31.12.22

Adiós al 2022

[Dietario]

Interesante. En el trenecillo de Torremolinos veo a una mujer, una chica, que parece interesante. Tiene una cara angulosa y seria, como de camafeo antiguo. Fantaseo un poco, pero me limito a mirarla. Ni se me pasa por la cabeza decirle algo. Y no solo por timidez: a estas alturas sé de sobra que no es interesante.

El rincón de Pirri. En nuestras cenas catacumbísticas (la última ha sido tras el acto de Gascón con Arias en La Malagueta), hay una discreta pugna por sentarse en el rincón de Pirri, que es el más divertido. En el resto de la mesa las risas pueden afluir o no, pero aquí están garantizadas. Pirri es malagueño, profesor de Derecho en la universidad, pero su humor es neoyorquino; sabe enredarse en historias woodyallenescas de las que se van desprendiendo chispazos hilarantes: aventuras histriónicas, observaciones costumbristas, agudezas sobre la lucha de sexos. A esta virtud le suma otra que es un auténtico don: su capacidad para, en razón del número de comensales (que pueden llegar a diez) y lo que ofrece la carta, pedirle al camarero exactamente lo necesario. El cálculo lo hace con rápidos vistazos al menú y a la concurrencia y acierta siempre. Por este talento estratégico (o logístico) llamo a Pirri "el Napoleón de las comandas".

Días sin Twitter. Logro estar cinco días sin Twitter. ¡Cinco días! Para obligarme, además de suspender mi cuenta, he quitado la aplicación. La primera sensación es la del miembro fantasma: la cantidad de veces que, sin pensarlo, llevo la mano al iphone para consultar Twitter. Hay un rebote de soledad. Se va recuperando no 'tiempo', sino 'el tiempo'. El tiempo de antes: el tiempo agreste. Resulta abrumador. Al final me pongo a echar partidas rápidas de ajedrez. Parece que en internet hay que desperdiciar los minutos de un modo u otro, y que si no es con Twitter es con otra cosa. Vuelvo a Twitter.

Mirador de Sansueña. Reabre el mirador de Torremolinos, que tiene la mejor vista a la bahía de Málaga. Ha estado cerrado varios años. Lo descubrí hace casi veinticinco y he pasado muchas horas aquí. Con frecuencia he venido desde Málaga solo para asomarme. Está al lado del Castillo de Santa Clara, justo encima de los apartamentos Castillo del Vigía: la azotea de estos es la plaza pública, aunque con verja, en la que se encuentra el mirador. Lo han reabierto con un nombre (antes no tenía): Mirador de Sansueña (en el rótulo de la entrada omiten negligentemente la preposición). Es un homenaje a Luis Cernuda, el poeta que más quiero de la Generación del 27. Sansueña es como llamaba Cernuda a Torremolinos. Han pintado de azul los muros y han colocado siluetas de tamaño natural. Además de Cernuda, están Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Concha Méndez, María Teresa León, Josefina de la Torre y María Zambrano. Dando al mar está pintado un enorme barco-ballena. He venido el día de la inauguración, el 17 de diciembre, pero por la tarde. La gente que entra se queda admirada. A mí me emociona recuperar la vista. Me fumo un purito, como tantas veces, mirando el litoral: esta calma de la línea de las olas abajo, la franja de la playa (acotada por las palmeras y los edificios), y la masa lisa del mar, ligeramente vibrante. Y el sonido apaciguado. Y el estruendito lejano de los aviones como de juguete que se dirigen al aeropuerto. Sensaciones recobradas, entre felices y melancólicas. Mucha felicidad y mucha melancolía he vivido aquí, siempre con belleza.

Música en la casa. Cena de Nochebuena con mi madre, mi hermana, mi hermano, mi cuñado, mi cuñada, mis dos sobrinos y mis dos sobrinas. Agradable como siempre y con una suave felicidad. Esta vez hay una sorpresa. Mi sobrina menor, Lucía, de diez años, lleva dos cursos estudiando viola y nos da un conciertillo: cuatro o cinco piezas breves, entre ellas 'Noche de paz', que ejecuta con seguridad y encanto. Es la primera vez que suena música así, en vivo, en la casa. Mezcla de agradecimiento y emoción.

Se va Alberca. Al quedar con Alberca me doy cuenta de que llevo ofuscado desde marzo. Por entonces perdí esta costumbre grata de verlo. He estado en general solo, descontando los encuentros catacumbísticos. La novedad es que Alberca se va de Málaga, después de cuarenta años. Se jubiló el curso pasado de profesor de Literatura y vivirá en su piso de Madrid. Lo acompaño a una librería de viejo (quiere aligerarse de libros para la mudanza) y nos tomamos un vino italiano en La Dispensa. Me enseña el artículo que ha publicado en el último número de la revista 'Clarín'. Trata de una pintada que vio en Pontevedra. En el edificio de al lado del que tiene la placa "Aquí vivió Valle-Inclán", alguien ha escrito: "Aquí vivió el vecino de Valle-Inclán".

Balance. Ha sido un año malo, pero podría haber sido peor. Al que viene le pido lo mismo. 

* * * 

30.12.22

Lecturas 2022

1. Ulises. James Joyce. 
2. Ser y tiempo. Martin Heidegger. 
3. Bukowski esencial: Poesía. Charles Bukowski (ed. A. Debritto). 
4. Nietzsche. A very short introduction. Michael Tanner. 
5. Crónicas marcianas. Ray Bradbury. 
6. Azca. Alba Flores Robla. 
7. Cocido y violonchelo. Mercedes Cebrián. 
8. Joyce. Edna O'Brien. 
9. Cuando el tiempo nos alcanza. Memorias (1940-1982). Alfonso Guerra. 
10. Políticamente indeseable. Cayetana Álvarez de Toledo. 
11. Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina. Carlos Granés. 
12. El mal dormir. David Jiménez Torres. 
13. Cinco inviernos. Olga Merino. 
14. Obra maestra. Juan Tallón. 
15. En busca del fantasma de América. Viajes y ensayos en los EE.UU. Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan. 
16. Noruega. Rafa Lahuerta Yúfera. 
17. Arde este libro. Fernando Marías. 
18. Los titanes venideros. Ernst Jünger (eds. A. Gnoli y F. Volpi). 
19. El nudo gordiano. Ernst Jünger. 
20. Galgo corredor. Los años guerreros (1953-1964). Fernando Sánchez Dragó. 
21. "Los etruscos (Diario)". Iñaki Uriarte. 
22. Los adioses. Juan Carlos Onetti. 
23. Amor. Maayan Eitan. 
24. Mediterráneos. Poesía 2001-2021. José Carlos Llop. 
25. Mercado común. Mercedes Cebrián. 
26. La casa del secreto. Ernesto Hernández Busto. 
27. Thomas Pynchon. Una vida oculta. Andrés Ibáñez. 
28. Leontiel. Sanz Irles.
29. Hay más cuernos en un buenas noches. Manuel Jabois.
30. Amoroso. Una biografía de João Gilberto. Zuza Homem de Mello. 
31. Bossa Nova. Ruy Castro. 
32. Ho-ba-la-lá. À procura de João Gilberto. Marc Fischer. 
33. Hazte quien eres. Jorge Freire. 
34. Diario de pintura. Miguel Gómez Losada. 
35. Poesía (1974-2001). José Carlos Llop. 
36. It (Eso). Stephen King. 
37. La dispersión. Eugenio Trías. 
38. Dos vidas. Emanuele Trevi. 
39. Tormenta todavía. Andreu Jaume. 
40. Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario. Ernesto Hernández Busto. 
41. Roma desordenada. Juan Claudio de Ramón. 
42. El rey Lear. William Shakespeare. 
43. Sigo aquí. Maggie O'Farrell. 
44. Yo, mentira. Silvia Hidalgo. 
45. Las palabras justas. Milena Busquets. 
46. El señor Wilder y yo. Jonathan Coe. 
47. Convalecencias. La literatura en reposo. Daniel Ménager. 
48. Mujeres y días. Gabriel Ferrater (trs. P. Gimferrer, J. A. Goytisolo y J. Mª Valverde). 
49. Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater. Jordi Amat. 
50. "Poema inacabado". Gabriel Ferrater (tr. Mª À. Cabré). 
51. Aniquilación. Michel Houellebecq. 
52. Noche en París. Antonio Jiménez Millán. 
53. Sobre el suicidio y otros ensayos. David Hume. 
54. La razón en marcha (Conversaciones con Félix Ovejero). Julio Valdeón. 
55. Guerra y paz. Liev N. Tolstói. 
56. Mishima o la visión del vacío. Marguerite Yourcenar. 
57. F. Justo Navarro. 
58. Muros de Troya, playas de Ítaca. Homero y el origen de la épica. Jacqueline de Romilly. 
59. Arqueologías. Ada Salas. 
60. Camp de Mar. Andreu Jaume. 
61. Libro de los trazados. Vicente Valero. 
62. Versiones de Oriente. Octavio Paz. 
63. Cordura. Antonio Martínez Sarrión. 
64. Poeta en diwan. Antonio Martínez Sarrión. 
65. Farol de Saturno. Antonio Martínez Sarrión. 
66. Cuentos de los mil y un Rohmer. Françoise Etchegaray. 
67. Un verano con Montaigne. Antoine Compagnon. 
68. No me acuerdo de nada. Nora Ephron. 
69. Agua y jabón. Marta D. Riezu. 
70. Poemas del río Wang. Wang Wei y Pei Di. 
71. La felicidad de los pececillos. Simon Leys. 
72. Crisantiempo. Haroldo de Campos (tr. A. Sánchez Robayna). 
73. El instante y la libertad en Montaigne. Rachel Bespaloff. 
74. "John Rawls: la sociedad bien ordenada y el liberalismo político". Manuel Toscano. 
75. El factor Borges. Alan Pauls. 
76. Charles Bukowski. Un disparo en la oscuridad. Carlos Mármol. 
77. Luis Cernuda. Fuerza de soledad. Jordi Amat. 
78. Crónica del desamor. Rosa Montero. 
79. Las mejores condiciones. Manuel Pacheco. 
80. Sprezzatura. Concealing the effort of art from Aristotle to Duchamp. Paolo D'Angelo. 
81. Las nubes. Luis Cernuda. 
82. Como quien espera el alba. Luis Cernuda. 
83. Vivir sin estar viviendo. Luis Cernuda. 
84. Con las horas contadas. Luis Cernuda. 
85. Desolación de la Quimera. Luis Cernuda. 
86. Las herederas. Aixa de la Cruz. 
87. La familia. Sara Mesa. 
88. Un tal González. Sergio del Molino. 
89. Un año y tres meses. Luis García Montero. 
90. Divinos detectives. Chesterton, Gramsci y otros casos criminales. Ramón del Castillo. 
91. Ser único. Un desafío existencial. Rüdiger Safranski. 
92. Árbol adentro. Octavio Paz. 
93. Circular 22. Vicente Luis Mora. 
94. Conversaciones con Caetano Veloso. Carlos Galilea. 
95. Molde roto. Una conversación con flamencos. Arcadi Espada y Antonio España. 
96. Por el cambio. Ignacio Varela. 
97. El desaliento. Rafael García Maldonado. 
98. La cancelación y sus enemigos. Gonzalo Torné (en colaboración con Clara Montsalvatges). 
99. Hipocondría moral. Natalia Carrillo y Pau Luque. 
100. Cartas escogidas (1888-1922). Marcel Proust (ed. E. Ocampo).
101. Fake news. Cómo acabar con la política española. Daniel Gascón. 
102. Libertad. Una historia de la idea. Josu de Miguel Bárcena.
103. Alta traición. Antología poética. José Emilio Pacheco (ed. J. Mª Guelbenzu).
104. Una sola vida. Manuel Vilas.
105. Tristissima noctis imago. Pere Gimferrer.
106. Lujurias y apocalipsis. Luis Antonio de Villena.
107. Lo que hay. Sara Torres. 
108. En el vientre de la ballena. George Orwell.
109. Piensa claro. Kiko Llaneras.
110. Los brotes negros. Eloy Fernández Porta.
111. El sobrino de Rameau. Denis Diderot.
112. 50 estados. 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos. Ezequiel Zaidenwerg.
113. Los setenta y cinco folios y otros manuscritos inéditos. Marcel Proust.
114. Proust: guía de la 'Recherche'. Alberto Beretta Anguissola.
115. Verde agua. Marisa Madieri.
116. Anarquistas gracias a Dios. Zélia Gattai.
117. O ar que me falta. Luiz Schwarcz.
118. "El indolente". Luis Cernuda.
119. Matar a Platón. Chantal Maillard.
120. "Cualquiera sabe (Diario)". Iñaki Uriarte.
121. "La vida ante los tribunales". Teresa Uriarte. 
122. Despojos. Rachel Cusk.
123. El cuello no engaña. Nora Ephron.
124. Se acabó el pastel. Nora Ephron.
125. Cinco lecciones de amor proustiano. Estela Ocampo.
126. El polaco. J. M. Coetzee.
127. Ítaca. C. P. Cavafis (tr. V. Fernández).

29.12.22

Acusaciones delatoras

2022 ha sido un mal año político y 2023 será peor. Incluso si cae el PSOE. Sobre todo si cae el PSOE. Le auguro debacle en las municipales y autonómicas de mayo (no hay que ser Casandra), y posteriormente en las generales, que tal vez se precipiten. Caballo Loco sabrá crispar cada vez más el ambiente, narciso heridísimo, de manera que el futuro gobierno se encuentre un país hecho unos zorros. La calle será un hervidero de frustrados histéricos, especialmente en los territorios nacionalistas, y ese será el verdadero legado de Sánchez: un país peor, un país imposible.

Caballo Loco o Atila. Su "no es no" fundacional. Ahí estaba todo. Un empecinamiento autorreferencial, que excluía al otro; un aislacionismo solipsista que impedía toda comunicación con el contrario. Sus alianzas de después para la moción de censura solo eran la consecuencia. Yo no lo vi entonces. (Otros sí.) A mí la jugada me hizo gracia porque pensaba que era un timo a sus aliados, a los que engañaría y traicionaría. De Sánchez aún se podía decir, como dije, que, puesto que era un sujeto vacío, cabía la posibilidad de que fuese rellenado con el bien. Pero no, era la expresión misma de lo que era: un vacío inclinado hacia el mal (por aquella cerrazón constitutiva). Sus aliados, se dice pronto: lo peor del Parlamento. Filoetarras, golpistas aún calientes de su golpe, populistas que llevaban ya unos años excitando sórdidos resentimientos viscerales y un guerracivilismo soez.

Aun así, Sánchez y el PSOE eran la parte presentable en comparación con sus socios impresentables. Cuatro años después, Sánchez y el PSOE son indistinguibles de sus socios. Se han contagiado de impresentabilidad por simpatía; si es que no se han servido de la ocasión para destapar su tarro de las esencias particular, aquel PSOE de Largo Caballero que siempre estuvo ahí: vigente en el sectarismo de la militancia.

Es cierto, lo anoté no hace mucho, que durante toda la Transición se mantuvo latente la guerra civil. Esta se manifestaba cuando los partidos recurrían a un último argumento en los momentos de desesperación: la deslegitimación del oponente como heredero (preconstitucional; o mejor, anticonstitucional) de uno de los bandos. Lo hizo Suárez en 1979 cuando advirtió de que volvían los rojos; lo hizo González en 1996 cuando advirtió de que volvían los fascistas. Por su parte, también González sufrió acusaciones deslegitimadoras; como las sufrió Aznar. El último argumento, en un país que fue capaz de enfrentarse en una guerra civil de la que sigue traumatizado, siempre ha sido expulsar al otro.

Zapatero hizo de esto, es decir, del guerracivilismo, no ya un recurso desesperado y más o menos ocasional, sino uno de los ejes mismos de su política (con el disfraz del talante). Y Sánchez lo ha exacerbado. En Sánchez ya no hay nada más que esto.

No hay una sola intervención del presidente en que no acuse al PP de estar fuera de la Constitución. Y últimamente de querer dar un golpe de Estado por medio de los jueces y el Tribunal Constitucional. Son acusaciones gravísimas. Emitidas con una ligereza que no atenúa, sino que potencia, su gravedad, ya que contribuyen a mantener el terreno institucional embarrado, impracticable: con la brecha guerracivilista abierta. (El PP cae con frecuencia en el error de participar en el juego.)

Pero son acusaciones delatoras, que tienen el efecto de desenmascarar a quien las profiere: Sánchez necesita hacer acusaciones de tanta gravedad para encubrir la política que está haciendo de tanta gravedad. Su retórica acusatoria es el reverso de su acción, de su culpa: por aquella exhibe el calado de esta. 

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23.12.22

Los falsos progresistas

[La Brújula (Zona de confort), 1:24:35]
 
Hola, querido Rafa Latorre. Hay dos tipos de progresistas: los que consideramos que nada hay más progresista que el Estado de derecho y los falsos progresistas. Entre estos últimos están nuestros progresistas oficiales. Una de las dificultades con que me encuentro en la pelea política española (¡me niego a llamarla conversación!) es que esos progresistas oficiales, los autodenominados progresistas, son para mí los verdaderos reaccionarios. Es para volverse loco: los que no paran de acusar a los otros de antidemócratas son los que más cerca están de ser antidemócratas; los que se exhiben como antifranquistas son los que más tics franquistas tienen. Por un lado, está esa curiosa perversión española que consiste en que se es más progresista cuanto más comprensivo se sea con el nacionalismo, que en España –descontado el ya inoperante nacionalismo español– siempre es el nacionalismo disgregador de las regiones ricas, insolidarias, antiigualitarias y con tendencia a extranjerizar a la mitad como mínimo de sus habitantes. Por otro lado, está la perversión aún mayor del populismo, que caracterizaba a la sección podemita del Gobierno y ahora caracteriza también a la socialista, encabezada por el presidente Sánchez. Según el populismo, nada hay superior al pueblo, al que considera soberano absoluto, ni siquiera las leyes ni los contrapoderes propios del Estado de derecho. Por supuesto, ese absolutismo popular tiene trampa: el pueblo no se expresa directamente, sino por medio de sus intérpretes exclusivos, que son los populistas. De ahí su tendencia despótica, arbitraria, totalitaria, de la que no se avergüenzan de alardear. Ya que este carácter reaccionario está desatado en el Gobierno que se llama a sí mismo progresista, el 2023 será políticamente malo. Pero tendrá algo bueno: no nos vamos a aburrir. En fin, me despido con mi felicitación tradicional de estas fechas: ¡Feliz Navidad y Próspero Merimée!

22.12.22

Serrat: no y sí

Los cantantes, en sus giras de despedida, suscitan artículos que son como necrológicas. Eso les permite acceder (una curiosidad que compartimos todos) a lo que se dice de ellos después de muertos. Ahora le toca a Joan Manuel Serrat, que dará su último concierto mañana 23 de diciembre en Barcelona. Se retira con setenta y nueve años. Los artículos de estos meses que he alcanzado a leer (los penúltimos han sido los de Madrid de la semana pasada) tenían ese perfecto aire necrólogo, aunque sin la parte amarga de la muerte. Yo quiero aprovechar que vive para no rendirme al género.

No puedo ser hagiográfico porque llevo más de treinta años metiéndome con Serrat. En concreto desde su disco con Benedetti El sur también existe, a los que siguieron otros dos que detesté aún más, Bienaventurados y Utopía. Sobre todo este último, de 1992, en que me estomagaba aquella "utopía" perseguida por unos "lebreles" que prefiguraban los dóberman del anuncio electoral del PSOE. Aquella quejumbrosa llamada a una utopía de cartón piedra concentraba los males del estilo cantautoril, para mí a la par que la tuna en mis detestaciones musicales. Con la diferencia, en favor de la tuna, de que los "clavelitos" no son susceptibles de convertirse en un infierno político.

Puesto ya Serrat en mi punto de mira, no he dejado de ejercitarme en su contra. Lo he llamado pancista político, porque tiene esa cosa de los cantautores de que solo atacan el fascismo cuando este lleva el envoltorio adecuado: con aspecto de Franco, Pinochet o cualquiera de los dictadores argentinos. Ahí el cantautor se motiva y lo da todo. Un compromiso sin duda arriesgado, por peligroso, pero fácil. En cambio, cuando el dictador no se atiene del todo a las instrucciones, como Fidel, el cantautor se calla en el mejor de los casos. En cuanto a la democracia, con Serrat también se ha dado eso de no chistar, salvo para apoyar, cuando han gobernado los suyos. Lo mismo con los nacionalistas. Naturalmente, siempre se ha celebrado su espíritu crítico.

Algunos de nuestros males se los he atribuido a Serrat como precursor. Además de los mencionados lebreles, está "Esos locos bajitos", de 1981, que contiene ya el programa entero de la Logse y su desastre educativo de años después. Esa canción ha fabricado generaciones de pequeños nerones. Hasta los recientes episodios de ecologistas despreciando los cuadros de los museos tienen un precedente serratiano: aquella preferencia por el "lunar de tu cara" sobre "la pinacoteca nacional". Pero mi mayor acusación contra Serrat es la de haber asesinado a Machado. No al poeta, sino a su poesía: los poemas que musicó son inservibles, porque están corroídos por la musiquilla que les puso. No hay manera de volverlos a leer sin ella. Por eso he repetido que fue de justicia poética que el asesino de Machado fuera asesinado a su vez por otro poeta, Benedetti, en aquella colaboración letal...

¡Pero! Yo fui serratiano. Supongo que al final lo único que hace uno es combatirse a sí mismo, y todas mis bromitas y andanadas son para tirar de la bicicleta al Montano de quince años que canturreaba por el paseo marítimo "Hoy puede ser un gran día". Nada me gustaba más que Serrat: el disco En tránsito y el siguiente, Cada loco con su tema, que son los que salieron cuando me aficioné. Y las canciones que llegaban de antes: "Mediterráneo", por supuesto, "Tu nombre me sabe a yerba", “Penélope” o "Balada de otoño". Y, qué le voy a hacer, me encantaba "Cantares", de (y sobre) Machado, la primera canción en cuya letra me fijé; y las versiones de Miguel Hernández, como "Para la libertad", que me sigue encantando.

¡Mi favorito era Serrat! ¡Hubiera querido ser Serrat! Ahora, en realidad, al leer los artículos necrológico-hagiográficos me he emocionado. Y me he puesto un vídeo de su adiós en Madrid y había dignidad y homenaje a la vida, y se me han saltado las lágrimas. Así no hay manera. ¡Maldita sea! 

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16.12.22

El fútbol de Sánchez

[La Brújula (Zona de confort), 1:24:55]

Hola de nuevo, Rafa Latorre. Ya tenía ganas de volver. La gran novedad futbolística de estas semanas no ha sido el Mundial, sino que el presidente Sánchez ha reinventado el fútbol. Lo que pasa es que por ahora solo lo practica en el sitio en el que él juega, que es la política. El fútbol de Sánchez consiste en que el árbitro es el duodécimo jugador de uno de los dos equipos. Concretamente, el equipo de Sánchez. Así lo dice su reglamento, que está pensado para que siempre gane Sánchez. Esto no es un capricho de Sánchez, sino un regalo que él le hace a España y a la humanidad. Quedaría feo que ganase un equipo que no fuera el de Sánchez. Sánchez es la encarnación misma del 'jogo bonito'. El público no entendería que ganasen los feos de enfrente, que además son fascistas. ¿Y por qué sabemos que lo son? Muy sencillo: son fascistas porque intentan ganarle a Sánchez. Esta definición está sacada también de su reglamento. En él se indica además que el árbitro, que como digo es el duodécimo jugador del equipo de Sánchez, tiene la facultad de levantarles las sanciones a sus compañeros expulsados para que vuelvan al campo inmediatamente. Encima podrá pitarle al equipo contrario cuantas faltas desee. No tienen que haberlas 'cometido', ya que vienen de casa con la falta puesta: la falta de quererle ganar a Sánchez y ser, por lo tanto, fascistas. Pero lo mejor del reglamento es que el árbitro está obligado a pitar cada diez minutos un penalti en favor de Sánchez. Le pondrá a Sánchez los goles como le ponían los salmones a Franco. Sánchez debe ser el Pichichi de cada partido. Al fin y al cabo, el fútbol ya no es el fútbol, sino el fútbol de Sánchez.

15.12.22

De la imposible defenestración de Sánchez

Por fin salió alguien en activo del PSOE, Page, a criticar abiertamente lo que Lambán criticó y luego se medio retractó para volverse ahora a medio pronunciar (y se rumorea que si Barbón). Han pasado veinticuatro horas cuando escribo y Page aún no se ha retractado. Los teléfonos desde Moncloa deben de estar zumbando. No sé si para cuando ustedes lean esta columna habrá habido alguna novedad. La actualidad española se mueve a ritmo de sismógrafo en pleno terremoto.

El problema de los críticos del PSOE es que no se podrán cargar a Sánchez. Por la razón que apunté una vez: ya se lo cargaron. Y volvió el tío y ahí sigue. Hubo un PSOE que olió el peligro de Sánchez. Y se lo cargó sin contemplaciones. Entonces pareció brutal cómo actuó contra él. Lo que hicieron entonces se corresponde con lo que después hemos venido viendo que era el personaje. Pero aquel PSOE desapareció. Fue Sánchez el que se lo cargó a su vez, tras su regreso triunfal empujado por la militancia. Los críticos o semicríticos como Page y Lambán (y puede que Barbón) no tienen nada que hacer.

La militancia se ha soldado a Sánchez, así como lo que queda del partido (o el partido que queda), salvo los pocos críticos y semicríticos (y los que se lo piensan), y va dando los bandazos de Sánchez y cruzando sus líneas rojas, que son ya una pasarela. Un elemento importante es que con Sánchez hay poder y con el PSOE que lo defenestró no lo había ya: era un partido en declive. Es un puro asunto de poder, alimentado con la gasolina del partidismo. Solo cambiará algo cuando Sánchez pierda el poder. Su defenestración efectiva solo pueden llevarla a cabo los electores.

El problema ya no es Sánchez, sino quienes lo apoyan: por acción o por omisión. Entre estos últimos me son particularmente entrañables los articulistas del primer diario del país. También aquí hay tres críticos, como en el PSOE: hasta este punto llega la correspondencia entre este partido y su periódico. Salvo esas excepciones, los que no son abiertamente sanchistas, es decir, los que conservan un poco de vergüenza, hacen malabares para escoger cada semana un tema del que escribir que no sea el tema del que hay que escribir. Resulta de ello amenísimas misceláneas. Llama particularmente la atención el silencio (¡alcanza ya dimensiones argullolianas!) de un histórico colaborador que en otros tiempos se mostró muy preocupado por la desdichada suerte de la república de Weimar y ahora siempre encuentra otras cosas de las que escribir que no son la deriva española, que apunta a otra Weimar.

En cuanto a los cómplices por acción, son propiamente las termitas de Weimar. Un Sánchez solo no basta. Para llevar a cabo el deterioro a que está sometiendo al Estado de derecho, con su utilización partidista del código penal, con su abaratamiento de la malversación, con su asalto a las instituciones, con su degradación de la democracia y con sus concesiones al populismo y al independentismo, hacen falta muchos. Yo no me imaginaba que un autócrata narcisista pudiese contar con tantos en la España constitucional, que pudiese disfrutar de tanta impunidad entre los suyos.

Que el partidismo obcecado era un mal de este país (tal vez la más soez muestra de franquismo sociológico; muy conectado, por otra parte, con la tradición española) ya lo sabía. Lo que no sabía es que los partidistas no contasen con ningún otro principio superior al de su partidismo. Con Sánchez lo estamos viendo. Como lo vieron en su día los que lo defenestraron para nada. 

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8.12.22

El peor día de la Constitución

El de la Constitución viene siendo un día melancólico y bellísimo. Cada año es peor que el anterior, pero mejor que el siguiente. El de anteayer fue, por tanto, el peor hasta la fecha.

La presidenta del Congreso Meritxell Batet dio un discurso en contra de las malas palabras de los diputados. Se le olvidó añadir que se refería a las malas palabras de los diputados de la oposición. Las malas palabras de los diputados afines al Gobierno le parecen buenas. El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, por su parte, hizo estas graves declaraciones (pero no se alarmen: nadie se alarma): "Tenemos una oposición, la oposición conservadora y la oposición ultraconservadora, que está situada fuera de la Constitución". Los que están dentro de la Constitución, según el idiolecto de Sánchez, son sus socios filoetarras y golpistas. Y el podemismo que cogobierna. Y el propio Sánchez.

Aprovechando que, según las encuestas, los españoles no le están exigiendo pulcritud, y que por la tarde había circo, volvió a insinuar su reforma a la carta del delito de malversación. Carlos E. Cué en El País (o tal vez fue El País, interpretando el espíritu de Cué, que es el de El País, es decir, el del Gobierno), lo tituló con una sofisticación teológica admirable: "Sánchez abre la puerta a reformar el delito de malversación sin que afecte a la corrupción". Como esos yoguis que atraviesan el fuego sin quemarse, los socios del Gobierno pueden ejercer la corrupción sin ser corruptos. Son republicanos, pero aspiran a una inviolabilidad borbónica.

Alberto Núñez Feijóo e Inés Arrimadas cargaron contra Sánchez tras la foto. Por un lado, no era el día; por otro, sí era el día. El president catalán Aragonès obligó a que se trabajara en la Generalitat: para mí una excelente manera de celebrar esa Constitución a la que les deben el puesto y el sueldo. La otra facción del independentismo se dedicó a quemar banderas españolas y ejemplares de la Carta Magna. Esta furia encajaría unas horas más tarde con el ánimo de la nación entera, cuando la selección española fue eliminada del Mundial. Lo que también tuvo su aspecto positivo: más lubricante para las relaciones hispano-marroquíes.

La Constitución es nuestra paz civil, como repite Cayetana Álvarez de Toledo; pero cada vez hay más sujetos con ganas de guerra. No terminarán de conseguirlo mientras la Constitución siga vigente. No es intocable, como dice el hastiado tópico, pero hay que tocarla por los procedimientos constitucionales. No es la letra lo fundamental, sino el método. La estructura. Esa estructura deseable por la que pululan indeseables. Esto también suena a teología, pero es radical política laica. La más progresista, de hecho: lo que convierte en reaccionarios a quienes se dicen progresistas pero la socavan. Esto es lo bellísimo.

Faltaron a la ceremonia de Madrid los nacionalistas y los socios filoetarras y golpistas del Gobierno, y faltó Vox, y faltaron los barones semidíscolos de Sánchez. Algún día faltarán todos, y ese será el día de la Constitución perfecto. 

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1.12.22

Pasando a la historia

El presidente Sánchez pasará a la historia no por lo que él cree, sino por ser el gran inspirador de mis columnas. Es la tercera seguida que le dedico. No me había pasado con nadie. Compite él solo con toda la actualidad. Y le gana.

Lo de pasar a la historia lo dijo en el homenaje a Almudena Grandes, que para grande él. No puede ser azaroso que al otro Grande que tiene en su gobierno, Marlaska, se empeñe en empequeñecerlo. Al aguantarlo en el ministerio, mientras claman los acontecimientos lúgubres de junio en Melilla, lo está sometiendo a un proceso de jibarización espeluznante (con la impagable colaboración, todo hay que decirlo, del propio Marlaska). Nadie en el gobierno Sánchez puede hacerle sombra a Sánchez y nadie se la hace. Todos y todas son fusibles que se irán quemando para proteger su resplandor: el Presidente Sol, tal vez así se vea.

Esto de convertir homenajes en autohomenajes, como ha señalado Rafa Latorre, no se le da nada mal a Sánchez. Hace poco lo hizo con Felipe González, en el cuadragésimo aniversario de la primera victoria socialista. Entonces el homenaje se lo birló al homenajeado en sus vivas narices. Ahora se lo ha birlado a una muerta. Ya es tener poca sensibilidad semántica hablar de exhumaciones en semejante ocasión. Una sensibilidad que no le faltó al realizador del vídeo, que en ese momento de la perorata de Sánchez pasó a enfocar el retrato de la homenajeada ausente. Sus deudos aplaudieron.

El instante historicista de Sánchez es enternecedor. En un ámbito ideológicamente afín, lleno de cantautores, de rockeros convertidos en cantautores y de cineastas convertidos en cantautores, el presidente les mostró lo que se cuece en su cabecita; o mejor, les abrió su corazón. Hay que fijarse en su gestualidad, en su movimiento de manos, en su apurada sonrisa, en su mirada: qué candorosa exhibición de modestia. Les estaba haciendo partícipes de lo que siente; se lo estaba ofrendando. Transcribo: "Bueno, una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador de un gran, eh, monumento como el que construyó en, en el Valle de los Caídos. Y yo siempre digo [aplausos]... No... Siempre digo...". No es Churchill como orador, aunque se dirige a la historia en el taxi de Attlee.

Su idea de la memoria histórica, que ha logrado hacer ley, contempla no solo la pretérita, sino también la por venir. Nuestro Napoleón les tira de la manga a los historiadores futuros para que le dejen pasar, algo que siempre consiguió el presidente en su juventud discotequera. Aspira a ser recordado como trasladador de cadáveres. Aunque esta es solo "una de las cosas". Asegura tener más. Le creemos. Ahora que sabemos que se sabe el poema de que la historia de España termina mal, no me extrañaría verlo presumiendo como ante aquel presentador de TVE: "¿Y eso de quién depende?". Sí, puede que pase a la historia en lamentables condiciones.

Pero también existe la otra acepción de "pasar a la historia": acabarse, ser olvidado. "Sánchez pasó a la historia", podremos decir cuando se vaya o lo echen. Por el momento, ya sabemos que, en vez de gobernar, se dedica a hacer historia. Quizá esto explique su política.

En fin, este tipo de columnas son como chutar a portería vacía (como el taxi de Attlee). Da hasta cosa. Salvo que la portería no está vacía: hay legión de sanchistas parándole goles. Entre ellos el primer periódico del país. De esto sí tendrán que ocuparse los historiadores futuros. Tarea que les dejan virgen los politólogos presentes.

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