Buenas noches. A los oyentes no les extrañará que yo, que estoy en contra de todo (menos de las camisas de manga corta, por cierto), esté en contra de la Feria del Libro. La de Madrid, que se celebra estos días, es la peor de todas por ser la más grande. Para empezar, es de una crueldad insólita con los árboles. Estos contemplan desde el parque del Retiro a sus congéneres descuartizados y convertidos en hojas. Es como si montaran un Museo del Jamón en medio de una granja de cerdos. Luego están esos lectores frívolos que, en vez de quedarse en su casa leyendo, salen a pasearse por las casetas y a mirar y mirar sin comprar nada. Están también los editores y los libreros, para los que los libros son una mercancía; les daría igual estar fabricando o vendiendo rollos de papel higiénico. Y por último están los peores: ¡los autores! Esos que van a firmar unos libros que son en su inmensa mayoría muy flojos. Pero ahí están ellos, orgullosos de haber perpetrado sus patatas, contentos de recibir los elogios que no se merecen. ¡Siempre he detestado a los autores con sus sonrisitas de autores! Y cuando he ido a la Feria del Libro ha sido para detestarlos a un metro de distancia. Les pongo caras de franca hostilidad para que lo noten. ¡Pero desde sus autosatisfechas autorías pancistas, ni así se enteran! En fin, con todo esto comprenderán los oyentes lo violento que me sentiré mañana sábado cuando yo mismo esté firmando en la Feria del Libro. Me sentiré sucio, pero reconozco que me ha gustado la invitación. Como en casi todo, también me habré traicionado en esto. Aunque les aseguro que me mantendré fiel en lo importante: en la caseta llevaré camisa de manga corta.