28.4.24

La carta de Sánchez y la música para aeropuertos

[Montanoscopia]  

 

1. Tal vez porque me he hecho un cierto propósito de imperturbabilidad a lo Epicteto, o porque llevo toda la semana sumergido en la música para aeropuertos de Brian Eno, que me mantiene sedadísimo, la carta de Sánchez no me ha sacado de mis casillas. No sé cuánto me durará la imperturbabilidad, porque mi carácter es caliente. No descarto fracasar antes de que se termine esta Montanoscopia. Por el momento, me domina el estupor, que es paralizante. No doy crédito al espectáculo que se ha montado. Entre el delirio y la estupidez. Una sobreactuación perturbada.  
 
2. Con su desaparición de cinco días, Sánchez ha activado un mesianismo acotado en el tiempo. Un sebastianismo sanchista (¡un sanchismo!) que se resolverá el lunes. Al menos el Mesías volverá para decir si se queda o no. Entre tanto, los devotos de su fe graban vídeos, hacen proclamas, convocan manifestaciones, firman manifiestos... El mesianismo de siglos de los portugueses fue lánguido, melancólico: nunca tuvo esta agitación.  
 
3. La pregunta de Sánchez sobre si merece la pena es respondida por sus acólitos, que le dicen que claro que sí (por ellos). Precisamente en el poema "Mar português" del libro sebastianista de Pessoa, Mensagem, se formula esa pregunta: "Valeu a pena?". Se refiere a los sacrificios de las expediciones marítimas: "Oh, mar salado, ¿cuánta de tu sal / son lágrimas de Portugal?". La respuesta de Pessoa es también que sí, aunque con una connotación moral: "Tudo vale a pena / se a alma não é pequena". Como aún me duran los efectos de Epicteto y Brian Eno, no me pronunciaré sobre el tamaño del alma de Sánchez.  
 
4. Después de habérmelo pasado francamente bien con el desmenuzamiento de la carta que hace Arcadi Espada en su podcast, conocí la reacción de Almodóvar cuando la leyó: "Me puse a llorar como un niño". Solté otra risotada, claro. Pero luego pensé que media España está riendo y media España está llorando. Esta segunda nos pone en una situación embarazosísima. 
 
5. Como soy almodovariano, no me cuesta trabajo jugar a que me lo tomo en serio: sé cómo hacerlo. Almodóvar no es un personaje neutro: lleva consigo, proyecta, el mundo de sus películas. Me figuro cómo es leer la carta del presidente desde ahí, desde el almodovarismo. Entonces Sánchez es Marisa Paredes en La flor de mi secreto. La pregunta "¿Merece la pena todo esto?" equivale a aquella otra: "¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?". Ese hombre profundamente enamorado que es Sánchez, según Sánchez, emite su pregunta desgarrada. Almodóvar, entonces, se echa a llorar. Y Almodóvar lo cuenta. Es esa emoción autorreferencial del kitsch: la emoción por la propia emoción.  
 
6. El kitsch adquiere pestilencia (y destructividad) cuando la emoción es política. Lo cursi y ridículo se torna amenazante. La emoción es agresiva: pasivo-agresiva. Es una trinchera para acusar.  
 
7. La crítica al líder, dicen, es antidemocrática. No están defendiendo al líder, sino a la democracia, identificada con el líder. Es un trazado burdo, pero al parecer funciona.  
 
8. El mecanismo es puramente compensatorio: se acusa de hacer cosas graves quizá para hacer cosas graves. Hay una obscenidad, por lo gratuito, de circuito cerrado.  
 
9. Lo escalofriante es que se trate del mismo procedimiento de los nacionalistas: la extranjerización de parte de la población (la mitad como mínimo). En este caso, una extranjerización ideológica. Una “espiral del odio” promulgada por quienes proyectan en los otros el fomento de la misma. Nos empujan al exabrupto, pero aún me queda un hilillo de imperturbabilidad a lo Epicteto. Vuelvo a sumergirme en la música para aeropuertos de Brian Eno. 
 
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