Hola de nuevo, Rafa Latorre. Ya tenía ganas de volver. La gran novedad futbolística de estas semanas no ha sido el Mundial, sino que el presidente Sánchez ha reinventado el fútbol. Lo que pasa es que por ahora solo lo practica en el sitio en el que él juega, que es la política. El fútbol de Sánchez consiste en que el árbitro es el duodécimo jugador de uno de los dos equipos. Concretamente, el equipo de Sánchez. Así lo dice su reglamento, que está pensado para que siempre gane Sánchez. Esto no es un capricho de Sánchez, sino un regalo que él le hace a España y a la humanidad. Quedaría feo que ganase un equipo que no fuera el de Sánchez. Sánchez es la encarnación misma del 'jogo bonito'. El público no entendería que ganasen los feos de enfrente, que además son fascistas. ¿Y por qué sabemos que lo son? Muy sencillo: son fascistas porque intentan ganarle a Sánchez. Esta definición está sacada también de su reglamento. En él se indica además que el árbitro, que como digo es el duodécimo jugador del equipo de Sánchez, tiene la facultad de levantarles las sanciones a sus compañeros expulsados para que vuelvan al campo inmediatamente. Encima podrá pitarle al equipo contrario cuantas faltas desee. No tienen que haberlas 'cometido', ya que vienen de casa con la falta puesta: la falta de quererle ganar a Sánchez y ser, por lo tanto, fascistas. Pero lo mejor del reglamento es que el árbitro está obligado a pitar cada diez minutos un penalti en favor de Sánchez. Le pondrá a Sánchez los goles como le ponían los salmones a Franco. Sánchez debe ser el Pichichi de cada partido. Al fin y al cabo, el fútbol ya no es el fútbol, sino el fútbol de Sánchez.