Nuestros partidos políticos necesitan urgentemente renovarse. Todos lo tienen difícil y el PSOE lo tiene imposible. A este le ha caído la desgracia (bien buscada, por lo demás) de que quienes se han adueñado del término “renovación” se cuentan entre lo peor (lo más flojo, lo menos preparado, quizá lo más pernicioso) del partido. Ellos son parte indispensable de lo que habría que renovar; por lo que, si dirigen la “renovación”, esta sencillamente no podrá llevarse a cabo: salvo que les entrara un instinto suicida, como a los procuradores franquistas, y se hicieran el loado harakiri. Es una pena que entre los numerosos tics franquistas que acumulan no parezca encontrarse este.
El carácter espurio de la renovación del PSOE pudo apreciarse ayer en el discurso de investidura de Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía. Había un contraste, yo diría que atroz, entre lo que la palabra “renovación” sugiere y el efecto pesado que provocaba el acto. Sin duda, había gente animada: aquella del PSOE y de su aliada IU cuya biografía espera verse renovada con los estímulos que da el poder (sin descartar su erótica). Pero para el resto la sensación era la de que una losa caía encima, cerrándolo todo aún más. La sensación de asfixia, al menos en este comentarista, hacía oscilar entre un “me duele Andalucía” estilo Unamuno y un anhelo de pistoletazo a lo Larra.
Y si la renovación del PSOE no parece estar en el PSOE, la de Andalucía tampoco parece estar en su parlamento. Cuando la cámara de Canal Sur saltaba de la candidata a los parlamentarios, el ahogo no remitía, sino que incluso se incrementaba. También, por supuesto, cuando enfocaba a los del PP. El menesteroso Arenas, como desplazado, y más en el centro Zoido, viva alegoría del pancismo. El PP andaluz aún ni tiene candidato para enfrentarse a Díaz en las próximas elecciones, pero me temo que podemos adelantar algo: será digno de su rival.
[Publicado en Zoom News]