Parece que la terminología lo arregla todo. O esa es la ilusión de nuestros gobernantes, que al tiempo que nos desilusionan no cesan de hacer ilusionismos. Zapatero, tras dejar España hecha unos zorros, impuso en la propaganda institucional el latiguillo de “Gobierno de España”, que le ha sobrevivido. A veces pienso que era una manera sarcástica de firmar su obra. Y Rajoy, cuando el país ya no había quien lo comprara, se sacó lo de “Marca España”. Yo me imagino que el presidente supervisó en persona la elección del nombre, puesto que incluye un término friendly para él: Marca.
Pero lo que está pasando con ella es fabuloso. La Marca España pretendía quitarle emoción al patriotismo y poner el acento en lo comercial. O establecer, en todo caso, una suerte de patriotismo comercial, que sería una modalidad más posmoderna aún que aquel “patriotismo constitucional” de Harbermas. Pero en sus pocos meses de vida lleva segregados tantos atributos patrióticos, que la Marca España apenas se distingue ya de España. Esto lo apreciaron los miserables de El Punt Avui con la viñeta-basura que publicaron tras el accidente del tren de Santiago, con la que ya ajustamos las cuentas. Pero también los políticos del Gobierno, que son los que tienen la sartén de la patria por el mango y, en consecuencia, los que pueden beneficiarse de sus frituras. Así, esgrimen la Marca España como refugio canallesco para protegerse de las críticas, exactamente igual que se ha esgrimido siempre el patriotismo, según Samuel Johnson.
Aunque el Gobierno, con su abuso de las protecciones, está relanzando en la práctica la única marca que aquí ha vendido siempre: la de la España retrógrada, que es la que ha tenido más salida comercial en el mundo. A la vez que chapoteaba en la crisis (tanto la económica como la institucional), ha ido activando todos los elementos del kit carpetovetónico. Nos faltaba Gibraltar y ya lo tenemos. Del cascarón de la Marca está saliendo lo que de verdad vende. Y la recomendación del FMI y Bruselas de que nos rebajemos los salarios debe de ser su manera de ayudar a que nos despeñemos hacia la boina. Todo esto apunta a un clímax emotivo, como los culebrones: a España la va a reconocer al fin la madre que la parió.
[Publicado en Zoom News]