Thomas Bernhard y cine japonés: en esto se resume, y va a seguir resumiéndose, mi verano; más los días iniciales del Tour, con el Mont Ventoux de anteayer como plataforma de lanzamiento. A la playa ya he ido lo suficiente: dos chapuzones y a otra cosa, mariposa. ¿Viajar? ¡Tururú! No pienso meterme en uno de esos trenes ministeriales del terror; ni en ningún otro, por su contagio. Los desaprensivos amigos me arrastrarán a alguna cena impepinable, pero eso será lo máximo: mi misantropía se mantendrá en su punto de caramelo. Del sexo paso; del amor, ni te digo. Me quedan las estudiosas lámparas y los estudiosos ventiladores, revoloteadores de apuntes. ¡Aplicación en la canícula!, tal será mi lema. Que veraneen otros. Me gusta el estrépito turístico (acústico y cromático), pero para pasar a toda pastilla, sportivamente, camino de mi refugio. Este será un templo bernhardiano y un templo japonés hasta septiembre. Con música: ahora Carl Philipp Emanuel Bach interpretado por Keith Jarrett.
Persistirá un hilillo de servidumbre con la actualidad, para poder servirles estas columnas. No me he pedido descanso, como no he hecho nunca desde que soy columnista salvo en de agosto de 2023, en que alcancé, como tantos, la saturación absoluta. Un prestigioso tertuliano (valga el oxímoron, aunque en su caso es real) lo dejó porque no estaba dispuesto a seguir otra legislatura ocupándose de Égolo. Escribir en verano, de todas formas, ya no es lo que era. Se echa de menos la famosa serpiente. Los monigotes políticos del año no se terminan de ir nunca. También en las supuestas vacaciones nos dan la brasa, y de qué manera. Nos fastidian de todos los modos posibles e imposibles. Vivimos la insoportable dictadura del monigotado.
Aun así, ¿quién puede negar la perfección de los días? En mi visionado de cine japonés, tras empaparme de Mizoguchi, Shindô, Ozu y Naruse, he hecho una derivación germano-japonesa con Perfect Days, de Wim Wenders. He llegado el último a esta película que todo el mundo celebró a principios de 2024; pero, como tengo por costumbre, llego el último y me pongo el primero. ¡Qué película deliciosa! Y con una enseñanza elemental de carácter autoayudístico: el zen de la vida cotidiana; la atención a cada instante, y a la tarea del cual. Los días son perfectos y solo necesitamos evitarles nuestra rozadura. El señor Hirayama limpia retretes tokiotas, trabajo de parias en un célebre lugar de Oriente (no sé si en Japón), pero él va en el flujo del tiempo tan pichis. Los baños son lo más en arquitectura moderna (hay por ahí reportajes extraordinarios), y se recurre al truco de que no llevan restos de pis ni caca (al fin y al cabo, la película es un encargo de sus gestores), pero baste el carácter simbólico del asunto. Por otro lado, puede que Wenders haya dicho "¡acción!" después de que Hirayama haya terminado lo asqueroso de su trabajo. Todos, en fin, podemos ser Hirayamas.
Llegar el último permite acceder a la bibliografía segregada en este año y medio. Curiosamente, el mejor artículo sobre Perfect Days, el de Mauricio Bach, está en The Objective. En otros medios hay también elogios, pero no faltan la lectura ideológica sobre la vida anticapitalista (¡decrecentista!) de Hirayama ni la que le reprocha esa soledad libre de vínculos; un reproche que procede de los mandamientos vigentes.
Mandamientos que yo me pienso saltar este verano sin vínculos, sin cuidados, sin masaje sentimental, sin empatía. Solo cine japonés y Bernhard; autor este cuya filosofía sintetizó Cioran: "Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro".
* * *
En The Objective.