3.9.13

¡Al fin aguiluchos!

Abundan en nuestra sociedad las manifestaciones del guerracivilismo latente. Una de ellas es, por ejemplo, el tono de nuestras tertulias televisivas: ese vociferío en que, más que articular la propia voz, se intenta ahogar la voz del otro. Curioso empleo de la facultad que nos diferencia de los animales: degradándola a aullido animal. Del lenguaje se extirpa aquí la racionalidad y se le reduce a instrumento físico. No importa lo que se dice, sino decirlo de manera estridente, para que no se oiga lo que dice el contrario (que, por lo general, tampoco suele decir nada relevante: también grita).

Si logramos traspasar la barrera del ruido, encontramos que el léxico también es guerracivilista. En el fondo se mantiene la división de 1936, entre “rojos” y “fascistas”. Aunque las denominaciones más frecuentes hoy son “progres” y “fachas”. Y con una peculiaridad: son términos empleados ante todo por los acusadores. En esencia, los dos significan lo mismo: “antidemócratas”. Lo cual tiene una pretensión violenta; porque, si nuestro sistema es la democracia, calificar a alguien de antidemócrata es sacarlo (o querer sacarlo) del sistema. En las acusaciones cruzadas de “fachas” y “progres”, o de “rojos” y “fascistas”, late un espíritu de expulsión.

Lo que se hace además es devaluar los términos: malgastarlos para cuando deban emplearse de verdad. Estos días asistimos a exhibiciones fascistas dentro del PP, por parte de determinados militantes. Quienes llamaron facha al PP improcedentemente, en otras ocasiones, quizá debieran callarse ahora: con aquellos tiros estropearon en ellos la palabra, que no puede significar lo mismo entonces (cuando no lo era) que ahora (que sí lo es). Somos los demás los que podemos emplearla y decir que sí, que estas son impresentables exhibiciones fascistas. Como desde el propio PP se ha denunciado.

Me acuerdo también de aquellas búsquedas de banderas franquistas en las manifestaciones antietarras. Por parte de ciertos medios, y por parte de ciertos articulistas, se iban expurgando con lupa las banderas constitucionales, en busca del aguilucho. No les bastaba con haber convertido “constitucionalista” en un insulto (algo que, según mi esquema anterior, vendría a significar querer expulsar del sistema al propio sistema): con esa peculiar lógica del odio, que diría Borges, acusaban a los manifestantes de ser a la vez constitucionalistas y franquistas. Siempre terminaba apareciendo algún aguilucho extraviado, y aquello era un festín. Como lo es ahora, cuando, en efecto, han aparecido aguiluchos. En estos resulta abyecto su fascismo; en los otros, su satisfacción.

[Publicado en Zoom News]