23.12.20

Navidades raras

Lo más raro de estas Navidades es que estarán a la altura de nosotros los misántropos. Pero habrá sido por una confusión: los misántropos no queríamos esto. Nuestro juego era dialéctico, pugilístico. Nos metíamos con las Navidades, pero queríamos que las Navidades estuvieran ahí. Sabíamos, además, de la insignificancia de nuestra queja, y por eso a lo mejor acentuábamos nuestro teatro. Éramos como Jerjes dándole latigazos al mar tras la tempestad que destruyó sus naves. El mar, naturalmente, ni se inmutaba.

Y este año, de repente, se ha inmutado. Ocurrió ya con la Semana Santa y la Feria: como si se hubieran cumplido nuestros sueños cenizos. Pero ha sido un error. No era eso lo que queríamos, no era eso: lo que nos gustaba era pasear nuestra ofuscación entre las luces y los villancicos. Celebrábamos también la Navidad pero a nuestro modo, que era a la contra. Vertíamos nuestra amargura en el océano de miel, seguros de que no íbamos a amargarlo. Nuestra tiniebla se recortaba contra un fondo de luminosidad apabullante.

Aquello tenía gracia (para nosotros la tenía), pero esto no. Que la realidad se haya vuelto misantrópica, que haya sintonizado con nosotros, no nos hace ninguna gracia. Ya no hay contraste entre nuestra tristeza y la alegría ambiente; con lo que nos sostenía, a pesar de todo, la alegría ambiente. Hay un continuum muy pesado, en el que quizá por vez primera nos hemos dado cuenta de nuestra pesadez. Unas Navidades a nuestra medida es lo peor que nos podía pasar. ¿Dónde vamos ahora a refugiarnos? Aunque tendíamos a reconcentrarnos, agradecíamos que hubiese al menos posibilidad de distracción...

Escribo mientras en la tele preparan el bombo de la lotería de Navidad. Las bolas son como las gotículas que transmiten el virus, si bien la posibilidad de que nos toquen es menor. Hasta el dinero parece poco, puesto que el mundo falla. Ya empiezan los niños de San Ildefonso con su cantinela. Pensé que iban a llevar mascarillitas. El espectáculo más melancólico de estos meses ha sido el de las mascarillas de los niños. Aunque tienen la elegancia de llevarlas como en un juego.

Lo peor de este 2020 es que no acabará con las uvas. Es un año largo: se prolongará más allá del almanaque, no sabemos cuántos meses (¿2021 entero?). Lo fundamental ahora, como en las maratones, como en las grandes vueltas ciclistas, es la resistencia. Ejercicios espirituales en la oscuridad.

* * *