Cuchilladas y atropellos: tendremos que ir acostumbrándonos a esa nueva modalidad del terror. Nueva y retrógrada. Y a los hachazos, las bombas, los disparos... El terrorismo islamista es casi el terrorismo perfecto, porque lo que pretende implantar es directamente el terror. Los otros terrorismos también lo implantaban en la práctica, pero en sus discursos eran más enrevesados; si predicaban el terror, era acogiéndose a instancias supuestamente limpias como “la necesidad histórica”, etcétera. El carácter teológico del terrorismo islamista le hace ser implacable y, de algún modo, “sincero”: la sinceridad absoluta y absolutista del fanático.
Ha vuelto a suceder con el atentado de Londres, mientras se jugaba la final de la Champions en Cardiff y se preparaba en Manchester el concierto en recuerdo del atentado de hace diez días. Ese parece ser el ritmo: atentados presentes mientras se recuerdan atentados pasados. Un estado permanente de terror. La vida cotidiana se ha convertido en el frente de batalla y si algo está claro es que la resistencia está justo ahí: en la vida cotidiana. En la medida en que esta se altere, los terroristas estarán ganando. El miedo será inevitable, pero debemos seguir haciendo lo mismo.
La única solución es el afianzamiento de los valores occidentales, porque son los universales; y de los que tantos occidentales se ríen y que tantos occidentales menoscaban. Entre esos valores está el de la libertad religiosa: con unos límites racionales, éticos, legales, democráticos, cívicos y convivenciales que hay que reforzar con firmeza, sin pamplinas. Tolerancia cero a las teologías del terror.
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En The Objective.