de José María Álvarez, que se acaba de morir a los ochenta y dos años.
 
Mi libro Zona de confort acaba con unos versos suyos, con los que quise deliberadamente señalar su importancia. A José María Álvarez lo descubrí por vía oral, como si fuese un poeta arcaico. Lo llevaba Jesús Quintero a la radio, a su programa El loco de la colina, y allí, junto con proclamas vitalistas provocadoras, paganas, aristocratizantes, leía poemas. Era un buen recitador, cosa poco frecuente (¡nada que ver con el acartonado Valladares o el machacón Alberti!), y la nitidez de su voz de acoplaba a la nitidez de su poesía, que fluía en aquellas madrugadas íntimas. Esta fase oral culminó con un memorable recital que dio en Málaga a finales de 1984 en El Cantor de Jazz, el mejor bar que ha tenido nunca la ciudad. Justo después saldaron ejemplares de la primera edición de Museo de cera (La Gaya Ciencia, 1974), que fue la que leí hasta que me hice en 1986, ya en Madrid, con la nueva, preciosa, de la Editora Regional de Murcia. La edición definitiva de Renacimiento (2002) la sigue regalando el poeta, ya póstumamente, en su página web (en pdf).
 
A mis veinte años era mi libro y lo tenía todo para que lo fuera: el amor por la literatura y la cultura y el amor por el amor, y por el cuerpo y la belleza, la libertad, la rebeldía, el individualismo desafiante, la gamberrada, el humor, los cientos de nombres de autores y de citas, de las que cada poema llevaba unas cuantas (el propio Álvarez bromeaba sobre si no hubiera debido titular el libro Casa de citas). Abro al azar para terminar con sus versos y me sale este poema en el que habla Mozart:
Cuanto la vida fue y hoy son cenizas 
El Lacrymosa que nunca acabaré 
 
Sí Os saqué el dinero 
Creíais pagar así mi lealtad 
Más allá de la inclinación de mi cabeza 
 
Necios 
Mientras para vosotros era un pobre maestro servil 
Yo levantaba un orden que perdurará 
Y en el que habéis sido destruidos. 
 
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7.7.24

Murmurando en la pecera

[Montanoscopia]  
 
1. Nuestros sanchistas celebran como suyo el triunfo arrollador de los laboristas británicos. Ignorantes de que, para conseguirlo, el nuevo Starmer se deshizo del viejo Corbyn, el Sánchez inglés (bueno, un Sánchez con lecturitas). Han despreciado la posibilidad de un PSOE que apele a las mayorías y ahora aplauden a un Partido Laborista que apela a las mayorías. Aquí atacan a González, que era el que las conseguía para el PSOE, y aplauden a Starmer, el González inglés. Un González sin carisma: o con el carisma vacío que le otorgan los desastrosos conservadores; es decir, un carisma higiénico, neutro, sin seducción.  
 
2. Autoerigidos guardianes de la palabra como Muñoz Molina o García Montero son capaces de hablar de la corrupción de nuestro lenguaje político sin mencionar a Sánchez. Uno con menos vergüenza que el otro. García Montero, con Sánchez delante, discursea: "La derecha quiere enfermar algunas palabras". La derecha. Con Sánchez delante. En la presentación de una fundación nueva del PSOE. Del PSOE. Enfermar las palabras. Desde el PSOE. Desde el PSOE de Sánchez. Desde Sánchez. Hace algunos años García Montero atacó a Muñoz Molina y yo defendí a Muñoz Molina. Hoy los dos están en el mismo barco sanchista, uno con más descaro que el otro. Hoy los dos se unirían contra mí. (¡Si yo fuese alguien, claro!)
 
3. Aunque Luis Cernuda se irritaba a veces sin motivo y fue injusto en muchas de sus irritaciones, algunos de sus lectores sintonizamos con esa irritación, que en nosotros es ya inritación. No es tan frecuente, por otra parte, esa veta en nuestra literatura, por lo que habría que cuidarla como a una flor de invernadero. Esta es la razón por la que me ha inritado ver que el prologuista de la nueva edición de su Poesía completa (Visor) es Luis Alberto de Cuenca, poeta pancista y bienqueda (¡no conmigo, ciertamente!). Para estas tareas el que vale es Luis Antonio de Villena, que ya publicó un Luis Cernuda espléndido en Omega, editó en Cátedra Las nubes y Desolación de la Quimera y le dedicó un capítulo al Cernuda dandy en Corsarios de guante amarillo. Al desajustado Cernuda le conviene el desajustado Villena, para no inritarnos a sus lectores desajustados. Aunque también entiendo (¡ecuménicamente!) que no está mal allegarle publiquillo pancista a Cernuda, para que lo lean desde las mesacamillas y los aguachirles conyugales que él detestó.  
 
4. Transcurre el Tour por la Francia lepenista de Vichy. Un amigo dio con el mote perfecto para la lideresa: Marine Le Petáin. La solución, en cambio, no es Mélenchon. También acertó el que sintetizó los males en LePenchon. Probablemente yo fuese hoy un abstencionista francés: resignado a padecer la historia; que la hagan mis (¡tiránicos!) criados. Salvo que en mi circunscripción pudiera practicar un (¡doble!) cordón sanitario moderadito.  
 
5. Transcurre el Tour entonces, como todos los Tours en realidad, y lo tengo en la tele durante horas con las voces de Carlos de Andrés y Pedro Delgado, que son como peces murmurando en la pecera. Se acabaron ya los tiempos frenéticos de García ("¡top, tooop!") y épicos de Ares (al principio coincidieron ambos), que yo como muchos me ponía frenética-épicamente en la radio mientras veía la tele. Ahora solo suenan De Andrés y Delgado, con el sonido ambiente de público y pedaladas. Me he pasado años despotricando contra ellos, pero de pronto entré la otra tarde en un estado de felicidad por ellos. Han ido calando sus comentarios sin estrépito ni brillantez, no incompatibles con la siesta. De repente los quiero y quiero que estén ellos, y solo ellos, como acompañamiento acústico del Tour. 
 
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4.7.24

Resistencia manual (una propuesta contra el 'pajaporte')

Ya se han hecho todos los chistes sobre el pajaporte (unos cuantos estupendos están en el artículo de Carlos Padilla en este periódico), pero no puedo dejar de ocuparme de un asunto que me interpela. O que interpela al personaje que he mantenido en Twitter hasta hace cuatro días, en que lo dejé definitivamente. El Montano de esa red social iba como un zahorí buscando vetitas de provocación. Encontró una, no sin sorpresa, en el jugueteo retórico sobre el onanismo. Resultó una de las más logradas pruebas de estrés a que sometía a sus seguidores. El momento cumbre fue cuando puso de los nervios al obtuso tuitero Barros, que un día estalló: "¡Tú, que te has labrado tu carrera sobre las pajas!". Por entonces el ministro Escrivá era el responsable de las pensiones. Si llego a conocer su interés futuro por la masturbación, le hubiera pedido que me cotizara.
 
Escrivá, que pasará ya a la historia por su puesto actual como ministro de la cartilla de racionamiento pornográfica, me hizo gracia desde el principio porque era igual que el Fraile de la serie Curro Jiménez, interpretado por Paco Algora. Un fraile glotón y, como vemos, vigilante de la moral sexual. La afición de Escrivá por los números, un tanto enmarañada, se manifestó con sus sudokus de la jubilación, para defender los cuales llamaba irritado a Latorre o Alsina. Lo enternecedor es su proyección (biográfica o no) de ahora: treinta pajas al mes considera el ministro que dejan satisfechos a los españoles. O sea, nada de dos al día. Y nada de nada los días 31 de los meses largos. Sí hay un cierto premio en febrero, en cuyo día 28 te puedes descocar (en los años bisiestos no tanto).
 
Este racionamiento numérico, que delata una vez más que la ola reaccionaria nace del mismísimo Gobierno progresista, me ha recordado una anécdota que contaba Billy Wilder en Nadie es perfecto, su libro de conversaciones con Hellmuth Karasek. A un compañero del colegio en Viena el padre lo pilló haciéndose una paja y lo amenazó: "Si te haces cincuenta más, morirás". El chico se quedó impresionado, pero no pudo dejarlo. Cada vez que se hacía una nueva, ponía una rayita en su cuaderno. Al llegar a la cuarenta y nueve se detuvo. No quería morir. Pero después de unos días tormentosos, se dio por vencido. Escribió una carta de despedida para los padres y se encerró en su cuarto. Procedió. Al despertar la mañana siguiente, corrió eufórico a contárselo a los amigos de su clase, que se manifestaron luego en el recreo: "¡Los padres mienten! ¡Viva el onanismo!".
 
Naturalmente, también el Gobierno miente. Sánchez, el Nacho Vidal de la pornografía política (el bulo no le cabe en un vaso de cubata), ha lanzado el pajaporte para desviar la atención de los fregados en que anda metido. Así estamos todos hablando del "amor propio" (en la acepción de Guillermo Cabrera Infante) y no de la declaración de su mujer que tendrá lugar este viernes, ni del Tribunal Constitucional, que se ha puesto a desmontar las condenas de los ERE de Andalucía en una muestra muy plástica de corrupción sobre la corrupción...
 
Pero volviendo al temita (¡la cabra tira al monte!), lo que yo propongo es una huelga de manos caídas para no ser captados por los sensores (y censores) del Gobierno. El presidente escribió su Manual de resistencia (¡sin manos, por cierto!) y yo propongo una resistencia manual. Precisamente el único y último tuit que he dejado en Twitter es una oda de Ricardo Reis que empieza: "No tengas nada en las manos".
 
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30.6.24

Importancia del CGPJ, Montesquieu, Hamlet y Unamuno asesinado

[Montanoscopia] 

1. El CGPJ tiene mucha importancia. Sirve para calibrar quién es buen tertuliano y quién no. El bueno dice cegepejota de corrido: ¡Cegepejota, cegepejota! No sé si lo ensaya, pero en la tertulia le sale cegepejota con virtuosismo, como un Paganini de la fonética. Yo me veo incapaz de decir cegepejota sin trabucarme. Haría el ridículo, sonaría amateur. Por el CGPJ no soy tertuliano. 

2. Alfonso Guerra niega que pronunciara la frase "Montesquieu ha muerto" cuando se aprobó la Ley del Poder Judicial en 1985, de donde vienen las tribulaciones con el CGPJ. Pero sé de alguien que la pronunció, porque yo estaba allí. El profesor Fajardo entró en su clase de Historia del Pensamiento Político y Social de aquella mañana diciéndola. A los estudiantes de Periodismo de la Complutense se nos quedaban esos titulares. El PP y el PSOE vuelven ahora a sus pasteleos bipartidistas, que de repente parecen virtuosos por comparación con los pasteleos antibipartidistas de los últimos años. Los que abogábamos por una cierta pulcritud formal ya estamos fuera: el electorado español nos ha sacado limpiamente. 

3. En el turno de preguntas de la presentación de Contra Babel en Madrid (fue en la Fundación Tatiana y al autor lo acompañaban Pablo de Lora y Daniel Gascón; la pregunta la hizo Tsevan Rabtan), Manuel Toscano dijo una frase sensacional: "a lo mejor vamos a un Pentecostés tecnológico". En ese momento la problemática de las lenguas desaparecería: todos las entenderíamos todas –como los apóstoles con las llamitas del Espíritu Santo– gracias a la tecnología. Se habría disuelto entonces, técnicamente, la maldición de Babel. 

4. El problema de Biden al final no es su senilidad, sino que no se quiera ir. Ahí está la brecha de su capacidad para ser presidente, en la carencia de esa noción. Por otro lado, sigue el espectáculo glorioso de nuestros sanchistas: criticándole a Trump todas sus sanchadas. Con una furibundez claramente autoexculpatoria. 

5. Gerardo Pisarello ha venido a destruir España con resentimiento "colonial". Desde la ignorancia, naturalmente. Y es bello (y un poco tonto) que España se lo permita: al fin y al cabo, goza de la ciudadanía española y puede hacer y decir las burradas de cualquier español. ¡Unamuno asesinado! Me he acordado de aquellos dos versos de Vicente Aleixandre que me regocijaban de adolescente frente a los malos profesores (también los tuve buenos): "Se ha visto al docto profesor que no entiende / hablar largamente de lo que no entiende". 

6. Creo que en tiempos de Aleixandre no se entendía "entiende" como ahora. Decía Luis Antonio de Villena que a quien era gay Aleixandre lo llamaba "epéntico". De entenderse "entiende" como ahora, los versos citados resultarían jocosos para el circulito. Siempre me acuerdo, en este sentido, de la traducción de Hamlet que hizo Vicente Molina Foix. En el célebre momento puso: "Ser o no ser, esa es la opción". La opción sexual, claro; ser o no ser "epéntico". ¡Reconvirtió a Shakespeare en chistecillo gay! Me pareció fabuloso. 

7. Van a rehabilitar por fin la casa de Aleixandre. Yo la veía desde mi ventana del colegio mayor, amarilla a lo lejos. Aleixandre había muerto el año anterior. A veces me ponía en la puerta y me imaginaba a Luis Cernuda subiendo por la calle en los años treinta, la chaqueta en el brazo porque ya era junio. Lo imaginaba tan intensamente que lo llegaba a ver. Realidad y deseo. Pasaba de largo y entraba a visitar a su amigo. 

8. El Tour en Florencia. Escribo esto antes de que hayan empezado a rodar los ciclistas, pero puedo anticipar la plenitud: belleza pura del Renacimiento. 

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27.6.24

Reedición de 'Radiaciones'

El acontecimiento editorial del año es la reedición de Radiaciones, de Ernst Jünger, "el mejor libro posible", como le escribí a un amigo al que se lo regalé. Puesto que es conocida mi devoción, muchos me han venido consultando en los últimos años y sé por ellos que era inencontrable y que los pocos ejemplares que aparecían de segunda mano se vendían a más de cien euros. Cuando alguien hallaba uno a cincuenta o sesenta, le decía sin dudarlo: "¡Cómpralo!". Ahora Tusquets lo ha reeditado y vuelve a estar en las librerías a un precio normal.

La edición es bonita; no tanto como la primera de 1989 (tomo I) y 1992 (tomo II), pero se lee mejor. La idea de que las dos portadas juntas compongan el rostro de Jünger es fantástica, aunque tendrían que haber escogido la foto de un Jünger más maduro, como es el de estos diarios, cuya madurez los diferencia precisamente de Tempestades de acero, su libro sobre la Primera Guerra Mundial. En su estupendo prólogo, el traductor Sánchez Pascual resalta la diferencia que el propio Jünger anota en una entrada de 1940: "En ciertas encrucijadas de nuestra juventud podrían aparecérsenos Belona y Atena –la primera con la promesa de enseñarnos el arte de guiar veinte regimientos de combate de manera que estuvieran en su puesto en el momento de la batalla, mientras que la segunda nos prometía el don de juntar veinte palabras de manera que formasen una frase perfecta. Y pudiera ser que eligiésemos el segundo de los laureles; este crece, más raro e invisible, en las pendientes rocosas".

El diario de la Segunda Guerra Mundial, es decir, estos dos tomos de Radiaciones, es lo que hay que leer de Jünger. Abarca de 1939 a 1948 y lo componen seis partes: "Jardines y carreteras", "Primer diario de París", "Anotaciones del Cáucaso", "Segundo diario de París", "Hojas de Kirchhorst" y "La cabaña de la viña. Años de ocupación". El imponente Prólogo que el autor escribió posteriormente es una obra maestra en sí mismo. En él da la definición exacta de lo que el lector se dispone a leer: "un curso de metafísica realizado entre parábolas". El efecto literario de la escritura de Jünger es que lo concreto trasciende: "en las cosas visibles están todas las indicaciones relativas al plan invisible".

En cuanto a las radiaciones del título: "entiéndase por ese término, en primer lugar, la impresión que en el autor dejan el mundo y sus objetos, el fino enrejado de luz y de sombra formado por ellos. [...] También recibimos radiaciones del ser humano, de nuestros prójimos y de quienes nos quedan lejos, de nuestros amigos y de nuestros enemigos. [...] En cada instante estamos envueltos en haces de luz que nos tocan, nos rodean, nos traspasan [...]. Estamos así esforzándonos sin pausa en dirigir, en armonizar, en elevar al nivel de las imágenes las ondas de luz, los haces de rayos. No significa otra cosa vivir". Jünger estaba como militar en el bando malo, el alemán, aunque él no era nazi (participó en la conspiración contra Hitler, a quien hasta su desaparición menciona como Kniébolo). Por eso este otro propósito, que se plasma en cada página, está cargado de tensión: "[el diario] debía servir a mi propia formación –en cierto modo como entrenamiento en la justicia".

El único problema del diario de Jünger es que, por ser perfecto, necesita un mundo imperfecto, incluso catastrófico, para que su potencia sea máxima; así el terrible de la Segunda Guerra Mundial, con el dolor muy presente. Jünger concluye el segundo tomo de Radiaciones a finales de 1948, en la Alemania devastada de la posguerra. Cuando retoma el diario diecisiete años después el mundo es otro y sus páginas, que siguen siendo grandiosas, ya no son imprescindibles.

Sí es imprescindible esta anotación de la primera entrada, fechada el 30 de marzo de 1965 (Jünger acababa de cumplir setenta años, por eso la nueva serie, aunque se inserta en el proyecto de Radiaciones, lleva el título específico de Pasados los setenta): "En la juventud es frecuente una atmósfera general lóbrega, cual si el otoño proyectase sus sombras por adelantado. Poco a poco va aclarándose la vista; también a vivir hay que aprender". 

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