29.5.19

Evasión pessoana

Escribo esto mientras los ciclistas suben el Mortirolo en el Giro y sufro una pájara política. En el peor momento: cuando tengo que escribir una columna, que convendría que fuera política. Pero he terminado de colapsar, después del extenuante ciclo que el domingo concluyó. Me pilló en Madrid (voté, pero por correo) y el lunes, volviendo a Málaga en el Ave, leí un libro rápido: Crónicas de la vida que pasa, de Fernando Pessoa (Hermida Editores). Fue un principio de desintoxicación.

Políticamente estoy abstencionista: apático, cansado, con una soterrada desesperación (sin aspavientos ya). Me esfuerzo por ver la lucha política en plan entomológico, como Spinoza veía cómo se devoraban las arañas. De mi percepción se esfuman los componentes morales, incluso los ideológicos, y priman los teatrales. Todo es un teatrillo, despiadado pero enternecedor. No por ello caigo en el cinismo. Si fuera cínico me pondría a operar con esta nueva premisa, no a explicarla. Le pasó lo mismo a Maquiavelo, que por no ser maquiavélico fracasó.

"Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo", escribió Ricardo Reis, el heterónimo más pasivo de Pessoa. Está en consonancia con lo de André Breton: "La historia cae fuera, como la nieve". El mundo y la historia tienen la capacidad de triturar al individuo, pero este no ha de darles la victoria de antemano. Se puede arrogar el gesto dandy de despreciarlos, hasta que le llegue el golpe. La peste de nuestro tiempo es el exceso de politización: cómo la política se ha metido en sitios en los que nunca debería haber entrado. Urge un repliegue helenístico o alejandrino: lo que les corresponde a los periodos de descomposición. (Tener en cuenta la política y observarla; pero sin caer en las emociones políticas).

Las Crónicas de la vida que pasa son unas cuantas columnas que Pessoa escribió en 1915, jugueteando. Hasta que lo echó el periódico que se las publicaba, por juguetear. Jugueteaba con paradojas, como el propio Pessoa reconoció: "Soy un pobre recortador de paradojas". Tomaba asuntos de la actualidad y les daba la vuelta, con estilo pessoano. Por ejemplo, defiende a un coronel ruso traidor a su patria en la Primera Guerra Mundial, que fue condenado a muerte. "Un traidor es simplemente un individualista", escribe Pessoa, "una criatura que, por dinero u otro interés personal, compromete los intereses de la patria". Pero los condenados tendrían que haber sido los estadistas que llevaron al país a la guerra, porque "estos comprometen a toda la patria, de una sola vez". La guerra, por cierto, la define de este modo espléndido: "es una sustitución, en la moral y en la acción, del criterio inhibidor por el criterio expansivo".

Como son pocas crónicas las que lleva el librito, no voy a desvelarlas todas, para preservar la delicia (la introducción es buena pero las desvela todas, por eso aconsejo leerla al final). Sí hay que mencionar la primera porque habla del oficio de opinar, jugueteando a tope: "La continua transformación de todo se da también en nuestro cuerpo, y se da en nuestro cerebro consecuentemente. [...] Ser coherente es una enfermedad, un atavismo tal vez". Y manifiesta falta de educación: "Es una falta de cortesía con los demás ser siempre el mismo a la vista de éstos; es machacarlos, afligirlos con nuestra falta de variedad". Y luego: "Una criatura de nervios modernos, de inteligencia sin cortinas, de sensibilidad despierta, tiene la obligación cerebral de cambiar de opinión y desde luego varias veces en el mismo día". Llegados a este punto, casi podría yo escribir lo contrario de lo que acabo de escribir en la presente columna (incluso la columna política que he rehuido).

Mientras me deslizaba por ella los ciclistas han terminado de subir el Mortirolo. Ciccone y Hirt han pasado primero. Ahora bajan también, porque allí no estaba la meta.

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En The Objective.

27.5.19

¡Qué descanso!

Que el cielo exista aunque mi lugar sea el infierno, dijo Borges. Los españoles nos hemos ganado un cielo sin elecciones por una buena temporada (salvo algunas autonómicas pendientes) aunque para muchos los resultados de las últimas sean un infierno. Al final el haberlas acumulado, que tan penoso ha sido, va a tener al menos esta compensación.

Qué descanso, pero ahora les toca trabajar a los ganadores. Y a los perdedores.

El ganador en todos los frentes Sánchez tiene un tiempo despejado para demostrar que es un gobernante además de un tecnócrata del poder. En estrictos términos de poder, lo que ha hecho desde la moción de censura (inclusive) ha sido una proeza. Hasta la arriesgada operación de colocar las elecciones generales antes de las municipales, las autonómicas y las europeas le ha salido bien. Ahora viene lo difícil. Todavía no sabemos si está preparado para ello. Ni siquiera si está dispuesto. Lo veremos.

Su éxito ha contado con la inestimable colaboración de los partidos rivales, que no han acertado, cada uno en su lugar del espectro ideológico.

El PP sigue mal, pero resiste como segunda fuerza; tanto en las elecciones europeas como en las autonómicas y en las municipales, con gobiernos (si se dan los pactos) en comunidades y ayuntamientos. Los más importantes: los de Madrid. Lo que Casado obtiene con ello es una nueva oportunidad, esta vez menos apretada.

Ciudadanos se queda lejos de su objetivo de desbancar al PP como principal partido de la derecha. La estrategia de Rivera, pues, se ha demostrado fallida. Se diría que ha perdido para nada aquello que lo distinguía (y que le hacía ser propiamente de centro): la capacidad de pactar (también) con el PSOE. ¿La recuperará en el periodo de pactos que se avecina?

El chaparrón de Vox, por su parte, se queda en llovizna. Aunque sus votos sirvan para que la derecha gobierne en la Comunidad y en el Ayuntamiento de Madrid, su función global ha sido mermar electoralmente a la derecha (fruto de una culpa, cierto, que le corresponde al PP). Del mismo modo que Podemos fue lo mejor que le pasó a Rajoy, Vox es lo mejor que le ha pasado a Sánchez. Bueno, lo segundo: lo mejor que le ha pasado a Sánchez es ser Sánchez.

El resultado de Unidas Podemos, insuficiente y a la baja, deja a Iglesias en la posición de conserje de Sánchez: con poca capacidad para decidir y a expensas de lo que Sánchez decida. El morbo ya no es si Iglesias será ministro, sino si alcanzará a ser subsecretario.

En cuanto a Cataluña: sigue su decadencia, también en Barcelona. La metáfora del fracaso de Valls ha sido perfecta: este era el alcalde ideal de la Barcelona que ya no existe. Ha llegado cuando el nacionalismo había hundido el Titanic.

Ahora queda disfrutar de lo votado. O sufrirlo. Lo que no sufriremos por cuatro años serán otras elecciones.

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En El Español.

20.5.19

Desastre electoral

Mi vida electoral es un desastre: nunca he tenido a quién votar. Habría votado al González de 1982, pero me faltaban dos años para poder hacerlo. Cuando cumplí los dieciocho el PSOE ya no me convencía. Soy de ese tipo remilgado que se ha pasado la vida esperando al PSOE, pero el PSOE no ha comparecido. Se habla mucho de los huérfanos electorales, pero no hay mayores huérfanos electorales aquí que los de la socialdemocracia. Naturalmente, un partido que se ha cargado el bachillerato (se me olvidó mencionar este grave baldón cuando escribí sobre Rubalcaba) y que ha tonteado con los nacionalistas no es socialdemócrata.

Me hizo gracia la cosa aristocratizante del CDS y fantaseé con votarlo. "Con el Duque de Suárez", les decía a mis amigos, dandísticamente. Pero la broma se quedó en eso: no me llevó a las urnas. Me mantuve en la abstención hasta que apareció Anguita y voté a Izquierda Unida un par de veces. Solo yo sé con qué falta de convicción y con qué falta de comunismo. Mi sueño, en realidad, era un partido reformista, que aseara la estructura democrática, el entramado institucional. Hasta me interesó aquello de Foro que no sé si llegó a fundar Punset (¡Punset!).

Mi práctica del abstencionismo no era incoherente con mi idea de fondo: la de que no hay nada más progresista que un Estado de Derecho que funcione, y que, comparado con eso, el gobierno de tal o cual partido es un dato menor. Este dato menor se convierte en mayor, por supuesto, cuando el partido que gobierna socava el Estado de Derecho. El PSOE y el PP venían haciéndolo casi en igual medida, por lo que no tenía mucho sentido votar a uno u otro; y lo cierto es que los demás eran peores. Sí me parecía que estaba bien la alternancia, aunque no contribuí a ella con mi voto. Hasta hoy ningún voto mío ha servido para formar gobierno en la nación.

Me sacó de la abstención Ciudadanos, y pronto UPyD. Hubo incluso unos años en que había que optar por uno u otro. Yo optaba por UPyD. Ni a Rivera ni a Díez los veía (ni quería) como gobernantes, sino como actores que empujaran en una determinada dirección. UPyD se suicidó y quedó solo Ciudadanos. Ahora este se ha convertido en otra cosa: una cosa legítima y que no merece los escraches ni el acoso (ese odio sintomatiquísimo de que siempre ha sido objeto Ciudadanos), pero que ya no es la mía. Vuelvo, pues, a la abstención. Aquello que me propuse de "mi modesta Gran Coalición" queda sin efecto. Aún votaré a Ciudadanos en las europeas, porque va Savater en la lista. Pero en las municipales ya me abstendré, y así seguiré hasta nuevo aviso.

El desastre electoral soy yo, supongo.

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En El Español.

15.5.19

Otro regalo de Jabois

Mañana llega a las librerías una novela de Manuel Jabois, Malaherba (Alfaguara), y los que ya la hemos leído somos conscientes de nuestro privilegio. Es ni más ni menos que otro regalo de este periodista y escritor rebosante de dones. Se ha citado mucho la frase de Stevenson, pero si no se cita una vez más para Jabois, ¿para quién se va a citar? "El encanto es la virtud sin la cual todas las demás son inútiles". Estamos cansados de ver a autores que nos arrojan piedras, empeñados en el esfuerzo inútil de escribir sin encanto. Jabois escribe con gracia y ligereza, con un encanto irresistible pero cortés, porque no intimida (salvo que uno se sienta menoscabado por su talento). Y en el entramado de su prosa va la vida, con el placer y el dolor, con el amor, la rabia, el desconcierto y el ansia de conocer.

Esto se aprecia con un alto grado de pureza en Malaherba, porque sus protagonistas son niños. Uno de ellos cuenta la historia en primera persona, desde después. La realidad es entre cotidiana y salvaje, y el narrador va tanteando en sus elementos como un presocrático: afrontándolos a pelo, sin el filtro de la experiencia, con una mezcla de sorpresa y miedo, ordenándolos a su manera y dejando mucha parte en la sombra. El niño, que se ha encontrado con el mundo de golpe, se va encontrando también de golpe con las zonas del mundo que le faltaban: las que empiezan a asomarse a la edad adulta, en una suerte de adolescencia precoz, por medio de la muerte, la violencia, el amor, el sexo...

Estas cosas abstractas de que hablo para no destriparle al lector la historia no aparecen así en Malaherba, sino, como en toda buena novela, con una concreción admirable. Aparece un mundo preciso en sus páginas, vivo, tangible, situado geográfica y temporalmente: la Pontevedra de finales de la década de 1980, el colegio Campolongo. La mitología infantil se nutre de referencias específicas de su momento, que transmiten su emoción incluso a quienes no las vivieron justamente por la potencia de su mitologización. Aquí están, por ejemplo, los clicks, Double Dragon II, Magic Johnson o Franco Battiato, cuyo Mr. Tamburino es el nombre con el que se hace llamar el niño protagonista.

Malaherba tiene algo de Salinger, de Delibes, de El señor de las moscas (aunque con ternura), de Vida de este chico y de la película La noche del cazador (asociación a la que invita la portada). Aunque como sé que El gran Gatsby es la novela que más admira Jabois, también he encontrado mucho de ella: como un Scott Fitzgerald que se ocupara de la infancia. Hay muchas frases memorables en Malaherba, algo habitual en Jabois. La editorial ha resaltado acertadamente una: "Bien sabe Dios que es más peligrosa la pena que el odio, porque el odio puede destruir lo que odias, pero la pena lo destruye todo".

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En The Objective.

13.5.19

Primera imagen de Rubalcaba

Para cuando Rubalcaba ha muerto yo ya le tenía cariño, como todo el mundo. Y siempre se lo tuve en el fondo, aunque con frecuencia se me interponía el juicio moral. Me perturbaba su carácter de fontanero del poder, en contacto con fuerzas subterráneas. Había admiración ahí también, con estupor. El cariño lo suscitaban, naturalmente, su manera de hablar, su tono de voz, su sonrisa, su figura; ese aire de actor español feo y ameno, buen conversador, seductor en fin.

Dos imágenes contradictorias, o quizá complementarias. Una es la de su golpe de mano tras los atentados de Atocha de 2004, cuando dijo lo de "los españoles se merecen un gobierno que no les mienta"; frase maquiavélica y electoralmente eficacísima que, al ser pronunciada en la jornada de reflexión, suponía un grave quebranto institucional. Había que tener cuajo para decirla en aquel momento, y Rubalcaba lo tuvo: frialdad y altura de miras... pero para el objetivo bajuno del poder. La otra imagen es la de su discurso cuando se debatió en el Congreso el plan Ibarretxe, en 2005: un discurso perfecto, elevadísimo, de una pulcritud democrática e institucional admirable. La conclusión es que conocía cabalmente la teoría; algo fundamental, aunque luego no se sea estricto en la práctica.

Pero mi primera imagen de Rubalcaba es otra. Me había acordado hace poco, cuando leí en el libro de Javier Padilla A finales de enero (Tusquets) que Rubalcaba decidió implicarse en la política cuando la policía franquista mató a Enrique Ruano en 1969. Tiene gracia, pensé. Para recrear en mi cabeza las asambleas y manifestaciones estudiantiles de la década de 1960 que describe Padilla, me apoyaba en mis recuerdos de finales de 1986 y principios de 1987. Yo me asomé a alguna asamblea en mi Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, y fui en aquella manifestación que se hizo famosa por el Cojo Manteca. La realidad era distinta, ya no estábamos en una dictadura sino en una democracia; pero el esquema invitaba a recrear lo que había vivido la generación anterior. Y entonces apareció el malo, el equivalente al poder franquista en tal esquema: el burócrata (así aparecía) Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario de estado de Educación. Logró persuadir a los estudiantes: su primera fontanería fue con ellos.

El duelo de estos días, las inesperadas colas y las muestras de dolor, han sido quizá algo teatrales, pero no hipócritas. Todo el mundo sabe la verdad esencial: que la vida –y no digamos la vida política– es una representación. Se venera el instante sagrado en que cae la máscara.

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En El Español.

6.5.19

PSOE y PP: resurrección y muerte

Los dos peores presidentes de la democracia, Zapatero y Rajoy, dejaron sus partidos en un estado más lamentable aún que el país. Esto demuestra que no tenían nada personal contra el país, sino que el empeorar las cosas formaba parte de su carácter (y carácter es destino).

Milagrosamente, el PSOE ha resucitado, gracias a la audacia de un Sánchez que ha sacado agua de donde no la había. Ahora, tras las elecciones del 28-A, estamos en un momento curioso: esperando que se confirme que Sánchez es peor que Zapatero y Rajoy juntos, o bien que lo desmienta y se revele como un presidente aceptable. Contra esto último van los meses que lleva en el poder. Pero han sido unos meses propagandísticos, cuyo único objetivo era conservar el poder, o alcanzarlo de verdad. ¿Qué hará ahora en que empieza realmente su presidencia? Yo no espero nada de él, pero sí de su ambición: al fin y al cabo, para gobernar un país el primer requisito es que haya país.

El que lo tiene mal es el PP, cuya situación parece irreversible: desangrándose por Vox y por Ciudadanos, y con Casado dando los inequívocos manotazos del que se ahoga. En mi opinión de antivoxista, pasó una cosa buena en las elecciones (junto con otras malas, como el éxito del independentismo y el proetarrismo): que el voto a Vox no haya servido para formar gobierno. En las elecciones del 26-M veremos si sus votantes persisten o se desgajan. Por lo que veo en Twitter, son votantes muy convencidos. Y con graves cuentas pendientes con el PP. Insisten en lo inútil que fue la mayoría absoluta de Rajoy en 2011, o en el patetismo del famoso bolso de Soraya en su escaño el día de la moción de censura. Ni olvidan ni perdonan. Ya veremos hasta cuándo. Por su parte, los votantes más finos del PP se han ido a Ciudadanos, como partido de una derecha más moderna y sin corrupción. El PP es, hoy, un partido del que todos se van y al que nadie llega.

La crisis del bipartidismo se ha resuelto, pues, de manera descompensada. Vox ha dinamitado el espejismo de que la derecha vaya a llegar al poder nacional, mientras dure Vox (pese a Andalucía y a lo que se rasque en las municipales y autonómicas). El PSOE vuelve a ser nuestro PRI durante una buena temporada. Ahora todo depende de Sánchez. Solo un gobierno catastrófico propiciaría que lo sustituyera la derecha catastrofista. (Ni lo uno ni lo otro, por lo demás, está descartado).

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En El Español.