21.4.24

Test moral, guerra mundial, los dos besos y un libro con su prólogo

[Montanoscopia] 

1. No son lo mismo la política y la moral. Aunque en ocasiones, como hoy en el País Vasco, unas elecciones políticas son ante todo un test moral. 

2. Iba a empezar la Tercera Guerra Mundial y me quedé despierto hasta la una o las dos. Luego me dormí. Por la mañana me asomé al iphone y todavía no había empezado la Tercera Guerra Mundial. Pero empezará cualquier día. Si a menos de un siglo de la Segunda estamos así, es que no tenemos remedio. La humanidad va cada vez mejor, dicen los optimistas. Es verdad. Y seguirá yendo cada vez mejor hasta que de pronto vaya definitivamente peor; o sea, que deje de ir. 

3. Nuestro Ignacio Vidal-Folch, es decir, el Vidal-Folch bueno, ha escrito un necesario artículo "para acabar de una vez con los dos besos" que los hombres les venimos encasquetando a las mujeres en las presentaciones, viéndonos obligados a veces para tal cometido a "bailar la yenka". Dice que él ya, por principio, solo da la mano, lo que desconcierta a algunas. Aquí hay una clave. Pese a que la supresión de los dos besos es una nueva reivindicación feminista, la verdad es que son ellas las que han mantenido la costumbre, un poco al modo en que se dice que son las madres las que les dan de mamar a sus hijos el patriarcado. Lo que se presenta como servidumbre femenina los hombres llevamos toda la vida sufriéndolo como engorro masculino. ¿Qué es eso de tenerles que plantar dos besos a todas cuando solo nos apetecería hacerlo con una de cada cien o doscientas? Pero ahí han estado siempre ellas, enroscándose en nosotros, agarrándonos del cogote para que no nos escapáramos y violentándonos con esos besos con frecuencia nada apetecibles. Ha sido la de ellas una política de hechos consumados y tierra quemada. Para hacer lo de Vidal-Folch, extenderles preventivamente la mano, hay que tener mucha personalidad y la voluntad de aguantar el chaparrón. Por otro lado, si es cierto que históricamente les han desagradado nuestros dos besos, entonces se trataría de una doble salida del armario, porque a nosotros (¡históricamente!) nos han desagradado, ya lo he dicho, también. Así que yo, que por falta de personalidad he mantenido la inercia de seguir dándolos, haré como Vidal-Folch a partir de ahora y extenderé la mano. (La yenka que la bailen sus madres, esas mismas que daban de mamar patriarcado.) 

4. El problema para los entusiastas de Lloro porque no tengo sentimientos, de Bárbara Mingo (La Navaja Suiza), es que lo mejor que se puede escribir sobre el libro va en el libro: es el prólogo de Daniel Gascón. Desde fuera lo único que nos queda es incitar a que nuevos lectores accedan al libro con su prólogo, y entonces se maravillen. Lloro porque no tengo sentimientos reúne artículos que son a la vez "cuentecillos" (como dice la autora), o poemas en prosa (del modo vigoroso en que los planteó Baudelaire), o parábolas de sabiduría vital (y disparate), o iluminaciones de flâneuse (por la ciudad, su casa o el campo; sola, con amigos o animales). La escritura es ligera y libre, precisa, cantarina, saltarina, ¡con humor! Transcurre con un talento despreocupado que suscita complicidad. La alegría tan delicada que produce su lectura (una alegría que se roza con la melancolía) tiene un efecto celebratorio de este "mundo raro". Uno de los textos termina así, y creo que así se resume: "y me deprime un poco pero también me río y me digo no entiendo nada, estoy estupefacta, estoy viva". (¡Pero esto se cita en el prólogo!) 

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