La presidenta del Congreso Meritxell Batet dio un discurso en contra de las malas palabras de los diputados. Se le olvidó añadir que se refería a las malas palabras de los diputados de la oposición. Las malas palabras de los diputados afines al Gobierno le parecen buenas. El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, por su parte, hizo estas graves declaraciones (pero no se alarmen: nadie se alarma): "Tenemos una oposición, la oposición conservadora y la oposición ultraconservadora, que está situada fuera de la Constitución". Los que están dentro de la Constitución, según el idiolecto de Sánchez, son sus socios filoetarras y golpistas. Y el podemismo que cogobierna. Y el propio Sánchez.
Aprovechando que, según las encuestas, los españoles no le están exigiendo pulcritud, y que por la tarde había circo, volvió a insinuar su reforma a la carta del delito de malversación. Carlos E. Cué en El País (o tal vez fue El País, interpretando el espíritu de Cué, que es el de El País, es decir, el del Gobierno), lo tituló con una sofisticación teológica admirable: "Sánchez abre la puerta a reformar el delito de malversación sin que afecte a la corrupción". Como esos yoguis que atraviesan el fuego sin quemarse, los socios del Gobierno pueden ejercer la corrupción sin ser corruptos. Son republicanos, pero aspiran a una inviolabilidad borbónica.
Alberto Núñez Feijóo e Inés Arrimadas cargaron contra Sánchez tras la foto. Por un lado, no era el día; por otro, sí era el día. El president catalán Aragonès obligó a que se trabajara en la Generalitat: para mí una excelente manera de celebrar esa Constitución a la que les deben el puesto y el sueldo. La otra facción del independentismo se dedicó a quemar banderas españolas y ejemplares de la Carta Magna. Esta furia encajaría unas horas más tarde con el ánimo de la nación entera, cuando la selección española fue eliminada del Mundial. Lo que también tuvo su aspecto positivo: más lubricante para las relaciones hispano-marroquíes.
La Constitución es nuestra paz civil, como repite Cayetana Álvarez de Toledo; pero cada vez hay más sujetos con ganas de guerra. No terminarán de conseguirlo mientras la Constitución siga vigente. No es intocable, como dice el hastiado tópico, pero hay que tocarla por los procedimientos constitucionales. No es la letra lo fundamental, sino el método. La estructura. Esa estructura deseable por la que pululan indeseables. Esto también suena a teología, pero es radical política laica. La más progresista, de hecho: lo que convierte en reaccionarios a quienes se dicen progresistas pero la socavan. Esto es lo bellísimo.
Faltaron a la ceremonia de Madrid los nacionalistas y los socios filoetarras y golpistas del Gobierno, y faltó Vox, y faltaron los barones semidíscolos de Sánchez. Algún día faltarán todos, y ese será el día de la Constitución perfecto.
* * *
En The Objective.