18.7.24

Obscenidad ideológica

El equipo de sincronizada (recurro una vez más a la fórmula de José Ignacio Wert, la mayor aportación politológica –y costumbrista– de nuestro tiempo) nos ha dado días maravillosos con la Eurocopa y sus celebraciones. La cintura que tienen todos los miembros del equipo, la precisión con que ejecutan las mismas fintas a la vez, como una auténtica falange acuática, solo puede provocar admiración.

El espectáculo ha sido un pelín pornográfico, pero la pornografía casa con el agua: las cálidas aguas de la piscina sanchista. Lástima que no se trate de la limpia pornografía del cuerpo, con sus fornicios y demás juergas carnales, sino de la vil ideología, ensuciadora y embalsamadora de la vida. Se ha exhibido con una obscenidad pasmosa, degradante. Ha sido una orgía sincronizada.

En el campo de fútbol, la selección española ha jugado divinamente, con una frescura y una espontaneidad admirables. Por momentos me acordaba de los partidos de Brasil en el Mundial de España en 1982. Decía un amigo brasileñista que la derrota de aquella selección le cortó alas lúdicas al fútbol, porque se vio que jugar así no garantizaba la victoria. El propio Brasil pasó a hacerlo de un modo más pesado. Pero esta España de 2024 a la alegría le ha añadido la efectividad. Es una alegría fulminante que gana títulos.

No es de extrañar que hayan caído como buitres sobre ella nuestros aprovechados, vendedores de crecepelo político. Aunque carecen de todo aquello que compone la selección (desde la capacidad al mérito y el esfuerzo), se han acoplado a ella para impostar que ella tiene que ver algo con ellos. Y lo han hecho de la única forma que saben: embadurnándola con su mierda ideológica. Una mierda estrictamente embalsamadora.

Han detectado un brote de vida y a por él han ido, a ver si lo mataban. Como algunos de los futbolistas españoles no eran de raza blanca, se han puesto a señalarlos con halagos baratos, como un Ku Klux Klan pastelero. Les negaban en el fondo la ciudadanía común, abstracta, universal, y les echaban encima una diferenciación; a la que, por supuesto, esos chicos tendrían que obedecer. Era un regalo, además de falso, envenenado. Se acabó la diversión para ellos: pasaban a ser piezas de la batalla partidista.

Lo divertido ha sido ver que los chicos estaban demasiado vivos como para dejarse embalsamar, y menos por semejantes zoquetes. En cuanto han guardado las distancias (en todo momento cortés, por otra parte) con el presidente que pretendía servirse de ellos, el equipo de sincronizada se ha puesto a atacar esa muestra de la España "diversa y plural", como decían, porque resulta que no se entrega al sanchismo. Actúa también aquí un mecanismo psicológico elemental: si tú te humillas hasta las heces, no les perdonas a los demás que no se humillen.

Ha sido obsceno, por la velocidad y la radicalidad del cambio (del elogio al insulto en un santiamén) y por lo nauseabundo del esquema. Cuando ponían de "buenos" a unos, no estaban más que dejando la casilla preparada para que la ocupara algún "malo". Casilla que podrían ocupar los mismos "buenos" si se portaban mal, es decir, de un modo distinto al que le dictaban. Lo nauseabundo, en efecto, era la coacción.

La cosa está en una situación interesante, dada la potencia popular del fútbol. Es difícil que la gente entre en la trampa de los políticos en este caso: lo que quiere es goles, títulos e identificarse con su selección. Pero los políticos ya han empezado a señalar a los "fachas". Ya han empezado a entristecer la chispa inesperada de la Eurocopa. 

* * *