31.12.20
Lecturas 2020
28.12.20
Acuarela de Brasil
26.12.20
La Nochebuena perfecta
23.12.20
Navidades raras
21.12.20
Después de muertos
14.12.20
La ultimísima esperanza
10.12.20
Jot Down 33
Como Borges habla de libros, y prácticamente solo de libros, se dice que es un autor libresco, cuando tal vez sea el autor menos libresco de la historia de la literatura. Por dos razones principales: porque vive los libros, y por tanto al escribir de libros está siendo radicalmente vitalista; y porque nadie como él ha desenmascarado el artificio de los libros, el modo en que la literatura se interpone entre el lector y la percepción de la vida (despejando así esta percepción).
Además, la experiencia misma de leer a Borges es vital, revitalizadora. Lo libresco remite a la letra muerta, polvorienta. Nada más alejado de Borges, que vive la letra y le da vida. Como dijo de él Savater, ningún autor tiene menos líneas inertes. La escritura de Borges es una escritura vibrante, siempre pasan cosas en ella. Sus libros son lo contrario de mortecinos.
9.12.20
Después del suicidio de UPyD
30.11.20
La movida madrileña
28.11.20
Postal incompleta
25.11.20
La apuesta de Pascal
23.11.20
Andamios para las infamias
16.11.20
Los ventrílocuos del virus
9.11.20
Nuestro Trump triunfante
2.11.20
El día de difuntos de 2020
31.10.20
Hacer cosas
26.10.20
Salimos espaguetizados
25.10.20
Tres preguntas sobre Umbral
19.10.20
Sánchez, guapo electoral
14.10.20
Encarnación de la época
A veces reconozco que estoy pasando un mal momento a través de gestos intuitivos en los que reparo cuando ya están en marcha. Cuando voy a una librería y me encamino sin pensarlo a la sección de libros de ciencia, sé que estoy buscando respuestas que no existen, o que no están ahí, que el gesto obedece más a la necesidad que a la curiosidad que siempre he tenido por la astronomía, la física o la medicina. De la misma forma que me pasa cuando imagino y miro con envidia la vida de la vanguardia científico-técnica que sí tiene acceso a las aventuras de nuestro tiempo. O cuando me pongo alguna película de aventuras, como la que ha servido de guía discreto en este libro. Lo que desde fuera puede parecer un pasatiempo banal y una sana costumbre para evadirse, para mí suele significar lo contrario. Somatizo rápido, y suele empeorarme, además del ánimo, el asma y las contracturas. ‘La mente sufre y el cuerpo pide ayuda’, como le recordaba el cardenal Lamberto a un sufrido –y diabético– Michael Corleone en El Padrino III.* * *
12.10.20
El Jardín de Epicteto
5.10.20
Woody con mascarilla
Me metí en el cine con rabias varias, el viernes del estreno, según el modesto ritual que articula mi vida, que el día que no haya Woody (falta poco) se desarticulará por completo. Woody Allen es como un reloj de arena al que le quedan pocos granos. Cualquiera puede ser el último. Tal vez el de Rifkin’s Festival fue el último. Aunque esta es su película cuarenta y nueve y dice que quiere llegar a la cincuenta.
Desde hace ya un montón de años Woody es mi termómetro, también sentimental. Unas veces voy solo, otras acompañado. Cuando voy solo me gusta ir furtivamente por la tarde, a la primera sesión. Pero el viernes no pude hasta la de las diez y media. Al menos iba embozado en mi mascarilla.
Se me sentó detrás un grupito de cinéfilos veinteañeros que parecían salidos de los noventa: de cuando ellos estaban naciendo. Los tiempos en que Woody hacía Poderosa Afrodita. Eran enternecedores, pero cuando se pusieron a hablar de Persiguiendo a Amy me levanté y me fui varias filas más adelante, aprovechando que la sala estaba casi toda vacía.
Entonces empezó la película y volvieron las sensaciones de siempre. Por supuesto que es floja, pero qué vulgaridad juzgarla. La recepción de Woody es acumulativa: solo con la musiquilla, la iluminación, las tribulaciones y parrafadas de los personajes uno está sintiendo todas sus películas a la vez. Hay una resonancia maravillosa. Se me instala una entrañable melancolía, muy parecida a la felicidad.
La gracia española de Rifkin’s Festival está en San Sebastián, naturalmente. Woody la ha convertido en un postalón más mediterráneo que cantábrico. Es como un Central Park gigante. O mejor, como un gran parque de atracciones del que ha tenido la cortesía de no sacar el túnel del terror (tal vez por eso protestó Bildu en el rodaje: se sintió excluido). Es la San Sebastián paradisíaca del libro de Fernando Savater, quien durante muchos años solo pudo pasearse por ella con escolta.
En cuanto a los actores, me encantó Wallace Shawn, me puso tontorrón Gina Gershon, encontré que Elena Anaya ganaba mucho en el doblaje y recordé que Sergi López no solo es el peor actor del mundo sino también el más desagradable (pero tranquilos: sale muy poco).
Antes de que empezara la película salieron muchas instrucciones higiénicas en la pantalla. Por ejemplo, “no olvides volver a ponerte la mascarilla cuando termines tus palomitas”. Y el orden en que había que salir luego, empezando por las primeras filas. Como yo estaba en ellas, pude camuflar mi huida con la prevención.
Detrás sonaba la musiquilla de los créditos, ya una banda sonora para mí.
* * *
En El Español.
30.9.20
La linterna de Eduardo Jordá
Qué débil y pequeña es esta luz,y todo el universo a nuestra vista,y el amor y los gozos,frente al poder,si no puedes amarla, de la noche.