1. Me gusta Broncano. Me gustan sus entrevistas gamberras, irreverentes, escatológicas. Es el único programa en que se habla de la mierda. A la brasileña Anitta le hizo un tercer grado sobre cómo cagaba. Broncano habla también de sexo y de dinero. Es el único programa materialista. Tal vez por eso me gusta. Lo desagradable ha sido saber que no solo me gusta a mí: también le gusta al Gobierno. Tenemos, joder, los mismos gustos.
2. El Gobierno quiere convertir a Broncano en su niño o niña de San Ildefonso, que le cante acariciantemente el Gordo cada noche. Es un gran desafío profesional para Broncano. ¿Cómo lo hará? Es un desafío en primer lugar técnico. No me imagino su estilo en el prime time. ¿Lo mantendrá? ¿Lo modulará? ¿Sabrá modularlo? No creo que Broncano tenga otro registro. Una cosa es que nos guste al poder y a mí y otra que vaya a gustarle al público masivo. Me he acordado de aquel lanzamiento que se intentó con el George Sanders español, Francis Lorenzo: El efecto F. Duró dos días. Ahora van a lanzar este efecto B, al que francamente no le veo ninguna posibilidad. Pero estoy curioso. Al menos será bonito ver cómo arden nuestros impuestos. Aunque se gasten mal, a los socialdemócratas nos gusta ver que los impuestos al menos se cobraron.
3. Sánchez ha dicho que le sujetemos el cubata, que, resueltos los problemas de España (gracias a Sánchez), va a resolver ahora los de Palestina. Es un fenómeno el tío. Va a pasar a la Historia no, lo siguiente.
4. Jorge San Miguel anda a la caza de las innovaciones constitucionales de nuestros autodenominados progresistas. Esta semana, caza mayor. "La mayoría soberana de este país", le ha cazado a la portavoz del PSOE Esther Peña. Y a Errejón (a quien se le dispara el falangismo como al Dr. Strangelove se le disparaba el brazo): "El pueblo de la coalición".
5. Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, es la nazionalista perfecta. Lo que son nuestros nazionalistas, y que no siempre han exhibido por un último rescoldo de vergüenza, de autoconciencia, o quizá solo por pudor estratégico, se exhibe sin tapujos en Sílvia Orriols.
6. Memorable artículo de Albert de Paco en La Razón sobre Servando Rocha, el que hizo de tuno negro con sus estomagantes bobadas ideológicas en la presentación de la Noche de los Libros de Madrid. Es muy divertida la dicotomía de los adeptos a nuestro, así llamado, Gobierno progresista. Por un lado, gracias a Sánchez se vive muy bien en España. Por el otro, por culpa de Ayuso se vive muy mal (¡y se muere!) en Madrid. (Salvo cuando ponen a Madrid como ejemplo de lo bien que se vive en España.) El "terrorismo inmobiliario" es por Ayuso y no por las leyes del Gobierno. En el balance tétrico de la pandemia solo cuentan los muertos que se le puedan endosar a Ayuso. La conjunción de la ideología y la literatura produce monstruos propagandísticos. Para gran satisfacción (¡pancista!) de quien se presta a hacer de coctelera.
7. Buscando sobre el cantante José Umbral para escribir mi despedida de Silvia Tortosa, me enteré no solo de que él también había muerto, sino de que era un policía infiltrado. Infiltrado en el mundo de la canción ligera. ¡Habría que hacer una película! Precisamente me he estado dedicando las últimas semanas a ver películas de espías, sobre todo las adaptaciones de las novelas de Le Carré. Están en general bien, pero he terminado enganchado a la vieja serie El topo, con Alec Guinness, que es el mejor George Smiley.
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En The Objective.