Larra sí llevaba pistola, y la descargó en su sien tres meses después de su artículo más pesimista: “El día de difuntos de 1836”. Lo publicó en ‘El Español’, el periódico que se llamaba igual que este en el que escribo. Lo he releído ahora y en él está una de sus conocidísimas frases: “Aquí yace media España; murió de la otra media”. Un pronóstico con cien años exactos de antelación. No está nada mal. Podemos sumar ochenta y cuatro y estamos en este 2020: en un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos confinamientos...
En el artículo, Larra se revuelve en su sillón, cubierto por “una nube de melancolía”, cuando oye una campana que “parecía vibrar más lúgubre que ningún año”. Decide entonces salir. Ve a las gentes que se dirigen al cementerio. Su reacción es sarcástica: “Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio”. Los vivos eran para él los muertos en aquella España amodorrada. Podría valer también para esta.
¿Cómo podemos digerir los más de sesenta mil muertos que hay ya con la pandemia? ¿Cómo podemos digerir la ineficacia, el indecente politiqueo? El Gobierno ha marcado el tono, y el tono es el cortoplacismo por el poder cortoplacista de Sánchez. Los demás no han hecho más que replicar ese tono; para beneficio de Sánchez. Ahora el peor Gobierno de nuestra democracia ha obtenido seis meses de impunidad parlamentaria. No hay ninguna posibilidad de que esto salga bien.
Me acuerdo estos días del funeral de Estado por las víctimas del covid. Fue en julio y han seguido miles de muertos más, ya sin funeral de Estado: salvo que se considere prorrogado, como los presupuestos. Pomposidad vacía, ahuecada como la voz de Sánchez. El representante perfecto de este Gobierno es el doctor Simón, con sus indecorosas calaveradas. Es eso: una calavera de Halloween. Sonriente.
A Larra nos lo explicó en la Complutense la profesora Palomo, con la emoción que les ponía a sus clases. Hizo hincapié en aquel artículo y otro antológico de poco después, “La Nochebuena de 1836”.
El día en que se cumplían ciento cincuenta años del suicidio de Larra yo busqué su portal. Era una tarde gris del febrero madrileño. Localicé la calle Santa Clara, por Ópera, y la empecé a subir. Al poco empecé a oír una máquina de escribir, que resonaba en la calle vacía. Procedía del balcón de Larra. Mientras lo miraba me quise figurar que era él el que tecleaba, anacrónicamente. Y que el mensaje era que había que escribir. Pero se dio el pistoletazo.
* * *
En El Español.