
Me he quedado sorprendido de lo mala que es
La muerte viene de lejos, la segunda de las novelas policiacas de José María Guelbenzu; y si lo cuento es por la sorpresa. A mí Guelbenzu me cae bien; en mi mente estaba asumido,
de facto, su prestigio como hombre importante de nuestras letras, riguroso, que sabe de literatura. De adolescente leí
El mercurio y me gustó; más adelante repetí con
La noche en casa y
La mirada, de las que lo he olvidado todo pero que me dejaron un buen sabor de boca. No llegó a convertirse en uno de mis escritores preferidos, pero siempre he estado atento a lo que ha dicho, y he leído con gusto sus críticas sobre novela extranjera en
Babelia (de una de las cuales llegué a copiar
un pasaje). En mi simpatía también contaba el que hubiera sido uno de los antólogos de los primeros poemas de José Emilio Pacheco que leí. Cuando hace diez años empezaron a aparecer sus novelas policiacas, se me despertó el interés. El autor declaraba en las entrevistas que eran un descanso "de género" en sus exigencias, y era justo eso lo que me apetecía en este instante: leer a un buen escritor con las pretensiones rebajadas. Daba por descontado un mínimo de calidad. Por eso la semana pasada no me compré una sola para probar, sino tres de golpe, las que encontré en edición de bolsillo en la librería. No estaba la primera de la serie,
No acosen al asesino (2001), así que he empezado por
La muerte viene de lejos (2004). Me disponía a pasar una temporadita grata en compañía de la juez Mariana de Marco, pero las otras dos,
El cadáver arrepentido (2007) y
Un asesinato piadoso (2008), ahora van a tener que esperar.
La sensación de estafa ha sido reconocible: es como la de las películas del cine español, de la que
ya hablé. Me he visto con la novela comprada sin que ninguna instancia crítica a lo largo de estos años me hubiese advertido, ni siquiera insinuado, que se trataba de un bodrio. Al contrario: la elogiaron. Busco reseñas de entonces y la aparecida en
Letras Libres es un buen
ejemplo. Para hallar algo sin mentira hay que irse a un
blog. La novela está mal hecha: es banal, chapucera, previsible; su trama es de telefilme barato, sus personajes planos, sus diálogos tópicos; la escritura es descuidada, con las comas mal puestas y todos los "deber de ser" sin la preposición. No tengo ganas de detenerme en el despropósito, ni de analizarlo: no quiero perder más tiempo con este libro. Solo señalaré lo que me ha resultado más curioso, y que es lo único bueno que contiene (rodeado de malo). En ocasiones se insinúa algo –un conflicto moral, una indagación psicológica– que me recuerda a las frases de ese tipo que hay en las críticas de Guelbenzu. En estas uno siente el peso fantasmático de la novela que no ha leído, sustentándolas. En
La muerte viene de lejos esas frases resultan sugerentes en sí mismas, pero no se sustentan en ninguna novela: desde luego, no en la que estamos leyendo.