Los libros tienen su momento y el de Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina, me ha llegado ahora, al borde de una piscina. Muchos han hablado ya de él, entre ellos el director de Zoom News. Yo he pasado estos meses con la intención de leerlo, pero postergándolo, quizá porque suelo estar de acuerdo con el autor y ya lo he leído mucho sobre política, y lo sigo leyendo los sábados en El País sobre temas culturales. Pero este fin de semana largo lo he pasado en una casa ilustrada y con piscina, en la que estaba el libro. Me lo llevé el primer día a la tumbona y me atrapó. Ahora no cambio el haberlo leído en un ambiente civilizado, de sosiego, con árboles, gatos y el sonido del agua (y caricias). Me veía como el último romano leyendo en su villa un informe sobre la caída del imperio.
Muñoz Molina no quiere ser apocalíptico (“a no ser que uno sea un cínico o un desalmado, tener hijos lo cura de tentaciones apocalípticas”), y hace hincapié en las cosas buenas que hemos tenido y que aún conservamos; y refuta el fatalismo señalando cómo fueron posibles en España avances que solo unos lustros antes parecían imposibles. Pero esto vale como boya final, para no hundirse del todo. Lo que relata el libro es un hundimiento. Quizá lo menos convincente sea el recurso literario de la sorpresa, porque para bastantes se veía venir (y recuerdo advertencias del propio Muñoz Molina); pero funciona para potenciar la sensación de delirio. La burbuja inmobiliaria era una burbuja mayor, que abarcaba a la sociedad entera, a los partidos políticos, a las instituciones, a las televisiones, las radios y los periódicos. La burbuja inmobiliaria se presenta en realidad como un efecto de lo que era este país. Aunque no sé por qué empleo el pasado. Quizá porque ya no hay burbuja inmobiliaria; pero este país sigue siendo el mismo.
Hay un elemento de desasosiego posterior, que rebaja la esperanza. Muñoz Molina termina así: “Después de tantas alucinaciones, quizá sólo ahora hemos llegado o deberíamos haber llegado a la edad de la razón”. Todo lo que era sólido se escribió hace casi un año, pero observamos que las aluciones siguen. A veces me metía en la piscina, con lo leído en la cabeza. Dentro del agua, junto a los árboles, con el jugueteo de los gatos no lejos, pensaba que esas páginas son también una tabla de salvación, siquiera personal. Pase lo que pase, cada uno puede hacer lo mejor para sí y para los otros: no embrutecerse.
[Publicado en Zoom News]