La edición es bonita; no tanto como la primera de 1989 (tomo I) y 1992 (tomo II), pero se lee mejor. La idea de que las dos portadas juntas compongan el rostro de Jünger es fantástica, aunque tendrían que haber escogido la foto de un Jünger más maduro, como es el de estos diarios, cuya madurez los diferencia precisamente de Tempestades de acero, su libro sobre la Primera Guerra Mundial. En su estupendo prólogo, el traductor Sánchez Pascual resalta la diferencia que el propio Jünger anota en una entrada de 1940: "En ciertas encrucijadas de nuestra juventud podrían aparecérsenos Belona y Atena –la primera con la promesa de enseñarnos el arte de guiar veinte regimientos de combate de manera que estuvieran en su puesto en el momento de la batalla, mientras que la segunda nos prometía el don de juntar veinte palabras de manera que formasen una frase perfecta. Y pudiera ser que eligiésemos el segundo de los laureles; este crece, más raro e invisible, en las pendientes rocosas".
El diario de la Segunda Guerra Mundial, es decir, estos dos tomos de Radiaciones, es lo que hay que leer de Jünger. Abarca de 1939 a 1948 y lo componen seis partes: "Jardines y carreteras", "Primer diario de París", "Anotaciones del Cáucaso", "Segundo diario de París", "Hojas de Kirchhorst" y "La cabaña de la viña. Años de ocupación". El imponente Prólogo que el autor escribió posteriormente es una obra maestra en sí mismo. En él da la definición exacta de lo que el lector se dispone a leer: "un curso de metafísica realizado entre parábolas". El efecto literario de la escritura de Jünger es que lo concreto trasciende: "en las cosas visibles están todas las indicaciones relativas al plan invisible".
En cuanto a las radiaciones del título: "entiéndase por ese término, en primer lugar, la impresión que en el autor dejan el mundo y sus objetos, el fino enrejado de luz y de sombra formado por ellos. [...] También recibimos radiaciones del ser humano, de nuestros prójimos y de quienes nos quedan lejos, de nuestros amigos y de nuestros enemigos. [...] En cada instante estamos envueltos en haces de luz que nos tocan, nos rodean, nos traspasan [...]. Estamos así esforzándonos sin pausa en dirigir, en armonizar, en elevar al nivel de las imágenes las ondas de luz, los haces de rayos. No significa otra cosa vivir".
Jünger estaba como militar en el bando malo, el alemán, aunque él no era nazi (participó en la conspiración contra Hitler, a quien hasta su desaparición menciona como Kniébolo). Por eso este otro propósito, que se plasma en cada página, está cargado de tensión: "[el diario] debía servir a mi propia formación –en cierto modo como entrenamiento en la justicia".
El único problema del diario de Jünger es que, por ser perfecto, necesita un mundo imperfecto, incluso catastrófico, para que su potencia sea máxima; así el terrible de la Segunda Guerra Mundial, con el dolor muy presente. Jünger concluye el segundo tomo de Radiaciones a finales de 1948, en la Alemania devastada de la posguerra. Cuando retoma el diario diecisiete años después el mundo es otro y sus páginas, que siguen siendo grandiosas, ya no son imprescindibles.
Sí es imprescindible esta anotación de la primera entrada, fechada el 30 de marzo de 1965 (Jünger acababa de cumplir setenta años, por eso la nueva serie, aunque se inserta en el proyecto de Radiaciones, lleva el título específico de Pasados los setenta): "En la juventud es frecuente una atmósfera general lóbrega, cual si el otoño proyectase sus sombras por adelantado. Poco a poco va aclarándose la vista; también a vivir hay que aprender".
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En The Objective.