Del tiempo o de la realidad. Lo que está pasando con el sanchismo, su descomposición acelerada, es más bello que la Victoria de Samotracia, que también era griega. La realidad acojona. Es de una belleza implacable, inapelable. No deja ningún cabo suelto. Sus leyes sí que son rigurosas, sin un Pumpido que te las acomode. Son leyes básicamente asesinas. La justicia se impone imperialmente. No de un modo barato, ni ramplón; no es el mecánico "el que la hace la paga", sino algo más apabullante: tiene que ver con el engranaje, con el equilibrio intrínseco, con lo que es. Disculpen que me ponga metafísico, pero aún no he comido.
En la política española se podría formular aproximadamente así: lo que está fuera de la Constitución es delito. Ahora lo es también el Tribunal Constitucional, que se ha puesto fuera desde dentro. No me estoy refiriendo a delito penal, sino a delito político. La Constitución instaura un ámbito plural de convivencia, una democracia moderna, un Estado de derecho homologado. Desde 1978, todo el que la ha cuestionado ha incurrido en aberración: la extrema derecha, la extrema izquierda, los nacionalismos (con sus variantes independentistas y proterroristas), los populismos... Lo que pretendo que se entienda es esto: no es que los mencionados sean aberrantes porque quieran, sino porque, si cuestionan el Estado de derecho, ¿qué otra cosa podrían ser? Fuera de la democracia solo está la aberración democrática.
Cuando el PSOE pactó con ellos se volvió aberrante. Fue por impaciencia por el poder, a la que le dieron una cobertura moral para poder digerirla: ¡la lucha contra la corrupción, ja! La corrupción la llevaban a cuestas, y como vemos estos días también en los cimientos. Litros de corrupción corrían por sus venas, como en una mala canción de Ramoncín. A esa luz el esperpento se acentúa: tanto discurso pontificante, tanta admonición, tanta "fachosfera"... El muro del que habló Sánchez no era más que la fortificación de la porquería que quedaba dentro, presidida por Sánchez. La ley terrible es que la corrupción política y la económicomoral iban juntas, eran siamesas. Ahora se van por el sumidero, y si el PSOE no se pasokiza, como ha ocurrido con sus equivalentes de otros países más saneados, es porque aquí el franquismo sociológico se ha agarrado a ese partido.
Hay una mala noticia para los españoles: Anaximandro no hará excepción con ellos. Habrán de pagar su castigo y pena por no haber expulsado con prontitud de la vida pública a un sujeto como Sánchez, ese Calígula electoral. Queda mucha ruina por delante, destrozos institucionales, embrutecimiento ambiente, aniquilación de la conversación pública. De esta se han encargado personalmente una recua de politólogos y periodistas que merecerían ser pasokizados también.
Tal vez, después de todo, la ley de Anaximandro sí que sea además barata y ramplona y descienda hasta el mecánico "el que la hace la paga". Así nosotros. Tendremos lo que nos merecemos. O mejor, como puntualizó Toscano separando la paja sanchista (en la culpa, desdichadamente no en la condena): "Tendremos lo que os merecéis".
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En The Objective.