He estado muy metido este año en la Feria del Libro de Madrid, con mi amiga Pilar Álvarez, editora de Turner, para la que también trabajo. Hacía siete años que no iba y la he encontrado espléndida. Como ya no vivo en la capital, me he fijado con ojos de viajero. No es tan común meter casi cuatrocientas casetas en un parque para vender libros y que se llene de gente. Hasta en las tardes de diario había mucha. Otra cosa son las ventas, que aunque este año han aumentado un 5%, mantienen preocupado al sector.
Entre tanto, comenzó el Mundial de Fútbol. Como una realidad paralela. La noche en que debutaba la selección española Pilar me invitó a una cena de editores, casi todos de editoriales independientes: La Uña Rota, Satori, Delirio, Pepitas de Calabaza... Éramos como treinta personas y me llamó la atención que la convocatoria fuese justo a la hora del partido. Como si las aguas del fútbol y las letras volviesen a separarse, como lo estaban antes de aquel Moisés a la contra que fue Vázquez Montalbán.
Nuestra mesa, larga y en ele, como la de una comunión, estaba en el sótano de un restaurante de la calle Narváez. Arriba, en el bar, sí veían el fútbol; pero abajo no había tele, y como éramos muy ruidosos solo nos llegaban las explosiones de la multitud futbolera. Cuando entramos, España le ganaba a Holanda por uno a cero. Más tarde oímos la celebración de otro gol. Dos a cero. Pero alguien lo miró en su iPhone: el gol había sido anulado y en realidad perdíamos por uno a tres. Al término de la cena supimos que España había perdido por uno a cinco.
El episodio tiene algo de parábola. Si nuestra única fuente de información hubiese sido el ruido de los aficionados, solo nos habríamos enterado de los dos goles de España. No de que uno de esos dos goles fue anulado. Ni de que Holanda nos metió cinco. Se me ocurren varias interpretaciones, pero las parábolas no se explican.
Unos días después pasamos ante el nuevo Ayuntamiento de Madrid, el palacio al que algunos llaman Ambiciones, y unas luces componían en sus fachadas inmensas la bandera de España. “Ah, mira, esto debe de ser por el Mundial”, le dije a Pilar. “O por la coronación del jueves”, sugirió ella. Es verdad, la coronación. Pero el que pensara primero en el Mundial resulta sintomático. Y (lo escribo antes de comprobarlo) tampoco descarto que sea este el motivo. Al fin y al cabo, en estos treinta y nueve años la bandera española solo se ha sacado abundantemente por el fútbol. Ya hay algunas en las ventanas, de hecho. Pero a ver si siguen el jueves, que el miércoles juega otra vez España.
[Publicado en Zoom News]