En cuanto la asociación Jueces para la Democracia anunció a principios de junio que pasaba a llamarse Juezas y Jueces para la Democracia, empezaron los chistes: “¿Y el Democracio? ¿Qué pasa con el Democracio?”. Tenían razón. Los chistes tenían razón. Eran malísimos, pero no hacían más que extremar el procedimiento, ridiculizando lo ya ridículo. Se regían por la lógica destapada. Una lógica infernal.
Se ha vuelto insufrible esta plaga de la duplicación, que estropea y ensucia el lenguaje: el lenguaje, que es la genuina propiedad común; el bien colectivo por excelencia. Que sean individuos que se dicen de izquierdas los que le meten palos a esa maquinaria de alta precisión, saboteándola, estropeándosela al pueblo, es otra de las paradojas de estos años irritantes. Son estrictamente señoritos manoseándoles el pan a los pobres. Y a los ricos, y a ellos mismos: porque es el pan de todos.
Al fin y al cabo, en la calle no se oye, ni en las casas. No lo dice “la gente”. No viene, como le gustaba decir a Agustín García Calvo, “de abajo” (ni de las honduras de nadie). Es un pegote ideológico, un distintivo que se usa como rasgo de pertenencia a una clase: es, por tanto, clasista. Es en parte un tic supersticioso, neurótico, puritano; pero ante todo un recurso de jerga profesional: de profesionales de la política o profesionales del activismo; para estar en la pomada, en su pomada, y para promocionarse entre ellos, exclusivamente entre ellos. En determinados partidos, ya no puede hacer carrera quien no hable así. Al menos al principio de sus parrafadas, que esa es otra.
Se puede tomar cualquier ejemplo. El de la clausura del congreso del PSOE mismo. El presentador empieza el acto así (a partir del 18:41 del vídeo): “Buenos días a todos y a todas. Bienvenidos y bienvenidas a esta clausura del 39º Congreso Federal del PSOE. Muchas gracias a los más de ocho mil socialistas de corazón...”. No tarda ni tres frases en simplificar: ya no dice “los y las”, sino solo “los”. Y sigue: “Quiero también saludar a todos los miles de socialistas...”. Es la maravillosa fuerza del lenguaje, de su implacable ley anónima, que se impone sobre el más pintado. Y lo desenmascara, de paso, como “machista”.
En efecto, si hubiese empleado el lenguaje con naturalidad desde el principio, no habría por qué. Pero él mismo introdujo, artificiosamente, la ley implícita de que no decir “a todos y a todas” o “bienvenidos y bienvenidas” era machista. Así que, si a la tercera frase deja de lado sus artificiosidades y sus convicciones, ha caído en el cepo que él mismo dispuso...
Lo mismo acaba de hacer Pedro Sánchez en pleno incendio de Doñana, con un tuit en que expresa su solidaridad con “los afectados”, olvidándose de “las afectadas”. Las afectadas, por supuesto, están incluidas en el masculino plural según la ley del español. Pero no según la jurisprudencia verbal del propio Sánchez, que el propio Sánchez viola: incurriendo en lo que él tiene en la cabeza que es machismo. Yo le recomendaría, sin embargo, que aprovechase para dejarlo ahí y empezase a hablar normal, como la gente, incluida la que le vota. Por alguna parte habrá que empezar a acabar con esto.
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En El Español.