Su instinto espoleado por la
insatisfacción ha dado con una formulación brillante: el asunto de nuestro
tiempo es la falta de aventura. Hallazgo que redondea con la consideración de
la aventura como un impulso colectivo, o que junto con su carácter individual
tiene efectos colectivos. Esto le permite ocuparse de las cuestiones de la
época con vivacidad: como si le fuera la vida en ello; la vida que vale. Me he
acordado de la canción de Caetano Veloso “O último romântico”, que
dice en un verso: “Tolice é viver a vida assim sem aventura” (tolice es
tontería, estupidez). La inquietud de Antonio García Maldonado tiene ese
indudable origen romántico: lo bueno es que sería un romanticismo que está al
día, perfectamente informado de la problemática contemporánea.
Además de repasar algunas aventuras
históricas, como las grandes aventuras de la navegación y los descubrimientos, El final de la aventura constata el parón de nuestros días, en que las
aventuras reales –las de la vanguardia tecnológica y científica, por ejemplo–
están reservadas a unos pocos: la abrumadora acumulación de conocimientos exige
una especialización extrema también en este campo. No obstante, el autor se
resiste a ser pesimista (algo que indica en el libro y resalta en la espléndida
entrevista que le han hecho en El
Asombrario) y apunta a dos aventuras colectivas que le aguardan a la
humanidad: la lucha contra el cambio climático y las exploraciones espaciales
que están por venir (“la colonización espacial como la aventura de nuestros
hijos”, escribe).
Con una excelente escritura
ensayística, Antonio García Maldonado tantea estos acuciantes asuntos, se
pregunta y esboza propuestas, apoyándose en fuentes especializadas y, lo que es
muy grato para el lector, en novelas, series y películas: la más recurrente de
todas, Master and Commander. Por la implicación del autor, El final de la
aventura termina siendo una “biografía involuntaria”, algo que él mismo
reconoce en la coda, de tono más confesional. Aquí se encuentra mi párrafo
favorito del libro, que me permito citar entero para concluir, porque lo resume
a la perfección:
A veces reconozco que estoy pasando un mal momento a través de gestos intuitivos en los que reparo cuando ya están en marcha. Cuando voy a una librería y me encamino sin pensarlo a la sección de libros de ciencia, sé que estoy buscando respuestas que no existen, o que no están ahí, que el gesto obedece más a la necesidad que a la curiosidad que siempre he tenido por la astronomía, la física o la medicina. De la misma forma que me pasa cuando imagino y miro con envidia la vida de la vanguardia científico-técnica que sí tiene acceso a las aventuras de nuestro tiempo. O cuando me pongo alguna película de aventuras, como la que ha servido de guía discreto en este libro. Lo que desde fuera puede parecer un pasatiempo banal y una sana costumbre para evadirse, para mí suele significar lo contrario. Somatizo rápido, y suele empeorarme, además del ánimo, el asma y las contracturas. ‘La mente sufre y el cuerpo pide ayuda’, como le recordaba el cardenal Lamberto a un sufrido –y diabético– Michael Corleone en El Padrino III.* * *
En The
Objective.