31.12.22

Adiós al 2022

[Dietario]

Interesante. En el trenecillo de Torremolinos veo a una mujer, una chica, que parece interesante. Tiene una cara angulosa y seria, como de camafeo antiguo. Fantaseo un poco, pero me limito a mirarla. Ni se me pasa por la cabeza decirle algo. Y no solo por timidez: a estas alturas sé de sobra que no es interesante.

El rincón de Pirri. En nuestras cenas catacumbísticas (la última ha sido tras el acto de Gascón con Arias en La Malagueta), hay una discreta pugna por sentarse en el rincón de Pirri, que es el más divertido. En el resto de la mesa las risas pueden afluir o no, pero aquí están garantizadas. Pirri es malagueño, profesor de Derecho en la universidad, pero su humor es neoyorquino; sabe enredarse en historias woodyallenescas de las que se van desprendiendo chispazos hilarantes: aventuras histriónicas, observaciones costumbristas, agudezas sobre la lucha de sexos. A esta virtud le suma otra que es un auténtico don: su capacidad para, en razón del número de comensales (que pueden llegar a diez) y lo que ofrece la carta, pedirle al camarero exactamente lo necesario. El cálculo lo hace con rápidos vistazos al menú y a la concurrencia y acierta siempre. Por este talento estratégico (o logístico) llamo a Pirri "el Napoleón de las comandas".

Días sin Twitter. Logro estar cinco días sin Twitter. ¡Cinco días! Para obligarme, además de suspender mi cuenta, he quitado la aplicación. La primera sensación es la del miembro fantasma: la cantidad de veces que, sin pensarlo, llevo la mano al iphone para consultar Twitter. Hay un rebote de soledad. Se va recuperando no 'tiempo', sino 'el tiempo'. El tiempo de antes: el tiempo agreste. Resulta abrumador. Al final me pongo a echar partidas rápidas de ajedrez. Parece que en internet hay que desperdiciar los minutos de un modo u otro, y que si no es con Twitter es con otra cosa. Vuelvo a Twitter.

Mirador de Sansueña. Reabre el mirador de Torremolinos, que tiene la mejor vista a la bahía de Málaga. Ha estado cerrado varios años. Lo descubrí hace casi veinticinco y he pasado muchas horas aquí. Con frecuencia he venido desde Málaga solo para asomarme. Está al lado del Castillo de Santa Clara, justo encima de los apartamentos Castillo del Vigía: la azotea de estos es la plaza pública, aunque con verja, en la que se encuentra el mirador. Lo han reabierto con un nombre (antes no tenía): Mirador de Sansueña (en el rótulo de la entrada omiten negligentemente la preposición). Es un homenaje a Luis Cernuda, el poeta que más quiero de la Generación del 27. Sansueña es como llamaba Cernuda a Torremolinos. Han pintado de azul los muros y han colocado siluetas de tamaño natural. Además de Cernuda, están Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Concha Méndez, María Teresa León, Josefina de la Torre y María Zambrano. Dando al mar está pintado un enorme barco-ballena. He venido el día de la inauguración, el 17 de diciembre, pero por la tarde. La gente que entra se queda admirada. A mí me emociona recuperar la vista. Me fumo un purito, como tantas veces, mirando el litoral: esta calma de la línea de las olas abajo, la franja de la playa (acotada por las palmeras y los edificios), y la masa lisa del mar, ligeramente vibrante. Y el sonido apaciguado. Y el estruendito lejano de los aviones como de juguete que se dirigen al aeropuerto. Sensaciones recobradas, entre felices y melancólicas. Mucha felicidad y mucha melancolía he vivido aquí, siempre con belleza.

Música en la casa. Cena de Nochebuena con mi madre, mi hermana, mi hermano, mi cuñado, mi cuñada, mis dos sobrinos y mis dos sobrinas. Agradable como siempre y con una suave felicidad. Esta vez hay una sorpresa. Mi sobrina menor, Lucía, de diez años, lleva dos cursos estudiando viola y nos da un conciertillo: cuatro o cinco piezas breves, entre ellas 'Noche de paz', que ejecuta con seguridad y encanto. Es la primera vez que suena música así, en vivo, en la casa. Mezcla de agradecimiento y emoción.

Se va Alberca. Al quedar con Alberca me doy cuenta de que llevo ofuscado desde marzo. Por entonces perdí esta costumbre grata de verlo. He estado en general solo, descontando los encuentros catacumbísticos. La novedad es que Alberca se va de Málaga, después de cuarenta años. Se jubiló el curso pasado de profesor de Literatura y vivirá en su piso de Madrid. Lo acompaño a una librería de viejo (quiere aligerarse de libros para la mudanza) y nos tomamos un vino italiano en La Dispensa. Me enseña el artículo que ha publicado en el último número de la revista 'Clarín'. Trata de una pintada que vio en Pontevedra. En el edificio de al lado del que tiene la placa "Aquí vivió Valle-Inclán", alguien ha escrito: "Aquí vivió el vecino de Valle-Inclán".

Balance. Ha sido un año malo, pero podría haber sido peor. Al que viene le pido lo mismo. 

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