Una de las constantes en la literatura umbraliana es el sexo, entendido como acto de suprema libertad. ¿Ha caducado esa visión suya? ¿Puede/debe reivindicarse?
No sé si como “acto de suprema libertad”. Creo que hacía lo que podía, como todos y como todas. Lo que llamaba la atención en la época era la franqueza, y las elaboraciones literarias alrededor del asunto. Hace poco he leído su Diario de un escritor burgués, escrito en 1977, y maravilla su desinhibición sobre el sexo. La desinhibición de un hombre educado en el catolicismo y, por lo tanto, con una represión de fondo que trataba de solventar: indagando en su libertad pero también con los tics de la época, que hoy llaman la atención. Su visión era masculina, y desde ella escribía, porque era la suya (expresando también sus vulnerabilidades). Algo que hoy no se entiende, ni quizá se acepta. Es como si se exigieran resultados morales (o moralistas) de inmediato, sin el pedregoso y titubeante camino de perfección.
¿Qué lectura cree que haría hoy de su escritura la nueva izquierda, o izquierda woke, o izquierda reaccionaria? ¿Lo cancelaría?
Umbral sería hoy duro de roer para esa pseudoizquierda. Sencillamente porque era un hombre que escribía lo que le daba la gana. La relación entre la libertad del decir y la censura moral que se produce hoy con esa pseudoizquierda es igual a la que se producía antes con los biempensantes. Con una diferencia: antes irritar a los biempensantes te proporcionaba simultáneamente un montón de cómplices. El provocador, así,contaba con la irritación de unos (aquellos a los que quería irritar) y la complicidad de otros (que eran para los que escribía). Hoy, sin embargo, el provocador no cuenta con cómplices. Está más solo que la una. Porque aquellos que antes eran sus cómplices hoy son los nuevos biempensantes. La consecuencia es que ya no es divertido.
A veces creo que a Umbral, como escritor, sólo conocemos o valoramos los que lo hemos leído en sus diarios, en sus mejores libros de memorias, etc. Y que ahí late, junto a la prosa descarnada y deslumbrante, una ternura que desconocen los habituales de sus columnas, no digamos los que sólo recuerdan el programa con la siniestra Mila. ¿Está usted de acuerdo o quizá exagero, por el lado bueno, por mi cariño hacia Umbral?
Acaba de dar usted la clave de mi fascinación por Umbral a mis dieciséis años. Yo lo conocía por sus columnas y por sus entrevistas en radio y televisión. Me hacía gracia, como Cela con sus gamberraditas, pero poco más. Entonces, a mis dieciséis años, leí por primera vez un libro suyo: Memorias de un niño de derechas. Ahí descubrí ese otro tono lírico e intimista, con esa ternura de la que usted habla, ya desde la dedicatoria, que me sé de memoria: “A los desvencijados niños de la guerra, que comieron conmigo el pan negro de salvados y la tajada del miedo”. A partir de entonces fue maravilloso asistir a sus boutades sabiendo que eran un teatrillo para el público, pero que había otro Umbral, el intimista y tierno, para los iniciados. Ese doble juego fue lo que me fascinó.