La diferencia entre nuestros franquistas y nuestros antifranquistas es que a nuestros franquistas nos los comemos un día al año, el 20-N, y a nuestros antifranquistas todos, incluido el 20-N. Cierto que algunos años traen extras, como este 2013 el del asalto de los zopencos de Falange a la librería Blanquerna de Madrid. Pero, aparte de los numerosos tics franquistas de la población (incluida la población que se llama de izquierdas), lo que sociológicamente se mantiene vivo del franquismo es el antifranquismo.
El antifranquismo ha venido a ser la salmuera que ha conservado el cadáver de Franco. Y no en tanto “memoria histórica”, sino en tanto industria que rinde réditos. ¿Cuánto tiempo llevan viviendo personajes como Wyoming del antifranquismo? En su día propuse un ejercicio revelador. Que el lector se diga para sus adentros, en tono fascistoide, “¡Viva España!”. Le sale indefectiblemente con la voz de Wyoming. En nuestra vida cotidiana, muy pocas veces hemos visto a un fascista diciendo “¡Viva España!”; a Wyoming, en cambio, lo hemos visto muchas. Hace lustros que es una parodia sin referente. Una maniobra masturbatoria que sería solo neurótica si no fuese también interesada: la paja antifranquista es su modelo de negocio.
Que treinta y ocho años después de la muerte del dictador el hashtag #20N fuese trending topic en España es otra prueba de que este es un país enfermo. Como el hecho de que en esta columna mía, que es de actualidad, aparezca el franquismo a menudo: precisamente por su (pesadísima) actualidad. Esta vez, no obstante, me había propuesto no decir nada. Pero he fracasado, como el personaje del sketch aquel sobre Chiquito. Quizá lo recuerden, porque fue memorable.
Eran los tiempos en que todo el país imitaba a Chiquito. Tiempos que, dicho sea de paso, son para mí la crema de la Transición: entonces sí fuimos felices colectivamente. En el sketch se presentaba un concurso llamado Intente no imitar a Chiquito. El concursante se situaba bajo un cronómetro y debía esforzarse por no imitar a Chiquito durante un minuto. El intento era agónico, y el concursante se contorsionaba en denodado esfuerzo por reprimirse, mientras el segundero avanzaba. Hasta que al final, cuando ya estaba a punto de lograrlo, estallaba: “¡No puídor, no puídorrrr!”.
No imitar a Chiquito era tarea imposible, como es tarea imposible no enfangarse un 20-N. Aquellos que descorcharon el champán cuando se murió Franco, en realidad estaban fletando un buque de largo porvenir. Un buque, el del antifranquismo, que ya ha durado tanto como el franquismo. Yo tengo en mi nevera preparado un Moët Chandon para cuando se hunda. Entonces sí que podremos celebrar, al fin, que estamos libres del franquismo.
[Publicado en Zoom News]