En Borges, y en los diálogos de
Borges con Bioy Casares, sale mucho “guapo” como sinónimo de malevo, matón, cuchillero.
Pero a veces se dice de un cuchillero que se convirtió en “guapo electoral”. Lo
he buscado y resulta que guapo electoral es el matón que se convierte en el
guardaespaldas de un candidato. Y en efecto, en España no tiene significado lo
de guapo electoral. Salvo que (¡por iluminación!) se vea que nuestro guapo
electoral es Sánchez.
Sánchez malevo, matón, cuchillero,
guardaespaldas de sí mismo. Un guapo electoral con toda la jeta. Un cuchillero que
protege a un candidato: así Sánchez, que protege al candidato Sánchez hasta que
llega a presidente del Gobierno, una posición privilegiada para seguir
practicando el cuchillerismo.
En El hombre que fue Jueves de Chesterton, tan querido por Borges, el
jefe de los anarquistas que subvertían el orden era el jefe de la policía cuya
misión era preservarlo. Las dos personas se superponían, en tareas opuestas.
Así Sánchez.
No es que Sánchez quiera subvertir
el orden. Ni tampoco es que quiera preservarlo, la verdad. Lo que quiere
Sánchez es un orden que se acomode a Sánchez. Un orden o un desorden; lo mismo
le da, con tal de que sea sanchista.
El narcisismo autoritario con el
que podemos caracterizar ya, de manera irreversible, a Sánchez sería igual de
temible pero tal vez no tan fastidioso si gozase de un poquito de estabilidad.
Pero Sánchez es una brújula loca que dice y se desdice buscando el solo
beneficio de Sánchez. Nadie se baña dos veces en el mismo Sánchez, empezando
por Sánchez. El suyo es una suerte de adanismo al minuto cuya fórmula sería:
“Donde dije digo digo Diego y siempre quise decir Sánchez”.
Contaba Borges que el “guapo” de no
sé qué pueblo argentino se llamaba Soto, y que a ese pueblo llegó un circo cuyo
domador de leones se llamaba también Soto. Este cobró fama de inmediato por sus
heroísmos circenses. Pero cada vez que el guapo, matón o cuchillero se lo
encontraba en algún sitio, decía: “Acá sobra un Soto”. Y el domador tenía que
largarse.
Acá, en España, pasa un poco lo
mismo: sobramos todos los que no somos Sánchez; o siquiera sanchistas, como mal
menor a ojos de Sánchez.
* * *
En El Español.