[La Brújula (Zona de confort), 1:24:35]
Hola, querido Rafa Latorre. Hay dos tipos de progresistas: los que consideramos que nada hay más progresista que el Estado de derecho y los falsos progresistas. Entre estos últimos están nuestros progresistas oficiales. Una de las dificultades con que me encuentro en la pelea política española (¡me niego a llamarla conversación!) es que esos progresistas oficiales, los autodenominados progresistas, son para mí los verdaderos reaccionarios. Es para volverse loco: los que no paran de acusar a los otros de antidemócratas son los que más cerca están de ser antidemócratas; los que se exhiben como antifranquistas son los que más tics franquistas tienen. Por un lado, está esa curiosa perversión española que consiste en que se es más progresista cuanto más comprensivo se sea con el nacionalismo, que en España –descontado el ya inoperante nacionalismo español– siempre es el nacionalismo disgregador de las regiones ricas, insolidarias, antiigualitarias y con tendencia a extranjerizar a la mitad como mínimo de sus habitantes. Por otro lado, está la perversión aún mayor del populismo, que caracterizaba a la sección podemita del Gobierno y ahora caracteriza también a la socialista, encabezada por el presidente Sánchez. Según el populismo, nada hay superior al pueblo, al que considera soberano absoluto, ni siquiera las leyes ni los contrapoderes propios del Estado de derecho. Por supuesto, ese absolutismo popular tiene trampa: el pueblo no se expresa directamente, sino por medio de sus intérpretes exclusivos, que son los populistas. De ahí su tendencia despótica, arbitraria, totalitaria, de la que no se avergüenzan de alardear. Ya que este carácter reaccionario está desatado en el Gobierno que se llama a sí mismo progresista, el 2023 será políticamente malo. Pero tendrá algo bueno: no nos vamos a aburrir. En fin, me despido con mi felicitación tradicional de estas fechas: ¡Feliz Navidad y Próspero Merimée!