26.6.17

¿Y el Democracio?

En cuanto la asociación Jueces para la Democracia anunció a principios de junio que pasaba a llamarse Juezas y Jueces para la Democracia, empezaron los chistes: “¿Y el Democracio? ¿Qué pasa con el Democracio?”. Tenían razón. Los chistes tenían razón. Eran malísimos, pero no hacían más que extremar el procedimiento, ridiculizando lo ya ridículo. Se regían por la lógica destapada. Una lógica infernal.

Se ha vuelto insufrible esta plaga de la duplicación, que estropea y ensucia el lenguaje: el lenguaje, que es la genuina propiedad común; el bien colectivo por excelencia. Que sean individuos que se dicen de izquierdas los que le meten palos a esa maquinaria de alta precisión, saboteándola, estropeándosela al pueblo, es otra de las paradojas de estos años irritantes. Son estrictamente señoritos manoseándoles el pan a los pobres. Y a los ricos, y a ellos mismos: porque es el pan de todos.

Al fin y al cabo, en la calle no se oye, ni en las casas. No lo dice “la gente”. No viene, como le gustaba decir a Agustín García Calvo, “de abajo” (ni de las honduras de nadie). Es un pegote ideológico, un distintivo que se usa como rasgo de pertenencia a una clase: es, por tanto, clasista. Es en parte un tic supersticioso, neurótico, puritano; pero ante todo un recurso de jerga profesional: de profesionales de la política o profesionales del activismo; para estar en la pomada, en su pomada, y para promocionarse entre ellos, exclusivamente entre ellos. En determinados partidos, ya no puede hacer carrera quien no hable así. Al menos al principio de sus parrafadas, que esa es otra.

Se puede tomar cualquier ejemplo. El de la clausura del congreso del PSOE mismo. El presentador empieza el acto así (a partir del 18:41 del vídeo): “Buenos días a todos y a todas. Bienvenidos y bienvenidas a esta clausura del 39º Congreso Federal del PSOE. Muchas gracias a los más de ocho mil socialistas de corazón...”. No tarda ni tres frases en simplificar: ya no dice “los y las”, sino solo “los”. Y sigue: “Quiero también saludar a todos los miles de socialistas...”. Es la maravillosa fuerza del lenguaje, de su implacable ley anónima, que se impone sobre el más pintado. Y lo desenmascara, de paso, como “machista”.

En efecto, si hubiese empleado el lenguaje con naturalidad desde el principio, no habría por qué. Pero él mismo introdujo, artificiosamente, la ley implícita de que no decir “a todos y a todas” o “bienvenidos y bienvenidas” era machista. Así que, si a la tercera frase deja de lado sus artificiosidades y sus convicciones, ha caído en el cepo que él mismo dispuso...

Lo mismo acaba de hacer Pedro Sánchez en pleno incendio de Doñana, con un tuit en que expresa su solidaridad con “los afectados”, olvidándose de “las afectadas”. Las afectadas, por supuesto, están incluidas en el masculino plural según la ley del español. Pero no según la jurisprudencia verbal del propio Sánchez, que el propio Sánchez viola: incurriendo en lo que él tiene en la cabeza que es machismo. Yo le recomendaría, sin embargo, que aprovechase para dejarlo ahí y empezase a hablar normal, como la gente, incluida la que le vota. Por alguna parte habrá que empezar a acabar con esto.

* * *
En El Español.

21.6.17

Jot Down 19

Ha salido el número 19 del trimestral en papel de Jot Down, especial Islas. Colaboro con "Todo incluido", en que cuento los tres meses que pasé en Ibiza en 2004, en el equipo de rodaje de una serie de televisión. Nos alojábamos en un resort, un hotel de esos de "todo incluido"; aunque casi todo el tiempo fue solo para nosotros: llegamos semanas antes de que llegasen los turistas. La revista se puede comprar en librerías o por la web de Jot Down.

20.6.17

El centroizquierda como izquierda liberada

El nuevo Sánchez ha resultado ser el mismo Sánchez. Al menos en lo que dice: queda por ver qué hará más allá de sus palabras. En su discurso de clausura del congreso del PSOE tenía que contentar a la militancia que lo ha aupado. Pero para ganar las elecciones tendrá que descontentar necesariamente a esa militancia... ¿Lo sabe Pedro Sánchez? Creo que ahí, en su cabecita, se jugará todo.

Una clave, poco esperanzadora, está en lo que dijo su hombre de confianza José Luis Ábalos (quien por lo demás estuvo muy bien en la moción de censura): “Desde la izquierda queremos ganar el centroizquierda”. Demuestra que no sabe qué es el centroizquierda hoy en España. Tampoco lo sabe Sánchez cuando llama a un entendimiento entre Ciudadanos y Podemos. ¿Finge o no se ha enterado de nada?

Permítanme que les hable desde el centroizquierda, porque ahí estoy yo (o ahí me quiero ver). En el centroizquierda estamos los progresistas que nos hemos liberado de la fetichización de la palabra “izquierda”. Hemos soportado en estos últimos años que nos llamen “fachas”, y lo que nos digan que somos nos trae ya al pairo (lo último es la matraca del “extremo centro”, proferida por pijos ideológicos). Para nosotros no hay progresismo posible si no parte del respeto estricto al Estado de Derecho y del acatamiento de la Constitución (que podrá cambiarse, pero según el procedimiento que ella indica). A partir de ahí, hay mucho que mejorar; pero todo lo que no parta de ahí es, para nosotros, pseudoprogresismo.

No nos van a engatusar con el caramelo de “la izquierda”: porque venimos huyendo precisamente de ahí, de la cantidad de reaccionarismo que se ha ejercido bajo la capa de esa palabra prestigiosa. Unidos Podemos es la encarnación actual de esa izquierda reaccionaria que detestamos: con sus líderes manchados por sus jaleamientos al dictador Castro o al militarote Chávez; y abrazados ahora a los golpistas fascistoides de ERC y a los proetarras de Bildu. Todo esto forma ya una retahíla cansina, lo sé: pero por más que se haya repetido no deja de ser verdad; y no deja de escandalizarme.

Que el PSOE hable de “fuerzas del cambio” incluyendo indistintamente a Ciudadanos y Podemos indica que no se ha enterado de nada. No sé si se ganará a algún votante de Podemos (lo dudo), pero desde luego no va a ganarse a ninguno de Ciudadanos. Aunque puede que todo sea estrategia. El reto de Sánchez y Ábalos, al fin y al cabo, es conseguir votos de un electorado a estas alturas muy sectario, y notablemente embrutecido.

* * *
En The Objective.

19.6.17

Sánchez empoderado

Empoderado y puesto en valor: así está Pedro Sánchez. De pronto es nuestro único político con historia, con leyenda. El único hecho a sí mismo, contra el mundo (formando parte de ese mundo dos titanes: el aparato de su propio partido y El País). Ha sido el protagonista indiscutible de una proeza. De habérselo podido permitir, habría entrado en el congreso del PSOE a caballo. Aunque no hacía falta: en la cabeza de la militancia Sánchez es ya una estatua ecuestre.

Después de su tortuoso proceso –casi un rito con empaque mítico– de muerte, travesía del desierto (¡por ultratumba!) y resurrección, se esperaba que ayer en la clausura apareciese –purificado, reforzado– el Supermán de los discursos: un Sánchez que nunca había sido pero que iba a ser. Había confianza en la transmutación alquímica del político romo que conocíamos en un político brillante. El mes que ha estado guardando silencio desde que ganó las primarias ha ayudado: no hay nada para incrementar el prestigio de un mal orador como que no hable. Pero ha abierto la boca y nuestras ilusiones se han estrellado contra el funesto principio de identidad. De igual modo que “fútbol es fútbol” y “no es no”, Sánchez no podía ser sino Sánchez. Todo en el PSOE ha cambiado para que Sánchez siga siendo el mismo.

Ha sido una manera triste de cerrar la semana: abrochándola a su comienzo, en plan pescadilla que se muerde la cola. El discurso de Sánchez del domingo fue, en fin de cuentas, el último de la moción de censura que empezó el martes. Pero no se supo aprovechar de salir el último en la contrarreloj, conociendo los tiempos de todos sus rivales: su discurso resultó tal vez el más mediocre. Al final va a ser una ventaja que no esté en el Parlamento: tiempo que deberá aprovechar decisivamente para cuando esté en el Parlamento...

Como decíamos, la desgracia del PSOE estaba servida de antemano. Que las opciones fuesen únicamente Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez indicaba hasta qué punto era un partido por los suelos: devastado por lustros y lustros de “selección adversa”, que decía Félix Bayón. En ese yermo del PSOE, lo que ha pasado con Sánchez era ya lo mejor que podía pasar, en la medida en que al menos ha sido algo. Ha aparecido de la nada un candidato investido. Por desgracia, en su primer discurso han reaparecido todas las limitaciones que le conocíamos. Pero queda por ver si su fuerza le concede una maniobrabilidad más sabia que sus palabras.

Y queda por ver qué harán con Sánchez los electores, que son un poco más complicaditos que los militantes que lo han empoderado (¡y puesto en valor!).

* * *
En El Español.

14.6.17

Niños de San Ildefonso

El de ayer era un martes 13 con la mala suerte programada. Pese a su fama, en esa fecha no suele cumplirse la superstición. Pero si ponen una moción de censura, el martes 13 será aciago por necesidad. En nuestro parlamento de castelares (¡atención, ironía!) un debate extra, sacado de la manga y con la canícula, solo podía traducirse en una brasa decretada. Era un día echado por alto antes de que naciera.

Y se cumplió. ¡Maldita fue nuestra estampa! Cuando el debate no llevaba ni veinte minutos, con Irene Montero en el uso (y el manoseo) de la palabra, el periodista Brais Cedeira comentó que su tono repetitivo era como el soniquete de la lotería. Y ahí estuvo la clave, no solo de la intervención de Irene Montero, sino también de la de Pablo Iglesias; e incluso, por contagio, de la de Mariano Rajoy. Son los únicos a los que he visto en el momento de escribir esta nota (bien entrada la tarde: ¡ha sido larguísimo!).

Iglesias y Montero eran como niños (¡y niñas!) de San Ildefonso. Pero su matraca monocorde carecía del aliciente de la del sorteo de Navidad: no había esperanza de que en algún momento se interrumpiese con el estallido del Gordo; ni siquiera con el del segundo o tercer premio. Era una gota malaya sin posibilidad de pedrea. El rosario de los horrores del PP rezados como el rosario.

Y por su parte Rajoy, comodísimo, con el rosario de las virtudes del PP. Aunque estas eran secundarias al lado del rosario de las virtudes de nuestra democracia constitucional, que también rezaba. Y que inevitablemente tenía que encarnar Rajoy frente a Iglesias, aplaudido desde sus escaños por Rufián, Tardà y los proetarras de Bildu. Por más amigos que Rajoy tuviera en la cárcel (como con gracia señaló Iglesias).

Pero lo mejor (melancólico, como todo lo bueno) es lo que tuiteó Perplejo sin Guía, de admirable nick: "Poder hacer esos discursos. Eso es lo que le gusta a Mariano de Podemos. Que se los hiciesen a él es lo que detestaba de UPyD". Y aquí me paro.

* * *
En The Objective.

12.6.17

Echeverría hizo lo fácil

Se me acumulan las lecturas y repercuten en la actualidad. Últimamente leo más libros que periódicos, y los libros saltan a los periódicos. Desde hace varias jornadas la imantación es la de Ignacio Echeverría. Leí (releí) El sótano de Thomas Bernhard, en que el narrador, para salvarse a los dieciséis años de la vida que no quería, decide una mañana irse "en la dirección opuesta". También Echeverría se fue en la dirección opuesta para salvarse de la vida que no quería: no de "la vida", que perdió; sino de la que no quería. Explicaré esto después, por medio de otra lectura.

Echeverría es sin duda un héroe, aunque me incomoda cuando se resalta el aspecto sacrificial de esta figura. A las reflexiones de Miguel Ángel Quintana Paz y Jorge Bustos, que comparto y celebro, solo les pongo el pero de ese "dar la vida". No la dio, sino que se la quitaron. Su empeño no era dar la vida, sino salvar la vida: la suya y la de la mujer que estaba siendo asesinada; la vida. Luego he sabido que era católico y quizá sí existía en él ese componente sacrificial. No lo sé. Ni hace falta (para mí). Yo solo quiero resaltar el aspecto afirmativo: de afirmación propia y, con ella, de afirmación de lo humano. Lo contrario provoca una cierta retórica del resentimiento, como se ha visto en quienes han aprovechado el heroísmo de Echeverría para soltar impresentables soflamas contra "los cobardes".

Me parece más limpio cuando se ha hablado de "impulso moral". Lo ha hecho por ejemplo, en Twitter, La Fernández(¡le pongo las mayúsculas que ella no se pone!): "recordaré a Ignacio Echeverría como una persona que no se pudo sustraer al impulso moral de ayudar y defender a quien se estaba atropellando. Probablemente no tuvo tiempo de preguntarse nada. Ni quiso ser héroe". Y sin embargo, justo de ese impulso moral se deriva lo heroico; recíprocamente, el héroe es el que con su ejemplo, al transparentarse en él, funda la moral.

Esto lo contaba Fernando Savater en La tarea del héroe, un libro importante de 1981 que parece que ha sido olvidado. Al menos por el periodismo: nadie lo ha citado estos días. Pero en la otra lectura que anuncié, y que es Nuevas lecturas compulsivas de Félix de Azúa, se le dedica un capítulo. Escribe Azúa (con alusión al terrorismo de entonces, que no era el islamista sino el etarra): "Savater defiende que es más difícil resistirse a la tarea heroica que ponerla en marcha. Más esfuerzo y dolor requiere disimular, colaborar, humillarse, desaparecer, huir, fantasear, que decir: 'Basta ya'. El argumento parte de que todos sin excepción, y sin necesidad de asistir a clases de ética en la universidad, sabemos cuál es nuestra obligación (qué es lo que queremos) en cada invitación a la muerte. [...] El héroe recuerda [se refiere a un recuerdo inmemorial, mítico] un país en paz y formado por ciudadanos libres. De modo que para él tomar una decisión es lo más fácil del mundo. Se trata, sencillamente, de habitar el mundo adecuadamente".

Que sea lo fácil no quiere decir que sea lo habitual. De hecho, es lo raro: en Londres solo uno lo hizo. Como señalaba Bustos en su columna, Echeverría fue (bernhardianamente) en la dirección opuesta. La vida que no quería, la difícil para él, era la de quedarse con los otros sin hacer nada. Hizo lo fácil, aquello a que le obligaba su excepcionalidad: seguir su conciencia y lanzarse. No para dar la vida, aunque la perdiera, sino para salvar la que vale.

* * *
En El Español.

5.6.17

Mi espinita con Goytisolo

Con Juan Goytisolo tengo una espinita: era un escritor que me hubiera gustado que me gustase, pero no me gustaba. Me hubiera gustado que me gustase porque me gustaban (y me gustan) la heterodoxia, la disidencia, la rebeldía, la búsqueda de la libertad. Pero no me gustaba porque no terminaba de convencerme el modo en que esas cosas se encarnaban en él: ni en su figura ni en sus novelas. Lo veía demasiado envarado, premeditado, sin ligereza ni gracia; con una adustez que me resultaba incómoda. Sin embargo, le tenía aprecio. Y, sobre todo, me parecía un hombre íntegro.

Encontraba sus novelas ambiciosas, complejas, singulares: pero sin vida. Al final, pasto para lo que él detestaba: filólogos y profesores. Esto yo lo veía como una desgracia (una desgracia suya que sentía yo; quizá –lo reconozco– por mi incompetencia para apreciarlas): porque lo cierto es que simpatizaba con el discurso de Goytisolo sobre la literatura. Pero ese discurso no lo veía yo logrado en sus libros, sino en otros de nuestra tradición literaria que defendió: el Libro de Buen Amor, La Celestina, La lozana andaluza o el Quijote. Para mi biografía lectora, la importancia literaria de Goytisolo no estuvo en las propias obras de Goytisolo, sino su defensa de esas otras como obras vivas y contemporáneas, ejemplares y maestras. Por eso, de lo que escribió Goytisolo lo que prefiero son sus ensayos, como los de El furgón de cola y Disidencias.

Tenía algunos de los tics del “intelectual internacional”, pero estaban contrarrestados por su vida diaria, discreta; y por algo más importante e infrecuente: siempre estuvo políticamente en su sitio. A veces resultaba tópico en sus posicionamientos, pero en lo fundamental acertó. Siempre fue crítico con las dictaduras, con los nacionalismos, con los fanatismos; jamás justificó los crímenes ideológicos ni tuvo una actitud tibia hacia ellos. Y estuvo con escritores menospreciados como Manuel Puig o Guillermo Cabrera Infante. En este sentido, por él mismo y por comparación con buena parte de sus colegas, fue intachable.

En los últimos años lo he tenido presente, porque mi amigo el novelista Juan Francisco Ferré, admirador y amigo suyo, lo ha tenido presente en nuestras conversaciones. A él le he dado el pésame. Ferré lleva recomendándome desde el principio La saga de los Marx, novela que publicó Goytisolo en 1993. Me insiste en que solo después de haberla leído podré decir, si no me gusta, que Goytisolo no me gusta. Para Ferré, naturalmente, es imposible que no me guste. Hasta ahora no la he leído, quizá para terminar este artículo con esa esperanza.

* * *
En El Español.

4.6.17

Tolerancia cero a las teologías del terror

Cuchilladas y atropellos: tendremos que ir acostumbrándonos a esa nueva modalidad del terror. Nueva y retrógrada. Y a los hachazos, las bombas, los disparos... El terrorismo islamista es casi el terrorismo perfecto, porque lo que pretende implantar es directamente el terror. Los otros terrorismos también lo implantaban en la práctica, pero en sus discursos eran más enrevesados; si predicaban el terror, era acogiéndose a instancias supuestamente limpias como “la necesidad histórica”, etcétera. El carácter teológico del terrorismo islamista le hace ser implacable y, de algún modo, “sincero”: la sinceridad absoluta y absolutista del fanático.

Ha vuelto a suceder con el atentado de Londres, mientras se jugaba la final de la Champions en Cardiff y se preparaba en Manchester el concierto en recuerdo del atentado de hace diez días. Ese parece ser el ritmo: atentados presentes mientras se recuerdan atentados pasados. Un estado permanente de terror. La vida cotidiana se ha convertido en el frente de batalla y si algo está claro es que la resistencia está justo ahí: en la vida cotidiana. En la medida en que esta se altere, los terroristas estarán ganando. El miedo será inevitable, pero debemos seguir haciendo lo mismo.

La única solución es el afianzamiento de los valores occidentales, porque son los universales; y de los que tantos occidentales se ríen y que tantos occidentales menoscaban. Entre esos valores está el de la libertad religiosa: con unos límites racionales, éticos, legales, democráticos, cívicos y convivenciales que hay que reforzar con firmeza, sin pamplinas. Tolerancia cero a las teologías del terror.

* * *
En The Objective.